Argentina. Cuatro décadas después del asesinato de Juan Martín Jáuregui, del FR17, inician juicio tratando de lograr castigar a los culpables / Sospechosa pericia de la Gendarmería

Video de este viernes ee La Plata (habla el abogado Eduardo Soares)

Resumen Latinoamericano, 14 diciembre 2019

Juan Martín Jáuregui, dirigente del MR17-FR17, fue asesinado durante un impresionante operativo llevado a cabo en su casa del barrio El Retiro, partido de La Plata, por las bandas fascistas integradas por la Policía de la provincia de Buenos Aires, las patotas sindicales que formaban la tristemente célebre Triple A y el Ejército, los días 17, 18 y 19 de octubre de 1975 (1).
Combatió y resistió alrededor de 36 horas hasta que el oficial al mando (el jefe del Regimiento 7) dio la orden de volar con un mortero y dinamitar la vivienda. Su cuerpo fue encontrado entre los escombros de lo que había sido la cocina, debajo de una mesa, empuñando firme una escopeta.

Su vida
Juan Martín Jáuregui había nacido el 5 de octubre de 1932 en un humilde hogar de jornaleros rurales, en Ranchos, partido de General Paz, provincia de Buenos Aires. Su padre, Martiniano Máximo Jáuregui (ver “Martiniano”), se dedicaba a las tareas del campo, sobre todo la cosecha. En las épocas en que ésta terminaba, el sustento familiar provenía de la pesca en las lagunas y ríos de los alrededores, y de su venta. Ésta proporcionaba una magra entrada que nunca alcanzaba para alimentar y sostener a la familia, que estaba compuesta por el matrimonio y tres hijos varones: Máximo Luján, Juan Martín y Osvaldo Raúl.

Desde pequeño estuvo sujeto al trabajo duro. Al principio, vendía diarios mientras concurría a la escuela primaria, a la que sólo pudo acceder hasta segundo grado, sin poder completarlo, ya que debió comenzar a trabajar para contribuir al sostenimiento de su hogar.
Después realizó tareas rurales, durante los crueles inviernos y el fuerte sol de los pesados veranos, como el alambrando de campos y la cosecha de maíz. En este ambiente se nutrió de la honda solidaridad de la gente humilde y sencilla.

En el seno de la vida familiar sufrió no sólo la separación de sus padres, sino también la de sus hermanos. Su madre abandonó el hogar luego de que su padre fue detenido (por diez años). A partir de allí, su hermano mayor quedó a cargo de otra familia, y él y su hermano menor fueron criados por sus tíos. (La familia conserva un diario íntimo donde cuenta lo cruel que fue para él este período de su vida y la inmensa indignación que, ya mayor, el recuerdo le producía).

Más adelante, pudo volver a reunirse con su padre, ante la imperativa búsqueda de éste. El cual había formado una nueva pareja con la señora Ramona Giúdice. Así levantó un nuevo hogar para sus hijos Juan y Osvaldo en la ciudad de La Plata.

A los quince años ingresó a trabajar en la Dirección de Hidráulica de la provincia de Buenos Aires, y luego siguió en la Dirección de Vialidad.

A los 23 años se casó con Lucía Alvarez, el 14 de enero de 1955. De esta unión nacieron sus tres hijos, Marta Susana, Juan Martiniano y Carmen Graciela.
En el barrio El Retiro habitaba con su familia, en una casilla de madera, y con el tiempo y la solidaridad de sus compañeros, vecinos e hijos fue levantando una de material, construida con bloques elaborados por él mismo.

Su vida transcurrió durante muchos años de campamento en campamento, lejos de su hogar por largos períodos, habituándose a las duras condiciones de trabajo de los trabajadores viales. Más tarde pasó a desempeñarse como obrero guinchero en las canteras de Magdalena, hasta el día de su asesinato.

