Bolsonaro y EE. UU., la unión de dos monstruos

Resumen Latinoamericano / 1 de noviembre de 2018 / Tamara Lajtman y Silvina Romano, Celag

A escasos días del anuncio de la victoria de Bolsonaro, eterno nostálgico de la dictadura, un convoy del Comando Militar del Este fue aplaudido por las calles de Rio de Janeiro. En mayo trascendió un documento del Departamento de Estado estadounidense, hasta entonces secreto, en el que se especifica que el dictador Geisel (1974-1979) autorizó al servicio de inteligencia de Brasil a continuar con la ejecución de los disidentes (léase: comunistas, subversivos, insurgentes, antiimperialistas, etc.). Bolsonaro rápidamente advirtió que esta publicación iba directamente en contra de su candidatura. La cuestión fue aclarada por el presidente del Club Militar, general Gilberto Pimentel, quien afirmó la conveniencia de esta publicación, destacando que Bolsonaro (militar) estaba bien posicionado en encuestas, sumado a que varios militares estaban decididos a postularse para diversos cargos en las próximas elecciones. Parece ser, nuevamente, la hora de los militares para la política brasileña.

Los militares han jugado un rol fundamental en la política brasileña. Debe recordarse, sin ir más lejos, que la dictadura cívico-militar de Brasil fue una de las que más perduró en la región (1964-1985) y que no se ha implementado un proceso sistemático de búsqueda de la verdad, recuperación de la memoria y enjuiciamiento de los militares perpetradores de persecución, asesinato y tortura. Los años de dictadura encuentran un vínculo con el proyecto de seguridad hemisférica (y de seguridad interna) de Estados Unidos (EE. UU.). El escenario actual promete, una vez más, un estrechamiento de las relaciones con el país del Norte, como lo afirmó Steve Bannon, el principal estratega de la campaña de Trump en 2016: “En un pedazo del mundo donde hay socialismo radical, caos en Venezuela y crisis económica, con el FMI mandando en Argentina, Bolsonaro representa el camino del capitalismo esclarecido y será un liderazgo populista nacionalista”.

En diversos actos públicos, Bolsonaro criticó a los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) por haber negado la utilización de la base de Alcántara (Maranhão) a EE. UU. Además, advirtió que, de ser elegido, privilegiaría las relaciones del sector de defensa con EE. UU. e Israel -relaciones que son de larga data, pero que se han profundizado a partir del golpe a Dilma Rousseff-. Un dato clave es que, durante la campaña electoral, se registró un significativo aumento en las acciones de empresas del sector armamentista brasileño. Algunas de estas, como Taurus, participan del ‘diálogo’ entre las industrias de defensa de EE. UU. y Brasil.

Hace unas semanas, Bolsonaro declaraba su admiración por Trump: “él quiere un Estados Unidos grande y yo quiero un Brasil grande”. Un ejemplo concreto del alcance que podría tener la alianza entre los ‘dos grandes’ es la arremetida contra Venezuela. Bolsonaro identifica y proyecta a Venezuela como enemigo externo inmediato (otro punto en común con Trump, empeñado en la creación o el refuerzo de un enemigo externo común –léase, migrantes- para hacer ‘grande la patria’). El probable futuro canciller, el diputado Luiz Philippe de Orleans, declaró: “Hay una dictadura vecina y no estamos haciendo absolutamente nada políticamente (…) no cierro la puerta a la intervención militar”. Baraja la posibilidad de “financiar a grupos de oposición” y de implementar “acciones graduales”. En el estado de Roraima (en la frontera norte con Venezuela) se vienen registrando los principales episodios de violencia contra los migrantes venezolanos. Se trata de un escenario complejo, pues hace un año se llevó a cabo la Operación América Unida en la triple frontera entre Brasil, Perú y Colombia, con la participación del ejército de EE. UU. El ejercicio, basado en simulaciones, contó con la instalación inédita de una base militar internacional temporal cuyo objetivo formal era prepararse para una situación de ‘carácter humanitario’.

