CHILE: SOBRE EL ANTICOMUNISMO, EL SECTARISMO Y LA CRÍTICA EN LA IZQUIERDA

Por Felipe Ramírez, diciembre 2014, Resumen Latinoamericano.- Las elecciones en algunas de las principales federaciones de estudiantes del país, la polémica levantada en torno a la Universidad Arcis, la agresión en contra del Secretario General del Partido Comunista Juan Andrés Lagos, el conflicto desatado en el Colegio de Profesores y el resultado de la negociación del reajuste en el Sector Público han ido alimentando el clima de disputa entre las distintas fuerzas políticas.
El PC optó por salir a enfrentar lo que denunció como una “ola de anticomunismo” orquestada por la derecha en contra de las reformas, y que buscaría evitar que se implemente a cabalidad las transformaciones planteadas en el programa de gobierno de la Nueva Mayoría. En este caso, Bárbara Figueroa, Presidenta de la CUT, incluyó a sectores que participan del gobierno que estarían interesados en quebrar por ejemplo el Colegio de Profesores para cumplir ese objetivo.
Lamentablemente, la forma en como se ha generado el debate ha despolitizado al mismo, caricaturizando la disputa. Para algunos, esta sería entre el PC o los sectores progresistas o de izquierda de la NM, y “los anticomunistas” orquestados por la derecha; por el otro lado sería entre los “traidores” o “amarillos” del PC y la Concertación, y la “izquierda consecuente”.
Por lo mismo, urge aterrizar los conflictos y las diferencias existentes para situar la discusión en un marco político, que permita comprender estas diferencias y transformar una pelea que a veces se expresa de manera histriónica por las redes sociales, y otras degenera en lamentables trifulcas físicas.
En primer lugar, para todos es evidente que la participación activa del Partido Comunista en el actual gobierno ha gatillado una revitalización de los prejuicios hacia la izquierda por parte de la derecha política. Ya sea la UDI y RN, quienes agitaron el temor hacia el comunismo durante la campaña presidencial, o la misma DC a través de figuras  como Gutenberg Martínez o la influencia de sus aliados conservadores alemanes, todos se ven incómodos con el rol del PC en el Estado.
El carácter profundamente reaccionario de estos sectores, temerosos incluso de las tímidas reformas planteadas por el gobierno –caso sintomático el del ajuste tributario-, se expresó con fuerza en su búsqueda de evitar que cambien las condiciones del negocio que han desarrollado desde los años 80.
La defensa cerrada de la Democracia Cristiana hacia los colegios subvencionados –con los que está íntimamente ligada-, el video de la UDI en donde llama a “rebelarse” en contra del gobierno, y los intentos de Amplitud y Fuerza Pública de construir una nueva fuerza liberal que revitalice a la derecha más allá de los partidos conservadores de RN y la UDI, son ejemplo de los esfuerzos del sector más duro del bloque en el poder de articular una salida institucional a las críticas al modelo que se instalaron al calor de las luchas del 2011.
En contraposición, la incontinencia verbal de los personeros de la antigua Concertación le han hecho un flaco favor a la izquierda. Las frases grandilocuentes de Jaime Quintana sobre retroexcavadoras y un Partido Socialista que parece estar más dedicado a sus eternas luchas entre tendencias –con un reaparecido Camilo Escalona añorando el antiguo eje PS-DC  y buscando recuperar el liderazgo partidario – dan cuenta, en el fondo, de partidos políticos que parecieran agotados.
No tanto en la capacidad que tienen los partidos de la ex Concertación de desplegar funcionarios capaces de hacer trabajar el Estado –es más que claro que cuentan con las personas necesarias para ello-, sino que en su capacidad de generar un programa transformador, una orientación estratégica de cambio. Antes que partidos políticos en los cuales su militancia debate y trabaja a nivel nacional en organizaciones sociales, de base, en municipalidades y organismos del Estado para avanzar hacia un objetivo concreto -¿El socialismo? ¿La “igualdad social”?-, parecen más una bolsa de trabajo para los afiliados a tal o cual fracción o corriente partidaria.
Frente al anticomunismo histórico de la derecha y la mayoría de la DC, y a la incapacidad política del sector progresista de la Concertación para implementar las reformas prometidas, el PC pareciera haber decidido hacer gala de su famosa disciplina interna para ser los más fieles al programa de gobierno. Con ese objetivo, sus diputados han emplazado públicamente en varias ocasiones a los militantes democratacristianos por sus dudas y las críticas que han planteado respecto a las reformas.
Junto con ello, da la impresión de que el PC ha decidido frenar las posibilidades de que se articule, con grados de legitimidad social, una alternativa crítica a su apuesta de gobierno. Con esa opción han cometido el error de agitar el anticomunismo no sólo frente a quienes se oponen a las reformas, sino que también frente a las críticas que provienen desde la izquierda.
Olvidan que detrás de lo que se conoce como “anticomunismo” no sólo ha estado una crítica a los Partidos Comunistas sino que al conjunto de las ideas de izquierda. Ya fuera en las luchas del Macartismo y la derecha estadounidense en contra de los sindicatos de clase (donde la IWW despuntaba como una fuerza  importante) y los partidos de izquierda, o de la dictadura pinochetista en contra de todas las agrupaciones marxistas, los poderosos jamás han hecho distinciones respecto a las diferentes izquierdas.
