Argentina.Testimonios del día 16 en la causa por la Contraofensiva de Montoneros durante la dictadura militar: El caso de la familia Amarilla / Molfino

Crónica del juicio -día 16- La verdad que no se pudo vencer

18 agosto 2019

De los cuatro testimonios de la jornada, tres tuvieron que ver con la redada genocida contra la familia Amarilla/Molfino. El nieto recuperado Guillermo Amarilla Molfino; su hermano mayor, Mauricio, testigo con casi 5 años de edad del secuestro de su mamá y su tío, y a la vez también secuestrado por unos días; y Susana Hedman, la única mayor sobreviviente del operativo criminal, dieron cuenta de la secuencia genocida que tuvo como acto reparador la recuperación de la identidad en 2009 de Guillermo, a quién no buscaban, porque desconocían el embarazo de Marcela. Dolor, muerte y la esperanza de saber que la verdad siempre aparece, y que se es más feliz con ella. (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*) 

Fotos: Gustavo Molfino/DDJ 
Ilustración de portada: Gustavo Molfino tomando fotografías durante el testimonio de su sobrino, Guillermo Amarilla Molfino (Antonella di Vruno/DDJ)

El cierre de la campera de jean muerde hasta el último diente. Por encima caen los flecos de la bufanda multicolor. En una mano se lleva de nuevo consigo fotos y algunos documentos como su partida de nacimiento que dice, como único dato veraz, que nació en Campo de Mayo. También tiene una vieja agenda telefónica, con hojas amarronadas por el paso del tiempo, que le robó a su apropiador: “Esto es una agenda, muy muy larga. Esta agenda me la robé… Me robaron a mí, yo me puedo robar una agenda”, dijo. El público lo interrumpió con aplausos y risas cómplices que el tribunal esta vez no reprendió, quizá también valorando la ocurrencia, que no puede hacerle a nadie el daño que le hicieron a él y a su familia. La picardía de Guillermo Amarilla Molfino dejó en evidencia, en pocas palabras, el eje de su historia: el secuestro y la desaparición de su padre, Guillermo Amarilla, y de su madre, Marcela Molfino, más su posterior apropiación.
Durante la misma mañana, un rato antes, dos testimonios presenciales de sus secuestros rearmaron aquella instancia dolorosa.

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Marcela Susana Hedman respondió segura cuando el presidente del tribunal, Esteban Rodríguez Eggers, le consultó si tenía algún interés especial en la causa: “Que se haga justicia”, dijo. “Militaba en la Juventud Universitaria Peronista (JUP), en Chaco. Ahí conocí a Rubén Darío Amarilla, en las peñas, él cantaba folclore y muy bien. Ahí comenzamos una relación y también conozco a Marcela Molfino”, arrancó. “Estoy acá por el secuestro de mi familia: mi cuñada, mi cuñado, mi marido y los cinco niños que estaban con nosotros”. Se refería a la casa de Los Aromos 350 en San Antonio de Padua, que fue invadida por un nutrido grupo de hombres armados el 17 de octubre de 1979. Hedman fue la única que pudo escapar. Guillermo Amarilla -el padre del nieto recuperado y cuñado de Hedman- había sido secuestrado un rato antes porque había salido. El resto de las personas que habitaban la casa, incluyendo a los cinco hijos e hijas de las dos parejas, fueron secuestradas, aunque corrieron luego destinos diferentes.
Hedman tiene un larguísimo pelo castaño claro que se apoya con comodidad sobre su espalda. Le dejó su campera abrigada a alguien por allí, por lo que su bufanda roja sobresalía entre sus ropas oscuras. También colgaba otro pañuelo de colores. Sus anteojos de armazón negro contrastan con su tez blanca. Recordó durante su testimonio parte de su militancia en Resistencia. Nombró a diferentes compañeros y compañeras. “Algunos están presentes en la sala, como Ana Testa”, señaló.
“Mi compañero tenía un laboratorio fotográfico y lo que hacíamos era revelar los negativos que nos mandaban desde el exterior. Documentos de la organización o la revista Evita Montonera. Venían todas las fotografías sin revelar, entonces lo que hacía mi compañero era revelarlas y pasarlas a papel”, detalló acerca de las actividades que desarrollaban en la casa de San Antonio de Padua. “Vivíamos ahí con Rubén y mis dos hijos (Mariano y Valeria). Más o menos por marzo/abril (de 1979), llegaron Guillermo y Marcela con sus tres hijos (Mauricio, Joaquín e Ignacio). Creo que venían de España y Francia, y entraron para participar de la Contraofensiva”, precisó. Los niños/as tenían entre nueve meses y cinco años.

