Pensamiento crítico. Salud y capital en la crisis del coronavirus (y algunas reflexiones políticas)

Jesús Jaén / Resumen Latinoamericano / 28 de abril de 2020

“El fin inmediato de la producción (capitalista), no es la satisfacción de las necesidades (humanas), sino la valorización del Capital”, Michael Heinrich (*)

1.- Desnudos frente al corona-virus

En la mañana del día 16 de marzo me incorporaba al trabajo y mi planta (la número 8 del Hospital de La Princesa en Madrid) era toda ella de personas enfermas de corona-virus. Treinta y dos habitaciones con dobles camas se habían convertido en Planta covid-19, en lugar de pacientes de traumatología. Poco a poco, todo el hospital (como el resto de hospitales de Madrid), se transformaría en escenario de guerra en la lucha contra el SARS-Cov 2. Ni un espacio aprovechable del hospital, desde la planta -1 hasta la planta 10, quedaba exento de enfermos de coronavirus que no dejaban de llegar (y de morir) en cualquiera de los puntos del hospital.

En medio del desastre organizativo, careciendo de equipos de protección personal (EPIs), se me ocurrió el título de este apartado: “estamos desnudos frente al corona-virus”. Días después muchos de nosotros dábamos positivo de covid 19.

En un periódico digital había leído que las últimas palabras de un enfermo de covid-19 en un hospital de New York habían sido: “¿Y ahora quién paga todo esto”? Creo que no puede haber mayor tristeza en el mundo que, unos segundos antes de morir, tu pensamiento sea que no tienes con qué pagar los cuidados hospitalarios.

Llegar al final de este artículo no me ha sido fácil. A lo largo de cuarenta y dos días he visto algunos compañeros que han enfermado, familiares gravemente enfermos y amigos; incluso personas conocidas que han perdido la vida. Ha cabalgado sobre nuestras calles uno de los cuatro jinetes del apocalipsis. Y lo peor de todo es que mucha de la gente que ha muerto o ha tenido que pasar hasta un mes en una UCI, se podía haber salvado si nuestro sistema de salud no hubiera sufrido las terribles consecuencias de las políticas de recortes sociales. Estábamos desnudos frente a la pandemia. Esta experiencia no puede caer en saco roto.

2.- Desmantelamiento de lo público y errores graves de gestión

Sabemos que la salud es un negocio y estamos convencidos que no debería serlo. El capitalismo es un sistema que ha provocado esta pandemia al violar diariamente la naturaleza y las formas de vida humanas; todo lo que se produce son mercancías para el cambio. La fuerza de trabajo del ser humano, los alimentos, la vivienda, el vestido, el ocio, la educación, y por supuesto la salud, están integrados en las cadenas de valorización del capital. Se trata de un movimiento en espiral de expansión ilimitada, como diría David Harvey 1/. El objetivo decía Marx, no es la satisfacción de las necesidades del ser humano ni el respeto por nuestro entorno, sino el incremento del beneficio privado y la acumulación incesante de capital. Nuestro sector no ha sido ajeno a esta dinámica, al contrario, en los últimos veinte años las inversiones privadas se han multiplicado en la medida que ofrecían tasas de ganancia que no existían en otros sectores de economía.

Más cercano a esto, nos encontramos las dos causas inmediatas del desastre que ha supuesto la respuesta global al corona-virus. En primer lugar, las políticas previas a la crisis y, en segundo término, los errores de gestión del gobierno central. Respecto a la primera hay que hacerse cargo que el llamado proyecto neoliberal trataba de aumentar los beneficios privados socavando el gasto público y los costos inmensos de la sanidad pública que, por ejemplo en Madrid, ocupan aproximadamente el 60% del presupuesto. Si le restamos personal a los servicios de salud, camas y recursos propios, ahorramos en inversiones sociales; transferimos una parte de estos recursos a las empresas privadas y externalizamos servicios y hospitales públicos bajo la ideología de que dan pérdidas… el resultado de todo ello es de sobra conocido: la catástrofe del covid-19.

Pero también hemos padecido una segunda crisis que ha sido la gestión del gobierno del PSOE y del que forma parte Unidas Podemos. Nos referimos tanto a la falta de previsión de una pandemia que, según los expertos, venía a toda velocidad tras las experiencias de Wuhan, Corea del Sur, Irán e Italia. Los errores en las compras de materiales como mascarillas, respiradores o test han agregado confusión y han permitido que las derechas (PP y VOX) aprovechen los fallos haciendo demagógicas campañas de tipo populista. Es verdad que no se podía evitar la entrada del virus, pero no es menos cierto que se podían haber puesto más medios de contención. El impacto hubiera sido menor en la población, entre los profesionales de la salud, y fundamentalmente en las residencias de ancianos que han resultado ser los más afectados.