Efectivamente, desde una perspectiva geopolítica, despierta gran preocupación la posible alianza de ‘los dos grandes’. Esto se debe a que no es necesario que pongan a funcionar nuevas instituciones o tengan que darse a la tarea de firmar numerosos acuerdos. Nada de eso. Estos vínculos están vigentes desde hace décadas y han sido aceitados y profundizados por el Gobierno ilegítimo de Michel Temer (quien, además de informante de la embajada estadounidense, facilitaba información al Comando Sur de EE. UU.). Basta destacar que durante su gestión se firmaron convenios científico-tecnológicos como el Acuerdo de Intercambio de Información sobre Investigación y Desarrollo (Master Information Exchange Agreement), que proporciona la expansión de la colaboración en investigación y desarrollo, y fomenta desarrollo de nuevas e innovadoras tecnologías de defensa (bajo supervisión estadounidense). También se auspició el establecimiento del Diálogo entre las Industrias de Defensa de Brasil y EE. UU. (DID EE. UU.-Brasil), que ya contó con un encuentro en Brasilia (setiembre de 2016, a un mes del golpe) y otro en Washington (octubre 2017). Como corolario, se ha avanzado en las negociaciones para que EE. UU. utilice la base de Alcántara para el lanzamiento de satélites.

Bolsonaro en EE. UU.

También son históricos los lazos de las fuerzas militares y los círculos selectos de empresarios brasileños y estadounidenses (con estrechos vínculos materiales y político-ideológicos). Recuérdese que el mismo John Kennedy había advertido a la comunidad empresarial estadounidense sobre el rumbo que tomaba Brasil con el Gobierno ‘comunista’ de João Goulart, al tiempo que el embajador estadounidense en Brasil procuraba reunirse con la cúpula del empresariado local para saber su opinión sobre la situación económica y política –y su eventual apoyo a un golpe, junto con una parcialidad de las FF. AA-.

Andando este camino trazado hace décadas (y que fue en cierta medida obturado por los gobiernos del PT), en octubre de 2017 Bolsonaro salió de gira por EE. UU., patrocinado por empresas brasileñas. En una parte de la travesía, Daniel Cunha (socio de XP Securities, brazo de la brasileña XP Inversiones en EE. UU.) afirmó que Bolsonaro quería escuchar a los inversores y estaba deseoso de que ellos conocieran al próximo presidente. En Massachusetts, uno de los eventos fue coordinado por el Public Administration Institute, fundación creada por los empresarios brasileños Julio Morales y Dario Galvão. En Nueva York, la organización estuvo a cargo del banquero Gerald Brant de Stonehaven, LLC, sumamente interesado en cortejar al sector financiero brasileño.

Y las empresas siempre están en sintonía con la política formal (más en EE.  UU. donde el lobby es el alma y vida de la política). Bolsonaro cuenta con el apoyo de la ultraderecha estadounidense cercana a la comunidad latina de Miami. Durante la mencionada gira, se reunió con miembros del Partido Republicano y del Gobierno de Donald Trump, logrando estrechar vínculos con el senador por Florida Marco Rubio, anticastrista de origen cubano que juega un papel clave en la política de Trump hacia América Latina -y Venezuela en particular-. A partir de ese momento, Valdir Ferraz, hombre de confianza de Bolsonaro, viajó con frecuencia a Miami para recibir financiamiento e instrucciones de Rubio. En agosto, Eduardo Bolsonaro (hijo) se reunió con asesores de Rubio en EE. UU. y, en este mismo viaje, se encontró con Steve Bannon, quien mencionó que informalmente mantuvieron contacto y que un gran grupo de brasileños expatriados en EE. UU. ha apoyado la campaña.

Varias empresas estadounidenses estuvieron especialmente interesadas en un cambio de rumbo en Brasil. Stratfor (empresa de inteligencia) y las petroleras Chevron, Exxon Mobil, Devon Energy y Anadarko, se vieron especialmente favorecidas cuando, luego del derrocamiento de Rousseff, se logró la apertura del sector de hidrocarburos, quitando el monopolio que, hasta entonces, había tenido la petrolera estatal Petrobras. A mediados de este año, la ronda de licitaciones tuvo como una de las principales ganadoras a Exxon, que obtuvo el bloque de Uirapuru, lo que la hizo con el control de un total de 2.2 millones de acres. El consorcio entre Petrobras, Chevron y Shell, ganaron el bloque Tres Marias.