17 de octubre de 1979

—Bueno, ¿y qué pasó? —le consultó la fiscal Gabriela Sosti.
—¿Vos querés saber sobre el día del secuestro? —constestó Hedman. Sabía que estaba allí sobre todo para narrar aquel día fatídico— Bueno. El 17 de octubre de 1979, a eso de las siete de la tarde, ya estaba bajando el sol. Mi cuñada (Marcela Molfino) y yo estábamos preocupadas porque no volvía Guillermo. Mi compañero estaba afuera haciendo trabajos de carpintería y los chicos jugando alrededor. En un momento viene Mauricio (no llegaba a los 5 años), que era el mayor, junto con mi hijo Mariano (4 años). Mauricio dice: “Mami, mami, hay unos tipos con pistolas”. Yo salgo afuera y mi compañero me dice “rajá”. En el fondo, en el muro, habíamos apilado escombros para en un caso de emergencia salir saltando el muro. Lo único que atino hacer es lo que él me ordena. Me dijó rajá y yo salí directamente al muro. Justo veo a un tipo asomado en el muro, que primero pensé que era un policía, pero me doy cuenta de que era mi vecino. Le pido ayuda y me ayuda a saltar el muro. Mientras yo corría y escuchaba tiros escucho: “bajen a esa, bajen a esa”. Lo último que veo antes de saltar es a mi cuñada yendo para la parte de adelante de la casa por el costado con Joaquín de la mano. Después de eso no veo más nada.

Marcela Susana Hedman relató el operativo del que pudo escapar.

