CINE / “Ausencia de mí”: El doloroso exilio de Alfredo Zitarrosa
Estrenan en Argentina documental sobre el cantor uruguayo Alfredo Zitarrosa
Por Carlos Aznárez, Resumen Latinoamericano, 23 de abril 2019
El exilio, voluntario o forzado, es siempre una experiencia traumática. Solo lo saben quienes han tenido que tomar la resolución de marcharse, abandonar el entorno familiar, los amigos, los libros que más atesoraban, las callecitas por las que solían andar los domingos y hasta los olores y sabores, que cuando faltan adquieren una dimensión impensable en tiempos “normales”.
En la antigüedad, el exilio y el destierro abrían la puerta a uno de los peores sufrimientos. No en vano, en latin, “exul” significa “persona errante”, y hasta el propio Eurípides se refirió a la temática como un duro trance. “La muerte rápida es castigo muy leve para los impíos. Morirás exilado, errante, lejos del suelo natal. Tal el salario que un impío merece”, determinaba el poeta griego que falleciera en el año 406 antes de Cristo.
De estas nostalgias, dolores y tristezas que provoca el exilio habla precisamente un documental que habrá de estrenarse en Buenos Aires este jueves. “Ausencia de mí” está dirigido por Melina Terribili y aborda el periplo exiliar del más grande de la música popular uruguaya: Alfredo Zitarrosa.
Cuando una persona está lejos del lugar donde nació y habitó, con todo lo que significa esta última palabra, comienza a ser ganado por grados distintos de nostalgia. Además, la mayoría de quienes han tenido que pasar por esta situación afirman que jamás se les hubiera ocurrido la idea de ausentarse de su país por largos años. Por otro lado, las dictaduras y sus derivaciones represivas arrojaron fuera de casa a miles de hombres, mujeres y hasta niños y ancianos. No había otra opción que la de partir si se quería salvar la vida. Y esto mismo es lo que le ocurrió a Zitarrosa, que un buen día embutió la guitarra en su estuche, llenó de ropa un par de maletas y partió para Buenos Aires, dejando atrás la dictadura uruguaya pero también un montón de lugares queridos y seres amados.
Locutor afamado, libretista, actor de teatro, periodista (sus notas se publicaban en “Marcha”) y por sobre todo, excepcional cantor, Alfredo jamás ocultó sus ideas de izquierda, su militancia en el partido Comunista ni su deseo de colaborar a arrimar más brasas al fuego de la Revolución pendiente
Como le pasó a varios de su compatriotas, pronto se dieron cuenta que con solo cruzar el charco rioplatense no alcanzaba, ya que los vientos autoritarios también llegaron hasta Argentina, y el flagelo de los escuadrones de la muerte (la siniestra Triple A motorizada por el ministro de Perón, López Rega) amenazaba de muerte y muchas veces cumplian lo anunciado, a todo aquel que tuviera antecedentes “zurdos”.
Alfredo, sin embargo, pensaba que se podía aguantar el cimbronazo represivo, un poco porque no tenía muchas ganas de pegar otro salto, y también porque no era fácil imaginarse lo que estaba a punto de estallar.
Nos habíamos conocido en su casa uruguaya cuando nos mostró el rinconcito del techo donde se había posado esa “mariposa negra” que luego inspiró una de sus hermosas canciones. Nos volvimos a ver en Buenos Aires, junto a su amigo y enorme poeta Enrique Eztrázulas.
Empeñado en seguir haciendo música dio varios recitales, hasta que una noche en el teatro IFT, todos sentimos que había llegado el final de su particular forma de resistencia. Ese día habían asesinado a varios compañeros y una lista con nombres de otros tantos andaba circulando como advertencia. El teatro estaba semilleno de uruguayos exiliados y argentinos a punto de dar ese mismo paso. Desde un austero escenario, llegaban las canciones de Alfredo, esas que hablaban de la rebelión de los peones del arrozal, o de una tal Doña Soledad, que se preguntaba “qué es lo que quieren decir con eso de la libertad”, o de Prudencio Correa que “con el dedo en el gatillo y el brazo arremangado” murió dando pelea. La emoción de aquel momento, los aplausos prolongados, los abrazos,no alcanzaban para ocultar que todos los presentes estábamos ya en tiempo de descuento.
Días después, el trovador tuvo que repetir la huida, pero esta vez con más angustia que la primera vez, ya que el viaje iba a poner miles de kilómetros de distancia con su querido paisito.
La película de Terribili logra captar con excelencia el nivel superlativo de la nostalgia que Alfredo acumulaba día a día en su involuntario exilio. Ya asentado en Europa seguía sin sentirse cómodo a pesar de que estaba a salvo, lo que no era poco en esas circunstancias. Su rostro serio y tristón, su obseciva necesidad de volcar en decenas de casettes sus estados de ánimo y todo lo que hacía y pensaba, daban la pauta de que el hombre estaba dando un testimonio esclaredor para contrariar a aquellos que piensan que hay “exilios dorados”.
En ese marco de añoranzas, nos volvimos a encontrar en un pisito de Madrid, al que con un uruguayo y un gallego que adoraba sus canciones, acompañábamos a Alfredo de tarde en tarde. Ginebra de por medio, y una permanente ronda de mate con yerba uruguaya, que traía algún benefactor, escuchábamos su enorme pena por no componer como hubiera querido, o veíamos caer un lagrimón cuando se contaban anécdotas del Uruguay lejano, el del Cerro, el barrio de La Teja, Malvín, la tribuna Amsterdam, el mítico carnaval o la rambla bulliciosa e interminable. Cada tanto nos regalaba los acordes de una canción o nos estremecía con poemas filosos como una daga. “Pensar que creía que volveríamos en un par de meses”, refunfuñaba, dando cuenta de uno de los estereotipos de todo exiliado. Y a él aún le faltaba pegar un nuevo salto, esta vez hacia México, antes de su ansiado retorno a Montevideo.
La película recorre con alto nivel de emotividad todo ese periplo, tiene momentos donde la tristeza innata del protagonista pareciera amenazar con un derrumbe, pero la relación con sus hijas y algunos amigos entrañables, logran sacarlo temporalmente a flote. Hasta que llega ese subidón que significa volver otra vez al paisito, recibido por una multitud en el aeropuerto y a lo largo de todo el recorrido hasta el centro de la ciudad.Ni qué decir lo que fue su primer recital en el estadio Centenario ante miles de seguidores. Como intentando cerrar el círculo, el trovador entona allí su “Adagio a mi país”, la mejor radiografía de lo que significó la dictadura. El mundo parece detenerse cuando escucha salir de sus labios cada frase de lo que ya se había convertido en himno: ” …dice mi padre que un solo traidor / puede con mil valientes / él siente que el pueblo, en su inmenso dolor / hoy se niega a beber en la fuente clara del honor / tú no pediste la guerra / madre tierra / yo lo sé”.
Su legado, enganchado a sus inmensas canciones, su coherencia de militante cultural, y los miles y miles que aún se estremecen con su voz, ayudan a recordarlo, venciendo el dolor que nos causó su muy temprana partida. En ese sentido, “Ausencia de mí” aporta lo suficiente para conocer a un Zitarrosa del que se sabía poco, el de un exilio que no logró vencerlo pero que indudablemente, le causó daños irreparables.
(“Ausencia de mí”, dirigida por Mónica Terribili se estrena este jueves 25 de abril, y desde ya Resumen Latinoamericano la recomienda)
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