Por lo demás, la derecha suele ser sumamente ignorante con respecto a los debates internos en la izquierda. Sus organizaciones les parecen sólo una sopa de letras, todos los grupos siempre están “manipulados por los comunistas” y no existe distinción entre Marx, Allende, Trotsky, Bakunin, Mao, Stalin o el Che, suponiendo claro, que los conozcan a todos.
Por lo mismo, no sólo es absurdo afirmar que “la derecha y la ultraizquierda se unen contra el PC”, sino que también es errado alegrarse o guardar silencio cuando a un dirigente de un partido de izquierda lo golpean afuera de su casa. Los precedentes que sientan ambos hechos son funestos y muy peligrosos, y el rechazo a ambos debe ser terminante.
Las críticas al PC, el sectarismo y la soberbia en la izquierda
El conflicto desatado en el Colegio de Profesores a raíz de la negociación con el Ministerio de Educación, y el paro docente generado por una parte de las bases del organismo –así como por parte de profesores no colegiados- con fuertes críticas a la dirección gremial, han sido caldo de cultivo para dos actitudes en la izquierda.
Como decía al comienzo de esta columna, el primero ha sido el sectarismo, expresado en la negativa a reconocer en el otro a un sujeto político legítimo con el que debatir, contrastar posiciones, y eventualmente llegar a un acuerdo. La otra, complementaria, es la soberbia, expresada por todos los sectores como base para la deslegitimación del otro. El resultado ha sido nuevamente doble: por un lado, despolitizar el conflicto personalizándolo en la figura de Jaime Gajardo, y reducirlo a una esfera “moral”: fidelidad al programa y al gobierno, fidelidad a los principios revolucionarios.
De esta forma, un simple conflicto entre un sector político particular al interior de un gremio y su dirección entorno a los resultados de una negociación, ha escalado rápidamente hasta llegar a poner en entredicho la unidad de la organización social con mayor número de afiliados en el país –valga además, la acción de grupos oportunistas que han buscado precisamente lograr el quiebre para fortalecer sus particulares apuestas políticas.
Los cuestionamientos respecto a la forma como el conflicto ha sido manejado por la directiva encabezada por Jaime Gajardo no sólo son legítimos, sino que a la luz de los acontecimientos, son respaldados por un sector no despreciable de los profesores del país. Tienen que ver con las formas y mecanismos utilizados –el “telefonazo” fue la guinda de la torta-, y con la relación entre directiva y las bases, que en el fondo es expresión de una tensión que lentamente ha ido encubando en el país respecto a la forma como se construye el sindicalismo chileno.
Por supuesto, también tiene que ver con los elementos político-programáticos que cruzan la disputa. En concreto, la manera como el Ministerio de Educación ha respondido a las demandas del gremio, proceso marcado por el constante cuestionamiento desarrollado por la derecha a la labor de los docentes y el rencor y la desconfianza que surgen de las difíciles condiciones de trabajo del profesorado chileno, así como con las oportunidades –y las ilusiones- abiertas por la prometida reforma educacional.
El problema principal del sectarismo, en todas sus vertientes –desde la izquierda “más dura” a la “reformista”- es que resulta no sólo despolitizante (al reducir la disputa a un tema moral y abstracto, de principios mal entendidos) sino que también es profundamente infértil. El sectarismo impide debatir ya que descarta cualquier acuerdo, ejercicio que necesariamente implica transar o ser flexible en una posición, es oportunista ya que asume como prioridad el interés particular de su propia organización, y reemplaza los intereses de la clase trabajadora por los de su organización particular.
El caso del Colegio de Profesores lamentablemente cuenta con todos los ingredientes de esta fórmula. Primero, una intransigencia soberbia por parte del PC, que buscando defender al gobierno deslegitima cualquier crítica desde la izquierda y con ello, a cualquiera de sus posibles interlocutores. Después, una postura sectaria por parte de buena parte de la izquierda, que personaliza la crítica y la despolitiza basándose en lugares comunes y no en argumentos políticos programáticos. Ambos elementos conspiran de manera concreta en contra de la unidad del Colegio de Profesores y debilitan al gremio, permitiéndole a la derecha y a la DC sacar provecho para continuar con su ofensiva conservadora en contra de la prometida reforma. Y finalmente, el oportunismo de quienes, desde la izquierda, buscan la división para fortalecer sus posiciones particulares, debilitando las organizaciones de masas y anteponiendo los intereses particulares por sobre los de los trabajadores.
Como ya se ha dicho en otras ocasiones, para nosotros es un objetivo ineludible para el momento actual fortalecer los espacios de masas y de base, buscando politizarlos y fortalecerlos orgánicamente, por lo que rechazamos propuestas tendientes a dividir y atomizar las organizaciones sindicales y gremiales, posturas que debilitan la posición de los trabajadores para defender sus intereses e influir en eventuales reformas.
Resulta urgente dejar atrás estos obstáculos si queremos superar la coyuntura con una izquierda más fuerte, más dinámica, y que aporta a las luchas y la organización de los trabajadores. El sectarismo y la soberbia nos impiden debatir, llegar a acuerdos, realizar una adecuada autocrítica de nuestras posiciones –algo indispensable a todas luces- y realizar los ajustes necesarios de cara a nuestro pueblo. Lamentablemente, como casi siempre pasa, el tiempo no nos sobra.

Escrito por Felipe Ramirez

Periodista de la Universidad de Chile
Presidente del Centro de Estudiantes de Comunicaciones 2011
Secretario General de la FECH 2012

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