Imperialismo y sionismo, la hipocresía sin fin

Resumen Latinoamericano / 18 de octubre de 2018 / Pablo Jofré Leal

La entidad sionista y su padre putativo – Estados Unidos – muestran que la farsa, el engaño, las amenazas y la soberbia son parte indisoluble de su relación con el resto del mundo y con Palestina en particular.

No existe posibilidad alguna de confiar, ni en el más mínimo porcentaje, en esta alianza entre el imperialismo y el sionismo, sobre todo porque Estados Unidos se ha convertido en un violador de todos los acuerdos y convenios internacionales, a los cuales considera como posibles de “lesionar” sus intereses globales o lo de sus aliados incondicionales, aquellos sumisos, que no cuestionan, que simplemente obedecen a quien se considera gendarme del mundo.

Como muestra de este supuesto destino manifiesto, para los gobiernos estadounidenses, la organización que se confiera el mundo, sus instituciones, los deberes contraídos no le son aplicables. Por ejemplo, para Estados Unidos y reafirmado por declaraciones de sus funcionarios de gobierno y el propio presidente Donald Trump, no existe posibilidad de aceptar ser enjuiciado por ninguna Corte Internacional, ninguna institución que los países se han dado como una manera de convenir el respeto a los derechos humanos, la relación pacífica entre las naciones y sobre todo aceptar la jurisdicción de organismos, que permitan sancionar aquellas conductas tipificadas como delitos internacionales. Estados Unidos y su conducta imperial considera que está más allá del bien y el mal.

Con relación a Palestina, desde la toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, este país ha superado día a día las medidas tomadas en orden a hundir toda posibilidad de avanzar hacia la autodeterminación del pueblo palestino. Washington ha dedicado gran parte, de sus esfuerzos políticos y diplomáticos, a consolidar la supremacía sionista sobre una tierra ocupada, colonizada, donde prima el racismo y el crimen contra sus habitantes. Un sionismo, que ha pervertido la esencia misma del judaísmo, tergiversándolo y mutando la identidad religiosa que tenían, gran parte de los profesaban esa fe.

Desde el momento mismo que Trump se postuló a la presidencia estadounidense, juró lealtad al sionismo. En marzo del año 2016, ante la Conferencia anual del Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-Israelí (AIPAC por sus siglas en inglés) Trump se presentó como “un amigo fiel e incondicional del aliado más fiable que tenemos como país. Estoy con Israel al 100%” señaló ante una concurrencia tan enfervorizada como dispuesta a abrir su chequera a favor de este hombre amante de Israel. En esa ocasión, prometió trasladar la embajada estadounidense desde Tel Aviv a Al Quds – Jerusalén – y se declaró como enemigo de las autoridades palestinas, a las que acusó de ser los que se oponen a la paz con Israel. Señaló a las Naciones Unidas como una institución en la cual no se puede confiar porque “no es amiga de la democracia, de la libertad, como tampoco de Estados Unidos y de Israel”. La alianza matrimonial entre Trump y su novia sionista quedó sellada.

La conducta de genuflexión de Trump le abrió las arcas a los multimillonarios aportes de prominentes ultrasionistas como Sheldon Adelson quien contribuyó – por diversas vías – con una cifra estimada en 45 millones de dólares a la candidatura de Trump. Adelson, que apoya permanentemente al partido republicano afirmó que sus donaciones tienen el fin de“garantizar la seguridad del régimen de Israel” para lo cual no dudó en señalar hace un lustro que debía lanzarse una bomba atómica sobre Irán. Quedó claro, que desde la aparición de Trump como candidato y reafirmado tras su triunfo en las presidenciales, los dados han sido lanzados, en materia de llevar adelante el cumplimiento de la política sionista respecto de Palestina, que se confunde con la política exterior estadounidense.

En estos dos años de gobierno de Donald Trump, las principales medidas en política exterior han estado encaminadas a dar muestras de la absoluta complicidad con la entidad sionista. Expresadas en vetos a todo tipo de resoluciones y determinaciones donde se denuncie el régimen de apartheid al cual es sometido el pueblo palestino. La ofensiva política tiene el claro objetivo de amedrentar a las naciones, chantajear a los organismos internacionales y la burocracia occidental, que por miles trabaja en diversas instituciones, que suelen estar sometidas a la presión constante de Estados unidos y el sionismo global. Una clara muestra de la debilidad de las instituciones internacionales, pro sobre todo de aquellos gobiernos, sobre todo occidentales, que se rinden en forma indigna frente a la conducta mafiosa de los gobiernos estadounidenses pero suelen ser muy críticos con aquellas naciones que no están en el ámbito de amistad de Washington.