De todas esas experiencias Juan fue templándose como hombre y al mismo tiempo como obrero consciente. Tomó elementos que fueron forjando su conciencia en torno a los principios proletarios que nunca dejó de practicar y siempre trató de inculcar.

Su carácter era serio, casi reconcentrado, aunque no osco, y de una inmensa ternura a la hora del trato personal.
Su militancia

Desde sus comienzos, adhirió y participó activamente en el movimiento creado y liderado por Juan Domingo Perón. Y a partir del golpe que lo derrocó, en 1955, se lanzó decididamente a la acción política y conspirativa.

Participó en las jornadas del 9 de junio de 1956 formando parte de un grupo que tenía por misión tomar un polvorín ubicado en las cercanías de Magdalena, objetivo que no llegó a cumplirse, pero permaneció firme en el lugar asignado. A partir de este hecho se hizo compañero y amigo de Horacio Chávez y Tito Pierini, asesinados por la Triple A en 1974, y de otros destacados militantes combativos del Peronismo, con los que participó en todas las jornadas de lucha durante los dieciocho años de Resistencia.

En 1971 ingresó en la Regional La Plata del Movimiento Revolucionario 17 de Octubre. De su experiencia como obrero y su militancia como peronista tomó conciencia de la necesidad de incorporarse a una organización revolucionaria que, dentro del Peronismo, luchara por la hegemonía de las ideas y conducción de la clase obrera, asumiendo el ideario marxista-leninista como guía para la concientización, la acción y la movilización de masas en pos de la revolución nacional y social, y la violencia popular como método principal de lucha.

Desde entonces no sólo avanzó en el conocimiento y práctica revolucionarias, sino que se preocupó por extender su avance a quienes estaban un poco más atrás.
Entre Juan y los militantes del MR17 se estableció un continuo fluir de experiencias y conocimientos y un permanente deseo de estar en la realidad para transformarla.

Su carácter serio no le impedía volcar con paciencia y ternura lo que la vida le había enseñado. Quien hablaba con él aprendía a conocerlo rápidamente. Era severo en las críticas, pero nunca buscaba herir y mucho menos destruir a un compañero. Sus palabras y sus ojos transmitían una bondad sin límites. Era imposible no quererlo y admirarlo.

Juan leía y estudiaba ávidamente, viajando en el colectivo hacia su trabajo, reduciendo sus horas de sueño, todo momento lo aprovechaba para nutrir sus conocimientos e inmediatamente buscaba aplicar las enseñanzas derivadas de esta práctica indirecta a su práctica concreta. “Juan no nadaba entre dudas metafísicas ni caía tampoco en el empirismo ya por él superado”. (Diario En Lucha, diciembre de 1975, 3ª época, pág. 6).

En su humilde pero acogedora casa se realizaban cientos de reuniones y jornadas de febril preparación de propaganda y otros medios de lucha. Allí funcionó durante años la Unidad Básica Evita, de la seccional séptima de La Plata, y a su vez, era secretario general de la Unidad Básica Nº 1.

Al frente de la casa construyó el local de dicha Unidad, que luego, cuando la represión comenzó a acechar, se transformó en el living. En ella una maestra daba clases de apoyo a todos los chicos del barrio, de manera gratuita. Juan ayudó a buscar bancos de desecho y con su padre y vecinos los repararon. Asimismo, con esfuerzo y sacrificio, se pudo levantar una biblioteca escolar, con los aportes tanto de la gente de la organización como de los vecinos y la solidaridad de otras personas.

En los fondos de la vivienda, donde ya había una pequeña casilla se levantó una pequeña salita de primeros auxilios, donde inicialmente una doctora, posteriormente acompañada por un doctor (hoy desaparecido) brindaban atención sanitaria y entregaban, gratuitamente, medicamentos a la gente del barrio.

Al lado, en una casilla, vivía su padre. Armero de profesión. Tenía un pequeño lugar destinado a la reparación de artefactos del hogar. En sus ratos libres se dedicaba a las armas, que eran de su propiedad y estaban debidamente registradas.

