Economía crítica. ¿Volver a la normalidad?

Resumen Latinoamericano / 30 de septiembre de 2018 / Michael Roberts

El crecimiento del PIB real de Estados Unidos para el segundo trimestre de 2018 se ha confirmado: el 4,2% anual. Y eso significa que el PIB real de Estados Unidos es 2.9% mayor que hace un año. La tasa ‘anualizada’ ha sido la más alta desde el tercer trimestre de 2014. Del mismo modo, la tasa interanual es la más alta desde 2014. Sin embargo, no es la tasa más alta de su historia, ¡como afirma el presidente de Trump!


Pero sí muestra una relativa recuperación de las tasas de la semi recesión de 2016.

Pero como he señalado en notas anteriores, la historia subyacente no es tan optimista. En primer lugar, la tasa de crecimiento del 4% ‘anualizado’ depende en realidad de algunos factores excepcionales que pronto se convertirán en sus opuestos. Las exportaciones netas de Estados Unidos fueron un factor importante de esa tasa de 4% y su causa principal fue la urgencia china de comprar soja estadounidense antes de que los aranceles sobre las exportaciones entraran en vigor como represalia de Trump en su guerra comercial contra China.

En segundo lugar, este crecimiento ha estado impulsado por los enormes recortes de impuestos de Trump sobre los beneficios empresariales. Aunque las ganancias antes de impuestos de las grandes corporaciones han aumentado un poco, han hecho el agosto gracias a los beneficios después de impuestos. De acuerdo con un informe reciente de Zion Research, para las 500 mayores empresas estadounidenses, el 49% de sus ganancias de 2018 se debieron a los recortes de impuestos de Trump. Para algunos sectores, como las compañías telefónicas, supone el 152% de las ganancias de 2018. Es decir, la diferencia entre tener pérdidas o beneficios.

Sin embargo, la teoría económica dominante, en general, parece convencida de que los EEUU han salido de su Larga Depresión de los últimos diez años y ahora funciona ‘normalmente’. La tasa oficial de desempleo está en mínimos históricos, los salarios están empezando a subir un poco y la inflación ha comenzado a subir marginalmente.

Así que la Reserva Federal de Estados Unidos decidió subir su tasa de interés política por octava vez desde 2015 para llegar al 2,25%. La tasa se utiliza para fijar las tasas de tarjetas de crédito, hipotecas y préstamos, y dará lugar a aumentos en todos los ámbitos para consumidores y empresas. En un comunicado, la Fed anuncia como inminentes otros aumentos de la tasa. “El Comité espera que los nuevos aumentos graduales en el objetivo establecido para la tasa de fondos federales serán consistentes con la expansión sostenida de la actividad económica, buenas condiciones en el mercado de trabajo, y una inflación cercana al objetivo del 2% simétrico del Comité a medio plazo. Los riesgos para las perspectivas económicas parecen más o menos equilibrados”. Así que la Fed pretende ‘normalizar’ las tasas en línea con el crecimiento ‘normal’ de la economía de Estados Unidos y cree que sus previsiones económicas son correctas.

Pero como he señalado en una nota anterior, si la Fed se equivoca y los sectores productivos de la economía de Estados Unidos no reanudan su ‘crecimiento normal’ (la tasa de crecimiento del PIB real media desde 1945 ha sido del 3,3%, por lo que no estamos aún ahí), los crecientes costos de servicio de la deuda corporativa y de los consumidores podrían provocar una nueva recesión.

El factor clave para el crecimiento es la inversión del sector capitalista. Y lo que decide el nivel de inversión, a fin de cuentas, no es el nivel o el costo de la deuda, sino la rentabilidad de cualquier inversión. La inversión empresarial ha hecho una modesta recuperación en los últimos trimestres, impulsada por el aumento del 16% en las ganancias corporativas después de impuestos. Pero la mayor parte de esta bonanza de beneficios para las empresas de Estados Unidos en el año 2018 se ha utilizado para pagar mayores dividendos a los accionistas y la recompra de acciones de las compañías para impulsar el precio de sus acciones, no en inversión productiva. Y dentro de la inversión productiva, la mayor parte ha sido en la industria del petróleo y en ‘propiedad intelectual’ (software, etc.). La inversión en equipos y nuevas estructuras en otros sectores ha sido muy modesta.

Por otra parte, los beneficios empresariales no financieros siguen siendo inferiores a los niveles de 2014, incluso después de la ayuda de Trump.

Y en los sectores productivos de la economía, como la manufactura, están cayendo de forma considerable si se mide por empleado.