El mayor de los niños

Mientras Hedman le contaba al tribunal cómo su sobrino de casi 5 años, les advirtió de la presencia de militares armados afuera de la casa, Mauricio Amarilla esperaba en la sala contigua, que habitualmente se utiliza para que cuando la sala principal está completa más gente pueda seguir la audiencia a través de una pantalla. Esta vez fue utilizada para que los testigos esperaran su turno: “hace mucho frío en la sala habitual de espera”, les había comentado uno de los secretarios. La pantalla está apagada, pero en la cabeza de Mauricio aparecieron, en ese momento de soledad, las imágenes de aquella tarde en la que su vida cambió para siempre. Esas mismas imágenes que, a través de su mirada de niño, probablemente hayan salvado la vida de Hedman con aquella advertencia. Mauricio tuvo frío, así que no se quitó su campera abrigada cuando entró a la sala principal. Tiene una barba que va al ritmo de su pelo corto. El cierre subido hasta el cuello, como su hermano Guillermo, que pasará después a contar su parte, pero como es querellante pudo permanecer en la sala para escuchar su testimonio y el de Hedman.
“Nací en el año ’75. Por los dichos de mi familia estuvimos en España y Francia. Mis padres regresaron con nosotros para la Contraofensiva, a pesar de que Juan Carlos -uno de los hermanos Amarilla- les comentó que la situación acá no era cómo se veía desde afuera”. No hizo falta en su caso que la fiscal le preguntara por el día del secuestro. Se metió solito en el relato. “El recuerdo que tengo de eso ya es mío, pero haber vivido en una familia donde siempre se compartió lo ocurrido, me permitió tener viva la memoria de lo que aconteció aquella mañana del 17 de octubre del ’79”. Recuerda con exactitud la última vez que vio a su padre. Eso genera un gran impacto en la sala. Mauricio se convirtió por un rato en el niño que no había llegado todavía a los 5 años, que no volvería a ver a su padre, aunque no lo supiera todavía. “Él estaba vestido de una manera que seguramente me quedó grabada porque no era usual para mí verlo con saco y con un portafolios, prometiéndome que a su regreso me iba a traer unas masitas que eran en ese momento codiciadas por todos los chicos, unas obleas con sabor a frutilla. Él se va esa mañana, que fue la última vez que veo a mi papá Guillermo. El recuerdo que tengo es que estábamos con Mariano -su primo, hijo de Rubén Amarilla y Susana Hedman- jugando con los caballetes que se usan para la construcción. Los usábamos como caballitos. Hasta que en un momento observo que a la izquierda de la casa había un colectivo estacionado y varios pies que se observaban debajo. Por mi estatura pequeña veía los pies. Le aviso a mi tío que había mucha gente parada detrás del colectivo y en eso que él quiere reaccionar y salir, se abalanzan sobre él. Yo salgo corriendo por el costado de la casa, aviso a mi mamá y a mi tía, y al salir nuevamente por el lado del frente, nos alzan junto a mi hermano Joaquín y a mi primo Mariano, y me suben a un Renault 4”. La precisión abruma. Es difícil no imaginarlo observando la escena, secuestrado, desde el auto, pero a la vez es imposible acercarse siquiera a conocer las sensaciones de aquel niño ante la instancia fatal. Si acababa de ver por última vez a su papá, era el momento de llevarse la última imagen de su tío y de su mamá. “Yo observo cómo empiezan a golpear a mi tío Rubén, que estaba en el piso. Sacan a mi mamá. La imagen que tengo de ella es que la sacan con el bebé Ignacio en los brazos y se lo arrancan. A él lo suben a otro auto y nos llevan a una casa donde nos recibe una mujer con una mesa preparada con una merienda. Nos estaban esperando”.

Se robaron todo

A Hedman, una parte de la numerosa familia Amarilla/Molfino le llaman Susy. A pedido de Sosti, reconstruyó lo que pudieron rearmar acerca del secuestro de Guillermo Amarilla, el único de la casa que no fue secuestrado allí, porque lo habían capturado antes. “Guillermo había salido ese día a realizar diferentes trámites. Sé que tenía una cita. Y tenía que mandar una carta para Mima (Noemí Gianetti de) Molfino, la mamá de Marcela que fue asesinada en Madrid”.

—¿Sabés dónde estaba ella en ese momento? —preguntó Sosti
—Estaba en España, porque cuando yo llego a Suecia, recibo una llamada de Mima que me dice que recibió esa carta, así que esa carta fue enviada esa mañana.
—¿Había salido a la mañana y a eso de las siete no había regresado?
—Claro. Y con Marcela estábamos muy preocupadas. Estábamos alerta también.

Susy consiguió escapar después de saltar el muro con la ayuda del vecino. “Estuve por muchos lados. Mandé un telegrama a mis padres para que bajen (desde Chaco) a buscar a los niños. Mis padres vinieron, me enteré luego, y me dijeron que lo único que encontraron fue una mesa vieja apolillada. Se robaron todo lo que había. Rompieron todas las paredes. Una vecina les contó que al día siguiente vinieron con un camión tipo mudanza y se llevaron todo lo que había adentro”. Mientras se ocultaba en una casa del barrio, pudo ver como un Valiant blanco merodeaba: “Estaban buscándome”.