Al costado de la casa había una especie de galpón donde Lucy, su esposa, se dedicaba a coordinar un grupo de tejido con las vecinas del barrio, espacio que, a su vez, utilizaban para hablar entre ellas de sus temas, problemas e inquietudes.

Para la mentalidad deformada de la Policía, de parte de la ciudadanía, de parte de la prensa y del Gobierno, todo el sitio era un “Peligrosísimo Reducto Guerrillero”.

Por méritos unánimemente reconocidos fue incorporado, en 1973, a la dirección del MR17 en La Plata. En enero y febrero de 1975 participó del Congreso del MR17 “Mártires de la lucha popular”, siendo designado para hablar en la clausura en nombre de los militantes más veteranos. En el diario que la organización le dedicó como homenaje se afirma: “Sus palabras, dichas sin papeles, con sencillez y claridad, con acento firme y cálido nos emocionaron profundamente…” (ver “Su último discurso” más abajo).

Se sintió conforme con la fusión del MR17 y el FRP, y la constitución del FR17, porque entendió que era el inicio del camino hacia la unidad de los revolucionarios que la clase obrera venía reclamando desde hacía mucho tiempo.

Convencido de la validez de las ideas fundamentales por las que luchó furiosamente se entregaba en cuerpo y mente a la acción, reclamando igual actitud de sus compañeros.

Tanto en sus intervenciones en el Congreso como en su discurso de clausura Juan marcó claramente su pensamiento, exigiendo, en nombre de la clase obrera, más celeridad en las discusiones y concretar las ideas.

Evidentemente (ver Diario de militancia) Juan llegó a tener serias diferencias con su organización, lo que provocaba acaloradas y fuertes discusiones, hasta el punto que terminó separándose de ella, aunque nunca dejó de tener contacto ni de discutir ni de seguir reclamando la correspondencia entre la teoría y la práctica.

No era un desorbitado ni un aventurero. Era un obrero consciente, un militante abnegado y un ejemplo de revolucionario en constante ascenso y transformación. No se quedaba en el reclamo y la teoría, afirmaba algo y ya lo estaba poniendo en práctica.

Sostenía, por ejemplo, que si bien es cierto que había que rodear las actividades revolucionarias con medidas de seguridad, las colocaba al servicio del despliegue de las ideas y de las prácticas políticas en la realidad concreta.

Pensaba que si en una fábrica existía un conflicto u otra cuestión era imperativo tomar contacto con sus obreros, activistas o delegados. Ir con medidas de seguridad y medios apropiados era conveniente dado el nivel de enfrentamiento con la represión, pero si esto no se podía llevar a cabo, por falta de elementos de combate, había que ir de cualquier manera. Para Juan, lo importante era que los obreros sintieran la presencia, orientación y calor de las organizaciones revolucionarias, en las buenas y en las malas. Ésta era la única forma que en el desarrollo de los hechos, una organización revolucionaria, un partido revolucionario de la clase obrera pudiera convertirse en el partido reconocido por ésta como su organización de vanguardia.

Asimismo, consecuentemente con sus ideas, sostenía que bajo ninguna circunstancia había que abandonar el frente de lucha, que esa actitud tarde o temprano sería comprendida e imitada por sus compañeros, por el pueblo todo.

Frente al conflicto que se suscitó en Petroquímica Sudamenricana de Romero (su lugar de activismo), que inundó toda su zona, Juán unió al barrio tras sí, organizando una solidaridad constante junto a su compañera y a militantes de otras organizaciones revolucionarias que actuaban en la zona (PRT-ERP y Montoneros). (ver Diario de militancia).

Sabía que la represión lo acechaba y que le quedaba poco tiempo de vida. Su hija Marta recuerda que unos días antes de su asesinato insistió en llevar a sus hijos al cine (a algún compañero le dijo: “porque quizás sea la última vez que lo pueda hacer”), en el camino compró golosinas para todos, dos cajas de balas calibre 22 y algunas cargas para el 38 que tenía.

