Foucault, la Ilustración y la biopolítica

Resumen Latinoamericano / 15 de octubre de 2018 / Vicente Serrano Marín

El chantaje de la Ilustración

El concepto de biopolítica aparece en la obra de Michel Foucault en una fase ya avanzada de su trayectoria y en un contexto histórico y cultural en el que estaban en juego la propia ilustración y el estatuto que se le debía dar a la modernidad. Un pensador parsimonioso como él se tomó mucho tiempo antes de enfrentarse de forma abierta a los malentendidos que su crítica de la ilustración había producido. En efecto, Foucault fue considerado durante algún tiempo como un antiilustrado. El modelo inicial de esa forma de ver las cosas lo estableció Habermas, en aquellos tiempos, que ya nos parecen lejanos, en su conocido texto sobre El discurso filosófico de la modernidad. Quien esto suscribe, modestamente también cayó en ese espejismo y en un libro escrito a finales de la década de los 90 se inclinaba a ver en Foucault un antiilustrado. Es cierto que había cierta salvedad y que no lo situaba al mismo nivel de otros pensadores que abiertamente eran antiilustrados, pero en último término, influido seguramente por el propio Habermas, veía en Foucault una forma de reacción a la ilustración y ante la ilustración. Hoy, bien entrados ya en el siglo XXI y transcurridos unos cuantos años desde que Sokal y Bricmont obviaran el nombre de Foucault en su conocido y polémico texto sobre la impostura posmoderna, sabemos que Foucault está muy lejos de ser un posmoderno al uso y desde luego con toda seguridad está lejos de ser un antiilustrado. Casi en los mismos años en que era calificado de reaccionario había dictado ya las lecciones acerca de lo que hoy conocemos como biopolítica y en las que parece difícil mantener ese calificativo. Fue necesario que avanzaran las distintas polémicas y que se fueran publicando esa obra y otras, y en particular el propio pronunciamiento de Foucault sobre la ilustración, poco antes de su muerte en el año 84, para que esa imagen de un reaccionario o neo-conservador, que por supuesto no todo el mundo compartía, se fuera disipando, y para que algunos podamos llegar a la conclusión de que en el fondo el reaccionario no lo era tanto y en cambio tal vez lo era Habermas, un Habermas después de todo defensor de la misma socialdemocracia a la que Foucault calificaba como una forma de gubernamentalidad neoliberal en el curso del año 78-79 (Foucault 2007, 113). Ciertamente ese concepto de lo biopolítico, por lo demás ambiguo y no suficientemente desarrollado por el propio Foucault, desde entonces se ha estirado y se ha hecho polisémico dando lugar a brillantes desarrollos, a tendencias e incluso a equívocos. Pero más allá del conjunto de problemas e interpretaciones, podemos afirmar hoy que ese término y su circulación en un contexto de dominio neoliberal globalizado, dejaron bien claro definitivamente, para quien tuviera dudas, que Foucault no era ese pensador antiilustrado. Por eso me parece que una interpretación general del sentido de esa noción puede ayudar a reconsiderar con alguna perspectiva los cambios de las últimas décadas en el contexto histórico de la ilustración, que –recordémoslo– fue la bestia a superar en los años tormentosos del debate filosófico en torno a la posmodernidad. Tal vez se alejó ya la tormenta y lo que podemos contemplar es el paisaje tras ella, pero sea como fuere, en lo que sigue precisamente trataré de mostrar que esa noción de lo biopolítico, lejos de ser una cuestión incidental menor en la obra de Foucault, tal como se afirma en ocasiones, es más bien la que permite, por un lado entender una encrucijada decisiva de su trayectoria para hablar de su madurez como pensador, y por otro dar sentido a sus relaciones con la ilustración, pero sobre todo –y lo que es más importante–, en tercer lugar nos puede permitir reconsiderar el sentido más profundo y mejor de la ilustración y de su vigencia en los tiempos que corren y, por lo mismo, reconsiderar el papel central que sigue teniendo la filosofía como tarea en nuestro presente.

