Cultura brasilera: mirando para adelante.

Brasil/ Resumen Latinoamericano/Por NINJA / Por Caro Estevez y Juca Ferreira/20/10/2014.-   La cultura es una dimensión ineludible de la nación, un componente central de cualquier estrategia sustentable de construcción de país. Y, por ser tan importante, debe ser tratada como un derecho de todos los brasileros.
Brasil se consolida en este inicio del siglo XXI como una de las más grandes democracias y una de las más grandes economías del mundo, y como la única potencia emergente en Occidente. La emergencia de Brasil tiene muchas implicaciones y, dependiende de nuestra lucidez en la consucción política de esa evolución, puede significar mucho para nuestro futuro, para América del Sur, para Africa, para toda América Latina y para todos los que hablan portugués y español.La importancia del país en el mundo solo ha crecido. Eso nos impone el desafío de reflexionar y cuidar muchas de las dimensiones del desarrollo – no solo dentro de los padrones tradicionales de la geopolítica y de la economía como se acostumbra a pensar. El debate amplio y complejo sobre la centralidad de la dimensión simbólica en el proceso de desarrollo tiene una importancia decisiva en este momento de la vida brasilera.

La cultura es una dimensión importante de la nación y debe ser considerada por el Estado en su amplitud y no como una simple agenda del sector. La cultura está integrada practicamente en todas las grandes agendas del desarrollo del país: con el preyecto de desarrollo económico, con la sustentabilidad, con la consolidación de la democracia en el país, con la agenda social, con la educación de calidad, etc.

Los gobiernos anteriores al del presidente Lula, profundamente marcados por el pensamiento neoliberal, no demostraron comprender que, sin desarrollo cultural, Brasil no será una gran nación capaz de enfrentar los desafíos del siglo XXI. Tampoco asumieron que el Estado brasileño tiene responsabilidades en ese proceso y que la cuestión simbólica debe ser considerada en su plenitud, con sus múltiples dimensiones. No se preocuparon en construir políticas públicas en el ámbito de la cultura y fueron responsables de una acción mediocre y marcada por la privatización del papel del Estado.

En los años FHC, el Ministerio de Cultura estuvo ausente, sin expresión y sin una base conceptual clara. El principal slogan del MinC era “cultura es un buen negocio”, demostrando no lidiar con la complejidad ni con la importancia de la cultura y con todo lo que ella abarca y por eso, dejaron afuera aspectos relevantes de la cultura para el futuro del país: el desarrollo de las artes, expresiones identitarias, conocimientos, memoria, valores, economía cultural, desarrollo tecnológico y estético, moda, arquitectura, diseño, etc.

Pero no es solo la repercusión de la cultura en el desarrollo lo que la hace importante y algo central para Brasil. La dimensión cultural es esencial para la cualificación de las relaciones sociales y para reforzar la cohesión social. Y también amplía las posibilidades de realización de la condición humana de cada uno de los brasileños y viabiliza la construcción de subjetividades complejas.

El empoderamiento de los diversos grupos humanos que componen la sociedad brasileña también depende del acceso pleno a la cultura. O sea, son muchas sus interfaces y repercusiones en la sociedad. Las jornadas de junio de 2013  y su despliegue hasta el Mundial reforzaron la necesidad de considerarnos los muchos aspectos culturales para la cualificación de nuestras relaciones sociales y para la consolidación de la democracia brasilera.

La cultura también es la base de un país creativo en el enfrentamiento de los desafíos contemporáneos; para desarrollar y manejar las nuevas tecnologías, para apreciar la convivencia y profundizar la integración de todos los brasileros en medio de la diversidad cultural. La cultura es una dimensión ineludible de la nación, un componente central de cualquier estrategia sustentable de construcción de país. Y por ser tan importante, debe ser tratada como un derecho de todos los brasileros. Los objetivos más estrategicos de la sociedad brasilera dependen, para su realización, del reconocimiento de la importancia de la cultura y de las artes.

Política Cultural Democrática

Hasta el inicio del gobierno del Presidente Lula (2003) la cultura era relegada a un segundo plano. A pesar de existir desde 1985, el Ministerio de Cultura era irrelevante, desconocido, sin políticas, sin recursos, llegando a desaparecer en 1989 y recreado años después. Hasta entonces, el MinC no tenía al desarrollo cultural del país como su meta principal, ni tenía relación con los aspectos más importantes y decisivos de nuestra vida cultutral. Cerca del 80% de los recursos para el fomento y el incentivo a las artes y a la cultura en general eran viabilizads a través de la renuncia fiscal y quien definía los usos de ese dinero público eran los departamentos de marketing de las empresas privadas. El Estado había transferido su rol para el mercado.