El día 16 de octubre, la Policía apresó a dos compañeros que se encontraban haciendo pintadas por el 17 de octubre. También había caído la Unidad Básica de Hernández y varios compañeros que militaban en ella. Más tarde, ese día, compañeros del FR17 llegaron a su casa para avisarle y aconsejarle que abandonara el lugar porque se encontraba en peligro, pero él no quiso irse y afirmó que tampoco se entregaría y si fuera apresado y torturado no entregaría a nadie.

Decía: “A mí no me va a pasar lo que le sucedió a Chávez. Yo voy a morir aquí y peleando…”.

“El no llegó a leer las declaraciones de Videla prometiendo que las Fuerzas Armadas, en la Argentina, matarían a “todas las personas necesarias”, aunque sí supo indignarse ante las barbaridades del General Buasso o con la cínica afirmación de Luder acerca de que “el Estado debía tener el monopolio de la violencia.” (Diario En Lucha, diciembre de 1975, 3ª época, pág. 6).

Su militancia revolucionaria

Desde 1955, y especialmente desde los acontecimientos de Ezeiza, Juan sabía que la vida de los militantes (activistas, delegados, obreros, estudiantes, profesionales, intelectuales, campesinos, villeros), es decir la vida de cuanto ser humano digno y consciente opuesta a la opresión imperialista y al sistema capitalista no tenía valor alguno para la reacción.

Su conocimiento y experiencia le dictaban que desde el inicio de la Resistencia, y especialmente desde la aparición de las organizaciones armadas y revolucionarias, el monopolio de la violencia ya no lo tenía el Estado capitalista, sino que las avanzadas de la clase obrera y del pueblo podían no sólo contestar sino incluso asumir la iniciativa frente a la violencia reaccionaria.

Era un convencido de que la violencia debía ejercerla el conjunto del pueblo, aunque las posibilidades técnicas que éste disponga sean infinitamente menores a las que se habían procurado las organizaciones. Reclamaba con urgencia la necesidad de construir un ejército popular.

Pensaba que junto a la necesidad de desarrollar los embriones de ese ejército, desde las organizaciones revolucionarias, simultáneamente había que desarrollar la violencia popular, adecuando la técnica y formas de lucha a los recursos de las clases y capas humildes de la población.

Luego de los hechos del día 16 y de la caída de la Unidad Básica de la localidad de Hernández (distante pocos kilómetros de la localidad de Romero), el área comenzó a estar constantemente patrullada. Días antes del operativo, como dijimos más arriba, sus compañeros del FR17 trataron infructuosamente de convencerlo de abandonar el lugar. Reiteradamente se negó, pero dispuso que lo hicieran su esposa e hijos.

Juan no quiso irse y tampoco se entregó.

Reflexiones

La guerra es la confrontación de dos morales. Quien obtiene la victoria no es aquel técnicamente superior, ni mejor armado, ni quien más dinero gasta; sino aquel cuya fuerza moral es superior (Karl von Clausewitz, De la Guerra, 1981) y frente al pueblo en armas ningún ejército convencional puede contra él. En el caso argentino, la Fuerza popular no había llegado a dicha construcción. Ella fue abortada durante su período de acumulación de poder, es decir, estaba en formación. (Inés Izaguirre, Los Desaparecidos. Una identidad expropiada, Instituto Gino Germani, 1991)

Juan demostró hasta la saciedad esa superioridad moral. No le entregó su cuerpo al poder. Frente al miedo, que preserva el cuerpo, y el valor, que preserva el espíritu (Karl von Clausewitz), eligió este último, y fue su espíritu armado moralmente la herencia que nos dejó, igual que el “Che”. Una herencia de lucha por los humillados de todas las clases de esta sociedad antropófaga. Es la moral de quienes tienen la convicción de la verdad de sus derechos a los que les asiste la justicia y mueven las ruedas de la historia.