Uno de los mitos que se ha desmoronado con esta crisis es que tenemos la mejor sanidad del mundo; no es cierto y la prueba es la comparación con otros países como Alemania, Corea del Sur o China. Nosotros veníamos insistiendo que los recursos públicos eran finitos. Lamentablemente, los datos de contagios y muertes por habitante nos han dado la razón (los más altos del mundo junto con Bélgica), así como el porcentaje más alto de profesionales sanitarios infectados (20%).

3.- Dos modelos y dos proyectos: tecnológico-capitalista vs modelo humano y ecológico

Si el problema de fondo es el capitalismo, eso se manifiesta crudamente en las políticas sanitarias. El proyecto neoliberal que en los últimos años se ha reforzado consiste en utilizar el sector de la salud como una de las fuentes de ingresos más importantes, niveladora al alza de la tasa general de ganancia y emprendedora de grandes inversiones financieras que solo están al alcance de multinacionales del sector o fondos de inversión. Tal es el caso de las farmacéuticas, los laboratorios, la industria tecnológica, etc. Si echamos un vistazo a las empresas que cotizan en bolsa veremos que, en los días de la mayor tragedia humana vinculada a la salud, estas han subido como la espuma. Niveles que van desde el 150% hasta el 3000% cuando se anuncian tratamientos y futuras vacunas contra el Covid. Para estas empresas los desastres nuestros son sus beneficios.

Pero, lejos de cualquier autocrítica empresarial, los nuevos proyectos van dirigidos a un apuntalamiento del poder de las grandes multinacionales y fondos de inversión. Por lo tanto, se seguirán socavando los recursos humanos y materiales de los sistemas públicos de salud. Los Estados, en lugar de poner freno a esta situación, actuarán como lubricantes de estas grandes inversiones favoreciendo mediante la legislación, subvenciones o regalando infraestructuras para hacer más atractivas las inversiones de capitales privados. Los ejemplos en Madrid de hospitales con conciertos públicos y privados como la Fundación Jiménez Díaz, el Hospital Rey Juan Carlos, Hospital de Villalba o Valdemoro, chupan de los presupuestos porcentajes cercanos al 20%. A eso hay que sumarle el papel de la industria farmacéutica y los laboratorios cuyos proyectos van todavía más allá de la atención directa para colocarse en la primera línea de las nuevas tecnologías cuyas inversiones solo están a la alcance de unos pocos.

El otro modelo posible es el que venimos defendiendo desde las concepciones que tenemos un compromiso con lo público y consiste en desarrollar un proyecto de ruptura radical del concepto de salud con los mecanismos de la ley del valor-trabajo que actúa en la sociedad capitalista 2/. La salud es un valor de uso que no puede estar sujeta a los impulsos de la rentabilidad del capital. Por lo tanto, se trata de una inversión (a fondo perdido) destinada al cuidado de las personas, a mejorar la calidad de vida de la gente y al disfrute de la vida misma. Es una parte más, muy importante, de realización del ser humano y por lo tanto la ruptura con el fetichismo de la mercancía, como diría Karl Marx.

No rechazamos las tecnologías ni mucho menos la inversión en las nuevas investigaciones, lo que sí rechazamos son los usos que se hacen de ellas, y sobre todo el usufructo de su propiedad como por ejemplo las patentes de las que sacan tan buenos réditos algunas multinacionales. El ejemplo de los tratamientos para combatir la hepatitis C son muy ilustrativos.

Eso se ha visto claramente en la crisis del coronavirus. Al final, los que tienen que estar en la primera línea de fuego y salvar las vidas son los profesionales de la salud. Precisamente han sido los profesionales de Atención Primaria (los peor tratados por el PP, ya que es un sector de baja rentabilidad comparada con la atención hospitalaria), los que más víctimas han sumado en esta crisis. También las residencias de ancianos que han padecido esta plaga desprovistas de las mínimas coberturas socio-sanitarias.

La pregunta que debemos hacernos es si queremos que este deterioro de la sanidad y de los cuidados continúe, o incluso se profundice a partir de lo sucedido estos meses, o por el contrario, podemos aprovechar el impacto positivo que ha tenido en la sociedad la sanidad pública con el personal sanitario al frente, para exigir un cambio estratégico de las políticas sobre la salud a los distintos gobiernos.

La apuesta por un cambio estratégico de políticas debe ir acompañada de procesos de movilización social y de organización por parte de los usuarios del sistema público de salud y de los propios trabajadores del sector. Un cambio tan profundo como el que es necesario no se alcanza únicamente acudiendo a votar; es necesaria una nueva Marea Blanca. En esta ocasión no sería alrededor de un planteamiento exclusivamente defensivo como en el año 2012, sino de la necesidad de dotar al sistema sanitario de los suficientes recursos financieros, materiales o humanos.

