Argentina (Análisis) La estrecha senda a explorar entre maximalismo y posibilismo (Por Jorge Falcone)

 

A propósito del 25 aniversario

del alzamiento zapatista y nuestro año electoral

 

“…no se propone la idea tradicional de una ‘zona liberada’, tal como se lo entiende en las luchas guerrilleras de tipo rural. Aquí se propone otro tipo de mecanismo; se trata de construir ‘zonas políticamente autónomas’, donde el poder popular esté radicado en la propia expresión del pueblo territorialmente organizado, para sus acciones en materia de producción, salud, educación, vivienda y la necesaria autodefensa de sus derechos e instituciones”.

Roberto Cirilo Perdía,

“Prisioneros de esta democracia”.

Por JORGE FALCONE*, Resumen Latinoamericano, 1 febrero 2019

Desde la recuperación del orden constitucional se ha gastado mucha tinta sobre la Generación del 70 – a la que pertenece el autor de esta nota -, tanto para su crítica como para su defensa, pero una cosa resulta indiscutible: en aquella circunstancia no se luchaba por el gobierno sino por el poder. En consecuencia, l@s sobrevivientes no arrepentid@s de dicha experiencia difícilmente acepten que su causa haya sido la humanización del capitalismo. En el empobrecido contexto de esta Argentina de Hantavirus y pistolas Taser (del que buena parte de la sociedad deberá hacerse cargo), mientras el verano inaugura tempranas protestas contra los tarifazos y los cortes de luz, y las encuestadoras barajaban un escenario electoral tan polarizado como en 2015… hasta que empezó a crecer Lavagna, nos parece oportuno ensanchar la visual en el intento de trascender el marco de análisis coyuntural. Y lo hacemos sin cargo de conciencia alguno, porque ya hemos manifestado que los próximos comicios demandarán votar contra este gobierno depredador, aunque estemos plenamente convencidos de que la vida política argentina no se merece seguir saltando indefinidamente de descarte en descarte.

Analizando las experiencias populares más interesantes de la región, puede convenirse que si el proceso bolivariano aportó su efectivo ejercicio de una democracia social protagónica basada en el poder comunal y su invitación a pensar un socialismo no stalinista para el Siglo XXI, y el movimiento campesino-indígena boliviano la definitiva emergencia de esa América Profunda – así nombrada por nuestro gran filósofo maldito Rodolfo Kusch – que Europa soterró por más de cinco siglos, la insurgencia zapatista produjo en la militancia una profunda revisión de las concepciones revolucionarias setentistas, y un rescate de olvidadas tradiciones precolombinas en materia de horizontalidad y autogestión.

Caudillismo o poder constituyente

Frente a la tendencia histórica de carácter personalista/presidencialista que caracteriza a nuestros pueblos, y dando cuenta de la caducidad de los grandes liderazgos del Siglo XX (baste con pensar en la diáspora actual de los fenómenos inaugurados por estadistas como Irigoyen y Perón), acaso corresponda considerar más a fondo, de espaldas a cualquier tipo de providencialismo que proponga esperar la emergencia de referentes carismáticos, aquella alternativa que mejor colabore con el desarrollo de nuestras propias fuerzas, y con la gestación de un poder popular autónomo, capaz de disputar – en el mediano-largo plazo – la hegemonía político-social vigente.

Sin pasar por alto las condiciones históricas específicas que lo gestaron, el zapatismo de Chiapas acaso haya sido el movimiento rebelde más original de los últimos años, el que más ha dado cuenta de nuestra diversidad étnica y cultural, y el que propuso una metodología de gestación-consolidación-ejercicio del poder popular más propicia para ser ensayada en comunas sistemáticamente defraudadas por el punterismo local. Eso es así porque dicho fenómeno rescató una visión revolucionaria no euro referencial, que tomó como punto de partida un pensamiento autóctono y trató de tramarlo con las mejores experiencias de lucha internacionales, obteniendo enorme predicamento entre los movimientos de trabajadores desocupados surgidos al calor del Argentinazo de 2001.

