México. La incertidumbre es más aguda en tiempos del coronavirus: padres de los 43

Isael Rosales Sierra / Resumen Latinoamericano, 28 de mayo de 2020

En tiempos oscuros por el coronavirus, su hechizo, su misterio, lo convierte en problemático; las incógnitas que produce la causa de la muerte, su contagio masivo y el que no exista cura alguna se hace más grande la llama de la incertidumbre. La incertidumbre es una sensación que las madres y padres de los 43 normalistas desaparecidos han padecido en 68 meses de un proceso de verdad y justicia que los gobiernos se niegan a darla. Es más pesado y gris la realidad en momentos donde la normalidad es el encierro, sin embargo, es cuando más les llega los recuerdos de sus hijos. Estos días eternos donde las madres y los padres son vigías; se sientan en la puerta por si llegan, en la hora de comer de pronto como si se equivocaran sirven un plato de comida de más… la verdad es que falta alguien que está ausente; quien sabe dónde estará y eso parte el corazón. Es como si estuvieras muerta en vida, como si te arrancaran el futuro.

Tener un hijo desaparecido es vivir en una constante incertidumbre, es una agonía, sobre todo ahora que estamos encerrados por el coronavirus y que no podemos salir a gritar a la calle; exigirle al gobierno el paradero de nuestros hijos. Todo se nos queda como un nudo en la garganta. Así se agudiza la preocupación como cuando inicio este dolor, esta angustia. Se renueva el dolor. Estamos como empezamos, imaginando que pasó y con más preguntas.

Siento que la verdad se prolonga como el silencio en un desierto. Lloro en mis pensamientos. Quiero huir, pero no puedo porque lo espero, porque aquí están sus recuerdos y siento, quizá sea una corazonada, de que va a llegar.

Un verano como no recordarlo. Un 7 de junio de 1994, a las ocho y media de la mañana, nació Jorge Antonio Tizapa Legideño, originario de Tixtla de Guerrero. Sin embargo, desde el día viernes 3 de junio me sentí mal, pero no sé por qué, quizá por la ignorancia, no me atendí luego, fui hasta el día martes que llegué corriendo de Atliaca al hospital de Tixtla, me atendieron rápido porque estaba a punto de nacer. Antes vivíamos en Atliaca, el doctor de ahí no me quiso atender porque estaba en un evento. Ese día briznaba, las nubes negras se correteaban quedando oscuro, amenazantes queriendo dejar caer el agua como cascada para regar la tierra.

Pasó ese día, el sábado, el domingo, el lunes, pero ya no aguantaba más. No sé qué esperaba, ya los dolores venían más fuertes que un torbellino. Entonces quería que me atendieran. Lo que más me preocupaba es que fuera a tener el bebé en el camino. Tomé la combi como pude, en 25 minutos estaba en Tixtla, todavía con lo fresco de la mañana, quería recordar el roció matutino del campo, pero ya no me permitían los dolores, sólo llegué donde revisan y ahí di a luz a mi hijo. Después de que nació me pasaron a una cama. Ese día no llevaba nada más que un dinerito para comprar la ropa de mi bebé, no sabía que sería si mujer o hombre. Saliendo del hospital me quedé en la casa de una señora. Era tiempo de agua.

Un niño serio, siempre razonando, interrogando sobre la vida sin que hubiera respuestas. Su tranquilidad dejaba certeza en medio del caos. Le gustaba jugar sus carritos. Seguía mis pasos en la cocina, a todas partes que fuera se agarraba de mi como si fuera la vida misma. Por eso ahora algo se enreda en mi garganta y por cada suspiro el me llama, por lo mismo nunca duermo porque mis ojos están dispuestos a seguir buscándolo.

De niño era muy atento, dedicado al estudio, siempre muy callado, solo hablaba para comer. Todo el tiempo se tiraba en la tierra, jugando en el lodo. Le encantaba andar en la calle y convivir con los niños de su edad. Tenía la capacidad de análisis y madurez, pese a su corta edad. Él me ayudaba más en los quehaceres. Cuando tuvo cuatro años andaba en la calle con su nueva bicicleta, todo el día se la pasaba, aunque se cayera. Un día ya por la noche me gritó porque había aprendido a manejar su bicicleta. Se dispuso hasta que lo logró.