El gobierno de Lula asumió la importancia de la cultura para el país y procuró relacionarse con su complejidad a través de una acción coherente, sin descuidar el carácter multifacético y policéntrico de la dimensión simbólica. Diversidad, cultura y desarrollo, derechos culturales, memoria, infraestructura cultural, promoción, economía de la cultura; una infinidad de temas vinieron a tono, dando idea de la grandeza y de la profundidad de ese proceso de construcción de una política de Estado para la cultura.

A través de políticas públicas, programas y acciones innovadoras, el Ministerio de Cultura redefinió su misión y fue integrado al discurso y a algunas de las políticas más centrales del gobierno; pasó a ser un referencial para el desenvolvimiento social y económico de Brasil. El presupuesto del Ministerio de Cultura de la gestión Gil/Juca creció un 600% en ocho años, aumentando siempre anualmente.

El MinC pasó a discutir la política cultural con todos segmentos culturales y con la sociedad en general. Pasó a construir las políticas fuera de los gabinetes, realizando cambios de forma participativa y por medio de consultas públicas. La sociedad pasó a influir en el planeamiento de las políticas y así la cultura fue integrada en la agenda polítia y en la plataforma de los derechos de la ciudadanía. La cultura ganó un espacio enorme en los debates públicos y con eso comenzó a ser vista como un derecho de todos, tanto en lo que respecta a la expresión como al acceso.

En este contexto, el MinC pasó a ser parte de la agenda del desarrollo del país en su pleno sentido de la agenda social del gobierno. Esta valorización de la cultura repercutió, y aún repercute, muy positivamente no solo en Brasil sino también en el exterior. Llamamos la atención del mundo al incluir a millones de brasileros y a la cultura en el proyecto de nación del gobierno de Lula. El Año de Brasil en Francia, la Feria de Frankfurt, la Copa de la Cultura en Africa del Sur, entre tantos otros puntos de articulación, hicieron de la cultura brasilera parte de la agenda internacional, un punto de Brasil que fortalece nuestros vínculos de amistad y fraternidad y despierta la admiración del mundo.

Brasil pasó a afirmar la diversidad cultural como un patrimonio del país. Se destaca la creación de una de las políticas públicas más innovadoras: el programa Cultura Viva, alcanzando más de 5.000 Puntos de Cultura en Brasil a través de convocatorias públicas para la asignación de fondos para proyectos culturales. Este programa fue adoptado por Argentina, Perú, Bolivia y oros países. Por su capacidad de reconocer y apoyar directamente a las iniciativas de cada comunidad, Cultura Viva activó y fortaleció grupos culturales en las periferias urbanas, en la zona rural, en favelas, en movimientos sociales y quilombolos, llegando fuertemente hasta a las aldeas indígenas.

La política cultural fue elevada al nivel de Política de Estado. El gobierno de Lula sancionó en 2010 la ley que establece el Plan Nacional de Cultura, el primero desde la redemocratización, con metas para 10 años. El Plan transformó en ley muchas de esas conquistas, como por ejemplo, el apoyo a la producción cultural de aborígenes en centenas de aldeas.

El Ministerio creó el Vale Cultura, enviado por Lula y sancionado por Dilma (que ya alcanza a 200 mil personas y deberá llegar a un millón en breve), buscando modificar los números de exclusión cultural (en promedio de 80 a 90% de los brasileros no frecuentan cines, librerías y museos, según IBGE).

En el campo del cine y lo audiovisual, el MinC creó la lay 12.485, que revolucionó el antes tímido mercado de la TV paga, ampliando el acceso de 5 para 20 millones de familias en Brasil. Y creó una demanda de más de 5.000 horas de contenido brasilero e independiente, generando empleos para millones de guionistas, directores de cine, productores y técnicos brasileros. La nueva ley inyectó más de un billón de reales en el Fondo Nacional de Cultura, con recursos oriundos del propio mercado.

El Ministerio de Cultura fue innovador también en el contenido y en la forma de hacer política. Afirmó sistemáticamente que no creía en políticas públicas construídas dentro de un gabinete y movilizó la mayor red de participación para la construcción de una poderosa política cultural de Estado. Más de 200 mil personas de todo Brasil participaron de la construcción de las políticas y de los programas culturales. Fue pionero al realizar las primeras consultas públicas digitales sobre proyectos de ley del gobierno federal.