Si el pueblo argentino defendiera sus derechos como Juan lo hizo, este sistema capitalista, explotador, corrupto y mezquino no podría seguir oprimiéndolo y sembrando la muerte como lo sigue haciendo.

¡HASTA LA VICTORIA SIEMPRE!

RESOLUCIÓN DEL SECRETARIADO NACIONAL DEL FRENTE REVOLUCIONARIO 17 DE OCTUBRE

Teniendo en cuenta la conducta heroica asumida por compañero Juan Martín Jáuregui, en una actitud que llena de orgullo a los revolucionarios de nuestra Patria, pues pone de manifiesto la superioridad moral del campo del pueblo frente al enemigo de clase, a la violencia reaccionaria y sus ejecutores. El Secretariado Nacional del FR17 resuelve:

1)……………………………………………………………………………………………………………

2) Organizar una escuela regional de cuadros en La Plata, Berisso y Ensenada denominada Juan Martín Jáuregui.

3) Publicar en la edición Nº 1 de “EN LUCHA” su discurso de clausura en el Congreso del MR17, disponiendo su estudio por todas las células que componen el FR17 y la JR17.

4) Hacer pública esta resolución por medio de “EN LUCHA”, excepto el punto 1, que es de carácter interno y secreto.

Secretariado Nacional del Frente Revolucionario 17 de octubre.
Diciembre 1975.
Por la unidad del Peronismo Revolucionario.
Por la construcción de un Partido Revolucionario de la Clase Obrera.
Por la Liberación Nacional – Por la Patria Socialista.

Su último discurso

Tuvo lugar en la clausura del Congreso celebrado por el MR17, bajo la presidencia honoraria del compañero Gustavo Rearte, que se denominó “Mártires de la lucha popular”.