El secuestro de los niños

Cuando el Renault 4 emprendió su marcha, Mauricio se alejó de la escena observando cómo se llevaban a su madre. “Pasamos la noche allí en ese lugar en el que nos estaban esperando. Al otro día nos llevan a un lugar donde el recuerdo que tengo es que había mujeres vestidas de policía. Era una casona antigua, grande, que en el medio tenía un patio interno y habitaciones alrededor. Nosotros estábamos con Mariano y Joaquín en una de ellas. Había otros chicos en otras habitaciones. Recuerdo una puerta grande que daba a un patio, que a la vez tenía como un tejido, y detrás había mujeres en bikini tomando sol. Nosotros nos arrimábamos y podíamos hablar con esas mujeres que dialogaban también con las mujeres vestidas de policía”. La descripción del lugar coincide con la que ya realizaron otros niños y niñas secuestradas junto a sus padres. Martín Mendizábal y Mariana González reconocieron aquel sitio como la Brigada femenina de la Policía bonaerense en San Martín. “Recuerdo que todas las noches nos regalaban Bananitas Dolca. La verdad que esa golosina nunca más la pude comer”. Como Mendizábal, Mauricio se levantó de su silla para dibujar un plano de sus recuerdos de aquella casa en la pizarra blanca que el juez Matías Mancini acomodó para que todos y todas allí pudiéramos ver. Después de esos días de secuestro, recordó que los llevaron a Chaco a la casa de sus abuelos para devolverlos. “El día 2 de noviembre nos llevaron a un lugar donde había un avión pintado con camuflaje militar y nos llevan a Chaco. Ahí nos suben a un auto y nos llevan a la casa de una tía paterna: la Negra Amarilla, que ya falleció. La verdad es que yo nunca la había visto antes. Ni a ella ni a los demás tíos Amarilla que fueron llegando. A la única que conocía era a mi abuela Ramona que llegó un rato después. Los que nos llevaron en avión y nos dejaron en la casa eran todos hombres. El recuerdo que tengo es que se baja un hombre y habla un rato con el marido de la Negra Amarilla, que también falleció, y luego nos dejan y se van”.
Su abuela paterna murió de leucemia tres años después. Esos años, los tres niños del matrimonio Amarilla/Molfino vivieron con ella y otra tía. Hasta que luego el tío Juan Carlos Amarilla, el que intentó hasta último momento convencer a su hermano Guillermo para que no regresaran al país, se los llevó a vivir a la localidad chaqueña de Fontana. “Ellos fueron obedientes a esa decisión que se tomó y regresaron igual”, explicó sobre la decisión de su papá y su mamá de ser parte de la Contraofensiva.

Mauricio Amarilla realiza el croquis del lugar en el que estuvo secuestrado junto a otros niños, cuando ni siquiera tenía 5
años de edad. Podría tratarse de la Brigada femenina de la bonaerense en San Martín.

—¿Sabés dónde estuvieron tus padres después de secuestrados? —le consultó la fiscal.
—Creo que la confirmación de que estuvieron en Campo de Mayo llega en 2009, cuando aparece Guillermo. El 2 de noviembre de 1979 nos devolvieron a nosotros a nuestra familia. 30 años después, el 2 de noviembre de 2009, fue el encuentro con Guillermo. Durante todo el tiempo anterior teníamos rumores, pero nunca supimos dónde habían estado ni que  (Marcela) había estado embarazada”.