El orden biopolíticoEl ruido en torno a la posmodernidad parece haber remitido y con él toda la furia que se abalanzó solemnemente a proclamar el fin de la ilustración, una furia que por cierto era todo menos nueva y que uno podía encontrar en contemporáneos de Kant y que resuena de nuevo en la inmediata posguerra en el ya clásico texto de Adorno y Horkheimer, pero que en pleno debate sobre la posmodernidad parecía no tener contrincante, o en el mejor de los casos lo era un Habermas ya en decadencia. Tuvo que ser el ya mencionado y penoso incidente en torno a Sokal y Bricmont, por lo demás cargado de injusticias e incomprensiones, el que frenara definitivamente lo que podríamos llamar la embriaguez antiilustrada y posmoderna. Tras ella vino la resaca y tras la resaca la claridad de que no todo era igualmente posmoderno, ni el debate, ni los protagonistas, ni siquiera la pregunta en torno a la ilustración y desde luego mucho menos la respuesta habitual. No es casual en ese sentido que el texto de Foucault sobre la ilustración se refiere a la cuestión en estos términos: “Sé que frecuentemente se habla de la modernidad como una época o, al menos, como un conjunto de rasgos característicos de una época; suele situársela en un calendario en el que aparecería precedida por una pre-modernidad más o menos ingenua o arcaica, y seguida por una enigmática e inquietante “post-modernidad” (1993,11).

Sin entrar ahora en otros aspectos, como la habitual e injustificada identificación entre modernidad e ilustración, lo llamativo es que Foucault utilice el calificativo de inquietante para referirse a la posmodernidad y que, frente a su consideración al uso en aquellos años, obvie su condición supuestamente epocal para hablar más bien de la ilustración (y con ella la modernidad) como una actitud, como un ethos respecto de nuestro presente, y que remite no solo a Kant, sino también a Baudelaire, algo que como veremos resulta especialmente significativo, pues sabiendo como sabemos que sus últimos años los dedicó a una ética y a la vez a una estética de la existencia, no deberíamos entonces dudar a la hora de considerar que Foucault fue abiertamente un ilustrado. Pero, ¿qué tipo de ilustración fue la suya?

Como es sabido, su obra sobre la ilustración es un comentario del clásico y casi canónico texto de Kant de 1784, Respuesta a la pregunta: ¿Qué es Ilustración? y en la que Kant defiende esa dimensión ética que resume en la salida de la minoría de edad culpable y en el atreverse a pensar. Y esa misma dimensión ética es la que hace suya Foucault y la que condensa en la definición de lo ilustrado como el ethos mismo de la modernidad. Al igual que el propio Kant, se aparta de la consideración de la ilustración como simple época para quedarse con una actitud. Pero Foucault, como no podía ser de otro modo dos siglos después, va más allá y completa la visión kantiana con una aparentemente llamativa apelación a Baudelaire y en particular a su obra El pintor de la vida moderna. Una fusión entre Kant y Baudelaire que podría parecer sorprendente y que sería fácil interpretar en términos de ese desistimiento estético en que pretendió disolverse la posmodernidad. Pero lejos de ser tal cosa, esa fusión no hace sino expresar la clave desde la que Foucault está tratando en esos años de reconstruir la subjetividad a partir de la idea del cuidado de sí entendido como una estética de la existencia y en el contexto de una tarea filosófica que define como ontología del presente. O dicho con otras palabras, como esa técnica del yo, esa estética capaz de resistir al poder o, para ser más precisos, a la dominación (1994, 88), que es el término que prefiere usar para referirse a ese sentido peyorativo que habitualmente se asocia a la noción de poder.

Foucault El orden biopolítico

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ahora bien, en 1984, año en el que escribe su texto sobre la ilustración y en el que la define como ethos y como actitud crítica ante el presente, la cuestión de la posmodernidad está en su punto más intenso. La ontología del presente que propone como ethos, digámoslo más claramente, como ética y a la vez como estética, dos de los grandes núcleos que definen todavía hoy las áreas de la filosofía incluso desde el punto de vista administrativo, lo es entonces frente a ese entorno que en lo cultural se llamaba posmodernidad, a la que ha calificado como inquietante. Pero, ¿por qué lo denomina inquietante y qué tipo de episteme le correspondería desde el punto de vista del poder? Son pocas las alusiones explícitas por su parte a la posmodernidad, pero no cabe duda de que está hablando del presente, de su presente, que en un sentido sigue siendo el nuestro. En una breve intervención del año 78 en Vincennes, refiriéndose a ese presente, había utilizado el título de nuevo orden interior y control social. Aunque ciertamente se pueda pensar que sería aplicable a ese período la expresión sociedad de control utilizada por Deleuze (castro Orellana 2000, 358), término que utiliza también de pasada en otros lugares, lo cierto es que esa intervención es demasiado escueta para concluir de forma definitiva algo en ese sentido.

