¿Qué tipo de militancias queremos formar? Rozitchner en el horizonte existenciario de Ernesto Guevara

Por Mariano Pacheco para La luna con gatillo 

 #Argentina

 

Libros y alpargatas: reseñas de un escritor cabeza. Bajo el título Combatir para comprender, la editorial Octubre publicó recientemente un libro de León Rozitchner en el que se compilan cuatro polémicas sostenidas por el filósofo argentino, quien alguna vez supo afirmar que todas sus producciones eran “libros de pelea”.

 

Los combates de un León

La actitud de Rozitchner es la de hacer cuerpo el pensamiento. Basta verlo en “Es necesario ser arbitrario para hacer cualquier cosa”, las conversaciones que mantuvo con Diego Sztulwark (ver video de la charla) para darse cuenta del modo en que León asume vitalmente lo que dice.

Desde su participación en el emblemático grupo Contorno (junto a los hermanos Viñas), Rozitchner fue una figura clave del pensamiento crítico argentino durante más de medio siglo.

Si tal como  él afirmó alguna vez, es necesario poner en serie el pensamiento de la filosofía con el movimiento de la sociedad, en estas polémicas compiladas por editorial Octubre queda claro que León escribe para poner en el centro de la escena debates intelectuales con fuertes repercusiones en el que-hacer diario de las izquierdas.,

Lo que importa de las polémicas no son las singularidades existenciales con las que discute (sea Eggers Lan, John William Cooke, Emilio de Ípola, Oscar del Barco o el Grupo de Discusión Socialista), sino las ideas que se están postulando, con las que se debate en torno al marxismo y el cristianismo, el peronismo y la violencia política en el país o la guerra de Malvinas, de la que ya hemos hablado en detalle en otra oportunidad (Link a nota).

 

 

La Rosa de Tuñón

En septiembre de 1966, en lo que será el último número de la revista La Rosa Blindada (dirigida por José Luis Mangieri) Rozitcher publica el texto “La izquierda sin sujeto”, una discusión entre-líneas con Cooke, quien había publicado un texto en el Nº 6 de la mencionada revista (octubre de 1965), en el que contesta unas preguntas que le habían enviado desde el Comité Editorial; respuestas que son publicadas bajo el título “Bases para una política cultural revolucionaria”. Allí El Gordo  realiza una lectura minuciosa de los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 de Karl Marx, sobre todo del capítulo “El trabajo enajenado”, como también hemos reseñado en otra oportunidad (link a nota).

De algún modo, ambos textos están dialogando con otro -también publicado en La Rosa Blindada luego de haber salido en el periódico uruguayo Marcha – de Ernesto Guevara, el hoy ya legendario “El socialismo y el hombre en Cuba”.

Quisiera rescatar particularmente este texto de León, ya que da cuenta de un debate de época en las izquierdas Latinoamericanas sobre el devenir del movimiento comunista internacional, pero que no deja de tener actualidad respecto de los desafíos del movimiento popular, sobre todo porque lo que está en juego en el debate son determinadas lecturas y valoraciones del peronismo, sus potencialidades y límites y el tipo de humanidad que se pretende construir con los procesos de cambio social, algo ausente pero necesario en el quehacer intelectual del presente, si pretendemos combatir un poco el “realismo capitalista” (ese sentimiento de que el capitalismo se presenta como el único horizonte pensable en el mundo actual, según supo escribir el pensador británico Mark Fisher).

 

 

Cuerpo, razón y cambio social

León sostiene en su texto, en primer lugar, que es necesario tener en cuenta ocho cuestiones a la hora de realizar una crítica política de la cultura burguesa. A saber:

1) Tornar evidente la estructura del campo total en el cual cada acto se inscribe, ya que la cultura capitalista es desintegradora del individuo, el mismo que -paradójicamente- participa de un proceso de producción que es social.

2) Entender que ese desequilibrio se sostiene porque la cultura burguesa ordena el mundo según sus categorías (el sistema capitalista produce objetos a la vez que ideas).

3) Comprender que desintegrar al hombre (es obvio que con tal denominación el autor se refiere a lo que hoy diríamos “humanidad”) significa introducir en él la imposibilidad de referirse coherentemente al mundo que lo produjo (esto implica asumir la correspondencia entre proceso de producción y cultura burguesa, o dicho de otro modo, entre capitalismo y uno mismo).

4) Salirse de esa racionalidad burguesa. En ese sentido, insiste León, no sólo hace falta construir una organización revolucionaria (necesidad que hoy, siglo XXI, aún asumimos, por más que obviamente tenga sus formas diferentes a las de antaño), sino también una racionalidad propia, que no sea la misma que promueve el capital, que produce un tipo determinado de humanidad, contra la cual se lucha.

5) Desarrollar la propia fuerza productiva de la revolución.

6) Comprender que si la cultura burguesa separa a los hombres y las mujeres del ámbito social (creando la “intimidad” del individuo), una cultura revolucionaria no puede solo limitarse a intervenir en el campo social, porque regala de ese modo la subjetividad al capital, manteniendo la oposición cultura y sujeto (fundamento de la alienación burguesa).

7) La cultura revolucionaria -sostiene Rozitchner- debe volver a anudar aquello que el sistema escindió. Esto, obviamente, sólo es posible de lograr si el sujeto permanece ligado a una actividad transformadora de la realidad, cuestión que se logra si se cuenta con una organización racional revolucionaria.