Eso sí muy juguetón, como decía, le llamaban la atención los carritos. Tenía un juguete especial, todos sus carritos siempre me los desarmaba, un carrito de fricción que sólo es un cuadrito, todos los días lo cargaba en su bolsillo de su pantalón y así se dormía. Sin embargo, en una ocasión, su papá me comentó que ese carrito no lo podía romper o desarmar. Jorge que tiene buen oído y razona todo, lo escuchó. Al día siguiente me enseñó su carrito con las llantas afuera, el cuadrito abierto y me dijo que había escuchado a su papá. Así nos comprobó que no hay límites cuando hay libertad, nos mostró que lo conservaba porque lo quería tanto que al dormir lo ponía debajo de su almohada. Son recuerdos que nos golpetean el corazón, como una gota helada. A pesar de las carencias económicas éramos felices. Ahora extraño sus cálidos abrazos.

Cuando entró al jardín de niños le gustaba participar en diferentes eventos, como en un diciembre participó de José y obtuvieron el primer lugar. Hizo el examen para pertenecer a la escolta del jardín, pero le ganaron. Sin embargo, siempre lo llamaban, luego llegaba corriendo a la casa con una desbordante alegría aun siendo niño, diciéndome que lo habían puesto en la escolta. Alegría que no tiene precio.

En ese entonces usaba mucho la bicicleta porque ahí llevaba a mis tres hijos a sus escuelas, como a tres o cuatro cuadra estaban todas las escuelas. Le gustaba la poesía.

En el kínder, Jorge participó en un concurso de bicicleta, hubiera ganando, pero se cayó antes de llegar a la meta. Llegó en segundo lugar. El Kinder se llama Jesús León Delgado. Eso fue en su niñez; un niño muy tranquilo, muy sensato y sobre todo entendía muy bien lo que se le decía, muy obediente. Yo hacía piñatas y mis hijos me ayudaban a entregarlas a pesar de que eran niños ya participaban en los trabajos de la casa. Tenía una pequeña tienda, Jorge como era bueno para las matemáticas me ayudaba en las cuentas. Nos dábamos cuenta que tenía algo especial este niño.

En la primaria participó en poesía, era muy activo. Fue muy noviero desde primaria, incluso la maestra me mandó a traer porque según le dio un beso a una muchacha, los maestros me dijeron que tuviera cuidado con Jorge porque ya andaba con novias, pero él lo negaba todo.

Cambio demasiado en su adolescencia con más alegría, le gustaba bailar e ir a las fiestas, no entiendo el cambio, pero Jorge Antonio de niño muy tranquilo. En la secundaria empezó con las novias, su carácter empezó a cambiar, más fiestero y siempre andaba bien contento. Les decía que se pusieran a ser su tarea hasta que la terminaban, siempre cumplieron con sus deberes escolares. Jorge aun cuando había terminado la secundaria era muy apegado a mí, incluso cuando nació mi tercer hijo tenía que abrazarlo a él porque lloraba mucho, se sintió como desplazado. Cuando yo me ponía a lavar él estaba a un lado sentado, me iba a la cocina y me seguía, no entiendo por qué sólo él me siguió mucho. Mi primer hijo fue una niña, ya tiene 26 años y el más chico 21, Jorge es el de en medio.

Llegando de clases, en temporada de lluvia, se ponía a chaponear el pajón que crecía en el patio de la casa. Le encanta jugar fútbol y con los perros. Cuando llovía salían para que las gotas gordas que se desprendían de las nubes los dejara empapados con otros de sus amigos. Su infancia, aunque con limitaciones, fue feliz. Nunca respondió mal, siempre fue muy atento conmigo.

En preparatoria su carácter siguió igual, pero un poco más noviero, quizá, por eso se descuidó un poco y reprobó unas cuantas materias por lo cual tuvo que recursarlas en el turno de la tarde. En estos momentos conoció a su pareja con la que tuvo una niña. Ya tenía responsabilidad así que tuvo que trabajar y estudiar. Su papá está en Estados Unidos, se fue cuando él tenía cinco años, no los abandonó totalmente porque les mandaba para sus estudios, para su alimentación, pero yo también tenía que trabajar elaborando piñatas, cortinas de papel y con la tienda para salir adelante. Cuando se complicó más la situación económica de la familia Jorge Antonio se puso a trabajar.

Cuando iba en segundo de la preparatoria compró una motocicleta con poquito de dinero que tenía guardado que, desde que iba en la secundaria, su tía le pagaba cuando le ayudaba a lavar toda su fruta y a cerrar su puesto, la beca que le daban y con el apoyo de su papá. Era feliz.

Tuvo tres accidentes, dos muy fuertes; en una llegó sin poder respirar, tuvimos que llevarlo a urgencias para que le pusieran oxígeno; el otro, fue en carretera cuando se iba a trabajar cayó encima de un tronco de un árbol, también se le tuvo que llevar al médico, pero no se despegó de su moto. Intenté vendérsela, pero prefirió guardarla.

