El imperialismo huyendo hacia adelante

Por Fernando Bossi Rojas *

El sueño de la hegemonía mundial estadounidense.

La caída del Muro de Berlín le creó la ilusión al imperialismo estadounidense de poder controlar nuevos espacios con facilidad, extendiendo a gran escala las fronteras de su influencia mundial. Desde esta perspectiva, contaría para su expansión con el territorio de los 22 millones de kilómetros cuadrados pertenecientes a la ex Unión Soviética, más el de los países del Pacto de Varsovia. Hubiera significado para los Estados Unidos algo similar a lo que tributó la conquista de América al imperio español y las potencias europeas en los Siglo XVI y XVII. Frente a la crisis de superproducción capitalista, los horizontes se abrirían para un nuevo ciclo de reproducción ampliada del capital sin límites definidos.

Es decir, imaginaban dominar, sin mayores obstáculos, enormes mercados para ubicar su producción; una gran variedad y disponibilidad de recursos naturales al alcance de la mano; la posibilidad de concretar un nuevo ciclo de exportación de capitales; nuevos clientes para ofrecer préstamos usurarios; y acceso a fuerza de trabajo barata y calificada.

Todas estas eran las oportunidades que aparecían en el horizonte cercano y que llevaron a pensar en una revitalización del ciclo del capital, que iría de la mano con la implantación de una indiscutible hegemonía de la superpotencia norteamericana.

En síntesis, se dibujaba aquello que llamaron el “Fin de la Historia” y el comienzo de un ciclo absolutamente controlado por el Pentágono, las mega empresas y los organismos internacionales paridos por Bretton Woods.

El mundo en el siglo XXI.

Pero el imperialismo –llamado graciosamente a partir de entonces como “globalización”–, no es el mismo que el de la época de Rhodes, ni tampoco el mismo que estudió Lenin en su momento.

A aquél mundo dividido entre países opresores y países oprimidos, que estudió el gran revolucionario ruso, se sumó actualmente un abanico de países soberanos, que no son imperialistas, o al menos en esta etapa no presentan rasgos para definirlos como tales, ni tampoco son países oprimidos. Si en las primeras décadas del siglo XX solo un pequeño puñado de países podía ostentar su condición de ser países soberanos (opresores) y el resto estar sumidos a la mera condición de colonias o semicolonias, a principios del siglo XXI el panorama es diferente.

China, sin duda, como principal potencia ascendente de las últimas décadas es un país soberano –nadie puede ponerlo en duda–, aunque pueda resultar difícil de encuadrar como país socialista, capitalista o mixto. Y no puede calificarse a la primera potencia económica mundial como un país imperialista, a la vieja usanza.

La Federación Rusa e Irán, por ejemplo, son países capitalistas, desarrollados industrial y tecnológicamente, con plena soberanía política y económica, a los que tampoco podemos encuadrar como países imperialistas. Algo similar puede decirse de la India y Sudáfrica.

Por otro lado, existen países que son netamente soberanos y socialistas, por ende categóricamente no imperialistas, como son los casos de Bielorrusia, Cuba, Corea del Norte o Vietnam, entre otros.

También existen una serie de países que han alcanzado su independencia política y, a partir de ella, avanzan hacia la consolidación de una independencia integral, entre otros podemos mencionar a Venezuela, Bolivia, Argelia, Angola, Nepal, Nicaragua, Siria…

De tal manera, al mundo de hoy lo podemos dividir sistemáticamente en tres grandes bloques: 1) los países capitalistas imperialistas, 2) los países capitalistas dependientes o bajo la órbita de los países imperialistas, y 3) los países soberanos, no imperialistas, ya sea su modelo económico capitalista o socialista.

Límites de la expansión imperialista.

Esta caracterización –muy básica, por cierto– ayuda a entender la actual etapa de desesperación en la que ha entrado el imperialismo tradicional, fundamentalmente el norteamericano, que se evidencia en la conducta arrogante pero, a la vez, insegura e imprevisible del magnate Donald Trump.

