CHILE El socialismo sigue vivo y fuerte… el que agoniza es el partido

Por Arturo Alejandro Muñoz, Resumen Latinoamericano / Politika, 28 septiembre 2014.- Los ex presidentes de Brasil Fernando Henrique Cardoso, de España Felipe González y de Chile Ricardo Lagos en compañia de Juan Escotet propietario de Banesco

La idea socialista sigue viva, a pesar del puñado de líderes venales que palpan en dólares para ir a predicar la apostasía. De eso va esta nota de Arturo A. Muñoz, que no pierde ni la chispa, ni la enjundia, ni el norte.

Bajo el título “Tres ex presidentes vienen a explicar las ventajas de las privatizaciones”, la prensa venezolana anunció la venida de Ricardo Lagos, Fernando Henrique Cardoso y el porta maletines de Carlos Slim, Felipe “Isidoro” González, que vemos en la imagen junto al propietario de Banesco, patrocinador y cajero de sus discursos en Caracas…

Ustedes, señores(as) Escalona, Andrade, Bachelet, Letelier Morel, Girardi, Bitar, Rossi, ¿son “los herederos de Allende’? ¡Por favor! La verdad es que en lo referente a política económica se asemejan más a Büchi, Cáceres y Lavín

DEFINITIVAMENTE, EL SISTEMA se encuentra a tan sólo segundos, o tal vez un par de minutos, de ganar esta partida de cabo a rabo. Luego de tantos años (décadas, en verdad) de lucha y esfuerzo por combatirlo, las esperanzas pareciesen enfrentar su punta de rieles en la estación terminal de este tren –de justicia social e igualdad– que millones de chilenos han cuidado con prolijidad extrema.

¿Está agonizando en Chile aquella hermosa ideología bautizada como “socialismo”? Quizá la pregunta está mal formulada, ya que la inquietud al respecto debería pasar ante otros frontispicios, como por ejemplo: ¿dónde y cuándo feneció el socialismo aquel que hablaba de solidaridad latinoamericana, de igualdad y de justicia social?

Los tiempos han cambiado, ¡ni hablar!, y muchos de los dirigentes más destacados en la historia última de ciertas tiendas partidistas del socialismo, con holgura y anchura, pueden parafrasear a Neruda diciendo que los de antes ya no somos los mismos.

Me pregunto en qué esquina de cuál país europeo a esos dirigentes se les vino al suelo –quizá junto con el derrumbe del muro berlinés– el añoso y perfecto concepto del ‘socialismo’ aparejado con el necesario anti-capitalismo. Hurgando en el pasado reciente es posible toparse de narices con algunos de los responsables europeos (maestros del mal) de tamaña desgracia.

Los apellidos saltan cual resortes. ¿Aldo Moro? ¿Betino Craxi? ¿O fueron alemanes? También está en la lista de las posibilidades el español Felipe González, hoy ícono y serendipity del neoliberalismo rampante, en sociedad con personajes latinoamericanos de la talla de Henrique Cardoso, Ricardo Lagos, Fernando Flores y, ¡cómo no!, Carlos Slim.

En lo anterior no se agota el problema. Es mayor. Las masas tienden a seguir la orientación que les entrega el tintín del cencerro que porta el bicho principal, y esa categoría –la de ‘principal’– se la endosamos precisamente a aquellos que la habían perdido en septiembre de 1973.

Lo hicimos erradamente, atraídos por el romanticismo que significaba verlos retornar de un injusto exilio de tres lustros, pero no estábamos enterados respecto de que muchos de ellos (la mayoría, en verdad) también seguían ahora a otros cencerros… los europeos.

En el pasado, formando una masa difusa cual restos idos y perdidos de la Historia, en alguna recóndita esquina del arcón del recuerdo subyacen luchadores coherentes y honestos apellidados Recabarren, Lafferte, Ampuero, Blest, Allende, Cerda, Lorca, Enríquez… traicionados en sus valores y principios por una camada de ’socialistas’ que decidieron reconvertirse a la fe neoliberal en beneficio de sus propias faltriqueras.

Lo doloroso (para el pueblo) es que estos son quienes vienen gobernando el país desde el año 1990, y lo han hecho mediante el garlito del engaño, pues todavía logran embaucar a una parte relevante del electorado haciéndole creer que representan a la ‘izquierda’.

El engaño alcanza ribetes de burla cínica cuando aseguran ser “los herederos de Allende”. Una bofetada, sin duda.

Ustedes, señores(as) Escalona, Andrade, Bachelet, Letelier Morel, Girardi, Lagos, Correa, Bitar, Rossi… ¿son “los herederos de Allende’? ¡Por favor! La verdad es que en lo referente a política económica se asemejan más a Büchi, Cáceres y Lavín. Aquí me detengo, pues si continúo explayándome bien podría llegar a tildarlos de “vástagos de Pinochet”. Y tengo sobradas razones para pensarlo.

La mayoría de los actuales dirigentes ‘socialistas’, dueños hoy de una renovada fe neoliberal, en septiembre de 1973 corrieron presurosos hacia las embajadas en procura de asilo, dejando al pueblo –al mismo pueblo que decían representar y dirigir– en condiciones lamentables, al arbitrio de la locura uniformada que se desató horas después del golpe militar.