La Sexta Declaración de la Selva Lacandona desafió a comprobar que es posible crecer por fuera de la agenda electoral de las partidocracias venales de nuestro continente. Los chiapanecos abrieron un debate aún vigente, que invita a gestar una alternativa no localista, no provinciana, sino continental primero y mundial después, para pensarse desde otro hacer de la política, que es un hacer novedoso, capaz de capitalizar los aciertos de nuestras luchas anteriores, pero también de abrir caminos que hasta ahora no hemos explorado.

Si bien el zapatismo irrumpió ofreciendo un vértice referencial recurrente como la figura del Subcomandante Insurgente Marcos – que oportunamente enamorara a cierto activismo snob encandilado al verlo saludar a las Madres o componer canciones con Joaquín Sabina -, quien en su lúcida política comunicacional no eludió ningún medio, ni tradicional ni de punta, dicho movimiento se ocupó de dejar en claro que solo se trataba de un vocero circunstancial del concejo de ancianos constituido por l@s miembros más experientes de la comunidad, que a su vez representan a un conglomerado de etnias precolombinas.

¿Qué ha sido entonces lo destacable de dicho fenómeno? En primera instancia, consideramos que el pensamiento zapatista propone un anclaje cultural previo a la venida del conquistador. A partir de ello, no le hace asco a ningún legado insigne de la humanidad, ni al Manifiesto Comunista, ni a Las Tesis de Mao, ni a los escritos económicos del Che, ni a ninguna experiencia rescatable que se haya ensayado. Se trata pues de uno de los procesos de mayor apertura al intercambio, al punto de reivindicarse irónicamente cósmico, figura que remite a la mirada poética de los antiguos pobladores de este continente, de carácter sumamente espiritual. Esto, lejos de ser un planteo new age, nos habla de un humanismo muy antiguo y que nos pertenece. Un cimiento identitario que hoy aparece como esencial, toda vez que el extravío de esa América Profunda en las metrópolis de nuestro continente, dado el ideario encubridor que estas cultivan, es extremo.

El desencuentro entre ese pensamiento soterrado y el que nos propone la agenda mediática de la América superficial, cosmopolita y blanca es inédito. Genera una verdadera esquizofrenia política y cultural. Y constituye uno de los hechos que cualquiera que se plantee una política revolucionaria tiene que revisar a fondo para luego cuestionar. Porque en ese espejismo se esconde en buena medida la trampa que debemos conjurar.

Entre la realidad y nosotros hay un espejo que nos devuelve una imagen deformada, hay que romperlo para reconocerse una vez más, no solo en ese basamento ideológico culturalmente identitario, sino en esa metodología horizontal y comunitaria de la circulación de las ideas y de las decisiones, que como en aquel proceso que culmina en la “Sexta declaración de la Selva Lacandona”, no tiene los plazos del blanco occidental, para el cual – bajo la filosofía capitalista – el tiempo es dinero.

Hay otra temporalidad, raigal, sistemáticamente eludida por el blanco de las ciudades, que la denosta considerándola morosa. Responde a un reloj cósmico de la gente antigua de este continente, que tanto vive en un desierto o en una selva de Nuestra América, como en un andamio de las grandes ciudades, unificada por un mismo color de tez. Esto explica en parte la condición de vocero no definitivo que le otorgara la comandancia del EZLN a Marcos, relevándolo del uso de la palabra cuando hubo cuestiones más importantes que resolver y no por ello temiendo caerse de ningún mapa político coyuntural si correspondiera subsumirse en largos periodos de silencio para ocuparse de cuestiones trascendentes. Una nueva modalidad de hacer política – la de “mandar obedeciendo” – que correspondería revisar en profundidad.