Es que sin garantizar la fase imperialista, el sistema capitalista colapsa. El sueño de controlar el mundo a su antojo, a partir de la desaparición de la Unión Soviética, duró apenas un par de décadas.

Hoy, China y Rusia son dos países-continente que no responden a los dictámenes de ningún país imperialista. A estos países poderosos, no sólo por su dimensión territorial o poblacional, se les van sumando nuevas áreas “liberadas” que comienzan a ejercer sus soberanías políticas en base a sus propios intereses.

La realidad es que los países imperialistas pierden cada vez más periferia. Y, aunque todavía sea importante el área que controlan, ésta es cada vez menor. De ahí que comienza a verse con mayor definición el surgimiento de las contradicciones entre los mismos estados imperialistas. El actual conflicto en el seno del G-7 es un ejemplo de ello.

En este contexto, el escenario mundial presenta cambios de manera cada vez más vertiginosa, acentuándose día a día la decadencia del poder imperialista estadounidense, así como del europeo y el japonés. Estas potencias del capitalismo central, en consecuencia, van acrecentando su vocación belicista, pretendiendo recuperar por la fuerza los espacios perdidos, ya sea aquellos que realmente han perdido, o aquellos que soñaron que estaban al alcance de la mano, luego de la caída de la URSS. Expansión del capital, territorios y soberanías, son tres elementos insoslayables en un análisis que nos permita comprender la política internacional actual.

Se reducen los espacios de control imperialista

Si el imperialismo se ha caracterizado por tener el control de cinco áreas estratégicas: 1) Ciencia y Tecnología, 2) Recursos naturales, 3) Mercados financieros, 4) Medios de comunicación, y 5) Industria de las armas; hoy, podemos comprobar que cada una de ellas comienza a presentar resquebrajaduras.

El control de las tecnologías de punta por parte de los países llamados centrales ya comienza a estar en tela de juicio. El desarrollo científico-tecnológico alcanzado por China, Rusia y, en menor medida, la India, cuestiona el tradicional monopolio que ejercían los países más “desarrollados”.

Aunque las naciones imperialistas siguen saqueando los recursos naturales de la periferia, esta acción se le dificulta cada vez más, con mayores cuestionamientos y costos políticos. Son muchos los países que han sabido defender sus recursos naturales, como Venezuela, que cuenta con las mayores reservas certificadas de petróleo del planeta, a las que defiende con dignidad frente a las crecientes presiones imperialistas.

Igualmente, varios países africanos están discutiendo y poniendo coto al despojo al que fueron sometidos durante siglos. Si bien los imperialistas lograron destruir la Libia del coronel Kadafi (principal promotor de la unidad africana soberana), los mercenarios armados por Francia, Estados Unidos y los Emiratos Árabes, entre otros, no han logrado aún controlar a cabalidad los pozos petroleros ni el sistema acuífero de piedra arenisca de Nubia, recursos naturales de valor estratégico y que disputan hoy los diferentes “señores de la guerra” financiados por el imperialismo y otros países aliados.

Los países del Asia Central, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán cada vez están más cerca de China y Rusia que de la influencia occidental imperialista. De hecho, salvo Turkmenistán, el resto integra la Organización de Cooperación de Shanghái. Hay que tener presentes que estos países, en mayor o menor medida, están involucrados en la Nueva Ruta de la Seda diseñada por China. La construcción del puerto seco de Khorgos en Kazajistán, da una idea clara del nivel de inversiones que los chinos están destinando para alcanzar su cometido. En consecuencia, es fácil entender que los gobiernos de esa región traten de desentenderse cada vez más de la influencia norteamericana y europea, haciendo prevalecer sus intereses nacionales en asociación al megaproyecto chino.

