Una lenta impaciencia de Daniel Bensaïd

Resumen Latinoamericano / 13 de enero  de 2019 / Francisco Louçã, Viento Sur

Daniel Bensaid publicó en 2004 el libro ahora coeditado por Sylone y viento sur. Había terminado un trabajo académico y estaba envuelto en los primeros foros sociales mundiales: tras la difícil década de 1980 y los años de transición en los 90, el inicio del nuevo siglo parecía prometer un nuevo internacionalismo, un fulgor activista con un objetivo, derrotar la globalización neoliberal e imperial. El 15 de marzo de 2003, en las calles de las capitales de todo el mundo se levantó la tercera superpotencia mundial, como entonces la llamó el solemne New York Times: multitudes protestando contra la guerra de Irak. Y qué entusiasmo para un militante el participar y animar esas manifestaciones que representaban una mayoría social anti-Bush, anti-Aznar y anti-Blair (y también contra Barroso, el entonces primer ministro portugués que fue el anfitrión de la Cumbre de las Azores, que desencadenó la guerra, después presidente de la Comisión Europea y ahora presidente de Goldman Sachs). Ese aire del tiempo está presente en todas las páginas; hay una alegría contagiosa, pero también una reflexión experimentada. Daniel ya había asistido a otros momentos inaugurales y sabía que la historia no tiene un destino y que, además, nadie tiene la última palabra; por delante siempre hay curvas difíciles.

Tal vez por eso, el libro no es realmente una biografía. No es una cronología de historias, no es un rendez-vous de acontecimientos y de aventuras épicas. Es ante todo un ensayo biográfico, en el que Daniel da cuenta de su infancia y juventud, de la adhesión a la JCF y, tras la escisión, la creación la JCR (más tarde LCR, la Liga), de sus amores, de Mayo de 68, de la manifestación en Berlín, de los primeros contactos con la IVª Internacional, de lo que después serían sus responsabilidades nacionales e internacionales. Cada capítulo parte de un tema, de una reflexión, de una memoria y en todos sentimos ese humor, ese espíritu inquieto y travieso, también la inquietud filosófica del militante que quería descubrir, ya sea a Deleuze y Lefebvre, ya sea a Espinoza y Uriel de la Costa, Benjamin o hasta la figura trágica de António Conselheiro, en la guerra del fin del mundo. Él era nuestro Corto Maltés y nos gustaba por sorprendernos siempre.

En el prefacio del libro, Jaime Pastor hace una excelente reseña del recorrido intelectual y de los libros de Daniel. Resalta ese trabajo meticuloso, ese mapa de ideas que explora la filosofía política y la historia (Jeanne de Guerre Lasse, Moi la Révolution) y que tenía tanta curiosidad en relación a la economía, a la sociología, a las ciencias naturales y hasta las matemáticas (véase su reflexión sobre el caos). Como se ve al abrir el libro, en el también se dan encuentros (con Marguerite Duras, siempre solidaria, con Sartre y Beauvoir, con Godard, aún maoísta), el retrato de tiempos extraordinarios, el disgusto con la visita a Argentina en 1973, la complicidad con sus camaradas en el congreso clandestino en Barcelona, la amistad profunda con el Moro y con otros y otras que conoció y con quien trabajó en el Estado español, los sueños de confluencias políticas, la voluntad de encontrar a nuestra gente. O el esfuerzo de arremangarse, la primera sede de la JCR en París no tenía electricidad, los panfletos eran impresos en una máquina manual, nadie se quejaba.

¿Todos los heréticos fueron solitarios? ¿Todos? No todos. Bensaid era un pensador, y en las últimas dos décadas de su vida se dedicó, incluso cuando supo de la enfermedad que lo aquejó, a un intenso trabajo de ideas, esa paciente impaciencia que da el título a este libro. Pero era un militante, como tantas veces nos recuerda, y por eso un hombre de los colectivos, de las ilusiones y de las desilusiones, de la voluntad, de la osadía. Todos los errores políticos que cometió, estoy seguro de que lo sabía, fueron por voluntarismo: en este libro nos habla del “leninismo apresurado” en Francia, así como también de la esperanza sobre la resistencia argentina o chilena. Pero la esperanza no está mal, tampoco el empeño en una lucha concreta, como su implicación con Brasil en la construcción del PT y de la sección brasileña, entre tantas vicisitudes, o antes su apoyo a la sección portuguesa nacida en las vísperas de una crisis pre-revolucionaria. En todos esos acontecimientos, y en el éxito de haber ayudado a fundar una organización revolucionaria con influencia social, tuvo siempre la grandeza de la fidelidad. Fidelidad a sus ideales, al comunismo, al combate de los de abajo, a la resistencia al estalinismo, a la emancipación democrática, al aprendizaje con el movimiento, a las políticas unitarias. Fue fiel y eso no se puede decir de mucha gente. Pero Daniel no ignoraba la dificultad de hacer posibles las tareas imposibles: en todo caso, recuerda él citando a Deleuze, recomenzamos siempre por el medio. Tal vez lo más importante aquí sea que si continuamos, porque no comenzamos desde el principio, y hay una memoria de la idea y de la lucha anterior a la nuestra que nos enseña, la continuidad es siempre un recomienzo, un poco de Sísifo o, mejor, siempre una inmensa fidelidad de quien no desiste de ser. Así fue Daniel Bensaid, así es su memoria, la que vas a leer en este libro.

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