La seguridad de saber quién sos

Guillermo Amarilla Molfino ha tenido asistencia perfecta a las audiencias. Con su andar campechano, suele ser una de las personas que garantiza que haya algún mate rondando para engañar al estómago en jornadas que en general hacen que la línea del mediodía se transforme en invisible. Como es querellante, ha podido presenciar todos los testimonios aunque él también sea testigo. En esta jornada ocupó la primera fila mientras Marcela Susana Hedman y su hermano mayor, Mauricio Amarilla, basaban sus testimonios en las jornadas en las que los padres de Guillermo, Marcela Molfino y Guillermo Amarilla, fueron secuestrados. Es posible que Marcela ya estuviera embarazada. También existe la posibilidad de que su mamá y su papá lo hayan engendrado en Campo de Mayo, rodeados de muerte. Sólo pensar en esa posibilidad, le agrega a su presencia en la sala algún condimento extra, por si hiciera falta. No fue sencillo encontrar a su familia cuando él tuvo la decisión de acercarse a Abuelas, de las que hablará siempre con un cariño y admiración eternas. De hecho el primer cruce de sus muestras con las que estaban en el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) dio negativo. Claro, los Amarilla/Molfino no tenían idea de que Marcela estuviera embarazada. Se sorprendieron cuando Silvia Tolchinsky, sobreviviente de Campo de Mayo, dio testimonio en 2009 ante la Secretaría de Derechos Humanos. Allí aportó, entre otros datos significativos para la megacausa, que había escuchado a los genocidas pedir que separen a una pareja recién llegada al horror, “para que no nos pase lo que sucedió con Amarilla y Molfino”. Recién allí dejaron sus muestras, entonces se encontraron con que las dos familias, diezmadas por el genocidio, tenían un nuevo integrante al que nunca habían buscado.
A Guillermo se lo notó tranquilo durante su testimonio. Con una sonrisa siempre a mano, reconstruyó la historia familiar, comenzando por sus abuelos. Contó que su abuelo Amarilla le escribió una carta a Perón cuando era Secretario de Trabajo y Previsión social, para pedirle trabajo. Que Perón le respondió y lo puso como ordenanza de la Secretaría en Chaco. Entre sus célebres recuerdos epistolares, también rescató una carta de Eva Perón para ponerlo a cargo de esa misma dependencia. Que luego nació su padre, Guillermo, “otro peronista de la familia”. De su abuelo Molfino resaltó que fue fundador de la sucursal del Banco Nación en Chaco, y luego del banco de esa provincia. Recorrió el paso de su mamá, Marcela, por el Peronismo de Base, y su viraje hacia la “Jotapé”, donde enlazó para siempre camino con Guillermo. También dijo que se casaron en la casa de su abuela Noemí Gianetti de Molfino, Mima, con ceremonia a cargo de un cura francés.

Infiltración permanente

Guillermo le dio un lugar destacado en su narración ante los jueces a la infiltración permanente que sufrió la familia Molfino. Es que Marcela había tenido un novio antes de enamorarse de Amarilla. Ese novio, que luego permaneció en los alrededores familiares, se llama Julio César Marturet. Recién en 2010 se supo que era integrante del Batallón de Inteligencia 601. Con su testimonio, Guillermo Amarilla Molfino complementó con precisión la impactante participación de su tío Gustavo Molfino en la segunda jornada de este juicio. Gustavo estuvo tomando fotografías para este Diario del Juicio y para su propia colección histórica, al mismo tiempo que la emoción le estrujaba el corazón escuchando a sus sobrinos, observando el rostro de su hermana o el de su cuñado, al que quería como si fuera un hermano más.

—Yo nací en Campo de Mayo, supongo que el 27 de junio de 1980 —dijo Guillermo, promediando su testimonio, después de haber repasado la historia familiar.
—¿Por qué decís supongo? —quiso saber Sosti.
—Yo traje la partida de nacimiento —empezó a hurgar en los papeles—, en la que con toda impunidad figuro como nacido en Campo de Mayo, cuando siendo del Batallón 601 podrían haber simulado ese dato. Falta un eslabón en esta cadena, más allá del plan sistemático, que es saber por qué termino puntualmente en esta casa. Él era un integrante del Batallón 601, figura como auxiliar contable en los listados. Él murió a mis 14 años, su apellido era García de la Paz, Jorge Oscar García de la Paz.

