Pensamiento Crítico. De la derrota del paradigma revolucionario a la crisis del paradigma democrático

Marcelo Langieri*, Resumen Latinoamericano, 28 de Marzo de 2020.-

Resulta un lugar común señalar que el derrocamiento de Perón en 1955 fue uno de los  puntos de partida de un ciclo de movilizaciones que dominó la escena política argentina de la época y que tuvo en los años años sesenta y setenta sus expresiones más desarrolladas. Sin duda a ello debe agregarse un contexto internacional signado por las luchas de liberación nacional en el proceso de descolonización posterior a la finalización de la segunda guerra mundial, las luchas por los derechos civiles en EEUU, las movilizaciones estudiantiles en Europa y América, la estela de la revolución china, Vietnam y de manera especial  la revolución cubana que fue la gran inspiradora de los procesos revolucionarios latinoamericanos.

La política de proscripción y persecución, que cayó de manera especial sobre el peronismo a partir del golpe del ’55, provocó una profunda deslegitimación del sistema de dominación; situación que comprometió la gobernabilidad a la vez que posibilitó la revitalización del peronismo en el marco de la emergencia de un amplio y heterogéneo movimiento contestatario de carácter social, político y cultural que se constituiría en un fenómeno central de la vida política nacional.

Dentro de las características fundamentales de este proceso contestatario se encuentra la revalorización del peronismo y el desencanto frente a las políticas reformistas y conciliadoras tanto en la izquierda tradicional, como en los sectores del nacionalismo, del cristianismo y de la izquierda combativa. La mayoría de estos actores comienza a replantearse la caracterización del peronismo, a visualizar potencialidades revolucionarias en su seno y a poner a la revolución y el socialismo dentro de sus objetivos estratégicos.

Este fenómeno tuvo su expresión más acabada dentro del peronismo combativo y revolucionario, sectores que llevaron adelante un proceso de radicalización y actualización de las banderas antiimperialistas y de justicia social. Como dos caras de la misma moneda se da el fenómeno de radicalización del peronismo y de peronización de amplios sectores de la izquierda. De allí surge, como un elemento novedoso, la articulación de socialismo y peronismo como un elemento central de la política revolucionaria. La discusión sobre el peronismo, la lucha armada y la revolución se constituian entonces como los ejes discursivos de una nueva izquierda cuya problemática central era la toma del poder. 

La ruptura con las tradiciones reformistas de la izquierda tradicional y el peronismo clásico, expresado principalmente en el componente sindical de masas, daban forma a una tendencia revolucionaria dentro y fuera del peronismo. Dentro del peronismo la conducción de Perón se elastizaba, a instancias del propio General, mediante una política de autonomía táctica, con un grado de tensión que se irá dosificando de acuerdo a las necesidades de cada parte pero que no invalidará los objetivos estratégicos formulados acerca del socialismo y la revolución ni la construcción de organizaciones político militares.

En el caso de Montoneros las contradicciones con la conducción de Perón se subordinaron en función del enemigo común y del respeto a los sentimientos de las masas hacia la figura de Perón y de la propia reivindicación de su retorno, que fue una de las banderas políticas más importantes que se levantaron. De esa forma Montoneros se transformó en el centro de la tendencia revolucionaria del peronismo en la lucha antidictatorial y por el regreso de Perón con banderas transformadoras de la sociedad y del peronismo.

El retorno de Perón no hizo más que profundizar las diferencias existentes y el enfrentamiento, embozado o abierto, según la ocasión, implicó una división del movimiento peronista que se tradujo en una división del campo popular. La muerte de Perón iba a agravar las cosas profundizando el enfrentamiento entre la Tendencia y el peronismo tradicional que se había encolumnado mayoritariamente contra ésta.

