Chile. Fin del espejismo. América Latina: patio trasero de Estados Unidos

Resumen Latinoamericano* 3 de diciembre de 2019.

Hoy la principal contradicción es la disputa por la hegemonía mundial, y en este caso la vemos reflejada en una de las guerras comerciales más grandes de la historia: la que libran Estados Unidos y China.

EE.UU necesita mantener su sistema y frente al surgimiento de China como primera potencia económica y con el objetivo de no tocar sus reservas petroleras, hará lo imposible por mantener a su “patio trasero” bajo total dominio.

América Latina ha sido históricamente el territorio del cual Estados Unidos extrae materias primas y fuerza de trabajo a costo mínimo, gracias a la instalación de las transnacionales y la venta de nuestros recursos naturales por parte de las oligarquías locales, como lo son las siete familias de Chile dentro de la cuales está inmerso Sebastián Piñera.

Un ejemplo claro de la intervención norteamericana en nuestro territorio es la base militar estadounidense instalada en el “Fuerte Aguayo”, en la localidad de Concón, en la Región de Valparaíso, para el trabajo de un comando de “Operaciones Militares en Territorios Urbanos” (MOUT) por su sigla en inglés. La base está bajo el mando del Pentágono y específicamente del Comando Sur del Ejército de Estados Unidos, encargado de todo tipo de operaciones militares de esa potencia en Latinoamérica.

En palabras del intelectual argentino Atilio Boron quien fuera entrevistado por la periodista chilena Javiera Olivares: “Dicho sin eufemismos, es un entrenamiento de fuerzas especializadas en la represión de la protesta social”.

En el 2012, bajo el primer gobierno de Piñera, Washington y Santiago negociaron ese acuerdo en absoluto silencio.

Frente a este escenario han sido los pueblos los que han dicho “basta” al sistema neoliberal. Todo comenzó con las protestas en Haití, inexistentes para los medios de comunicación hegemónicos, y que pudieron ser vistas en el mundo gracias a alternativas mediáticas creadas por Cuba, Venezuela, por medios y comunicadores independientes, y el propio pueblo que con sus celulares registraba la brutal represión a la que eran sometidos.

Luego la explosión social se produce en Ecuador en respuesta al llamado “paquetazo” de Lenin Moreno, que tuvo como desenlace un diálogo entre el Gobierno y líderes indígenas que estuvo mediado por la ONU. Se obtuvo la eliminación del decreto que subía el alza del combustible, pero no hubo reparación ni justicia por los siete muertos, 1.340 heridos y 1.152 detenidos, que se manifestaban pacíficamente frente a las medidas económicas impuestas a ese país por el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Acto seguido ocurre el despertar del pueblo de Chile. Una revolución social sin precedentes en la historia de nuestro país. Millones salieron a las calles motivados por los estudiantes, porque comprendieron después de 17 años de dictadura cívico militar y 30 años de gobiernos que administraron el modelo neoliberal que para lograr sus demandas son necesarias transformaciones estructurales en las bases productivas del sistema.

La conciencia adquirida por los sujetos se ve reflejada en la claridad de sus mensajes.

La construcción de una fuerte cultura popular en 40 días de movilizaciones, nos da cuenta de que se trataba de un malestar social acumulado en años, un pueblo al cual se le había negado el acceso a los derechos humanos: la educación, la salud, la cultura, la participación política, el derecho a la vivienda, el derecho a envejecer dignamente, los derechos de la mujer, los derechos de los niños y niñas; la libertad de expresión, por nombrar algunos porque sin duda son muchos más.

El pueblo recuperó su rol de soberano en las calles. Prueba de ello son las decenas de miles de personas que han participado de los cabildos autoconvocados, verdaderas “asambleas populares” en las que se han tratado los diversos problemas del país.

Una de las principales resoluciones, resultado de esta experiencia de soberanía popular, es el llamado a una Asamblea Constituyente y una Nueva Constitución, que incluya una amplia participación de las y los chilenos, y que garantice ser una estructura que proteja los derechos sociales, hecho que eliminaría por completo el sistema político heredado de la dictadura.

Piñera ha tratado de frenar las movilizaciones. Primero retira las medidas económicas, luego declara la guerra al país, después presenta una “Agenda Social” y por último firma con algunos partidos políticos de la supuesta oposición un “Acuerdo de Paz”, en el que excluye a los más de 100 movimientos sociales articulados en la “Mesa de Unidad Social”. En dicho pacto se contempla el llamado a la redacción de una nueva Carta Magna, pero la forma no da garantías de una participación ciudadana real.

En respuesta a este mal llamado “Acuerdo de Paz”, millones de estudiantes, mujeres, hombres, niños, niñas y ancianos, continúan movilizados hasta hoy. Es que la consigna “Chile despertó”, al parecer no es solo una consigna.

El pueblo de Chile exige en las calles los derechos humanos y sociales que por 46 años les han sido negados. Lo que está en juego es la dignidad del pueblo.

Chile, el “Oasis” de América Latina, la carta de presentación del Gobierno de Estados Unidos para legitimar el modelo neoliberal, demostró ser un total fracaso.