Guillermo hizo allí una pausa. A partir de ese momento en el que le puso nombre ante la justicia, no volverá a nombrarlo. Hablará de él, pero sin nombre; también lo llamará por su rol definitivo, el de apropiador. “Él trabajaba en el séptimo piso del Edificio Libertador, al que me llevaba. Ahí conocí a algunos de sus compañeros, que los voy a nombrar. Lamentablemente, de la mayoría recuerdo sus apodos. Salía del trabajo y me llevaba al bar de una esquina, y los nombres de los tipos eran todos animales. Al que atendían le decían Perico. a él le decían el Gato. A un compañero/amigo de él le decían el Perro. A otro el Cuervo. Era como si me llevara al zoológico”, dijo esbozando una de sus sonrisas habituales. Recordó que lo hacía cómplice de lo que denominó una doble vida: “porque él  llevaba realmente una doble vida: en la calle no decía de qué trabajaba. Decía que era farmacéutico, cualquier cosa. Eso sí: no dudaba en poner el arma sobre la mesa siempre”. Se le notó satisfacción y seguridad cuando dio algunos nombres de los amigos de su apropiador. “Me acuerdo de Carlos Rimeto. Me acuerdo del apellido Scazziotta, que fue un tiempo árbitro de fútbol”. En ese instante volvió a sus papeles y levantó la agenda robada. Acá tiene datos como la Comisaría 2ª de Morón, donde hay un oficial Zuco. La letra linda es la de mi apropiador”. Allí nombró también, rápidamente, como queriendo soltar y seguir adelante, el nombre de su apropiadora: Aída Pisoni. “Existía esa información, que él ponía adelante mío, pero también me llevaba a un centro de deportes, que era el IOSE (Instituto de Obra Social del Ejército) de San Miguel. Yo sé que ahí también llevaron a otros apropiados como Madariaga y Sandoval. Se ve que nos llevaban como un trofeo, pero que no dejaban de ser actos de cobardía. Vivía en un estado de paranoia permanente. Ahora, conociendo la historia, creo que se tenía miedo a él mismo”.

Las fotos

Durante su exposición, que duró una hora y diecisiete minutos, Guillermo le dio mucho espacio a las fotos. “Tengo muchas aquí. Fotos de gente buena y de gente mala. Tengo fotos de mi familia y de mi abuela, de mi mamá, de mis hermanos, de mi papá, de él (cuando digo él, digo mi apropiador), con amigos, en un Falcon. Este era un tipo que le decían Tony, que si uno lo ve tiene toda la pinta de haber sido un infiltrado. Y aquí mi padrino, Miguel Ángel Di Zio, que llegó a ser general, dándole la mano a Alfonsín”. Repasó las fotos, hasta que hizo un parate. “Esta foto casi la rompo cuando la encuentro. Esta es la foto de mi apropiador, que a mi me hubiera gustado que él estuviera sentado acá, como integrante del Batallón 601 como los tipos que están acá, que yo le agradezco al tribunal que al menos los haga venir, porque una de las cosas que hacen justicia es que se conozcan sus caras. Eso es un paso. La voy romper a esta foto”, anunció con dolor, como si fuera ese un acto reparador.

—Perdón —lo interrumpió González Eggers—, ¿ese es su apropiador?.
—Ese es mi apropiador —respondió Guillermo, otra vez con su tono más firme— y en esta foto se me ve de chiquito con ellos.
—¿Alguna vez habías visto la partida de nacimiento? —consultó Sosti.
—Sí, pero nunca me llamó la atención, porque yo creía que era hijo biológico de ellos. Dejé de creerlo cuando tuve mis propias dudas y me acerqué a la Conadi y a Abuelas.

La duda

“Creo que fue resultado de los silencios y las mentiras ante las preguntas que hice en mi infancia, sobre cómo fue el embarazo, por ejemplo. Ahí hubo silencios o mentiras. Eso llevó a que primero me preguntara si era hijo de ellos o no. Ella tenía 50 años cuando yo nací, y él tenía siete años menos. Después pasó un tiempo y tuve acercamiento al trabajo de difusión de Abuelas, lo que hizo que tomaran forma esas preguntas desordenadas que yo tenía. Ahí ya nada me podía hacer pensar que yo fuera hijo de ellos”.