El Cáucaso, actualmente, es una zona de disputa y de alta conflictividad, donde confluyen intereses que van desde la construcción de oleoductos y gasoductos hasta la diagramación de la Nueva Ruta de la Seda. La “revolución naranja” de Ucrania terminó dibujando un nuevo mapa regional, con la conformación de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk y la incorporación a Rusia, como sujeto federal, de la República de Crimea.

El reciente acuerdo sobre el estatus jurídico del Mar Caspio entre Rusia, Irán, Azerbaiyán, Kazajistán y Turkmenistán, soluciona o se aproxima a la superación de un conflicto de vieja data, que incluye, entre otros temas de interés económicos de los países involucrados, el no permitir la presencia militar de países ajenos a la región del Caspio.

Asimismo, el intento de derrocar al presidente sirio Bashar al-Asad apelando a mercenarios, primero, y a la acción directa de las fuerzas armadas imperialistas, no ha prosperado, desarrollándose una dura batalla en torno a la ciudad de Idlib, como último bastión de las fuerzas terroristas. Pese a la invasión estadounidense a Irak, el gobierno iraquí cada vez se inclina más a establecer alianzas con su vecina Irán, que irradia poder en el Medio Oriente, a través de El Líbano (Hezbollá) y Yemen. Éste último en plena guerra, aún sin resolver, pese al involucramiento de Arabia Saudita, los Emiratos Árabes y los propios Estados Unidos.

Sin duda que la intervención de Rusia en la guerra contra Siria generó ciertos desplazamientos en las tradicionales alianzas que mantenían Estados Unidos y los países imperialistas europeos en la región, observando que Turquía y Qatar (Hermanos Musulmanes), actores importantes en el conflicto sirio, parecen tomar cierta distancia de sus tradicionales aliados regionales e internacionales. El tablero en Medio Oriente, por lo tanto, está sufriendo cambios que no precisamente favorecerían a las potencias occidentales.

Otras zonas en disputa se ubican en el Mar de la China, tanto el meridional como el oriental, donde las islas Paracelso, el arrecife de Scarboroung y las islas Spratly en el primero y las islas de Senkaku, en el segundo, han provocado peligrosas tensiones entre Estados Unidos y China. La Casa Blanca entiende que no puede perder “presencia” en esa vital vía para el comercio mundial, presionando a los gobiernos de Japón, Taiwán, Vietnam, Malasia y Filipinas.

Es claro comprender, entonces, que cuando aparece China en la disputa territorial o con proyectos atractivos en diferentes regiones del planeta, la influencia estadounidense merma y se produce de inmediato una reacción de advertencia o presión hacia los gobiernos involucrados por parte de Washington. La construcción del puerto de Dwadar en Pakistán, con capitales chinos, ya comienza a generar tensiones de diferente índole; lo mismo que el proyecto de construcción del canal de Thai o canal del istmo de Kra, que uniría el mar de Andamán con el golfo de Tailandia y permitiría ahorrar 1200 km de navegación respecto a la ruta que cruza por el estrecho de Malaca.

Así, la estrategia imperialista parece estar operando en tres grandes frentes: a) los países de fronteras conformadas por aquellos de Europa oriental colindantes o cercanos al territorio ruso (Estonia, Letonia, Estonia, Ucrania y Polonia) ; b) el frente de guerra en Medio Oriente, con epicentro en Siria pero de peligrosa expansión; c) el conflicto multidireccional contra China.

Los tres frentes imponen un despliegue descomunal de recursos de guerra, inteligencia y contrainteligencia militar, espionaje, terrorismo y armado, adiestramiento, traslado y mantenimiento de poderosos ejércitos mercenarios. Tanto el gobierno ruso como el iraní vienen denunciando reiteradamente el traslado con aviones estadounidenses de miles de mercenarios yihadistas de territorio sirio hacia el norte de Afganistán, con el fin de comenzar operaciones subversivas en territorio de Tajikistán, Uzbekistán o penetrando directamente en territorio chino a través de relaciones con sectores separatistas uigures. Beigin ha hablado en más de una ocasión de vínculos entre militantes separatistas uigures y organizaciones terroristas como Estado Islámico y Al Qaeda.