Disponiendo de herramientas innovadoras de debate, la nueva ley de incentivo a la cultura, el marco civil de la internet y la ley del derecho de autores entraron en el debate del país y consiguieron ampliar el apoyo para legitimar los cambios. El Ministerio de Cultura fue decisivo al afirmar la agenda de la cultura digital, conectándose con los colectivos jóvenes, apoyando a las redes que producen y piensan la cultura en internet y apoyando y digitalizando la producción cultural y las artes para tornarlas accesibles a todos: la Cinemateca Brasilera, la Brasiliana USP, el Cais do Sertão en Recife, la Bienal de San Pablo, instituciones que el MinC apoyó, creó o ayudó a renovar.

En suma, la cultura fue alzada a un nivel nunca antes alcanzado, como reconocieron a la época centenas de artistas, productores, realizadores y usuarios del sistema de cultura. En estos 12 años de Política Cultural, los saltos fueron inmensos. La Cultura entró en el Fondo Social del Pré-Sal, fueron realizadas más de 150 convocatorias públicas para presentación de proyectos y asignación de fondos públicos, que movilizaron centenas de millares de individuos, grupos y coletivos.

Pero es preciso reconocer que ese proceso sucedió no sin percances. Entre 2011 y 2012 se dejó de lado la política de Estado que consolidaba a la cultura como parte central del proyecto de desarrollo del país y como derecho de todos los ciudadanos. Sin embargo, a partir de 2013, fueron obtenidas victórias institucionales en el Congreso Nacional que consolidaron algunos e los programas y propuestas elaboradas desde 2003. Otros procesos, con todo, no recuperaron las características reformadoras que tenían cuando se elaboraron originalmente. Las continuidades no consiguieron superar los efectos negativos de las rupturas, y como consecuencia, el Ministerio de Cultura no consiguió volver a ocupar el lugar y tener el significado que había alcanzado en 2010.

De vuelta para el futuro

Para retomar la grandeza de las políticas de cultura de Estado brasilero en su dimensión amplia y transformadora, que garantice derechos culturales, Brasil tiene dos desafíos.

El primero es reelegir a Dilma Rousseff. La historia brasilera de las tres últimas décadas y el actual debate electoral evidencian que solo la alianza que se reúne en torno a Dilma lleva la concepción democratizadora del Estado y representa el proyecto político que puede venir a reincorporar a la cultura en el centro de una agenda amplia de desenvolvimiento y de construcción de los derechos de la ciudadanía en el país. Con la reelección de Dilma, esta política transformadora podrá ser profundizada y ampliada y ganar nuevos contornos.

El segundo desafío es construir, desde ya, como parte de la disputa electoral, un pacto que una amplios sectores de la cultura brasilera, de norte a sur, de forma equilibrada y sustentable, articulado en torno al proyecto de desarollo de todos los lenguajes artísticos y de ampliación de producción, de la distribución y del acceso pleno a la cultura en el país. Este debate tiene como objetivo construir un compromiso público y apuntar nuevos caminos para retomar y desarrollar esa política cultural para el segundo gobierno de la presidente Dilma. Este objetivo solo puede ser alcanzado se el debate es hecho como un proceso político que sume, para que sea capaz de superar el desánimo. Y para eso, ese proceso deberá desarrollarse con la grandeza y la amplitud necesarias.

El momento exige la actualización de la visión y de la agenda para el futuro. El crecimiento económico trajo nuevos desafíos y nuevas demandas culturales y posibilita nuevas identidades impulsadas por la integración de millones de brasileros en la clase trabajadora. La diversidad cultural brasilera está vigorizandose en todos los puntos del país, con nuevos lenguajes, síntesis y mezclas, navegando sobre las formas tradicionales o con el soporte de nuevas tecnologías. La economía integra el territorio nacional pero si eso no fuera percibido culturalmente, su efecto puede ser negativo y hasta restaría.

En síntesis, precisamos consolidar la lógica democrática que fue marcó el rumbo durante los últimos doce años de acción pública en la cultura: crear, hacer y definir obras, temas y estilos son parte del papel de los artistas y de los que producen cultura. Elegir qué ver, oir y sentir, es el papel del ciudadano. Crear condiciones de acceso, producción, difusión, regular las ecnonomías de la cultura para evitar monopolios, exclusiones y acciones depredadoras, democratizar el acceso a los bienes y servicios culturales; ese es el papel del Estado.

Juca Ferreira, sociólogo, es secretario licenciado de cultura del municipio de São Paulo y coordina el programa de cultura de la candidata Dilma Rousseff (PT). Fue Secretario Ejecutivo (2003-2008) y Ministro de Cultura (2008-2010), en el gobierno de Lula.

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