Hasta la fecha la criminalización de las marchas pacíficas, la masacre que encabeza el Gobierno de Piñera contra el pueblo de Chile, incluye torturas, violaciones, vejaciones, secuestros y desapariciones a mujeres, hombres y menores de edad, más de 24 muertosy más de 200 mutilaciones de ojos y que en dos casos la pérdida de visión ha sido completa. Un verdadero genocidio que ha alcanzado niveles que justificarían una condena absoluta de los organismos internacionales, llámese ONU y OEA, quiénes han hecho declaraciones insuficientes o simplemente han guardado un silencio cómplice.

Finalmente, inspirados en estas luchas sociales colombianos y colombianas deciden levantarse también frente a las medidas económicas de Iván Duque. El pueblo se rebela por años de opresión e incumplimiento del “Acuerdo de Paz”, que tiene como resultado 620 asesinatos de líderes sociales hasta la fecha.

La revolución social chilena ha alcanzado una dimensión e influencia internacional. No es casual que se repitan en las calles de Colombia canciones como “El baile de los que sobran” y “El Pueblo Unido” o la reciente performance “Un violador en tu camino” del grupo feminista “Lastesis”, acción que se replica en Nueva York, Francia, España, México y Argentina.

La pregunta es: ¿qué tiene que ver el Gobierno de Estados Unidos en todo esto?

Señala Naomi Klein en “La Doctrina del Shock”: “La verdad suena tan extraña. Estoy escribiendo un libro sobre el shock. Y sobre los países que sufren shocks: guerras, atentados terroristas, golpes de Estado y desastres naturales. Luego de cómo vuelven a ser víctimas del shock a manos de las empresas y los políticos que explotan el miedo y la desorientación fruto del primer shock para implantar una terapia de shock económica. Después cuando la gente se atreve a resistirse a estas medidas políticas, se les aplica un tercer shock si es necesario, mediante acciones policiales, intervenciones militares, torturas e interrogatorios en prisión”.   

Tras el triunfo de la Revolución Cubana y el cambio de paradigma que significó para los países de América Latina con respecto a los procesos de emancipación y soberanía de los pueblos, Estados Unidos diseñó un plan estratégico para nuestra región. Plan diseñado a pincel por el Gobierno de EE.UU, implementado a través del sistema de democracia representativa, la Doctrina del Shock y los medios de comunicación.

Esto es lo que ha ocurrido en Chile y en diversos países de Latinoamérica que bajo el sistema político de la democracia representativa han hecho creer a millones de personas que son ciudadanos “libres” de consumir, “libres” de decidir donde estudiar, “libres” de convertirse en sujetos exitosos y “libres” de elegir a sus representantes. Sin embargo, si analizamos dicho sistema, podemos entender que la única libertad que tenemos los sujetos es elegir quién nos va a explotar y reprimir cada cuatro años. Y esto es lo que ocurre en Chile actualmente.

En Estados Unidos, Chile y los países regidos por este sistema, no es real que elegimos a nuestro Presidente y demás representantes. Antes de llegar a las urnas, existe un entramado político institucional en el cual influyen diversos factores.

La toma de decisiones dentro del sistema están determinados por las élites, un sistema complejo de grupos reducidos dentro de una población que concentra la mayor cantidad de recursos materiales e inmateriales: poder económico, político, comunicacional, burocrático, militar, intelectual y académico. Entre estos grupos de poder existe un consenso con respecto a los temas fundamentales como dar continuidad al modelo neoliberal. La forma en que estas élites se expresan y conforman sus alianzas son diversas, ya sea compitiendo o colaborando.

La manera que tienen estos grupos de poder para construir, influenciar y determinar la opinión pública son los medios de comunicación.

En el caso de EE.UU, Chile y la mayoría de los países de nuestra región, el 99% de los medios de comunicación están en manos de la derecha que opera gracias a grandes corporaciones, 6 empresas transnacionales que financian a las grandes cadenas que luego se distribuyen en un sinfín de supuestos “medios alternativos”, pero en realidad lo que hacen es transmitir el mismo mensaje de diversas formas en dependencia del público objetivo al cual están dirigidos dichos mensajes.

La idea es constituir un imaginario colectivo fácil de manipular: “Sus mentes son como tablas razas sobre las que nosotros podemos escribir” (Doctor Cyril J.C Kennedy y Doctor David Anchel, “Sobre los beneficios de las terapias de electrsochoks”, 1948).

Este sistema y forma de hacer política es la que se replica en la mayoría de los países de América Latina. En el caso chileno es un calco, una copia.

Efectivamente, el pueblo de Chile se enfrenta a un enemigo muy poderoso: el Gobierno de Estados Unidos, con militares y élites nacionales encabezadas por el Gobierno de Sebastián Piñera.

Por eso es sustancial transformar las estructuras del sistema político y económico actual en Chile, a través de un proceso participativo y democrático real donde se construyan los nuevos cimientos de nuestra sociedad. Una Asamblea Constituyente cuyo resultado sea una Carta Magna acorde a lo que millones demandan en las calles, para dar inicio a una nueva era de soberanía, paz, justicia y democracia verdaderas. Sin duda, una deuda histórica desde el proyecto emancipador de la Unidad Popular encabezado por Salvador Allende y derrocado por el Gobierno de los Estados Unidos aliado a las élites nacionales y el poder militar.

Por Florencia Lagos Neumann. La autora es Actriz y Corresponsal de Crónica Digital en La Habana.

La Habana, 2 de diciembre 2019.

Crónica Digital.

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