Hay, sin embargo, algunas referencias más que nos pueden dar la pista de lo que está en juego. La idea dominante de esa intervención de Vincennes es la de que, en plena crisis de energía de los 70, el Estado disciplinario, lo que Foucault llama el Estado disciplinario, ya no puede asumir los costos que venía asumiendo y que debe cambiar de modelo. Por lo demás esa idea aparece ahí vinculada con el tema de una especie de consenso que permitiría, nos dice, establecer controles internos. Llama la atención la palabra consenso, que sin duda estaba en boga en esos años precisamente por la obra de Habermas, pero es obvio que el sentido que le da a la palabra consenso no es ese sentido positivo y deseable que le daba Habermas y del que se hizo uso y abuso en España, y hasta donde sé también en Chile. Es obvio más bien que esa noción de consenso tiene un sentido crítico y que se asimila bastante bien con esas descripciones en el ámbito filosófico de la posmodernidad al estilo de Vattimo, donde hay un consenso que podríamos llamar antiilustrado, esa especie de koiné en la que confluyeron las grandes de la filosofía occidental en los años 70 y 80. En tercer lugar, en la conferencia se habla también de la importancia de la información como herramienta de ese control y de ese consenso, en una descripción no muy alejada de la que hacía en esas misma fechas Lyotard en La condición posmoderna, una obra que acabó siendo decisiva para el debate en torno a la posmodernidad y que si uno relee desde el presente resultó más bien ser premonitoria de la sociedad global y digitalizada en la que hoy vivimos.

Ahora bien, el único criterio propiamente dicho que explica el tránsito a esa nueva sociedad de la que nos habla Foucault a finales de los 70, la llamemos de control o no, y que coincide cronológicamente con la emergencia de la posmodernidad, no es otro que un criterio económico. Foucault es muy claro al respecto: el tipo de poder disciplinario ha dejado de ser rentable. Ese sesgo económico se confirma además por el hecho de que en las primeras sesiones del curso de ese mismo año Seguridad, territorio y población, tras recordar la constante interacción entre los tres modelos de poder, el de soberanía, el disciplinario y el de seguridad, describa el carácter hegemónico de este último en términos de gubernamentalidad, es decir, en términos de lo que en el siguiente curso, con el revelador título El nacimiento de la biopolítica, culmina en un análisis del liberalismo y de la génesis de la economía política. Lo decisivo, como en la referencia en Vincennes, es la economía política como la verdadera instancia determinante del poder. De hecho, sabemos que esa posición de la economía con respecto al poder es el núcleo de lo que llama la gubernamentalidad, un núcleo al que Foucault va a calificar como veridicción frente a la jurisdicción, es decir, como un mecanismo limitante del poder a partir de la idea de verdad, la cual sustituiría progresiva e idealmente al límite entendido tradicionalmente a partir del discurso jurídico y de la noción de derechos y libertades. En efecto, en El Nacimiento de la biopolítica contrapone esas dos formas de limitar el poder: la jurídica que él ejemplifica en Rousseau y los revolucionarios, y la económica, que es la propia de la economía política y en la que estaría el germen del liberalismo. No es ya el discurso de los derechos humanos o de los derechos subjetivos y todo el aparato jurídico, sino la rentabilidad, la utilidad, la racionalidad económica, la que determina los límites de la dominación, la instancia a la que el soberano debe obedecer: esa gubernamentalidad de la que el Estado sería solo un correlato.

Fuente: Primeras páginas del capítulo 1º del libro de Vicente Serrano Marín  El Orden Biopolítico

 

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