Keynes (y no sólo Marx) contra la TMM y el Trabajo Garantizado

Resumen Latinoamericano / 23 de octubre de 2018 / Agustín Franco

Si Keynes levantara la cabeza y viera en qué ha degenerado su pensamiento, no daría crédito, especialmente bajo la econ-sci-fi postkeynesiana que resucita la soberanía monetaria estatal y se adhiere a la moral de la explotación garantizada propugnada por la teoría del capital humano.

“Imaginar una economía sin dinero es una forma de estimar cómo podría ser una alternativa al capitalismo”. (Harvey, 2014, p. 50).

“El amor al dinero como posesión (…) será reconocido como lo que es, (…), una de esas propensiones semicriminales y semipatológicas que (…) [tratan] los especialistas en enfermedades mentales. Seremos entonces libres para descartar por fin todo tipo de hábitos sociales y prácticas económicas [desagradables e injustas] que afectan a la distribución de riqueza (…), [que se mantienen] porque son tremendamente útiles para promover la acumulación de capital”. (Keynes, 1930)*.

Si Keynes levantara la cabeza y viera en qué ha degenerado su pensamiento, no daría crédito, especialmente bajo la econ-sci-fi postkeynesiana que resucita la soberanía monetaria estatal y se adhiere a la moral de la explotación garantizada propugnada por la teoría del capital humano.

Probablemente estaría de acuerdo con Harvey cuando este dice que: “… [d]el dinero crediticio (empezando por el simple uso de pagarés) pone en buena medida la creación de dinero en manos individuales y de los bancos arrebatándosela a las instituciones estatales, lo que suscitó intervenciones e imposiciones reguladoras por parte del aparato estatal en lo que a menudo no han sido sino intentos desesperados de gestionar el sistema monetario”. (Harvey, 2014: 45).

De hecho, el propio Harvey argumenta a favor de la RBU como vía de salida de las contradicciones que genera el dinero y como garantía de las pensiones de jubilación: “Una renta básica garantizada para todos, esto es, un acceso mínimo a un conjunto de valores de uso colectivamente gestionado, obviaría totalmente la necesidad de una forma dinero y de unos ahorros privados que garanticen cierta seguridad económica en el futuro”. (Harvey, 2014: 50).

Y es que rara vez se ha llevado hasta sus últimas consecuencias la Ley de Gresham, aquello de la tendencia a la circulación de una sola moneda, entre dos rivales, la de menor valor. Así que el hecho de ver al dólar como la moneda más fuerte y sólida es un error, es en realidad la de menos valor frente a otra de mayor valor a la que ha desplazado. Y en el capitalismo ya sabemos cuál es esa otra moneda de mayor valor, de hecho es la única que genera valor, el trabajo.

Y como en el capitalismo el valor que genera el trabajo es obtenido bajo explotación, se deduce de ahí que la mejor moneda es la que no existe. Esto es, se pueden fabricar cosas útiles y necesarias sin dinero. Esto es, ¿es posible resolver la contradicción entre valor de uso y valor de cambio? ¿Cómo?

¿En qué se parecen un billete de euro, un billete de metro, una entrada al cine, un ticket de compra del supermercado y un justificante de pago de una matrícula en un curso universitario? Todos sirven como registro, como unidad de cuenta, expresan la cuantía del precio de una mercancía. Y hasta ahí todo lo común, si bien todos son líquidos o cuasi-líquidos.

Sólo uno se puede usar como medio de cambio ‘universal’ y los demás sólo parcialmente. Admitamos que gracias a las nuevas tecnologías podrían ser cuasi-universales. Siempre podré encontrar a alguien a quien le interese intercambiar una entrada a un concierto por otra mercancía del mismo precio o directamente por efectivo.

Y por último, sólo uno es inmortal, por lo que se puede acumular, es depósito de valor y de poder social. Aunque es una inmortalidad espúrea, sometida a la transformación de su valor, especialmente a su degradación, a la pérdida de valor por el aumento del coste de la vida. La conocida tesis de la oxidación del dinero de Gesell.

En realidad esa inmortalidad del valor del dinero es una característica adquirida, transferida del verdadero generador de valor, del trabajo explotado. Como afirma con elocuencia David Harvey (2014: 21): “En general no sabemos nada de la gente que produce los bienes que dan sustento a nuestra vida cotidiana”.

La clave del asunto es más compleja. Todos esos papeles expresan una relación social de deuda, entre el emisor de esos títulos y el beneficiario de los mismos, que no siempre es el propietario final. La propiedad real la sigue detentando quien estampa su sello en el papel, sea moneda, ticket o justificante, puesto que puede decidir cancelar la obligación contraída. Cancelarla o suspenderla temporalmente. En realidad es una posesión compartida entre emisor y beneficiario, en la que en circunstancias normales el propietario ‘legal’ es el beneficiario y en la que en circunstancias excepcionales el propietario final es el emisor.

En todo este trasiego, no sólo hay una transferencia de inmortalidad sino de humanidad. Ya que el objeto de transacción adquiere personalidad propia y se personifica como el auténtico garante de valor, convirtiendo al beneficiario en un estorbo, cosificándolo, realmente innecesario. Una vez pagada la entrada al concierto, ¿a quién le importa que vayas o no vayas? Lo mismo si pierdes el tren.

“El dinero oculta la inmaterialidad del trabajo social (valor) bajo su forma material. Es muy fácil tomar equivocadamente la representación por la realidad que trata de representar”. Y añade: “En la medida en que existe una distancia cuantitativa entre precios y valores, los capitalistas se ven obligados a responder a las representaciones engañosas más que a los valores subyacentes” (Harvey, 2014: 42-46).

La conclusión de Harvey es evidente: “Si el valor de cambio se debilita y en último término desaparece como brújula que guía cómo se producen y distribuyen los valores de uso en la sociedad, desaparecerán igualmente la necesidad de dinero y todas las demás patologías ansiosas asociadas con su uso (como capital) y su posesión (como fuente excelsa de poder social)”. (Harvey, 2014: 49).

Parece que Keynes, y no sólo Marx, tenía una visión más crítica y menos reformista del capitalismo que sus continuadores postmodernos (que son realmente un reflejo de lo que muchos críticos reconocen como ‘ortodoxia disfrazada’).

 

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