En estos tiempos de coronavirus no hago más que recordar. Vienen a mi mente cuando estaba cocinando ahí estaba conmigo, se ponía a picar lo que necesitaba y eso es lo que extraño. El Estado nos arrebató a nuestros seres queridos. Los señores del poder también tienen hijos, pero no se ponen a pensar el daño que nos causan, quizá porque somos campesinos, como dicen ellos, no tenemos el mismo valor. Nos duele cada día que pasa no tener noticia de nuestros hijos. Es difícil para nosotras, pero no podemos darnos por vencidos y así seguiremos hasta saber de ellos.

Jorge Antonio terminó la preparatoria. Desde antes tenía pensado ir a Ayotzinapa, pero como nació su niña, sumado, que debía recursar unas materias, dejó pasar un año. En este año trabajo para mantener a su familia. Se empleó de chofer de la ruta Tixtla-Atliaca, salía entre 3:00 y 3:30 de la mañana para iniciar su trabajo a las 4:00 en punto. Un día llegó asustado diciéndome que había visto una señora cubierta de negro. Al siguiente día empecé a ir con él en su motocicleta, antes me daba miedo, pero desde que la compró me acostumbró porque siempre que salíamos a un mandado o de compras me llevaba en su moto, así que dejé de tenerle miedo.

Me llevaba a todas partes como a las fiestas de Tixtla, el Santuario. Un día salía con su pareja, pero el mero día siempre lo apartaba para mí. Él es muy juguetón, luego íbamos en la calle y me abrazaba y me ponía en medio de él e Iván, mis hijos, es muy cariñoso. No entendemos porque nos pasó esto, son seres humanos. Es angustioso lo que vivimos, nos duele lo que sentían ellos ese día del 26. Nos angustia demasiado en cómo están, que es lo que están pensando y que es lo que están sintiendo.

En 2013 fue hacer el examen a la Normal de Ayotzinapa, pero no se quedó. Volvió en 2014 en el día de sus cumpleaños como para darse un regalo, fue un 7 de junio en el 2014. Pero algo pasó por sus pensares que a pocos días me dijo que ya no iba estudiar porque estaba trabajando. Muy complicado su trabajo, tener que irse desde la madrugada hasta la noche. Estaba en una encrucijada porque tenía que trabajar para mantener a su familia, su niña, y si estudiaba se le iba a complicar mucho más. Pasó el tiempo y como el 17 de junio le avisaron que se había quedado en el número 78, o sea, que se había quedado en la Normal, sólo tenía que hacer la semana de prueba. Se trataba de decidir, pero él seguía en mismo dilema, su trabajo o el estudio. Aquí fue cuando le dije que sólo eran cuatro años y que se pasarían muy rápido, además te podemos apoyar con la niña. Así se fue a su semana de prueba, pero pues no pensamos que estos cuatro años iban hacer de lucha y no saber nada de él. Así se fue con esa ilusión de poder hacer algo en la vida, más lo hizo por su hija porque cuando él se fue a trabajar me dijo que cuidara de su hija: “mamá si acaso no me alcanza el dinero para mi niña me apoya”.

Él muy cariñoso con su niña, de por si la quería tener porque cuando nació andaba bien contento, eso es lo que yo le veía. Así que aquí estamos sin tener noticias, no pensé que mandarlo estudiar era de lo que me iba arrepentir. Tenía un poco de temor por lo que había pasado en otros años, pero él me dijo que no iba a pasar nada. Así se fue a la Normal, pero las sombras del poder lo mantienen oculto.

Una cosa de él es que nunca quiso que se le impusieran reglas, siempre se las saltaba porque creía que eran injustas, siempre pensaba en los demás y buscaba que fueran iguales como seres humanos.

Espero que pronto pase la pandemia porque en estas cuatro paredes nada más nos embarga la tristeza, esto nos mata. Aquí lo espero sentada en la puerta o mirando desde la ventana por si se acerca correr a abrazarlo

En la espesura del dolor, en el fondo de las desigualdades, de las clases sociales, de la normalidad donde se esconden las violencias, aun con todo el poder omnímodo, la esperanza cincela la piedra de las estructuras de los poderes. Pienso en la verdad y la añoranza de la justicia, pero los gobiernos prefieren el enredo de sus arquitectónicas artimañas para defender sus mentiras, aun con nuestras lágrimas y nuestro dolor.

FUENTE: desInformemonos

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