Una vez producido el golpe del ’76 la derrota de la experiencia revolucionaria sobrevolaba el firmamento del campo popular, más allá de las distintas formas de resistencia que se llevaron adelante a lo largo de todo el proceso militar. Resistencia que conllevó un altísimo costo pero que también significó un obstáculo para el proyecto cívico militar de disciplinamiento social. La derrota no solo era una certeza en amplios sectores de la militancia, y muy especialmente en los ámbitos intelectuales que habían emigrado al exilio, sino que significaba la renuncia a la formulación de un proyecto revolucionario abjurando de todo aquello que tuviera que ver con aquel proceso; especialmente con la satanización de las organizaciones armadas a través de una versión temprana de la teoría de los dos demonios.

El punto de partida de la asunción de la derrota se fundaba en la certeza de que ésta se había producido primero en el plano político y luego en el militar siendo el militarismo el eje principal de las críticas.

Estas observaciones forman parte de un movimiento de resignificación de la democracia sostenido centralmente por la intelectualidad de izquierda en el exilio. Intelectualidad otrora inspiradora, en no pocos casos de la lucha revolucionaria, específicamente de la lucha armada que se había llevado adelante a partir del Che. Esta resignificación de la democracia tuvo fuertes proyecciones en la etapa de transición que se abriría en 1983.

 El eje central de los cuestionamientos pasó por el tema de la violencia. El otro eje fue el reconomiento de la derrota como fenómeno central de la política en una versión que echaba por tierra con la rica experiencia de lucha llevada adelante. Así, fue común  la negación de los objetivos planteados, el socialismo y la revolución, y la formulación de un nuevo paradigma centrado en la recuperación de la democracia. Se trataba de una revalorización de la democracia despojándola de sus connotaciones históricas antipopulares. Así, a la lucha contra la dictadura, que dominaba la escena política, se le opuso la recuperación de la democracia como paradigma. Era una democracia vitalizada que prometía que se comería, se educaría y curaría. La consigna, que fue tan movilizadora como frustrante, sintetizaba los objetivos moderados y progresivos del proyecto en marcha. Eran a la vez una forma de desarticulación de banderas más radicalizadas en el seno del activo político y del mundo de la intelectualidad comprometida. El resultado fue la desaparición del  socialismo como objetivo estratégico y de la política de articulación del peronismo y el socialismo como expresión concreta y particular de la relación entre vanguardia y masas en la apuesta de transformación del peronismo desde adentro. 

El fracaso de la apuesta de radicalización del peronismo, que había sido acompañada por amplios sectores de vanguardia y de masas, derrota mediante, significaba la consolidación de proyectos con las patas afuera de las fuentes y dentro del sistema. 

Sería una ceguera no distinguir experiencias en este proceso, de manera especial con el kirchnerismo que tuvo una fuerte impronta militante, politizadora, de recuperación de la memoria y valores populares, a pesar de sus limitaciones estructurales. 

Asistimos, a partir de la interpretación de la derrota setentista y de su caracterización por parte de la intelectualidad progresista, inspiradora de la teoría de los dos demonios, a la crisis del paradigma revolucionario, que fuera desarrollado por distintas corrientes políticas e ideológicas, pero que tuvo en el peronismo revolucionario a su actor principal. Esta configuración del campo revolucionario había sido superadora del paradigma reformista de la izquierda tradicional (Partidos comunista y socialista), del peronismo participacionista y de la burocracia sindical. 

El cuestionamiento, inclusive moral, de la violencia como respuesta a la violecia del régimen es otro punto fundamental del replanteo democratista. En realidad el formato del cuestionamento pasó por la crítica al foquismo -categoría explicativa muy limitada dada las características de la experiencia guerrillera argentina- y a la lucha armada como estrategia.

En realidad lo que se ponía en discusión era el lugar ocupado por la organización -el partido en formato clásico- como vanguardia “poseedora” de la verdad independientemente de los movimientros reales de la clase obrera, sujeto histórico reconocido por las organizaciones revolucionarias que adherían al paradigma socialista.

