Colombia. La xenofobia colombiana pide control de natalidad a migrantes venezolanas

Franco Vielma / Resumen Latinoamericano / 17 de junio de 2019

Recientemente fue publicada una columna en El Tiempo de Colombia, donde la periodista Claudia Palacios propuso al gobierno de ese país que aplique medidas de “control de natalidad” selectivas contra las mujeres migrantes desde Venezuela.

En el texto, la periodista se ufanó en reseñar que Colombia tendrá más “difícil” el “desarrollo” dado el “problema” de que las venezolanas en dicho país se siguen “reproduciendo como lo están haciendo”.

Palacios agregó, intentando hacer un ejercicio de distinción entre las políticas públicas de Colombia y Venezuela y en un tono socarrón, que “acá no es como en su país, y qué bueno que no lo es”.

La referencia apuntó a que las mujeres venezolanas van a “reproducirse” (unos animales, pues) en Colombia, alentadas por las políticas sociales de Venezuela, que durante años han creado protecciones y medidas de apoyo a las mujeres gestantes y a grupos socioeconómicamente vulnerables.

No es para menos que esta publicación se encuentre en el centro del debate por ser considerada una reacción claramente xenófoba.

Además de ello, podría considerarse una reacción de clara aporofobia, si entendemos que lejos de tratar el asunto desde una perspectiva científica y demográfica, la columna de Claudia Palacios se refiere concretamente a las mujeres pobres como una afrenta u obstáculo al “desarrollo” de Colombia, desconociendo al mismo tiempo todas las inercias estructurales que han mantenido a Colombia como uno de los países con mayor desigualdad y con índices bastante deplorables de pobreza.

Pero sobre dicha publicación hay más tela que cortar.

SOBRE EL ARGUMENTARIO ENDEBLE DE LA XENOFOBIA

Según la nota de Palacios, se desprende la intencionalidad de hacer ver que, en efecto, las mujeres venezolanas paren mucho más que las colombianas. La autora trata de retratar de manera estigmatizante, por un lado, que parir es necesariamente malo y que además de ello las venezolanas lo hacen de manera descontrolada a diferencia de las colombianas.

Sin embargo ambos países tienen registradas estadísticas sobre la Tasa de Fecundidad en el Sistema de Naciones Unidas, donde pueden apreciarse datos concretos, tal como aparecen en la página Index Mundi para Colombia y Venezuela. La Tasa de Fecundidad en Colombia es de 1.85 hijos por mujer, y en Venezuela ese indicador es de 2.32 hijos por mujer para el año 2016.

Tales cifras explican que, aunque la Tasa de Fecundidad en Venezuela es más alta, no hay tanta diferencia con respecto a Colombia. Ahí se cae el argumento de que las venezolanas paren desproporcionadamente.

Sin embargo, la composición demográfica de ambos países es un explicativo de las medidas de protección que Venezuela implementó durante años de bonanza y continúa implementando, pese al bloqueo económico, sobre las mujeres gestantes. Ambos países se encuentran en bono demográfico, es decir, que la población en edad económicamente activa es superior a la población económicamente dependiente (niños y ancianos). Pero en ambos países la pirámide poblacional se está invirtiendo, la población está envejeciendo, incluso más rápidamente en Colombia. La población en mayores a 55 años, es de 16.04% y en Venezuela es de 14.62%.

Venezuela, en el Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación de 2007, previó la tendencia demográfica de que la población mayor superara a la población económicamente activa en las próximas décadas, un factor claramente inherente al desarrollo de las fuerzas económicas. Por tanto, la política pública venezolana asumió medidas para atenuar un impacto inminente, desde un enfoque claramente deslindado al de Colombia, donde refieren que la causa del subdesarrollo es que las mujeres tengan hijos, aunque para ellos, por estadística demográfica, el envejecimiento de la población sea una bomba de relojería.

Ello implica que la publicación de Claudia Palacios está enmarcada dentro de la lógica de que las mujeres, sobre todo las de estratos populares, no deben tener hijos. Una vía expedita habitual para referir las “culpas” económicas en las personas de a pie, pero omitiendo el gran saqueo sostenido por las élites, que confinan a millones a la pobreza, mientras ellos obtienen los beneficios de un ordenamiento económico hecho a la medida.

En todo caso y en otro orden de ideas, Palacios tampoco se toma la molestia en reseñar que en Venezuela hay más de 5 millones de colombianos e hijos de colombianos que han nacido en Venezuela. Una cifra por mucho significativa, si entendemos que Venezuela es un país con unos 31 millones de ciudadanos según estimaciones del Instituto Nacional de Estadística para 2017.

