Diversificar los cultivos ayuda a superar las sequías en Brasil

Resumen Latinoamericano / 14 de noviembre de 2018 / Mario Osava, IPS

Decenas de camiones salían cada día de São Gonçalo,  llevando su producción agrícola, principalmente cocos, a los mercados de todo Brasil, incluso a las ciudades de Río de Janeiro y São Paulo, distantes más de 2.000 kilómetros.

La prosperidad de ese distrito de Sousa, un municipio del nororiental estado de Paraíba que engloba unos 70.000 habitantes, terminó en 2012, cuando las autoridades hídricas suspendieron la irrigación agrícola con aguas del embalse local, al empezar la sequía que se prolongó por seis años.

El agua de coco es un producto de gran consumo en Brasil y la de Sousa disfrutaba de la preferencia de muchos por su calidad. Pero el cultivo de cada cocotero exige 200 litros de agua al día, más que un ser humano, una temeridad en un clima semiárido sujeto a sequías cíclicas, como el interior de la región del Nordeste.

El cultivo único de coco quebró a muchos agricultores que lo adoptaron dentro del  llamado Perímetro Irrigado São Gonçalo (PISG), implantado en 1973 con 480 familias asentadas en terrenos de 4,3 a 16 hectáreas cada una.

São Gonçalo, un distrito del municipio de Sousa, en la ecorregión del Semiárido brasileño, se convirtió en una localidad de jubilados, por el éxodo de los jóvenes ante el colapso de la agricultura de irrigación, según Francisco Honorato Filho, presidente del Sindicato de Trabajadores Rurales de Sousa. Al fondo una cisterna de captación de agua de lluvia para beber y cocinar, de las que ya hay un millón en la región y que alivian la escasez del recurso. Crédito: Mario Osava/IPS

São Gonçalo, un distrito del municipio de Sousa, en la ecorregión del Semiárido brasileño, se convirtió en una localidad de jubilados, por el éxodo de los jóvenes ante el colapso de la agricultura de irrigación, según Francisco Honorato Filho, presidente del Sindicato de Trabajadores Rurales de Sousa. Al fondo una cisterna de captación de agua de lluvia para beber y cocinar, de las que ya hay un millón en la región y que alivian la escasez del recurso. Crédito: Mario Osava/IPS

“El perímetro, que en realidad contaba con 1.100 familias ‘irrigadoras’, más del doble de las legalmente asentadas, se convirtió en un desierto”, según Francisco Honorato Filho, presidente del Sindicato de Trabajadores Rurales del municipio.

“La agricultura local empleaba de 3.000 a 4.000 trabajadores. Con la sequía que diezmó el ganado y los cocoteros, se fueron todos. Quedaron los ‘irrigadores’ viejos que sobreviven con la jubilación, los jóvenes sin empleo engrosaron el éxodo”, explicó a IPS el sindicalista de 72 años.

Los tocones de palmeras, quemados en muchos casos, ocupan extensas áreas como testimonios de un pasado de bonanza.

La  llamada Carretera de la Producción, de 14,5 kilómetros, que une la ciudad de Sousa al distrito de São Gonçalo, tuvo su pavimentación inaugurada en 2014 para facilitar el transporte de cosechas que ya no existían.

El distrito rural de más de 7.000 habitantes, divididos en tres núcleos habitacionales, nació de la construcción, en las décadas de los 20 y los 30 del siglo pasado, de la represa  en el río Piranhas que abastece la ciudad de Sousa, de unos 55.000 habitantes.

Con la sequía iniciada en 2012 y culminada el año pasado, se tuvo que priorizar el agua para el consumo humano, en desmedro del PISG. Por primera vez en sus 80 años, el embalse prácticamente se secó en 2016. Pozos artesianos y la desviación de aguas de otra represa salvaron la ciudad del colapso pero puso en jaque la agricultura de cultivos únicos que se priorizó en las áreas rurales del municipio.

São Gonçalo también resistió. Se perforaron cerca de 3.000, pero solo un tercio resultó productivo y gran parte con agua muy salobre como es frecuente en la ecorregión del Semiárido brasileño, un territorio de 1,1 millones de kilómetros cuadrados en que llueve un promedio máximo de 800 milímetros al año.

Diversificar, sembrando hortalizas y frutas, fue una alternativa de relativo éxito, observó José Bernardo da Silva, de 68 años y presidente de la asociación comunitaria hace 27 años.

José Cardoso da Silva, campesino asentado en el distrito de Varzea de Sousa, en el Nordeste de Brasil, junto a algunas palmas de coco que logró salvar de la última sequía de seis años, concluida en 2017, gracias a un pozo de agua salobre que perforó en sus tierras. Además diversificó su producción con hortalizas y árboles frutales. Crédito: Mario Osava/IPS

José Cardoso da Silva, campesino asentado en el distrito de Varzea de Sousa, en el Nordeste de Brasil, junto a algunas palmas de coco que logró salvar de la última sequía de seis años, concluida en 2017, gracias a un pozo de agua salobre que perforó en sus tierras. Además diversificó su producción con hortalizas y árboles frutales. Crédito: Mario Osava/IPS

“La esperanza es que vuelvan las lluvias y se pueda reanudar la siembra del banano, maíz, frijoles y huertos, preferiblemente cultivos temporales, que permiten adaptarse a tiempos secos”, sin pérdidas totales como las del coco, comentó a IPS.

Monocultivos que dependen de mucha agua, como los cocoteros y el arroz que se sembró mucho en el inicio del proyecto, suponen riesgos fatales donde ocurren sequías con frecuencia.