El mito requiere desprestigiar  

En octubre del año 2017 Washington anunció su retiro y el cese de contribuciones financieras a la Organización de la ONU para la Educación, la Cultura y la Ciencia (UNESCO por sus siglas en inglés): “Esta decisión no fue tomada a la ligera y refleja la preocupación de Estados Unidos frente a la necesidad de una reforma fundamental de la organización y el continuado sesgo anti-Israelí de la Unesco” indicó el Departamento de Estado norteamericano, que acusó al organismo de “discriminar” a Israel. Esto, pues la UNESCO a través de trabajos y denuncias ha sido taxativa en orden a señalar, que las excavaciones y otras labores arqueológicas que se realizan, principalmente en la explanada de las Mezquitas en Al Quds pretenden judaizar dicha ciudad y desarabizar otros lugares de la Cisjordania ocupada como es el caso de Al Jalil – Hebrón – generando una narrativa falsa, destinada a demostrar la presencia judía en aquellos lugares donde su presencia e influencia ha sido inexistente.

Como continuación de su política de aislamiento internacional y pleno apoyo al sionismo, en junio de este año la Embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley anunció que su país se retiraba del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. La funcionaria alegó que “Tomamos este paso porque nuestro compromiso no nos permite seguir siendo parte de una organización hipócrita y centrada en sí misma que hace una burla de los derechos humanos” en alusión a la serie de resoluciones que ha exigido a Estados Unidos e Israel respetar el derecho internacional en materia de protección al pueblo palestino y detener los crímenes en la Franja de Gaza. Definiendo además que el Muro de la Vergüenza, que rodea la Ribera occidental y la construcción de nuevos asentamientos, poblados por colonos extremistas, en los territorios ocupados, son crímenes de lesa humanidad y por tanto sujetos a investigación y eventual enjuiciamiento.

El sionismo para llevar adelante sus medidas y que Estados Unidos lo avale requiere desprestigiar a los organismos internacionales. Para esta alianza criminal todo lo que se oponga a sus objetivos no sirve, es inútil, es inoperante. Lo que Estados Unidos considera, medidas hipócritas tomadas por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y que se burla de los derechos humanos cuando se trata de Estados Unidos e Israel, es la demostración que Washington ha consolidado la decisión de proteger a unos cuantos millones de sionistas en una sociedad colonialista, racista y criminal en desmedro del conjunto de la humanidad.

Y, en ese plano, desprestigiar y desconocer la valía de las organizaciones internacionales, es la mejor medida frente a miles de asesinatos cometidos por la entidad israelí que cuenta con el aval, la protección y la impunidad que significa que cada resolución que la insta a respetar los derechos humanos del pueblo palestino, cesar los crímenes y toda acción que consolida el apartheid, es vetada por su padre putativo. ¿Quién es el hipócrita? ¿Quién se burla de los derechos humanos y viola el derecho internacional?

Es la política de la soberbia, la arrogancia, el chantaje vil, para una política exterior estadounidense que exige incondicionalidad y si no es así, serás considerado un enemigo al cual hay que sancionar, bloquear, amenazar. La política del garrote llevado a su máximo nivel. Directriz que se ha visto reforzada cuando en mayo de este 2018, Trump, en cumplimiento de la promesa efectuada al sionismo en aquella conferencia del AIPAC en abril del año 2016 trasladó la Embajada estadounidense de Tel Aviv a Al Quds arrastrando en ello a gobiernos como el de Guatemala y Honduras, con muchas cuentas que pagar a la administración de Trump.

La ofensiva prosionista no se detiene. Como un animal voraz, incapaz de ser satisfecho, Estados Unidos, cicateado por el apetito criminal de la entidad sionista sigue sumando medidas provocadoras, violadoras del derecho internacional. Determinaciones que muestran claramente que Washington no es digno de confianza en materia de mediación internacional o garante de solución de conflictos. En esta ocasión, el régimen estadounidense decidió cerrar la sede de la Organización para la Liberación de Palestina – OLP – en la ciudad de Washington bajo el argumento que lo hacía “en apoyo al amigo y aliado Israelí ante el rechazo de los palestinos a iniciar negociaciones directas y significativas con Tel Aviv”.

