Bolivia. Un Cristo contra el indio

Por Juan Carlos Zambrana Marchetti */ Resumen Latinoamericano/ 02 de noviembre 2019 .-

En 1961, Estados Unidos desplegaba una poderosa campaña anticomunista en la región, que incluía propaganda, represión y la utilización de la fe cristiana. A pesar de que, en Santa Cruz, el comunismo era políticamente inexistente, esa campaña sirvió para reprimir al campesino que luchaba por integrarse a una sociedad de blancos que lo rechazaba. Eso desató una larga confrontación entre las milicias civiles del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), defensoras de la revolución de 1952, y las de la extrema derecha (Unión Juvenil Cruceñista), que al carecer de poder político se había reinventado como “cívica”.

El centro de la capital cruceña era el reducto inexpugnable de la élite que había estigmatizado como “elemento menos deseable de la sociedad” a la clase plebeya que vivía fuera del segundo anillo, marginada, pero luchando por ingresar. En medio de esa batalla, llegó a Santa Cruz una celebridad de nivel internacional, el cardenal Richard James Cushing, estadounidense, arzobispo de Boston, muy bien conectado con la clase alta bostoniana, amigo tan cercano de la familia Kennedy, que había celebrado el matrimonio de John y le había tomado el juramento presidencial.

El Cardenal era un conocido anticomunista, que llegó para celebrar un congreso eucarístico a partir del 9 de agosto de 1961, e inaugurar el monumento al Cristo Redentor, ubicado en plena vía pública, justo en la intersección del segundo anillo de circunvalación y la carretera al norte, donde estaban las colonias de campesinos “collas” que habían sido relocalizados del altiplano como mano de obra para la industria agropecuaria

El Cristo daba la espalda al norte y protegía a la clase citadina, que se adjudicaba la cruceñidad, pero la protección, en el mundo carnal de los mortales, fue proporcionada por las Fuerzas Armadas, las cuales habían tomado previamente la ciudad de Santa Cruz y la habían declarado zona militar. El general René Barrientos Ortuño fue nombrado jefe departamental interino del MNR, en sustitución del doctor Luis Sandóval Morón, quien había sido llamado a La Paz. Los “indeseables” de Sandóval no ofrecieron resistencia, se quedaron en la periferia y en esas condiciones de exclusión y desigualdad se inauguró el congreso eucarístico y se entregó el monumento a la clase alta de Santa Cruz. Una semana después, el Gobierno todavía retenía a Sandóval en La Paz, y a los “indeseables” de Santa Cruz fuera del centro de esa ciudad.

El 19 de agosto una protesta marchó desde la periferia hacia la plaza principal, y rebasó los dos cordones de seguridad, pero que fue repelida a balazos por la Policía y el Ejército, con un saldo, según Sandóval, de 16 muertos, 300 heridos y 800 arrestados. De acuerdo con el Gobierno, fueron ocho muertos, 30 heridos, y 304 prisioneros. Después, la élite citadina adoptó a la Plaza principal 24 de Septiembre como a su reducto inexpugnable, y al Cristo Redentor,  como su trofeo de guerra contra la izquierda y contra el Indio, convirtiéndolo en otro de los símbolos de su “cruceñidad”, aunque sea, de hecho, evocativo del clasismo, del racismo, el militarismo, el separatismo y el colonialismo; lacras que en aquellos tiempos no le molestaban a la Iglesia Católica, pero que ahora, al papa Francisco, sí debieran molestarle.

La élite cruceña, que sigue usurpándole el poder al pueblo, ha construido en el Cristo Redentor un altar jesuítico permanente que recrea la imagen glorificada de la criminalidad colonial, pero el uso político de estos dos símbolos está revolviendo un oscuro pasado que no tiene cabida en el presente, porque no condice con la visión moderna de la iglesia católica ni del papa Francisco, y porque no aporta a la reconciliación entre los bolivianos.

En ese Cristo Redentor, ahora los cruceños citadinos realizan sus cabildos en contra del “indio” Evo Morales, allí se arrodillan, se persignan y le piden a Dios, en nombre de Cristo, una victoria política de la Derecha contra los indios de Morales. Todos lo hacen al unísono, con los ojos cerrados y los brazos en alto, rendidos como autómatas, o mejor dicho como fieles ovejas, obedeciendo fielmente a su nuevo pastor: el presidente del Comité Cívico Pro Santa Cruz.

En pleno siglo XXI, al igual que el siglo XVI, el cristianismo es usado como instrumento de control social, para someter a las masas, y reducirlas de individuos pensantes, a rebaños de ovejas, totalmente alienadas. El famoso Cristo Redentor de los Cruceños, es ahora, al igual que en los años sesenta, un arma de guerra contra el pobre, contra el indio, contra el campesino, y en general contra la Izquierda. Un arma de asesinato moral y espiritual que es una vergüenza en el siglo XXI, y es de absoluta responsabilidad del Vaticano, y del papa Francisco, quien con su silencio cómplice solapa esta repugnante prostitución de la fe cristiana.

Con esa arma, el presidente del comité cívico ha envenenado la conciencia colectiva contra el presidente Evo Morales, eso ha ocasionado nuevos cercos de indígenas y campesinos, los mismos que han amenazado con marchar hacia la ciudad de Santa Cruz. El rechazo de los opositores citadinos es previsible, sus sentimientos de odio están exacerbados, y eso recrea las condiciones para una masacre aún mayor. Sin duda alguna, se está jugando con fuego, y el escenario es extremadamente peligroso. Es hora de recuperar la racionalidad. 

*Del Blog del autor.

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