Claudete da Silva, de 32 años y tres hijos, creó con seis socias una fábrica de pulpa de frutas en una vivienda adaptada para el emprendimiento, cuya ganancia neta alcanza 4.000 reales (1.080 dólares) mensuales.

Problemas burocráticos para obtener los permisos sanitarios, a causa de insuficiencias en los servicios de la municipalidad, impiden un incremento de la producción y de los ingresos, se quejó la empresaria, nacida en la localidad.

Gran parte de su materia prima son frutas cosechadas en los patios de los vecinos, algunas nativas del Semiárido como el cajá (Spondia macrocarpa y Spondia mombin).

En general son frutas que, sin valor comercial o sin producción suficiente para la venta en la ciudad, se pierden en propiedades familiares dada su rápida maduración.

“Hortalizas y cultivos de rápida cosecha son más seguras” en climas inestables, explicó Rogerio Junqueira, agrónomo de 62 años, 30 de ellos dedicados a la gestión de proyectos de irrigación en el Nordeste.

Claudete da Silva, junto a los congeladores donde almacena la pulpa de frutas que produce en la fábrica creada con seis socias como alternativa a la producción agrícola afectada por la sequía, en Varzea de Sousa, un distrito del municipio de Sousa, en el estado de Paraíba, en la ecorregión del Semiárido, en el noreste brasileño. Crédito: Mario Osava/IPS

Claudete da Silva, junto a los congeladores donde almacena la pulpa de frutas que produce en la fábrica creada con seis socias como alternativa a la producción agrícola afectada por la sequía, en Varzea de Sousa, un distrito del municipio de Sousa, en el estado de Paraíba, en la ecorregión del Semiárido, en el noreste brasileño. Crédito: Mario Osava/IPS

Desde 2012, es la autoridad de otro distrito, Varzea de Sousa, a unos 25 kilómetros al oeste de São Gonçalo, donde el drama se repite, pero de forma atenuada.

Un sistema hídrico distinto, abastecido por otro embalse, menos afectado por la sequía, y por medio de tuberías, le permite mantener el suministro de agua, aunque reducido a tres días en la semana, lunes, miércoles y viernes.

São Gonçalo era abastecido por canales a cielo abierto que generan más pérdidas y menos control. Y en su caso es difícil que sean reactivados.

Varzea de Sousa, instituido en 2006, logró mantener su buena producción los tres primeros años de la sequía, pero ella cayó en 2015 a casi a la mitad y  a casi un tercio un año después,  según Junqueira.

El proyecto suma tres extensos predios empresariales, de 113 a 1.025 hectáreas, dedicadas a soja, maíz y alimentos orgánicos, y 178 áreas de cinco hectáreas destinadas a agricultores familiares, donde el coco fue el principal cultivo, “ahora 90 por ciento perdido”, detalló el gerente.

“Adherí a la horticultura por necesidad”, ante la pérdida del coco, admitió a IPS el pequeño agricultor José Cardoso da Silva, de 52 años. Además tuvo suerte de perforar un pozo muy productivo, cuya agua “muy alcalina” sirvió para “mantener vivo algunos cocoteros” y sembrar árboles frutales y frijoles.

El canal aún sin llenar del proyecto del trasvase del río São Francisco para mantener perennes las aguas del río Piranhas, que abastece numerosas ciudades de la ecorregión del Semiárido brasileño. La conclusión de las obras, prevista para 2010, aún no tiene fecha definitiva. Crédito: Mario Osava/IPS

El canal aún sin llenar del proyecto del trasvase del río São Francisco para mantener perennes las aguas del río Piranhas, que abastece numerosas ciudades de la ecorregión del Semiárido brasileño. La conclusión de las obras, prevista para 2010, aún no tiene fecha definitiva. Crédito: Mario Osava/IPS

La diversificación y la poca agua recibida por la red de tuberías ayudaron a mantener a flote a los campesinos locales. Para agua potable, cerca de 20 por ciento de ellos cuentan con cisternas para almacenar agua de lluvia, un recurso que ya beneficia a más de un millón de familias en el Semiárido brasileño.

Los agricultores tanto de Varzea de Sousa como de São Gonçalo esperan ahora que el trasvase del São Francisco, el gran río que cruza el sureste del Semiárido, recupere la capacidad de los embalses que aseguran la irrigación.

Canales, túneles, estaciones aductoras y embalses componen el Eje Norte del trasvase, que reforzará la represa de São Gonçalo y otros embalses que deberán convertir en perenne al río Piranhas, beneficiando a numerosos municipios.

“Resuelve la escasez actual, pero una solución definitiva exige integrar el río Tocantins”, sostuvo a IPS el alcalde de Sousa, Fabio Tayrone, refiriéndose a la idea de traer al Semiárido también las aguas del río que cruza el centro de Brasil hacia el norte amazónico.

Además la postergación del trasvase “dejó daños casi irrecuperables”, acotó, al frustrar sus beneficios cuando más serían necesarios, durante la sequía de 2012 a 2017. Y su conclusión sigue incierta.

De todas formas, el que fue el periodo seco más prolongado de su historia no provocó en el Semiárido brasileño las tragedias ocurridas en los anteriores, los últimos de 1979-1983, de 1990-1993, de 1997-1998 y de 2001, con miles de muertos, saqueos en las ciudades y éxodos humanos masivos.

Las cisternas para almacenar agua de lluvia y políticas sociales, como la jubilación rural y el subsidio de la Beca Familia para hogares en pobreza, ya permiten convivir con las sequías, aunque estas sean ahora más frecuentes que en el pasado.

Edición: Estrella Gutiérrez

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