8) Finalmente, León insiste en que las izquierdas deben poder encontrar la propia forma humana que pueda servirle para trazar un índice a partir del cual realizar una inserción efectiva del sujeto en el proceso revolucionario.

 

La radicalización de la subjetividad en el proceso revolucionario

Rozitchner entiende que la cultura revolucionaria no puede reducirse a formar hombres (y mujeres, y existencias diversas…) tal como lo hace la burguesía (conciencia inmediata sin reflexión; adhesión del sujeto al mundo que lo produce). Es decir, que no se puede encontrar la forma revolucionaria adecuada con el contenido sensible burgués. De allí la tarea (el “trabajo”, dice León) de enfrentar la estructura burguesa que llevamos en nosotros mismos, pero no en una secuencia cronológica (primero nosotros, después el mundo) sino simultánea (tampoco se trata de dejar la “modificación sensible” para tiempos de “menos urgencias políticas”).

Se trata –insiste el autor de Freud y el individualismo burgués– de ver cómo la burguesía está en nosotros como un obstáculo para comprender y realizar el proceso revolucionario. Es decir, que no hay revolución objetiva sin modificación subjetiva.

 

 

Una praxis transformadora

León plantea que pensar es ya una praxis. Y que debemos diferenciar la praxis de una mera práctica (que se realiza en concordancia con la cultura burguesa). Para llevar adelante una praxis, entonces, se necesita romper con los índices de realidad que son congruentes con el mantenimiento de su orden.

Desde esta perspectiva se debe des-hacer la “forma burguesa” para crear una nueva racionalidad. “Con categorías burguesas que ordenan nuestro modelo de ser personal no resulta posible pasar de la práctica burguesa a la praxis revolucionaria”.

 

 

Sortear los modelos burgueses de rebeldía

El propio cuerpo es un campo de batalla, sostiene Rozitchner, y nos deja picando una frase que en 2018 resuena y compone con las nuevas generaciones, en medio de un proceso de protagonismo de las mujeres y las disidencias sexuales que hacen de esa frase una bandera y una praxis cotidiana.

Para León, cada militante debería poder vivir y experimentar en la organización la racionalidad revolucionaria, asumiéndola como una actividad que él mismo contribuye a rebelar. “La verdad se elabora en el sujeto”, afirma el autor de Freud y el problema de la historia, rescatando –al igual que Cooke– al Marx de los Manuscritos del 44.

El desafío, entonces, es deshacer la propia auto-enajenación, la que escinde lo sensible de lo racional (como una cosa se escinde en valor de uso y valor de cambio), ya que la cultura revolucionaria tiende a deshacer la trampa que la burguesía tendió en nosotros mismos, incluso cuando pretendemos enfrentarla, pero lo hacemos desde modelos burgueses que la propia burguesía nos proporcionó.

 

 

Otro sistema productor de humanidad

No basta hacer un “pasaje de causas”, dice León. Es decir: pasar de la causa burguesa (que se sostiene al no cuestionar el mundo en el que se vive) por la causa socialista a la que se pretende contribuir pero desde el modelo proporcionado por la división del trabajo capitalista.

El dogmatismo y el oportunismo de izquierda, insiste Rozitchner, colocan en el lugar de la irracionalidad aquello que no son capaces de asumir para modificar la racionalidad burguesa que habita en sí mismos. “Son, pese a todo, los que conservan en el interior de la izquierda el pesimismo y la desazón y la amargura de la derecha”, sostiene León. Y remata: “lo que diferencia a la izquierda de la derecha no es meramente la organización del sistema de producción económica: es el sistema de producción de hombres”.

 

 

Dirigencias y modelos de humanidad

Hacia el final del texto Rozitchner se mete con el justicialismo. No lo nombra a Cooke, pero entre líneas hay un debate con aquello sostenido por el Gordo. A saber: que en Argentina los comunistas eran los peronistas.

Para León, Perón se sostiene en un modelo de racionalidad burguesa adecuada al capitalismo, por más que dirija un movimiento que ha producido esa curiosa combinación en la que la clase obrera experimenta el sentimiento de su propio poder a la vez que abandona su autonomía y se sujeta a las formas del dominio burgués (adhesión a una forma de vida que no modifica la estructura). Para el autor de Materialismo ensoñado lo central de la crítica al peronismo está dirigida al hecho de que la clase trabajadora no haya podido hacer el tránsito de la sensibilidad burguesa a la racionalidad revolucionaria. Por eso propone poner en el centro del análisis la necesidad de producir una modificación revolucionaria de los individuos.

Si los conductores funcionan como modelos de humanidad, cabe preguntarse entonces qué hizo Perón con su vida, qué imagen devolvió a los trabajadores, qué nuevos valores humanos hizo acceder a nuestra realidad.

Más allá de las valoraciones que cada lector (o lectora) pueda tener en torno al peronismo, me quedo con hacer propia la reflexión que cierra el texto; aquella que deviene en una verdadera incitación a la rebelión y la revolución. Entonces y ahora.

Dice Rozitchner que la presencia del poder represivo funciona para detener la eficacia de nuestros actos, la profundidad de nuestro pensamiento. Y señala que los límites que la burguesía estableció en nosotros mismos son el principal obstáculo para abordar críticamente la realidad.

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