FIDEL CASTRO: ¡Venceremos, hermano, venceremos!

Resumen Latinoamericano*, 13 agosto 2019.

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Amanece una vez más en la patria liberada. Agosto se empina, y tu nombre resuena en el tiempo, en ese espacio infinito cómplice de la historia

Amanece una vez más en la patria liberada. Agosto se empina, y tu nombre resuena en el tiempo, en ese espacio infinito cómplice de la historia. Con esas resonancias emotivas me atrevo a imaginar este diálogo amoroso y protector de dos hombres inmortales.
Hermano, ser de mi propio ser, vida de mi vida misma, tus manos aún las siento junto a las mías, las veo alzarse juntas por sobre los temporales del destino, y palpita en mi alma el más puro sentimiento de orgullo, sin los envanecimientos del poder ni las añoranzas de gloria; porque jamás fueron esos los sueños que compartimos.

Fuimos cómplices, sí, desde los inmemoriales momentos del vientre materno, las travesuras de infancia y juventud, pero nada nos unió más que el ideal de justicia. Ese fue el lazo que selló definitivamente la alianza que ya de sangre había sido perfilada, cuando, vestidos de Revolución, nos encaminamos al futuro sin que asomara jamás la más mínima intención de detenernos.

Hoy entiendo como nunca cuán grande fue nuestra suerte, al negarnos de manera rotunda a la muerte del Apóstol. Por él avanzamos hacia aquellos impenetrables muros del Moncada, por él pusimos el pecho a la furia del mar y vestimos el color de la esperanza para escalar las alturas de la madre Sierra. ¿Recuerdas el abrazo en Cinco Palmas? Qué sorprendente fue entonces la certeza del triunfo y qué indescriptible la alegría de saberte vivo.

Aún me sobrecoge la emoción de los días del fin de la ignominia, del pueblo abrazándonos en medio de esa llama de júbilo, que solo enciende la libertad verdadera. Y estábamos allí los dos, frente a aquel mar de gente humilde, firmando para siempre el compromiso de que a partir de aquel enero, cada segundo de nuestras vidas estaría dedicado a todos, al bien de todos.

Cuánto sacrificio, cuánta entrega, cuánto desvelo ha sido necesario desde entonces, pero la obra nunca desfalleció ni perdió su rumbo original. Los incontables obstáculos no variaron el curso del camino, y cada nuevo reto nos hizo más fuertes, más seguros de que renunciar es una palabra que los revolucionarios desconocen.

Hemos caminado juntos todo este tiempo, y ahora te siento aun más cerca, porque te has multiplicado; junto al pueblo nos propusimos seguir andando, sin que las prisas indujeran los errores, pero sin permitirnos pausas demasiado extensas que pudieran apagar las energías.

Y qué prometedor este relevo que se empina, que es­cribe ya su propia historia, que heredó el mismo amor incondicional por esta tierra que nos ha movido a nosotros durante tantos años de lucha.

Tú y yo somos, hermano, y seremos por los siglos de los siglos hombres en Revolución, tan fieles el uno al otro como lo hemos sido siempre a nuestra causa, que es la causa de los pobres de la tierra, de los que cada día pelean por un mundo mejor, de los que no pierden la esperanza ni las motivaciones para defender lo justo.

Nuestra historia es una, y no hay dudas de que desde la originalidad del individuo que a cada uno nos habita, también yo habité tu piel y tú la mía, y el de hermanos fue para los dos un concepto sagrado, inviolable, un pacto hecho desde el amor, que también implica admiración y respeto, que nunca fue egoísta cuando se trataba del deber.

Aquí estamos, hermano, de pie, juntos, desafiando al tiempo, con la vista atenta al futuro, con el corazón henchido del mismo fervor, que no envejece, tan jóvenes como en el año del centenario y con este pensamiento para siempre en la conciencia: ¡Patria o Muerte! ¡Venceremos, hermano, venceremos!

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