Una excusa tan increíble por lo inverosímil del argumento como la falsedad e impostura que encierra. Cerrar la Oficina de la OLP tenía simplemente, el objetivo de presionar a la Autoridad Nacional Palestina a que se someta aún más a los dictados del sionismo que la lleve a aceptar sin más el denominado “Acuerdo del siglo” impulsado por Trump y que significa, en esencia, enterrar las aspiraciones de autodeterminación del pueblo palestino.

El cierre de la sede de la OLP, como señal que Washington no está dispuesto a aceptar que se lleve a Israel a la Corte Penal internacional, fue antecedido por el fin de los aportes de Estados Unidos a la Agencia de las Naciones Unidas Para los Refugiados Palestinos en Oriente Próximo– UNRWA – y que deja una enorme brecha financiera para la atención adecuada en temas principalmente de educación, empleo y sanidad para 5.2 millones de refugiados palestinos e ubicados en campamentos en Siria, Jordania, El Líbano y la misma Palestina. Un ataque a la yugular de Palestina, privando de derechos básicos a una población ocupada y sometida a un régimen de apartheid que niega los derechos más elementales para un ser humano. La perversidad de la política entre el imperialismo y el sionismo no se detiene, cada día supera su cota de crueldad y depravación.

Estados Unidos, sin ambages, sin rubor alguno sostiene que sus medidas van destinadas a proteger a Israel: su perro fiel, el hijo putativo que lleva a cabo sus políticas hegemónicas en Oriente Medio y sirve de instrumento desestabilizador en otras partes del mundo. Washington ha declarado que no se va a someter a ningún organismo internacional porque en su delirio imperial considera que es el juez del mundo y en esa función no puede ser enjuiciado y menos aún sus compinches en los crímenes cometidos y aquellos que se sigan ejecutando.

La hipocresía, la soberbia llega al paroxismo cuando John Bolton, Consejero de Seguridad Nacional de Donald Trump, señaló que su país no cooperará ni participará en la Corte Penal Internacional y “emplearemos cualquier medio para proteger a nuestros ciudadanos y aliados – léase Israel – de los procesamientos injustos que realiza “ese tribunal ilegítimo. Una institución ineficaz, irresponsable y francamente peligrosa”. Bolton ha anunciado que incluso sancionará a los jueces de esta Corte si procesan a estadounidenses o sus aliados “Prohibiremos el ingreso de jueces y fiscales a EE.UU., sancionaremos sus fondos en el sistema financiero norteamericano y los enjuiciaremos en nuestro sistema crimina y haremos lo mismo con cualquier compañía o Estado que ayude a una investigación de la CPI contra estadounidenses”.

Lo desquiciado de esta argumentación, no ha merecido reparos de aquellos que suelen vociferar contra la supuesta violación de los derechos humanos en ciertos países, pero callan en forma obscena, ante los crímenes cometidos por Estados Unidos, Israel, Arabia saudí y el patrocinio de agresiones en diversas partes del mundo por parte de potencias como Francia y Gran Bretaña. Se calla y con esa conducta se avalan los crímenes cometidos por el ejército israelí en la frontera artificial entre la Franja de Gaza y la Palestina Histórica ocupada, que ha costado la vida, desde el 30 de marzo pasado hasta ahora, de 203 palestinos y 21 mil heridos, en el marco de las denominadas Marchas por el Retorno sin que esta masacre conmueva en lo más mínimo a organismos internacionales, que hace mucho tiempo tendrían que haber trabajado por sancionar a Israel bajo los fundamentos establecidos en el capítulo VII de la carta de las Naciones Unidas.

Pero… nada se vislumbra en materia de sancionar al régimen israelí y su política genocida. La hipocresía sin fin se impone en la política de Washington y su aliado sionista contra el pueblo palestino, pero que también se expresa contra aquellos que buscan su camino fuera de la influencia malsana de esta alianza, que tanto daño causa a la humanidad. La eliminación de ambas ideologías y su expresión de la política internacional es un imperativo, una necesidad, una exigencia de sobrevivencia para la humanidad.

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