En estos escenarios, el imperialismo ha entendido que frente a él se levanta la República Popular China como su principal enemigo. Se propone romper la alianza chino-rusa como un punto estratégico para su supervivencia como principal potencia mundial. De allí que cada vez se caliente más la confrontación, tanto en el campo comercial y financiero, como en el diplomático y militar.

En el caso del control de los mercados financieros, a partir del declive del dólar como patrón monetario internacional, la quiebra y “rescate” de bancos, y las permanentes crisis -que son cada vez de mayor magnitud-, se pone en serio cuestionamiento la arquitectura financiera mundial montada sobre los esquemas de Bretton Woods.

La Organización para la Cooperación de Shanghái, en el ámbito de la seguridad y la cooperación económica, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII) y el Nuevo Banco de Desarrollo (NBD) entre otros, pueden ser considerados como un primer intento para desarrollar una estructura institucional alternativa al orden financiero vigente. El NBD, por ejemplo, irrumpe desde el BRICS con valores centrales de promoción y defensa del principio de la soberanía, opuesta a la lógica intervencionista del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

Refiriéndonos al monopolio de los medios de comunicación, no hay duda que el imperialismo ha manejado esta área con suma dedicación, inyectando fabulosas inversiones. Sin embargo, también podemos observar que comienzan a surgir voces divergentes materializadas en nuevos medios que han ido creciendo exponencialmente en los últimos años. Ejemplo de esto es la cadena RT (Rusia); la Agencia Xinhua (China), HispanTV (Irán), Telesur (Venezuela), entre otras.

En lo concerniente al monopolio de las armas, la industria bélica en general, queda claro que los países imperialistas van siendo alcanzados por otros países que no responden a sus intereses, inclusive poniendo en tela de juicio su supremacía. El caso de Corea del Norte, pequeño país soberano con arsenal nuclear, ha puesto a los Estados Unidos en una situación incómoda y hasta humillante frente a la opinión pública mundial y las bravuconadas del presidente Trump.

Un mundo sin imperialismos o nada

Si bien es indiscutible el poder que mantienen las potencias imperialistas en la actualidad, también son observables los síntomas palpables de su decadencia e imposibilidad de expansión.

¿Cómo garantizar el incremento de la tasa de ganancia si se achican los espacios de saqueo? ¿Cómo expandir el capital sin la rapiña de recursos naturales y mano de obra barata? ¿Cómo resolver las contradicciones internas en sus propios países sin la expoliación periférica? ¿Cómo frenar a China en su política de cooperación internacional? ¿Cómo evitar las mareas inmigratorias a sus propios países como consecuencia de las guerras y hambrunas provocadas por ellos mismos? ¿Cómo derrotar a potencias militares que impiden la conquista de nuevas áreas de dominio? ¿Cómo evitar nuevas crisis financieras cuando aún no han superado la del 2008?…

Para mantener la actual reproducción del sistema capitalista los países imperialistas necesitarían dominar a su antojo el planeta entero, retrotraer a principios del siglo XX. Y eso ya no es posible, ni deseable para la inmensa mayoría de la población mundial.

El imperialismo muestra signos evidentes de desesperación. El peligro entonces, para la humanidad toda, es colosal, desmesurado. La irracionalidad del capitalismo y de los países imperialistas como garantes del sistema, están llevando al mundo al borde de una hecatombe sin precedentes. De ahí la necesidad, cada vez más imperiosa, de mancomunar esfuerzos para derrotarlo, para acelerar su caída. ¿Será esto posible a corto o mediano plazo? Difícil respuesta, pero si no es a corto o mediano plazo ya no habrá tiempo.

· Presidente de la Fundación Emancipación y Director del Portal Alba www.portalalba.org

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