Argentina. Construir al enemigo

Resumen Latinoamericano / 13 de enero de 2019 / ANRed

Comenzó el año y las primeros anuncios del Gobierno apuntan a una batería de medidas en materia de seguridad. Primero el debate se centró en la compra de pistolas Taser y la expulsión de extranjeros con antecedentes penales.

Esta semana la atención estuvo puesta en la baja de la edad de imputabilidad penal a menores de 15 años. Medidas que buscan reforzar la construcción de un enemigo interno, allí en los barrios populares. Compartimos el texto de Cecilia Solá, publicado en su cuenta de Facebook “Porque son peligrosos esos pibes y pibas sueltos. Sus ojos, casi siempre oscuros, sus piernas flacas, su gorrita sucia, sus voces agudas, su enojo, su soledad y su miedo, son el espejo de un fracaso monstruoso, de un genocidio sutil, del odio eterno del opresor que teme que un día el oprimido se levante de su cama de cartón y les prenda fuego. De vez en cuando, los eternos desinformadores, los mercenarios de la palabra y la imagen, te muestran a uno de esos morochitos cruzando a pie un arroyo helado para ir a la escuela o recibiendo la bandera en patas, y los Raúles, las Irmas y los Ernestos aplauden, emocionados, confirmando que “‘el que quiere , puede” y el que no quiere, que marche preso.”

Doña Irma está indignada. Ella no lo votó para esto, ella lo votó para que saque los vagos, las que se embarazan por un plan y los piqueteros, no para que le suban la luz de 300 a 3000, y que, encima, los negros esos sigan cortando las calles. Ernesto también está furioso. Nunca le dijeron que con estas nuevas medidas lo iban a echar del trabajo que tenía hacía dieciocho años, y lo iban a mandar a producir cerveza artesanal. Si él no sabe un carajo de cerveza artesanal. La seño Ali está enojada, pero está más preocupada que enojada. Ella lo votó, harta de “la yegua” que dijo que los docentes son unos vagos y que se quejan de llenos, pero no se imaginó que cerrarían tres cursos y se quedaría sin la mitad de sus horas, justo cuando le suben la cuota del plan Vivienda.

Y Raúl, el verdulero, que no lo votó ni a este ni al otro, porque son todos iguales, y fue y votó en blanco, sin pensar que tendría que cerrar el mercadito y encima a su mamá no le dan más los remedios de PAMI y su mujer ya le dijo que ella no va a pasar necesidades para cuidar a una suegra que nunca la quiso.

Irma, Ernesto, Ali, Raúl y su mujer, y otro montón de gente están decepcionados y enojados, y lo expresan en su face, en la cola del banco, compartiendo cadenas de whatsap y memes.

Y el gobierno los escucha. Los hacedores de campaña, los que reciben un sueldo por escudriñar las redes, los escuchan, hacen estadísticas, se reúnen en “retiros espirituales” y planifican, debaten se preguntan como convencer a Raúl, a Irma, a Ali, de que vuelvan a poner los dedos en la puerta, aun sabiendo que las van a cerrar.

Hay que encontrar un enemigo común, un culpable visible, explotar ese desclase que hace que un pobre que come todos los días odie a otro pobre que come salteado, y que el que trabaja en negro desprecie al que no consigue trabajo.

La solución, por supuesto es el miedo. Ese miedo que te da rabia, y construye odio. Hay que promover el miedo, regar el miedo, alimentar el miedo, cuidar el miedo, como a una planta, para que de sus frutos envenenados, y vender el antídoto a buen precio.

Hoy les toca a los y las pibas. A los de las villas, por supuesto, porque a los del country no los podés tocar, salvo que sean tan bioludos como para filmarse violando a una mina, y entonces, sí, no queda otra que mostrarlos esposados, aunque adentro les expliquen que lo lamentan mucho, pero que mirá la macana que se mandaron.

Los y las villeritas son otra historia. Son retobados, mal hablados, usan gorrita, tiran cascotes, afanan celulares que desean porque ya entendieron que “tanto tienes tanto vales”, no van a la escuela porque no les gusta estudiar, aunque nadie dice que para estudiar necesitás insumos como zapatillas y pilcha que no salga del container de la basura, y, hasta de vez en cuando, salen “calzados” a afanar y matan a alguien, cosa que la tele pueda repetirlo mil y diez mil veces, al punto que parezca que no fue un solo hecho, sino mil y diez mil.

Y forjado el enemigo, instalado el miedo que genera odio, construido el encuadre necesario, aparecer prometiendo la solución imprescindible. Matarlos con Chocobar. Lincharlos Encerrarlos para siempre, lejos de los mercaditos que se están fundiendo, de las escuelas que se están cerrando, de los remedios negados, de los que todavía comen todos los días y sostienen que a ellos nadie les regaló nada, y que no tienen nada que ver con esas infancias robadas, negadas, abusadas, hambreadas.

Porque son peligrosos esos pibes y pibas sueltos. Sus ojos, casi siempre oscuros, sus piernas flacas, su gorrita sucia, sus voces agudas, su enojo, su soledad y su miedo, son el espejo de un fracaso monstruoso, de un genocidio sutil, del odio eterno del opresor que teme que un día el oprimido se levante de su cama de cartón y les prenda fuego. De vez en cuando, los eternos desinformadores, los mercenarios de la palabra y la imagen, te muestran a uno de esos morochitos cruzando a pie un arroyo helado para ir a la escuela o recibiendo la bandera en patas, y los Raúles, las Irmas y los Ernestos aplauden, emocionados, confirmando que “‘el que quiere , puede” y el que no quiere, que marche preso. A los 14, a los 15, a los 17, que marche preso, así no tenemos que verlo y sentirnos incómodos ante la voz que muy dentro de nuestra cabeza nos grita que ayudamos a ponerlos donde están.

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