Dentro de la tendencia revolucionaria del peronismo, como corriente, hubo un sector alternativista que asumiendo la identidad peronista se autonomizó abiertamente de la conducción de Perón. Un punto álgido de la relación fue el cuestionamiento a la salida electoral en 1973. En el caso de Montoneros esa tensión se resolvió de distintas formas en las distintas etapas de su desarrollo. 

El gran salto político de Montoneros tuvo dos momentos centrales: el primero fue el Aramburazo, como acto fundacional que lo instalaba en el centro de la escena política realizando una histórica reivindicación del pueblo peronista y, lo que tiene una gran importancia, demostrando la vulnerabilidad del régimen perforando el blindaje político del gobierno. El hecho fue de tal magnitud que significó que las Fuerzas Armadas, a través de su comandante en jefe, declararan que entraban en operaciones después de 100 años. 

El otro hecho político que le imprimió un salto cualitativo a Montoneros fue su participación en la campaña del “Luche y Vuelve” y en la campaña electoral de las elecciones convocadas por la dictadura militar en marzo de 1973. Este proceso desembocaría en el triunfo popular del Frejuli y tendría a la tendencia revolucionaria, en especial a Montoneros y las organizaciones de masas que formaban parte de su espacio político, como un actor principal. 

El alternativismo en esa coyuntura pierde peso político. Los desafíos más palpables pasaban por gestar una corriente dentro del peronismo en la cual los trabajadores pudieran convertirse en sujeto de una transformación social profunda para superar las características verticalistas y pragmáticas propias del peronismo así como la organización puramente sindical de los trabajadores. Alguna de estas cuestiones son originarias del peronismo revolucionario y son heredadas del padre del peronismo revolucionario, John Williams Cooke, quien pensaba que los sindicatos podían jugar un papel revolucionario, pero que en sí mismos no eran órganos revolucionarios. O sea, que era necesaria la construcción de la organización revolucionaria. 

Este momento histórico no está excento de prácticas reformistas dentro del movimiento peronista. Prácticas que pierden peso durante la dictadura de Onganía y Lanusse,  por la necesidad de respuestas más contundentes y radicalizadas. Sin embargo, sus cuadros políticos no perdieron anclaje en el peronismo y recobraron fuerza cuando se da la disputa de la tendencia revolucionaria con Perón.

En las discusiones posteriores al ‘83 se planteaba la necesidad de ligar a la democracia con la transformación social y que para ello era necesrio reivindicar a los trabajadores como sujetos del cambio. Pero la posición política mayoritaria ubicaba a la democracia como un descubrimiento sin hacer ninguna distinción entre la democracia sustantiva o participativa y la democracia formal.

La percepción histórica de la democracia estuvo signada durante mucho tiempo por las proscripciones y persecuciones que se llevaron adelante en su nombre. Para las generaciones protagonistas de los años ’50, ’60 y ‘70 su mención estaba asociada a la Unión Democrática, al golpe del ’55, a la elección de Frondizi con votos prestados con el peronismo proscripto, la anularon de las elecciones en la Provincia de Buenos Aires, el triunfo de Illía con el 25% de los votos y nuevamente la proscripción del peronismo, los recurrentes planteos militares a los gobiernos civiles débiles. Estos son los casos mas resonantes de una democracia deslegitimada que, además, hizo suyos los proyectos económicos y sociales de las clases dominantes o fueron derrocados.

Es la derrota de la dictadura y no la de la revolución la que da lugar a la salida democrática. Y esa derrota es fruto del agotamiento económico y social del proyecto neo-oligárquico cívico-militar encaramado en el poder a partir del golpe de 1976 pero que tuvo sus antecedentes en el lopezreguismo y la Triple A. 

La dictadura, para frustrar al alza de masas generado en el proceso que va desde el derrocamiento del peronismo hasta la victoria de 1973, rompe con su propia moral para llevar adelante un plan de exterminio y disciplinamiento social sin límite alguno.  El terrorismo de estado, la tortura, la desaparición y la conculcación de los derechos individudales y colectivos fue el pan de cada día del Proceso. Y su objetivo fue desarrollar un plan de concentración económica, desvastador para la economía nacional, de pauperización social y con un endeudamiento que dejó una herencia funesta a la sociedad argentina. 