“No es para mí por cierto tarea fácil ni sencilla, pero como tarea política confiada por todos los demás compañeros congresales la asumo con humildad militante y trataré de reflejar en mis palabras el contenido de este congreso, y el contenido ideológico y político sobre el que se fue cimentando el desarrollo que, en un proceso, fue logrando en nosotros estados de conciencia, hasta ponernos en condiciones de asumir desde nuestra militancia como peronistas a secas primero y desde nuestra militancia como peronistas revolucionarios después los principios marxistas como una guía para la acción a través de lo que concebimos la necesidad de comenzar la construcción de un partido obrero revolucionario, con todas las organizaciones que estén dispuestas a realizarlo.
Un partido obrero revolucionario que, partiendo de las experiencias de lucha de nuestra clase trabajadora, le sirva a ésta no sólo para identificarse como clase sino que además le sirva para que desde su seno los destacamentos de avanzada, vanguardias revolucionarias del proletariado puedan concebir, organizar, desarrollar y conquistar la liberación nacional y social de nuestra clase trabajadora y por consecuencia el principio de la Patria Socialista para nuestro pueblo.
Sumando a todas las capas y sectores que estén dispuestos a asumir el sacrificio de la lucha para tener derecho a compartir el derecho de la victoria; victoria que no será fácil y que nos exigirá recorrer un difícil, duro y largo camino en el desarrollo de una guerra revolucionaria popular y prolongada. Y que nos exigirá necesariamente en el campo revolucionario estar dispuestos a aceptar críticas, reconocer errores, aprender en ellos y estar dispuestos a corregirlos.
Sólo así la sangre derramada y los centenares de compañeros prisioneros del sistema, pertenezcan a la organización que pertenezcan, podrán ver a todos los revolucionarios asumiendo su verdadera responsabilidad ante la historia.
Tenemos diferencias con otras organizaciones que luchan pero hemos comprendido que para discutir esas diferencias debemos participar en la lucha en todos sus aspectos, sólo así tendremos derecho a discutir nuestras diferencias ideológicas, políticas, metodológicas y organizativas en el desarrollo de esa lucha.
Nosotros sabemos que el peronismo revolucionario deberá enfrentar muchas dificultades en ese terreno pero también sabemos que esas dificultades también tendrán que superarlas otras organizaciones si en verdad están dispuestas a terminar con este sistema burgués, explotador, capitalista y mezquino, y no solamente a reformarlo.
Sabemos que ese duro camino nos ha de exigir a unos y a otros no sólo expresiones sino aunar criterios, discutir las diferencias, sean del tipo que sean, pero discutir en base a tener por objetivo que la clase trabajadora viene luchando desde hace muchos años por una revolución por la que lleva pagados demasiados sacrificios, y mal puede ninguna organización anteponer razones, que pueden o no tener justificativo, pero que en ningún caso puede ser superior al derecho y a las ansias de liberación de nuestra clase trabajadora.
Nosotros entendemos que podemos compartir esa lucha con todas aquellas organizaciones hermanas que en verdad comprendan que sólo la participación de las masas en la misma será capaz de llevar la chispa de la insurrección a prender la llama revolucionaria que conduzca a nuestra clase trabajadora al poder para decir que con ello el objetivo está cumplido, que la liberación nacional y social es una realidad y estamos satisfechos, sino además para que desde ese poder cooperar con todos los pueblos latinoamericanos y del mundo, allí donde el proletariado combate por desterrar la explotación de la humanidad.
Compañeros: nos espera recorrer un duro camino que, de aquí en más, exigirá de cada uno de nosotros, además del sacrificio demostrado hasta el presente, el sacrificio de la entrega total y absoluta de nuestras vidas por los principios que no son solamente el compromiso con nuestra organización, sino que aquí el compromiso fundamental y político que hemos contraído es con la revolución que ya lleva demasiados años, demasiadas promesas, demasiadas frustraciones para que en el campo revolucionario no comprendamos las horas dramáticas por las que atraviesa la lucha de nuestra clase.
De cada uno de nosotros dependerá hacer posible, desde nuestras organizaciones, que la revolución triunfe. Por eso, compañeros, yo incito a todos los presentes compañeros de nuestra organización y de otras organizaciones que se encuentran aquí para que tratemos de discutir todo lo que sea en beneficio de la revolución.
¡Pero que nadie anteponga sus diferencias ante las necesidades de la revolución que la clase obrera reclama en nuestro país! Por otra parte, este congreso, como ya lo había hecho al principio, rinde a todos los mártires populares un homenaje militante y revolucionario, asumiendo el compromiso de llevar adelante todo lo aprobado, de llevar adelante todas las tratativas y alianzas que en verdad se comprometan, en las palabras y en los hechos, a defender hasta el final los principios de la revolución que nos permitan terminar con este sistema explotador y mezquino y construir una nueva sociedad sin privilegios y sin marginados: ¡la nueva sociedad de una Patria Socialista!”

Tomado del diario En Lucha (Organo del Frente Revolucionario 17 de Octubre), diciembre de 1975, 3ª época, pág. 10.

Notas

(1) Las tres A habían comenzado a operar desde noviembre de 1973 (primer atentado firmado contra H. Solari Irigoyen). Éstas fueron creadas por el Gobierno del General Juan D. Perón, es decir, el gobierno del Estado, junto con el Consejo Superior Justicialista como central de inteligencia a crearse (Documento Reservado). Su objetivo era eliminar a la dirigencia y militancia media que hacía el enlace entre las organizaciones armadas y el pueblo. De esta forma, la eliminación de las partes divididas de la “fuerza social” (no totalmente formada) pudo ser exitosa.

