Cuba. De lo que no se pudieron curar los niños de Chernóbil en la Isla

Por Annalie Rueda. Resumen Latinoamericano Cuba, 19 agosto 2019

Fotos de Yaimi Ravelo.

En el marco de la exposición fotográfica “Documentos extraviados: niños de Chernóbil en Cuba”, se realizó un Coloquio que contó con la presencia de la fotógrafa Sonia Cunliffe, la periodista Maribel Acosta y el Dr Julio Medina. En el encuentro participaron especialistas y personal de diferentes áreas que formaron parte del programa que bajo el mando de Fidel, el Ministerio de Salud Pública creó para la atención médica integral de 26.114 afectados por la explosión del reactor nuclear en el norte de Ucrania, el 26 de abril de 1986.

En un contexto extremadamente difícil para Cuba, donde se transitaba por la peor crisis económica vivida hasta el momento, debido  al derrumbe del campo socialista y la URSS, sumado a la gran incertidumbre creada en el mundo con relación a la supervivencia de nuestro sistema,  la máxima dirección del país mantuvo la voluntad política y de todo el pueblo de recibir a estos niños desde 1990 hasta 2011.

La presencia de enfermeras, médicos, científicos, traductores y especialistas de varios temas, dieron vida al intercambio. Nuestro equipo de trabajo estuvo allí para ser testigo de las explicaciones y experiencias interesantes, aunque poco conocidas que hicieron de ese programa una obra imprescindible.

No conocí el Campamento de pioneros de Tarará como las generaciones que me antecedieron,  aunque en la medida que iba creciendo algo escuchaba de los niños de Chernòbil.

Fue en este encuentro donde supe que Celia Sánchez, varios años antes, había creado en ese Campamento de Pioneros, un programa de salud para niños asmáticos y diabéticos con excelentes resultados y que la reparación y acondicionamiento de las casas de Tararà para la inserción del programa de salud de los niños de Chernòbil,  estuvo también en manos de miles de cubanas y cubanos que ayudaron a pie de obra de manera voluntaria.

Los niños llegaron a Cuba padeciendo dolencias de distinta gravedad, desde cáncer, parálisis cerebral y problemas dermatológicos hasta malformaciones, enfermedades digestivas y trastornos psicológicos. Nuestros profesionales en la rama de las ciencias nunca habían atendido a personas expuestas a un accidente nuclear, ni radiológico, y eso significó un gran reto, pero todos coincidían en sus intervenciones en que lo  más importante  fue el contacto con aquellos niños, la mayoría de los cuales venían solos y tuvimos que convertirnos en sus padres, en sus familiares más cercanos”, dijo el médico Julio Medina.

Y con este comentario, comenzaron a fluir entre lágrimas y sonrisas un sin fin de anécdotas agridulces. Desde explicaciones científicas muy interesantes hasta los regaños que recibían pantristas y cocineras al querer llevarse a niños huérfanos para sus casas los fines de semana. Se habló  del intercambio de experiencias culinarias, de los empeños para superar la barrera del idioma para médicos y enfermeras y del esfuerzo de cada uno de los traductores que permanecían en turnos de 24 horas. Las alegrías de comentar que un paciente estaba de alta y la gran tristeza al despedirlos.

Reímos ante las historias de travesuras que cualquier niño comete y los dolores de cabeza que los adolescentes proporcionan. Supimos que el programa fue tan completo, que incluyó clases de sexualidad, prevista para los pacientes entre 11 y 14 años de edad,  que lejos de sus padres se enfrentaban a un doble combate con su cuerpo, el primero el de la salud afectada por las radiaciones y el segundo, con el incesante revuelo de hormonas que todo ser humano experimenta en esas edades.

Escuchamos las experiencias dentro del área de rehabilitación. Como muchos pacientes entraban a la playa de Tarará y enloquecían de felicidad contagiosa dentro de los colores del mar y el sol. Muchos de ellos provenientes de lugares intricados e incapaces de imaginar algo parecido y de cómo toda esta alegría influyó notablemente en la recuperación.

Se realizó también un esfuerzo enorme dentro del tema de la educación. Se garantizó que ningún niño quedara sin recibir sus clases a pesar de los duros tratamientos médicos. Clases que formaban parte del sistema de estudio de sus respectivos países, previendo que una vez recuperados se reinsertaran dentro de sus medios lo mejor y mas rápido posible.

Vimos las fotos de los 15 colectivos. Fiesta tradicional en Cuba para las jovencitas que se despiden de la infancia y que ellas asumieron como propias. Niñas ya no tan niñas que lidiaban con el complejo y las tristezas que pueden generar las enfermedades en la piel, pero que olvidaban todo mientras se ponían aquellos trajes de princesas y tremendamente calurosos.

De los carnavales que organizaban, subidos en carretas de tractores y decorados por ellos mismos, con cuanta rama de arecas y flores encontraran en los alrededores y del amor con que eran recibidos para hablar por teléfono con sus seres queridos siempre que hiciera falta y sin poner prisa a pesar de lo que en materia de comunicaciones significaba para el país.

Supimos también del intenso plan de recreación. Se les organizaba de forma permanente excursiones y actividades al aire libre. Interactuaban con niños cubanos, quienes desprovistos de prejuicios los besaban y jugaban con ellos dentro de una libertad infinita.

Conocimos a una madre viuda que llegó con sus tres hijas. Las 4 arribaron muy enfermas y fueron separadas ante la urgencia. Las niñas quedaron bajo los cuidados del personal de Tararà mientras que la madre luchaba por su vida en el Hospital Hermanos Almejeiras. Finalmente madre e hijas fueron salvadas.

Y llegamos a la vida que se agradece después de otra vida. Sacha, como le dicen cariñosamente, uno de los pacientes con tratamiento mas prolongado y actualmente padre de una hermosa niña cubana-ucraniana fue acompañado de su esposa Patricia, quien agradeció a todos los presentes que lucharon con fuerzas para salvar la vida de su Sacha. Gracias al enorme esfuerzo de todo un país, hoy su historia, tiene un final feliz.

Aunque al decir de Liuba Boriskaya, traductora ucraniana que vive hace 40 años en Cuba, hubo un mal que el Programa no pudo remediar y casi es conocido como  un síndrome masivo que comparten sus seguidores de Facebook -que fueron también pacientes

No nos curaron jamás nuestra nostalgia por Cuba.

Madres de niños de Chernobil agradecen a los presentes por salvar las vidas de sus hijos

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