Colombia. Los Comunes y la rosa roja. Nueva voz de la palabra Pueblo

Luz Marina López Espinosa / Resumen Latinoamericano / 9 de agosto de 2019

“¡Uníos! ¡Uníos! O la anarquía os devorará”.

Simón Bolívar

Ad portas de una  nueva justa electoral para elegir las autoridades territoriales, la primera  a la que se presenta la ex guerrilla de las FARC, hoy Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, son varias las reflexiones que el momento amerita. La primera, el desconcierto que causa observar las dificultades y las tensiones  que se dieron en la políticamente obligada alianza que debía hacerse entre los sectores llámense de izquierda o llámense progresistas, a propósito de la inclusión del nuevo partido en ella. No dejó de haber algún sector que con incomprensible mezquindad dificultó, cuando no abiertamente vetó la presencia del nombre de la Farc y sus candidatos en la alianza por construir. Pesaron más resquemores antiguos o recelos presentes -cuando no franca alineación a la derecha vaya uno a saberlo-, que el vivo propósito supuestamente compartido de confrontar con posibilidades de éxito la peligrosa  derechización del país y el envalentonamiento de sus adeptos basado en la legítima representación popular que ostentan.

También, hay que decirlo, pareciera no  haber habido la suficiente firmeza de los partidos o movimientos cercanos por tradición de luchas o por cercanía ideológica, en la causa de  defender  la presencia de la nueva fuerza. Si precisamente se trataba de una alianza electoral con base en elementos programáticos que todos compartían, girando alrededor del común designio de reivindicar los  interese populares, tan descaídos en estos tristes tiempos de imperialismos y fundamentalismos del capital.

Hasta hace pocos años era común oír a las gentes no informadas y qué no decir a las que sí y mucho, amén de a los voceros de las facciones del bloque en el poder, que lo malo de las FARC era su apelación a las armas con las calamidades que la violencia trae. Y que otra cosa sería si “optaran por las vías que les ofrece la democracia” para dirimir sus controversias con el Estado, dejando que sea el pueblo quien las arbitre. Pues bien, hoy son esas mismas gentes, las unas y las otras pero lo más insólito, conspicuos portavoces del establecimiento, quienes denuestan de la presencia pactada del nuevo partido en las corporaciones nacionales, y rechazan su pretensión de ingresar a las territoriales. Y su razón es dizque porque un día estuvieron  alzados en armas. ¿Quién entiende?

Lo cierto es que la voz y concepto más escarnecidos en la historia de la dominación de clases que ha regido en Colombia a lo largo de sus doscientos años de vida republicana, es la de “Pueblo”. Tanto, que en su nombre, apelando a esa voz, se han cometido las mayores atrocidades contra él. La violencia armada siempre ha sido el recurso fundamental del Estado para asegurar su hegemonía.  Ello, sea con la excusa del conflicto, el revolucionario  del Siglo XX, o las guerras del siglo antepasado que atendían más a intereses personales y sectoriales, o sin ella. Tradicionalmente ha bastado –y cuánto quisiéramos no tener que usar este presente transitivo-, una huelga, un paro cívico o  una movilización estudiantil, para garantizar la consecuente  masacre. ¿No fueron esos los casos emblemáticos de las huelgas bananeras de Ciénaga en 1928 y Cementos El Cairo en Santa Bárbara –Antioquia- en  1963, la masacre de afiliados a la Federación de Trabajadores del Valle en el sitio Puente Rojo en 1962, o la de los estudiantes de la Universidad Nacional en plena 7ª con calle 12 de Bogotá ese aciago 9 de Junio de 1954 viniendo del sepelio de otro estudiante asesinado el día anterior en la marcha conmemorativa del asesinato de Gonzalo Bravo en 1929 durante las protestas por la masacre de las bananeras?

Lo anterior no para volver sobre una memoria harto conocida sino para, ubicados en este momento que la historia en su luengo devenir recogerá como luminoso punto de inflexión  por cuenta del desarme de las FARC, la guerrilla más antigua y poderosa del continente, reseñar las mezquindades cuando no perfidias que se han dado en este proceso. Antes, durante y después de él. Asumidas con honor por los hombres y mujeres que aceptaron el reto de tramitar su interpelación al poder “por las vías que ofrece la democracia”. Las primeras, como se dijo, por cuenta de sectores políticos que en el discurso daban la bienvenida al partido de la rosa al campo que llaman democrático, pero hasta ahí nomás.  Y las segundas, los asomos de perfidia, por cuenta de ese mismo poder estatal que cuando y como ha podido e invocando la voluntad popular -otra vez el escarnecido pueblo-, intenta desconocer algunas de las solemnísimas cláusulas del Acuerdo de Paz.

Tal el panorama con el que la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común Farc asume la liza del próximo 27 de octubre cuando se elegirán gobernadores, alcaldes, diputados, concejales y ediles. Difícil, por lo abiertamente adversas de las condiciones. No obstante tener en Bogotá candidatos al Concejo de la talla de Jorge Rojas, curtido en la lucha social y por los derechos humanos, y Sofía Nariño, combatiente desde la adolescencia y como la que más, preparada para la paz ahora desde la tribuna de la palabra. Y al edilato, aspirantes de excepción como otra ex guerrillera, Isabela Sanroque, que ofrece a la localidad de Teusaquillo una juventud dedicada a la lucha por la justicia, y su firme compromiso con la cultura.

No obstante lo anterior, una cosa sí es cierta, y es la que queremos resaltar en esta nota: la nueva parcialidad política no en vano tiene por símbolo identitario la rosa roja, con las vibraciones de armonía y esperanza que ella comunica. Y no por nada ha asumido un nuevo y bello vocablo en reemplazo de ese que de tan manoseado ha perdido sus nobles resonancias: no son el pueblo. Son los comunes. La gente del común. “Nosotros los de a pie” que llaman las sencillas gentes. “Nosotros los menos” que  dicen los más humildes. “Nosotros… el pueblo” que apuntan los “nadies”… Sí, sí… Es verdad. Resulta inevitable, en últimas lo son; de eso se trata: son el pueblo, pueblo.  

Alianza de Medios por la paz

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