Desde el MATS vamos a proponer a la sociedad un debate público sobre aquellos puntos que consideramos imprescindibles: la inversión necesaria por parte del Estado y de los gobiernos autonómicos; medidas preventivas para evitar el descalabro del coronavirus sobre la población y los profesionales de la salud; creación de una industria propia y pública de medicamentos, material sanitario y nuevas tecnologías; aumento de ratios de los profesionales por pacientes y de las camas hospitalarias; aumentar cualitativamente los gastos en atención primaria; acabar con las transferencias de dinero público a las empresas privadas y revertir las externalizaciones que se hicieron en los años pasados; planificar un modelo socio-sanitario para las residencias de ancianos impidiendo el negocio fraudulento de las empresas privadas; incorporar una política de cuidados y servicios sociales al sistema público de salud, etcétera.

4.- De la crisis sanitaria a la crisis global

La secuencia de la crisis es de sobra conocida: de la crisis sanitaria en Wuhan se salta a una crisis en Europa, Estados Unidos y el resto del mundo. Al mismo tiempo, la pandemia se transforma en dos semanas en una grave recesión económica a nivel mundial cuyas cifras están todavía por descubrir. Solo en China, la caída del PIB desde el comienzo de esta pandemia es cercana al 7%. Los cálculos que se proyectan sobre las economías europeas van desde el 10 al 15% de contracción del PIB dependiendo de si hablamos de Italia y España o del norte de Europa. Estados Unidos ya se ha convertido en el centro de la pandemia con efectos devastadores tanto a nivel de población como de la economía. Las cifras de personas en paro, familias que padecen hambre y guardan cola frente a las Iglesias o servicios sociales, ya son una fotografía fija en Madrid, New York y los países latinoamericanos.

En torno a las perspectivas se ha abierto un intenso debate sobre lo que podría suceder y sobre el impacto que esa situación va a tener en la sociedad del siglo XXI. Unas consecuencias que no se limitan a los efectos sanitarios, económicos o sociales; sino también culturales y políticos.

La crisis del Covid es un acontecimiento histórico que marcará las conciencias de las gentes y seguramente habrá un antes y un después. El impacto de una sociedad mundial confinada en sus casas en un hecho completamente nuevo en nuestra historia, como lo pudieron ser en su momento el desencadenamiento de las dos guerras mundiales, la caída del Muro de Berlín o el 11 de septiembre. No sabemos el número de víctimas por el coronavirus pero está fuera de toda duda su impacto económico y psicológico.

En mi opinión, toda la sociedad, incluidos los poderes económicos, los Estados y las poblaciones; se han enfrentado por primera vez y al mismo tiempo, con un enemigo nuevo que no es la caída general de la tasa de ganancia, la sobreproducción de mercancías; las guerras comerciales y militares; o las revueltas sociales que hacía poco tiempo ocupaban las calles de Hong Kong, Santiago de Chile o Medio Oriente. Un enemigo nuevo e invisible que ataca, de forma desigual pero sin discriminar a nadie, a los 7.500 millones de seres humanos. Si desde hace ya mucho tiempo veníamos diciendo que el peor enemigo del capitalismo es el propio capitalismo, hoy, podemos decir, que el capitalismo ha encontrado un adversario a su altura, pero con la particularidad de que no ha venido para salvarnos, sino para matarnos de otra forma.

5.- ¿Qué mundo después del SARS-CoV 2?

Los debates que nos ocupan estos días abordan ángulos muy distintos, desde la antropología, la historia, la economía, la ecología o la política, y por supuesto los determinantes sociales de la salud. Creo que en estos debates se mezclan a veces disyuntivas históricas y civilizatorias con análisis de coyuntura política o económica.

Un ejemplo son las teorías del colapso sistémico que he podido leer en autores muy variados, desde el científico chino Ai Waiwei 3/ que decía “El capitalismo ha llegado a su fin”; o el arqueólogo Eduald Carbonell 4/ que afirmaba “La covid-19 es el último aviso y sin conciencia crítica de especie, a la próxima, la humanidad colapsará”. Es evidente que en estas afirmaciones y otras se están mezclando dos niveles temporales muy distintos: una hipótesis histórica sobre el destino de un sistema económico que está destruyendo el medio ambiente y atenta a la salud del ser humano; y , las perspectivas económicas o políticas concretas que tienen que ver con parámetros distintos.

Nadie puede en estos momentos asegurar cuál será el impacto final del corona-virus y cómo afectará al conjunto de relaciones políticas, económicas o culturales. Es posible que tenga un impacto profundo de manera inmediata pero que se vaya atenuando en la medida que se consigan tratamientos y vacunas.