Las consecuencias

Es habitual que la fiscal Gabriela Sosti consulte a las víctimas del genocidio acerca de las consecuencias.
Lo hizo, por supuesto, con los hermanos Amarilla. Fue ese el instante más dramático del testimonio de Mauricio. “La verdad que fueron muchas las consecuencias. Lo más significativo que uno podría señalar es el no pertenecer a una familia”. Mauricio se quebró en ese momento. Se produjo un largo silencio. Le ofrecieron cortar, pero prefirió seguir. “Después, la ausencia en el momento en el que uno va creciendo y ver eso como hermano mayor en mis hermanos, fue fuerte también. Y luego… ni hablar… con la aparición de Guillermo”.
Guillermo llegó más entero al tiempo de formular esa respuesta. “Hubo muchas consecuencias, de las buenas y de las malas. Lo que sucedió al momento de la restitución, y lo que ocurrió en el momento de mi nacimiento. Existe la posibilidad de que hubiera tenido abuela, padre, madre, pero sabemos que nos los tengo, por eso estamos acá. Creo que soy mejor persona ahora de lo que era antes. Acá se arman familias. Esto es una familia. Tomar al silencio como una opción y no como una obligación, como ahí el tipo me está diciendo que me calle la boca -otra vez esa foto que está por romper-. Y eso se aprende entre compañeros y compañeras. El origen de todo esto es el terror, pero hay cosas que no se pueden vencer de ninguna manera. La verdad no se pudo vencer. La fortaleza que tiene lo simbólico, como el juicio que estamos teniendo hoy, no tiene medida. Destrozaron familias enteras, a un país entero, pero a mí y a mis hermanos no nos separan más. No solamente han hecho daños de afecto y emocionales, sino que han hecho daños económicos. Destrozaron a nuestras familias, pero esto es una familia. Y esto va a renacer todo el tiempo. Eso yo no lo conocía. Es por conocer a las Madres, a las Abuelas, a la familia maravillosa de Chaco. Vivir la vida enojado, como la vivía dentro de la casa en la que me apropiaron, que vivían enojados con la vida misma, a diferencia de vivir enamorado de la vida, yo elijo, más allá del dolor y del sufrimiento, vivir enamorado de la vida. Eso es lo que lograron. En Abuelas constantemente se está buscando devolver vidas, porque esto es un volver a la vida. Por eso también es importante que en estos juicios se les vean las caras. Porque las caras de nuestros compañeros ya se conocen y son parte de la historia. Por más que estén desaparecidos, sus caras, sus vidas, sus historias, no las va a borrar nadie, nadie, nadie. Esta es hora de que se conozcan las caras de los hacedores, que siempre operaron en la oscuridad”.

Guillermo Amarilla Molfino abraza a su hermano Mauricio, luego de que el mayor de los hermanos terminara su declaración.

Abrazos

Guillermo se había parado rápido, apenas Mauricio terminó su testimonio, para poder abrazarlo pronto. Ahora que es él quien acaba de cerrar, ya está su tío Gustavo Molfino para recibirlo apenas traspase la puerta petisa de madera. Antes, Gustavo tomará la foto que fue portada de este diario hace unos días. En la mano derecha de Guille están todos los papeles posibles. En la mano izquierda, apretujada con bronca y decisión de vida, está aquella foto en la que Guillermo es pequeño sin saber que es Guillermo, con sus apropiadores en la misma escena. Él le pide silencio desde ese pasado revelado a color. Pero ahora Guille es Guille. Y mientras destruye la foto y se abraza con Gustavo, que corre la cámara a un costado para apretarlo más fuerte, Guillermo Amarilla Molfino sabe perfectamente quién es, y elige cada una de sus palabras y de sus silencios, enamorado de la vida.

Se va Guillermo Amarilla Molfino rompiendo la foto con su mano izquierda.

*Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguimos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com

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