8M en Santiago de Chile: Más de 400 mil personas por los derechos sociales de la mujer participan en histórica marcha

Andrés Figueroa Cornejo / Resumen Latinoamericano / 8 de marzo de 2019

Más de 400 mil personas en  Santiago y otras 400 mil en el resto del país fueron las cifras que marcaron la histórica huelga nacional por los derechos sociales de la mujer en Chile y “contra la precarización de la vida”.

Tal como citó la Coordinadora 8M, cientos de miles de personas, entre mujeres, hombres, niñas, niños y jóvenes, se encontraron en la Plaza Italia de Santiago, epicentro metropolitano del país andino, para comenzar a marchar por la principal arteria chilena, la Alameda, a las 19.00 horas de este viernes.

Mientras la tarde veraniega se desplomaba sobre las y los manifestantes, el 8 de marzo se transformó paulatinamente en un hito histórico que no sólo marcará el tono social en el que se desenvolverá el 2019, sino que quedará en los registros documentales como la marcha de carácter feminista más numeroso del que se tenga memoria en el país.

La Presidenta de la Agrupación de Familiares de Ejecutados y Ejecutadas Políticas de Chile, (AFEP) y lideresa de los Derechos Humanos, Alicia Lira, señaló que la expresión popular de la jornada “hace parte de la resistencia de todo un pueblo que retorna por sus derechos conculcados y es capaz de sorprender al mundo por su capacidad de crítica y movilización cuando se lo propone”, y añadió que “vamos con los retratos de nuestras ejecutadas políticas bajo la dictadura cívico militar de Pinochet, porque estamos convencidas de que estarían aquí, con nosotras un día como hoy. Luchando por la vida, por transformar esta realidad opresora contra las grandes mayorías. Las causas por las cuales las asesinaron los agentes del terror de la tiranía son exactamente las mismas por las que hoy marchan tantas y tantos hoy: para conquistar una sociedad de libre e iguales”.

Las consignas de la protesta fueron el reflejo concreto de la indignación social frente a los abusos del patriarcado y de su relación con la mala vida devenida del régimen capitalista en curso. Por eso, además de exigir el fin de los femicidios, del maltrato machista físico y simbólico; del establecimiento de la práctica legal, segura, libre y gratuita de la interrupción del embarazo; de una educación sexual adecuada en los establecimientos escolares y de enseñanza superior; del mismo salario para mujeres y hombres por el mismo trabajo, y de un salario superior a la miseria actual que obliga al feroz endeudamiento doméstico; también se plantearon reivindicaciones aún más amplias.

La resistencia mapuche estuvo presente, demandando la desmilitarización de las tierras ancestrales, la autonomía y autodeterminación política y multidimensional como pueblo distinto que el chileno. Igualmente, el sindicalismo de combate denunció la ofensiva capitalista que busca abaratar todavía más el precio del trabajo y empeorar las condiciones laborales mediante la llamada flexibilización, polifuncionalidad, uberización, multiplicación del trabajo a cuenta propia, subcontrato, tercerización, e incluso, destrucción definitiva del propio derecho a la sindicalización.

Asimismo, el ecofemismo llamó a la lucha abierta en contra de la expoliación de la naturaleza causada por la industria extractivista, que destruye a diario comunidades y biodiversidad. Tanto las mineras, hidroeléctricas, forestales, pesqueras, salmoneras, etc., operan en Chile sin más regulación que las expectativas de sus ganancias privadas, modificando estructuralmente y para peor toda forma de vida ecosistémica.

Igualmente la comunidad LGBTTI reclamó políticas preventivas y pedagógicas ante el alarmante aumento del contagio del VIH, el que más se ha incrementado en el continente, debido, precisamente, al conservadurismo de una oligarquía que prefiere practicar una doble moral y enterrar la cabeza cuando se trata de encarar eficientemente la sexualidad de las y los más jóvenes.

Un porcentaje altísimo de las cientos de miles de mujeres que se manifestaron este 8 de marzo fueron jóvenes, féminas y varones. Se trata de la nueva generación que tiene en sus manos el desafío de transformar las relaciones sociales materiales y culturales predominantes en Chile. Contra el Chile conservador, fascistoide, económicamente desigual, culturalmente empobrecido de manera premeditada por la minoría en el poder; racista, patriarcal y xenofóbico, la juventud amanece sin vergüenzas ni moralismos coloniales. Detrás de sus cantos vibra el deseo terrestre y soñado de construir una sociedad más libertaria, justiciera, profundamente democrática. Una sociedad capaz de superar todas las opresiones y no sólo la patriarcal.

 

 

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