En septiembre de 1974 el poder Ejecutivo envía al Congreso nacional un proyecto de ley que resulta aprobado en 48 horas por ambas Cámaras y es sancionado el 28 de septiembre como ley nº 20840 “de Seguridad Nacional”, que reprimía “los intentos de alterar o suprimir el orden institucional y la paz social de la Nación”. Esta ley da inicio al Operativo Independencia en la provincia de Tucumán; en el artículo 1º dice: “El comando general del Ejército procederá a ejecutar las operaciones militares que sean necesarias a efectos de neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos que actúan en la Pcia. de Tucumán”. Para esta fecha los grupos armados revolucionarios, de origen marxista y montonero, habían unificado sus acciones en la zona.
Este operativo se extendió primero en forma ilegal a otras áreas geográficas, por ejemplo Córdoba y Santa Fe. Esta política de aniquilamiento fue bajando de norte a sur por el territorio nacional en forma planificada. Se legaliza para las Fuerzas Armadas a partir del 6 de octubre de 1975, con los Decretos 2770 al 2772. Para esa fecha había 750 muertos y desaparecidos en el país, de los cuales el Gobierno era cotidianamente informado.
Tenemos dudas respecto de si este operativo realizado en la casa de Juan Jáuregui ya responde a la unificación de los tres elementos configurando “fuerzas conjuntas”, es decir, la extensión del Operativo Independencia o todavía se trata de una acción donde la Triple A tiene independencia de los mandos militares.
Para esta fecha, las fuerzas revolucionarias estaban siendo derrotadas en toda la línea, se había sancionado la ley de Asociaciones Profesionales que posibilitaba al Gobierno y a la Burocracia Sindical acallar todo sindicato combativo. Un Código Penal que castigaba y prohibía toda manifestación de lucha (obrera, estudiantil, profesional, etc.) y silenciaba las voces opositoras y ejercía la censura en todos los medios de difusión. Las Universidades fueron intervenidas. Luego se implantó el Estado de Sitio, que legalizaba y generalizaba la represión.
A partir del año 1976 la estrategia de guerra antisubversiva del enemigo tomó la forma de genocidio.



En su barrio Juan desarrollaba una intensa actividad, aunque su frente específico era el fabril. Previendo el futuro, había preparado su vivienda como posible teatro de combate. Había ideado y construido un sistema que electrificaba toda la carpintería metálica y el techo de chapa. Además, tenía una escopeta conectada a una carga, de manera tal que se accionara ante un probable intento de forzar la entrada. También había construido un refugio en el techo de su vivienda para disparar desde allí. La casa estaba rodeada de elementos explosivos del tipo “cazabobos”.

A las 23 horas del día viernes 17 una numerosa comisión policial -de las AAA- rodeó su casa y le intimó a entregarse. Su padre salió a recibirlos diciéndoles que no sabía donde estaba su hijo, pero Juan desde adentro le pidió que “no se metiera”. El padre fue detenido (ver “Martiniano”).

La comisión policial quiso ingresar violentamente en la vivienda, y uno de sus integrantes recibió el efecto de los “cazabobos”. A continuación se produjo un enfrentamiento, con un intenso tiroteo, que duró parte del día 17 y el 18 de octubre. Ante la feroz resistencia que Juan opuso, los efectivos policiales solicitaron la ayuda del Ejército (Regimiento 7 de Infantería), y éste se hizo presente con un mortero. En la mañana del domingo 19 sus vecinos se juntaron y le pidieron a la policía que cesara el ataque. Ésta los arrinconó en un campito, tomó como prisioneros a los más indignados y aprovechó para desvalijar las casas del barrio; Juan seguía resistiendo.

A las 11:55 de ese domingo dispararon con el mortero y luego dinamitaron la casa. El número de efectivos policiales llegó, en algunos momentos, a más de 100, reforzados además por patrullas del Regimiento 7 de Infantería del Ejército (ver “Transmisión e informe de la DIPPBA”).

Así, durante todas esas horas, Juan y sólo Juan -pues nadie estaba con él- resistió el asedio, con una escopeta, una carabina 22 y un revólver 38. En ningún momento pidió ni dio tregua.
Según cuentan algunos vecinos, una vez que la vivienda era todo escombros, los efectivos se internaron entre ellos y, en medio del silencio que ya cubría todo el escenario, se escucharon dos o tres últimos tiros.

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