La derrota del proyecto revolucionario frustró la apuesta de transformación y superación del peronismo alentada por su composición obrera y la tradición de lucha anticapitalista que contenía. Ello, más allá de la conciencia existente acerca de la necesidad de producir un salto ideológico y organizativo que debía madurar. Si en la coyuntura señalada se había discutido la cuestión del socialismo en relación con el tema de la revolución, después de la derrota de la política revolucionaria y de la guerra de Malvinas la construcción de un polo opositor y de resistencia a la dictadura pasó a ser pensada en relación con la democracia y la recuperación de los derechos humanos. Ello es así para los partidos reformistas del sistema, especialmente para el radicalismo que interpretó con mayor claridad la situación y que contó con mejores condiciones para expresar las necesidades populares propias del agotamiento político de la dictadura. Dentro del peronismo se dará un proceso de “radicalización”, que en este caso hace eje en la moderación política, a través de la Renovación aportando a la constitución de una nueva clase política.

La crítica a los proyectos revolucionarios frustrados y al socialismo real, que culminaría en la caída del Muro, eran una parte fundamental de la revalorización de la democracia política.

La apuesta de los sectores progresistas del peronismo y de la izquierda reformista -en muchos casos portaestandartes de la crítica a los sectores revolucionarios que, no sin errores y con un altísimo costo, sostuvieron una parte sustantiva de la resistencia a la dictadura- fue borrar de la historia la experiencia revolucionaria y reducirla al militarismo. Se soslayó además que la resistencia contribuyó a agotar la dictadura en un plazo inconmensurablemente inferior al de otras experiencias dictatoriales del período en países vecinos, con el ahorro de los costos sociales consiguientes. 

La realidad histórica ha demostrado el fracaso del intento de pasar del peronismo al socialismo. Pero también ha demostrado que cuarenta años después de la recuperación democrática, sin ninguna alteración de su ciclo, también se ha frustrado el potente mandato inicial acerca que con democracia se educaba, se comía y se curaba. No es necesario recordar las actuales cifras de pobreza e indigencia, la desocupación, las condiciones de trabajo existentes y la situación miserable de existencia de millones de personas que habitan este suelo, para invitar a una reflexión sobre el fracaso estrepitoso de la democracia real para resolver los problemas básicos de nuestro país. 

Brilla por su ausencia una explicación de las razones de tales circunstancias desligando a la democracia del fracaso del capitalismo para desarrollar sociedades justas e igualitarias. 

A propósito de la Revolución del Parque en 1890, el colega Rovelli nos recuerda en esta misma edición de Grandes Alamedas la frase del senador roquista Manuel Pizarro sobre aquellos hechos: “La revolución ha sido derrotada, pero el gobierno está muerto.” Parafraseando a Pizarro se puede decir que el proceso revolucionario de los setenta fue derrotado pero que la derrota tuvo como consecuencia el hundimiento en la ciénaga de la historia del esquema político fundado en la utilización de las fuerzas armadas como instrumento de los intereses de las clases dominantes. La mayor concesión de aquella etapa histórica fue dejar impunes a los mentores y beneficiarios de aquel proceso. Quizás ésta sea una de las explicaciones del porque de las limitaciones insalvables de esta democracia para resolver los problemas básicos de nuestra sociedad.

Cuarenta años después, con los avances en las libertades democráticas y la recuperación y ampliación de derechos, que son una conquista popular irrenunciable, la deuda social no solo sigue impaga, sino que se ha profundizado. Si bien es cierto que estamos todos en el mismo barco bueno es recordar no es lo mismo viajar en primera clase que en la cubierta del mismo. Esta desigualdad flagrante choca con las expectativas igualitarias históricas y nos recuerda que los pueblos agotan su paciencia.

*Fuente: Grandes Alamedas N° 9.

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