Muchos de ellos fueron recibidos en calidad de mártires heroicos en diversos países, disfrutando de las regalías y solidaridad de sus pares, viviendo gratuitamente merced a la preocupación de los respectivos gobiernos, dando charlas en sindicatos y organizaciones estudiantiles, paseando de un lugar del mundo a otro, sin haber trabajado un solo día, ni transpirando por la necesidad de proveer alimento para su familia.

Hubo algunos que ocuparon oficinas en edificios gubernamentales, como fue el caso de aquellos que se refugiaron en Alemania Oriental o la Unión Soviética, desde donde “censuraban y administraban” las vidas de sus compatriotas menos favorecidos, en una especie de KGB-Stasi-DINA-Chilensis que aún provoca tristes recuerdos en muchos exiliados.

En Cuba no les fue nada de bien, ya que Fidel Castro consideró que esos dirigentes políticos exiliados representaban una vergüenza para la causa revolucionaria, puesto que no tan sólo habían entregado la oreja con suma rapidez y facilidad sino, además, sin disparar un maldito tiro corrieron a buscar cobijo en las embajadas dejando al pueblo en la indefensión. Desde el exilio hablaron y hablaron; recorrieron (con buena paga, por cierto) todos los foros internacionales sin dejar de asistir, jamás, a ninguno de los cócteles que se estilan en esas organizaciones, ni a desayuno, cena o comida oficial ofrecida por los anfitriones.

Se asegura que hubo quienes subieron escandalosamente de peso en pocos años, y sus barrigas aumentaron al nivel de las que decoran a los obispos. Otros, no muchos, lograron insertarse en organizaciones supranacionales y desarrollaron –bien o mal– trabajos varios que, al menos, justificaban el dinero mensual recibido.

Todo lo anterior importaría un bledo y constituiría parte sabrosa del anecdotario, pero la tragedia estriba en que esos mismos dirigentes políticos regresaron al país una vez que la ciudadanía, el pueblo, recuperó la democracia; y regresaron no para trabajar como burros –tal cual lo hacen dieciséis millones de chilenos cada jornada– sino para ocupar un lugar de privilegio en la nueva institucionalidad prohijada por quienes eran sus adversarios, o sus enemigos a muerte.

Y ahí están hoy… diputados, senadores, subsecretarios, jefes de reparticiones, “pituteros” sin perdón, gobernadores, seremis, alcaldes, jefes de partidos, directores de ONG’s y hasta ministros de Estado. Son los mismos que huyeron como alma que se lleva el diablo no bien un “paco” o un “milico” apareció en la esquina con la cara embetunada. ¡Los predicadores de la revolución arrancaron al primer peñascazo! ¡Los que exigían al pueblo marchar unido y en armas contra la burguesía, depositaron vertiginosamente sus traseros en la embajada más cercana!

Pero, con la misma rapidez que esquivaron responsabilidad y bulto, regresaron a la patria para seguir profitando de la ingenuidad del chileno de a pie, demostrando cuán poco les importaron los miles de muertos y millones de decepcionados… total, piensan ellos, pertenecían al pueblo, a ese pueblo sumiso y abúlico que sobrevivió a otras masacres anteriores pero que se manifiesta dispuesto a apoyar con su voto y su esfuerzo a los mismos hombres que actuaron de verdugos morales.

Eso me hace recordar la famosa frase latina: “Los muertos que vos matasteis, gozan de buena salud”. ¡Y qué salud!

Si se recorre la historia de cualquier país que experimentó algo parecido a lo que nos correspondió vivir entre 1970 y 1990, se encontrará que en ninguno de ellos –salvo Chile– los responsables de la tragedia (y responsables de derecha, centro e izquierda) volvieron a ocupar cargos públicos o de representación popular. Sólo considerar que el principal representante de la dictadura, una vez restaurado el estado democrático, continuó en la comandancia en jefe del ejército y luego fue senador designado, es suficiente motivo para arrancarse los cabellos.

Habida consideración de lo ya relatado, es válido señalar que el socialismo no ha muerto, ni tampoco está postrado en la reposera del enfermo. Por el contrario, se encuentra fuerte y con una vigencia que alienta a seguir en la riña, en la lucha.

Lo que sí agoniza y parece tener síntomas de autopsia es el actual Partido Socialista donde se han encaramado pelafustanes como los mencionados en líneas anteriores. No es el socialismo” quien se entregó de manos atadas a los intereses de las transnacionales, sino algunos dirigentes del viejo partido, específicamente aquellos que huyeron de Chile en 1973 llevándose el cencerro.

En resumen, si ellos continúan estando donde hoy están, la culpa es sólo nuestra. Y como reza el refrán chino, “todo largo camino comienza con un primer paso”, en lo que concierne al tema que convocó a estos apuntes.

Ese primer paso del inacabado largo trayecto que el pueblo debe recorrer en procura de su bienestar y de la justicia social, no es otro que el desprenderse, ahora y ya, de aquellos dirigentes que siguen amañando el cencerro pese a que saben a ciencia cierta que no representan ni el sentimiento ni la historia de los socialistas verdaderos, sino, más bien, constituyen una nueva camada política cuyas características fueron definidas certeramente por Tomasso di Lampedussa en su obra “El Gatopardo”.

fuente: Politika

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