La imprescindible condición de ser rebelde las 24 horas del día y en donde sea, no aceptar la agenda que proponen los poderosos y que reproducen todas las cosmópolis dominantes desde sus medios de comunicación. En una Argentina rehén de la falsa antinomia oficialismo-oposición, ya casi escasean medios alternativos de comunicación que nos permitan analizar el presente más allá de la coyuntura. Hay una deliberada instrumentación destinada a que leamos la realidad en general, y la política en particular, por el ojo de la cerradura por el que nos permiten espiar los poderosos, para alienarnos al punto de que seamos incapaces de amenazar sus intereses.

Resumiendo, si el modelo bolivariano ha exhibido dramáticamente las limitaciones suicidas del caudillismo unipersonal, el zapatista propone auto determinación; la idea de confiar en nuestras fuerzas y constituir una nueva sociabilidad, lo más parecida a los lazos de relación que desearíamos para nuestrxs hijxs.

A propósito del particular, conviene tomar nota de las apreciaciones de una lúcida antropóloga como Rita Segato – que viene revolucionando al feminismo con tesis cimentadas por el Giro Decolonial – en ocasión de la ronda de preguntas que cierra su primera clase sobre Contra Pedagogías de la Crueldad organizada recientemente en Rosario por la Facultad Libre. A instancias de l@s presentes, la expositora confirma la aviesa intencionalidad del poder en cuanto a satanizar a Milagro Sala y a Cristina como mujeres empoderadas y, en el caso de la primera, además como pobre y mestiza. Pero ello no le impide a continuación impugnar al caudillismo como un modelo de conducción que no genera autonomía en las bases sociales.

República europea o Estado plurinacional

En repetidas ocasiones hemos sostenido que el proceso denominado por la historiografía mitrista como “Organización Nacional” consistió en el disciplinamiento de la supuesta “anarquía” encarnada por los caudillos federales del interior, con miras a forjar una República a la europea edificada por la oligarquía porteña, cuyo contrato social fue la Constitución de 1853, escrita con la sangre de indios y criollos tras la “Conquista del Desierto”.

Esa sólida base de encubrimiento fundante ha fomentado que las franjas medias y altas de nuestras capitales, en el contexto de un continente negrindoblanco, vivan una ilusión de excepcionalidad sólo interferida cuando en situaciones límite como la Guerra de Malvinas el Norte Global nos abandona y sólo nos asisten nuestrxs hermanxs de piel cobriza.

Huelga repetir que las reglas de juego prescriptas por nuestra Carta Magna reproducen un statu quo favorable a las clases dominantes, y que así ocurre también durante las lidias electorales, lo que debería poner en cuestión la expectativa de quienes apuestan a medirse en ellas para crear “nuevos precedentes”, disponiendo así de algún fondo de campaña y de 15’ de gloria en los medios de comunicación. Pero, aunque suene redundante, no basta con un tintero para teñir el océano y el poder disfruta que le sigamos la corriente.

La amplia franja de sectores medios nutrida por una inmigración extracontinental dificulta propender a un orden alternativo que contemple el replanteo de un Estado capaz de contener soberanamente a numerosas naciones previas a la existencia de nuestra nacionalidad.

Aquí cabe recordar que cada vez que una concepción totalitaria se apoderó del Estado proclamó tiránicamente una unidad absolutamente artificial. Así, la España franquista se presentó como “una, grande y libre”, de espalda a todas las identidades regionales, y la Italia mussoliniana estableció la dictadura del septentrión germánico sobre el meridión africano, status que tanto combatirían intelectuales críticos como Pier Paolo Pasolini.

En un contexto de mayor diversidad étnica, la experiencia continental más avanzada a este respecto parecería ser el Estado Plurinacional de Bolivia propuesto por el presidente Evo Morales Ayma.

Resulta legítimo plantearse que un proceso verdaderamente transformador de la nación argentina debería proponerse – como instancia de transición hacia un nuevo orden social – la convocatoria a una Asamblea Constituyente Originaria capaz de dar cuenta cabalmente de nuestra pertenencia cultural americana.

