Argentina. Luis Vasquez. El fervor que re inventó un lugar


Por Gabriel Fernández *, Resumen Latinoamericano, 18 febrero 2020

Un cierre de época. Lo veníamos esquivando, haciéndonos los otarios. Las anécdotas con Rémingtons y Olivettis, que derivaban en esas Mac Intosh que con celeridad llegaron a ser estas PC planas promedio, nos hicieron el tránsito más llevadero. Pero como todo lo que pretende frenar el tiempo, engañoso.

Hay caminos que son inhóspitos y placenteros. A la vez. En este caso vale consignar: el recorrido es importante. Cuando el viento frío pega duro la espalda se resiente y la del compañero quedó doblegada. La última vez que lo vi, por Avenida Paseo Colón, se percibía claramente. Tal vez lo ofendí, porque en nuestro código de tantos años, correspondía una buena cargada, y no la hice.

Podría haberle dicho “qué hacés Luis, ¿buscando al pincha en el fondo de la tabla?” o algo así. Hubiera replicado con filo, realzando alguna de las tantas derrotas triperas. Pero no lo hice, quizás al sentir que la complicación era seria. Fue la única vez que, entre discusión y discusión, no nos cagamos de risa.

Pues el clima era así y Daniel Perez, protagonista central del mismo, lo agitaba hasta el delirio: mezcla de chistes fuertes y agresiones verbales, de críticas impiadosas a colegas gorilas e ironías de actualidad. En el bar de Avenida de Mayo al 600, tras algunos programas, he llegado a llorar de risa. Sin parar, escuchando las cosas que ambos tenían para narrar.

Luis fue un puente asombroso: re inventó un lugar que parecía terminado. Si en La Voz había tomado el gusto al periodismo, en Gremiales se situó en el lugar que no abandonaría jamás. Cuando nadie pensaba en la televisión, porque todos (no me jodan, todos) suponíamos que era un lugar para animadores y presentadores de noticias, él generó Frente a Frente. Llevó el periodismo político sindical, nada menos, a la pantalla chica.

Durante largos períodos su programa resultó el único lugar en el cual el movimiento obrero podía decir lo que pensaba sin hostigamientos ni zancadillas.

Luis tenía un carácter virulento, salvo con los amigos cercanos. Con varios de ellos hemos visto, para nuestro azoramiento, piñas originadas en una disputa por el uso del teléfono en la redacción –el omnipresente celular de hoy sólo estaba en las cabezas de Tesla y Ray Bradbury-, un cross histórico al embajador de El Salvador que lo sentó sin diplomacia en su gran vehículo, insultos con los mozos y hasta cruces salvajes con los productores en pleno estudio.

Y diálogos como este. Bien tarde, hora de cierre (hora de cierre con el taller puteando, valga la precisión). Luis en General Pacheco y quien esto escribe, editando. El cronista consiguió un teléfono en mil kilómetros a la redonda para cumplir su misión de informar sobre el conflicto de los obreros de Ford Motors. -¿Gabriel? -¡Luis! ¡Pasame la información! –Che, escuchame. –Dale Luis que estamos para cerrar. -¡Gabriel! -¡Qué! – ¡Tengo hambre y tengo frío!

Lo cual no evitó que, efectivamente, transmitiera adecuadamente la noticia.

Descendiente de una familia histórica de la Resistencia Peronista, con extensión hacia el presente a través de figuras inteligentes, enérgicas y dignas como su hija Laura Vasquez y su sobrina Fernanda Larrea, Luis no quebró jamás su visión peronista revolucionaria del mundo. Con una persistencia inusual, atravesó el menemismo sin ofrecer un flanco y, al mismo tiempo, sin volcarse hacia una radicalidad de izquierda a la cual sentía ajena.

Cercano a Saúl Ubaldini y la mítica CGT Brasil –el clásico Quiroga esperaba su llegada para arrancar las conferencias de prensa-, difusor de las firmes perspectivas de Germán Abdala -de quien fue amigo leal-; respetuoso de Juan Carlos Schmid y Víctor De Gennaro, entre tantos sindicalistas con perfiles variados y coherencias recomendables.

El problema es que eramos amigos, y se murió. Yo lo quería. Sé que era recíproco. La secuencia de mensajes que protagonizamos anoche con Daniel no será escuchada por nadie; un compendio de anécdotas y risas y llantos desplegados sin prisa, mientras la lluvia caía sobre Buenos Aires y el vino ingresaba lentamente al organismo.

Los recuerdos compartidos con Vívian Elem, Guillermo Adolfo Fernández, Jose Pommares, Vicente Zito Lema, Carlos Aznarez, y tantos otros periodistas que tuvieron el gusto y el disgusto de amar y renegar a Luis. A quien se apodaba El Hermanito, porque él iniciaba sus diálogos así: -Qué hacés Hermanito, como andás…

Para este gremio sin corazón, Luis marca una franja. Apasionada, sin dudas. Y nos dice mientras se aleja: -Señores, esto se ha terminado. Todo un período, ha concluido. La puta madre, con lo que me gustaba.

Por estas horas, está descubriendo algo que ignoramos y nos preguntamos siempre: ¿Qué hace un periodista cuando muere?

Si Alguien toma esas decisiones estratégicas, quizás sirva que se le avise: a Luis Vasquez no le calzan bien angelitos con trompetas y ambientes embolantes. Preparen un buen lugar en el cual sea posible discutir con fervor. Lo merece. Aunque previamente, dada la vida que ha llevado, garantícenle un buen descanso, para reponer energías. Gracias.

Y Gracias a vos, querido Luis.

• Director La Señal Medios.

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