Tenemos varias certezas como la caída del PIB mundial, el aumento descomunal del desempleo y de las desigualdades, la escalada de medidas autoritarias por parte de los Estados, la disputa por una hegemonía mundial para el siglo XXI entre China y Estados Unidos, la falta de acuerdos internacionales sobre la emisión de gases contaminantes, la aceleración de la próxima revolución tecnológica para prevenir este tipo de pandemias, etc. Pero desconocemos por completo cómo todos estos factores se van a combinar entre sí y en qué proporciones. Otra de las certezas que empezamos a tener es que los paquetes financieros puestos en circulación por Estados Unidos y Europa (los mayores de la historia) son ayudas fiscales para las empresas y para los más ricos.

Algunos economistas hablan de una crisis en V a diferencia de lo ocurrido en otras crisis importantes como las de 1929, 1973 o 2007. Esta apreciación está basada en que el sector financiero está mucho mejor que hace trece años. De ahí deducen que igual que la caída ha sido en picado, también lo será la recuperación.

Nada de lo que vamos leyendo en estos días apunta a una refundación del capitalismo sobre la base de un fortalecimiento del sector público. Al contrario de lo que titula el suplemento económico de El País (5) “El Estado gana peso económico”, todo apunta a un papel del Estado como empresario global y no un escudo de los derechos sociales como pudo ser en la época del Welfare State. Si alguien está pensando en una mayor regulación a los mercados financieros, sistemas fiscales más igualitarios, o un reparto más justo de la riqueza, debería quitárselo de la cabeza. El factor esencial es que la correlación de fuerzas entre las clases dominantes a nivel mundial y las clases trabajadoras está desnivelada a favor de los primeros.

Hoy en día, no hay oposición política coherente al modelo capitalista actual. Como dice el economista Rolando Astarita (6): “Hoy se admite una intervención estatal amiga de los mercados, pero nadie considera estatizar los servicios públicos, orientar la inversión o nacionalizar el crédito”. Aunque todavía no se conocen al detalle los planes económicos de reconstrucción, se habla de que la mayor cantidad del dinero que los Bancos centrales pondrán en circulación no va a ir dirigida a salvar las economías familiares, sino a las empresas. Esto ya es una evidencia en países como Estados Unidos, donde Trump destinará el 82% de los dos billones y medio de dólares a rebajas fiscales de los ricos, de las grandes empresas o de las clases medias. Falta por conocer al detalle lo que ocurrirá en el conjunto de la UE y en España donde la crisis puede tener dimensiones superiores.

También hay motivos para la esperanza. La crisis del coronavirus ha golpeado las conciencias de millones de seres humanos que han percibido que el capitalismo también es vulnerable y que no es capaz de dar un solo paso cuando la fuerza humana del trabajo se para en seco. Ninguna revolución tecnológica (el sueño de la inteligencia artificial que prescinda del trabajo vivo) puede superar esta contradicción insalvable. En esto como en algunas cosas más, la economía marxista demostró que tenía razón frente a las doctrinas de la economía clásica, o las distopías reaccionarias que circulan por el mundo a través del cine y la televisión.

Otro hecho importante es el nacimiento de la conciencia del confinamiento universal; es decir, un microorganismo ha amenazado al conjunto de la especie humana y nos hace pensar que no somos tan distintos del resto de los seres vivos y que formamos parte de los ecosistemas del planeta. Creo que esta pandemia será un revulsivo para los movimientos ecologistas y los defensores del medio ambiente. El tiempo dirá.

En términos políticos mucho más concretos, también veo un aspecto muy positivo. El derecho a una salud integral, la defensa de una sanidad pública y universal, el prestigio logrado por miles de trabajadores de la salud; nos ayudará a ser más fuertes y a tomar conciencia de los graves peligros que afrontamos. Ahora ha sido el SARS COV 2, pero no será el último.

Jesús Jaénes miembro del Movimiento Asambleario de Trabajadores/as de la Sanidad (MATS)

(*) Michael Heinrich, Crítica de la Economía Política: una introducción a ‘El Capital’ de Marx, Guillermo Escolar, Madrid, 2008.

1/ David Harvey, Marx, el capital y la locura de la razón económica, Akal, Madrid, 2019.

2/ Karl Marx, El Capital, libro I, Siglo XXI.

3/ Entrevista en El País, 4/04/2020.

4/ Entrevista con Eudald Carbonell, Público, 12/04/2020.

5/ El País,suplemento de economía, 26/04/2020.

6/ Rolando Astarita, Keynes, los poskeynesianos, y keynesianos neoclásicos, Editorial Nacional de Quilmes, Bernal, 2018.

Viento Sur*

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