Estatalismo y autogestión

Quienes realizamos la mayor parte de nuestra experiencia militante en el peronismo – aún desde la corriente revolucionaria del mismo – lo hicimos bajo el fuerte influjo de una concepción estatalista.

En efecto, que el levantamiento del 17 de octubre de 1945 – origen de dicho movimiento – no haya tardado en institucionalizarse a través de las elecciones del 24 de febrero del año siguiente, da cuenta de una concepción germinal que produciría los cambios por venir de arriba hacia abajo; es decir, desde un Estado proveedor hacia una comunidad desprovista.

Sin ir más lejos, el subtexto del legendario slogan “de la casa al trabajo y del trabajo a casa” proponía que el obrero se ocupara exclusivamente de producir y de atender a su familia, porque del resto de su bienestar se ocuparía el Estado.

Los límites de aquel Estado Benefactor, hoy más nítidos que por entonces, al cabo de la Década Infame – con su voto calificado y su “fraude patriótico” -, constituyeron sin embargo un significativo avance en materia de legislación social.

Pero a casi un siglo de aquellas circunstancias, y cuando casi todas las fuerzas políticas han tenido su oportunidad histórica de aportar soluciones al país – incluso más allá del esquema bipartidista, ahora que nos gobierna una fuerza sin tradición alguna -, queda claro que con las reglas de juego actuales Argentina no hace más que retroceder, alternando indefinidamente períodos de restricción o ampliación de derechos, bajo la tolerancia de los poderosos y sin modificar en un ápice el modelo de exclusión social vigente.

Y es que en la región al techo de la democracia liberal lo puso trágicamente de manifiesto la suerte del presidente chileno Salvador Allende Gossens: Quien pase por alto tamaña lección de la historia, consciente o inconscientemente, estará siendo funcional a que se produzcan nuevos derramamientos de sangre y se malogren aún más generaciones.

Pero no tan lejos en el tiempo, apenas en los albores de este siglo, hubo un Nuevo Movimiento Social que se atrevió fugazmente a trascender los límites descriptos, recuperando fábricas abandonadas por los patrones, debatiendo asambleariamente los problemas de cada barrio, y hasta ensayando formas de intercambio que prescindieran del papel moneda, como el trueque.

De aquella riquísima experiencia han sobrevivido en algunos parajes rurales asambleas ciudadanas comprometidas con el cuidado del medio ambiente, pequeños productores de la tierra que comercializan sus productos sin agrotóxicos y eludiendo intermediarios o, en enclaves urbanos, valiosas experiencias de bachilleratos populares.

En todos esos ejemplos exitosos, el denominador común es el poder de la comunidad puesto en acto ¿Habrá llegado entonces la hora de tentar suerte por fuera de las instituciones que indefectiblemente nos defraudan?

En cualquier caso, el deber de todo sobreviviente no escarmentado de la apuesta por un cambio social de fondo será no estafar a las nuevas generaciones proponiendo atajos inconducentes. Y desenmascarar al posibilismo sin renunciar jamás a la Revolución, se tarde lo que se tarde. A pesar de que la propia vida se limite apenas a señalar un rumbo, contestes de que no estaremos allí cuando todo sea de todes, como lo auguran las estrofas del cantautor uruguayo Pepe Guerra:

“Se nos va a dar.

La nuestra tiene que llegar

cuando empecemos a juzgar

con nuestras leyes,

con la moral

del que tuvo que laburar

en tres empleos p’a bancar

su presupuesto.

¡Tengan cuidáu,

agarren el primer avión,

van a quedar

como en vidriera

bien escracháus

de frente al pobre jubiláu,

al obrero, al desocupáu

mirándolos en la vereda!”.

A la memoria de Jorge Beinstein,

que se atrevió a pensar a contracorriente.

*Integrante de la Coordinadora Resistir y Luchar

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