La periodista Claudia Palacios hace ver que el nacimiento de hijos de venezolanas en Colombia podría parecer desproporcionado, un ingrediente adicional a la narrativa de la “enorme” presencia de venezolanos en ese país. En efecto, CNN, donde también Claudia Palacios laboró, ha referido cifras que señalan 1 millón 100 mil venezolanos en Colombia, cifras que además son refutadas por el gobierno venezolano al considerarlas infladas. Lo curioso de esto, es que hacen ver como “enorme” a dicho volumen de población, en un país con 47 millones de ciudadanos, pues esa es la cifra de población en Colombia para 2016 según el ente que rige la materia.

Veamos bien la relación matemática: 5 millones de colombianos en un país de 31 millones, versus 1 millón 100 mil (si tal cifra fuera exacta) en un país de 47 millones. Es obvio que el exabrupto matemático se explica solo.

En Colombia los venezolanos son el 2.7% de la población. En Venezuela los colombianos son el 16% de la población. Por ende, hay que imponerle “políticas de control de natalidad” a las venezolanas. Cinismo es una palabra que define esta situación.

HIPERPROPAGANDIZACIÓN, ESTIGMA Y APOROFOBIA

En realidad, tan endeble, chovinista y tristemente célebre publicación de El Tiempo, viene como consecuencia de un fenómeno que ya tiene años en la escena regional. Es el proceso de hiperpropagandización de la cuestión venezolana. Es un proceso que va desde medios hasta vocerías políticas y gobiernos. Consiste en hablar de Venezuela como tema de primer orden en la política interna de varios países de la región.

Con ello se ha construido un artefacto narrativo multipropósito. Hablar de Venezuela y de Maduro, del chavismo, sirve para apoyar la agenda estadounidense de control sobre Venezuela, para estigmatizar a la izquierda regional, para ganar elecciones en algunos países, o sirve, incluso, para tapar los problemas de la política interna en países como Colombia, Ecuador y Perú.

La excesiva referencia a Venezuela, a los venezolanos, aunada a una significativa migración desde la cuenca del Caribe hacia varios países a causa del bloqueo económico y la pugna interna, ha derivado en la construcción de una narrativa que por defecto semiótico ha recaído en los migrantes venezolanos como expresión concreta de “Venezuela” como “problema”.

Para empezar, porque hablar de Venezuela, referirse a venezolanos o propagandizar la cuestión de la migración venezolana (para atacar a Maduro), hace ver la migración venezolana más grande de lo que es en cifras. Ocurre una alteración de la percepción del público en los países vecinos, en la que “se ven demasiados venezolanos por todas partes” cuando por matemática no son tantos, una percepción alentada también desde las redes sociales.

Ese es entonces un ingrediente fundamental de la detonación de los chovinismos nacionales. Países que recibieron poca o nula migración o con poca tradición en ello, lidian ahora con una importante migración real de venezolanos, que es además exagerada, hiperpropagandizada y reutilizada en la política interna de dichos países. Este caldo de circunstancias se traduce por asociación en reacciones claramente estigmatizantes que señalan a los migrantes venezolanos como un problema.

Son precisamente los venezolanos, desposeídos muchos de ellos, quienes en el extranjero son objeto de aporofobia y lidian hoy con las consecuencias de una narrativa desproporcionada y falaz, que criminalizó no solo al gobierno de su país, sino a ellos mismos como expresión de un “problema regional” y una “carga”.

De hecho, en muchos casos los venezolanos han sido usados como chivos expiatorios, incluyendo en las situaciones más insólitas.

Hay dos ejemplos de ello. Desde hace un par de años, políticos peruanos y medios de comunicación han justificado la pobreza estructural y la carencia crónica de servicios en ese país, adjudicándola ahora a la presencia venezolana como causa de su perenne colapso.

En otro ejemplo más insólito, Alejandro Ordoñez, embajador de Colombia ante la OEA, dijo en plena sesión del Consejo Permanente que la migración venezolana era parte de “una agenda global para irradiar en la región el socialismo del siglo XXI”, un señalamiento que recae de manera infame sobre los migrantes venezolanos, paradójicamente antichavistas en su inmensa mayoría.

Lo cierto es que en estas instancias, las fragmentaciones de las narrativas que otrora marcaron la agenda regional, alcanzaron su cenit con el fin del ciclo progresista latinoamericano y se ha abierto ahora un ciclo de políticas sumamente recalcitrantes, donde el auge regional de la derecha ha desatado los discursos y señalamientos más agudos, sin tanto disimulo en los argumentarios.

La marca de Donald Trump parece patentarse en la esfera regional mediante imitadores que pretenden destacarse, como Jair Bolsonaro, y otros personajes políticamente incorrectos como Iván Duque, quien pretende azuzar un conflicto militar en Venezuela.

Frente a esas instancias, la publicación de Claudia Palacios viene a ser un agregado más de vocerías más envalentonadas que se sienten en el contexto y en las condiciones adecuadas para hacerlo. Una consecuencia obvia del asedio a Venezuela. Asumen que es momento de golpear la identidad venezolana, lo hacen desde todos los frentes, y ahora lo hacen contra nuestras mujeres. Tiempos de ignominia.

Misión Verdad

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