Retomando las palabras de Bolsonoaro -y considerando los posibles impactos geopolíticos- vale la pena recordar los vínculos en materia de defensa y seguridad con Israel (siempre conectado, a su vez, con el complejo industrial-militar de EE. UU.). Ese país es el principal proveedor de bienes y servicios en ciberseguridad, además de destacarse en otros rubros. Durante las elecciones, Bolsonaro contó con el apoyo de la comunidad judía, como lo expresó Jack Terpins, expresidente del Congreso Judío Latinoamericano (CJL): “Boslonaro va muy bien con la comunidad judía (…), es un gran amigo de Israel”. El cónsul de Israel en San Pablo, Dori Goren, también mostró expectativas: “Esperamos que este nuevo Gobierno brasileño lleve la relación de Brasil e Israel a un nuevo rumbo, totalmente diferente al que hemos tenido con los gobiernos anteriores, sobre todo el Gobierno del Partido de los Trabajadores”. Por esta demostrada afinidad, Israel está en la lista de los primeros países a ser visitados por Bolsonaro, junto a EE. UU. y Chile.

Militares y empresarios brasileños, ‘aliados preferenciales’ de EE. UU.        

La Escuela Superior de Guerra brasileña (organismo que reprodujo a nivel regional la doctrina de ‘desarrollo’ con seguridad interna, léase, represión) fue creada hacia 1949 bajo la influencia del Colegio Nacional de Guerra de los Estados Unidos en el marco de la Doctrina Truman, una de las primeras muestras de ‘institucionalización’ del TIAR.

Década y media más tarde, durante el Gobierno de John F. Kennedy se perpetró el golpe de Estado cívico-militar a João Goulart, encabezado por el general Castelo Branco. Para ese entonces, Brasil ya era el ‘aliado preferencial’ de EE. UU. en la región: “América Latina es clave para el Oeste y Brasil es el país clave de América Latina”, decía Kennedy. Y, de hecho, el Gobierno de Goulart se transformó en una de sus principales preocupaciones. Miembros del Departamento de Estado, de Defensa, del Tesoro y la CIA se reunieron con representantes de la Cámara de Comercio de Estados Unidos en Río de Janeiro y San Pablo, y con buena parte de los hombres de negocios y banqueros importantes de Brasil y EE. UU.

En un discurso en el Economic Club de Nueva York, Kennedy hizo referencia a la “importante preocupación que le generaba Brasil, con altos índices de inflación que incrementaban el costo de vida, lo que reducía la efectividad de la asistencia económica de Estados Unidos y contribuía a la fuga de capitales, disminuyendo la estabilidad del Estado”. Había que castigar la ‘desviación’ hacia una economía nacionalista, no centrada específicamente en los intereses del mercado, ensayada por Goulart.

La mayoría de los sesenta militares involucrados en el golpe a Goulart había estudiado en EE. UU. Como aliado preferencial, entre 1964 y 1966, Brasil recibió 950 millones de dólares en el marco de la Alianza para el Progreso. Otro ejemplo de los estrechos lazos es que en un sólo año (1976 -1977), Brasil gastó 160 millones en la compra de equipos militares estadounidenses. Durante una evaluación oficial sobre la situación de los DD. HH. en Brasil -para justificar el mantenimiento del flujo de asistencia- el entonces embajador John Crimmins afirmó: “Como la tortura es vista como una práctica de una pequeña minoría y no de las fuerzas militares brasileñas como un todo, no se considera que la asistencia militar estadounidense esté fomentando estas prácticas represivas”.

Ese pasado adquiere una vigencia alarmante cuando el presidente electo anuncia que incluirá varios militares en su gabinete, además de anticipar que ha invitado a Sergio Moro (el juez ‘héroe’ del Lava Jato) a formar parte de su Gobierno. Se perfila, así, un gobierno cívico-militar cercano a EE. UU., esta vez, elegido por las urnas, resultado de una ‘guerra contra la corrupción’ que generó un golpe institucional y el encarcelamiento del único líder político legítimo. El vacío generado ha sido cubierto por un personaje a quien parecen importarle poco la legalidad, los derechos humanos o la democracia. Del otro lado está Donald Trump, con quien comparte bastante el ‘estilo’ provocador, los valores ultra conservadores y el desprecio por la política y los políticos tradicionales. El escenario geopolítico abierto es preocupante. “Hacia donde vaya Brasil, irá el resto de América Latina”, decía Richard Nixon, vicepresidente estadounidense que propició el trabajo conjunto con la dictadura brasileña para derrocar a Salvador Allende y acabar con las ‘desviaciones’ políticas, económicas y sociales en la región.

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