En el otro extremo de la economía, los ingresos medios de las familias estadounidenses avanzan poco. En una excelente nota, Jack Rasmus, del Partido Verde estadounidense demuestra que para los trabajadores no supervisores (no-directivos), que son la mayor parte de la fuerza laboral estadounidense (133 millones de 162), los ingresos reales están cayendo, no aumentando, mientras que la carga de la deuda de los consumidores está creciendo. Cuando Trump anunció sus recortes de impuestos a las empresas, afirmó que esto permitiría que subieran los salarios gracias a sus mayores beneficios. Esto, por supuesto, ha resultado ser un disparate. Ha habido muy pocas subidas salariales en el sector privado desde el final de 2017.

Y es sólo en los EE.UU donde se puede hablar de ‘recuperación’ o de crecimiento ‘normal’. En el resto del mundo la esperanza de una vuelta a las tasas de crecimiento anteriores a la crisis parecen haberse desvanecido. En la zona euro, el crecimiento ha vuelto a caer a alrededor del 2% anual, un tercio por debajo de las tasas anteriores a la crisis.

En Japón, esta de nuevo en el 1%. China también está ‘luchando’ para mantenerse por encima de 6% anual.

Como lo resume la OCDE en su más reciente informe provisional sobre la economía mundial: “El crecimiento global está en su pico más alto; la guerra comercial está empezando a hacer daño; el crecimiento de la inversión sigue siendo demasiado débil para aumentar la productividad; los salarios reales siguen siendo inferiores a los de los niveles anteriores a la crisis; y nunca se recuperarán las pérdidas de ingresos de la Gran Recesión“.

Las tensiones comerciales están empezando a hacer daño, y ya están teniendo efectos adversos en la confianza y los planes de inversión. El crecimiento del comercio se ha estancado, las restricciones están teniendo efectos sectoriales y el nivel de incertidumbre de la evolución comercial sigue siendo alta“.

Así que “es urgente que los países frenen este deslizamiento hacia un mayor proteccionismo, refuercen el sistema de comercio internacional basado en normas globales e impulsen el diálogo internacional, lo que proporcionará a las empresas confianza para invertir”.

Y en cuanto a los llamados mercados emergentes, la situación continúa deteriorándose. De acuerdo con el medidor de crecimiento IIF, el crecimiento de los mercados emergentes está ahora en el mínimo de los dos últimos años.

Y a medida que las tasas de interés a nivel mundial se elevan (impulsadas por la Fed) y las guerras comerciales comienzan a ahogar el comercio mundial, los mercados emergentes con alto nivel de deuda corporativa son especialmente vulnerables.

El gobierno de la derecha en la Argentina ha tenido que tragarse un rescate récord de 57.000 millones de dólares del FMI. La responsable del FMI, Lagarde, ha afirmado que, como parte del acuerdo, el banco central de Argentina sólo podrá intervenir para estabilizar su moneda si el peso se deprecia por debajo de 44 pesos por dólar. Actualmente se encuentra en 39 pesos por dólar, después de perder el 50% de su valor desde el comienzo del año. El presidente del Banco Central de Argentina, Nicolás Caputo, dimitió por está condición.

El volumen del rescate muestra hasta qué punto el FMI está dispuesto a apoyar al gobierno de la derecha en la Argentina, pero también a acabar con cualquier capacidad de acción independiente de las autoridades monetarias y fiscales argentinas. La política económica de Argentina está siendo dirigida por el FMI. Argentina ha caído bajo las garras del FMI, algo que el gobierno derechista de Macri prometió que nunca volvería a ocurrir. Lo que tendrá lugar será una crisis masiva y la austeridad para el pueblo argentino, repitiendo el infierno de la última crisis importante de 2001.

La economía turca está en crisis. El gobierno de Erdogan se niega a pedir dinero al FMI a cambio de más austeridad y control sobre su moneda y tasa de interés política – a diferencia de Argentina. Pero el resultado será el mismo: ninguno de los dos países puede evitar una depresión grave en la medida en que las tasas de interés se disparen y se desmadre la inflación.

Hay que aprender de todo ello una lección económica. Cuando a Grecia se le colocó la camisa de fuerza de la llamada troika (el FMI, el BCE y el Eurogrupo), muchos economistas keynesianos y radicales dijeron que la razón por la que Grecia estaba en semejante lío era porque estaba dentro de la zona euro y, por lo tanto, no podía devaluar su moneda o controlar sus tasas de interés. Que si salía de la UE podría controlar su propio destino.

Bien, Argentina y Turquía muestran ahora que el problema no era la zona euro, como tal, sino las fuerzas del capitalismo global. Tanto Argentina como Turquía controlan su política de tipos de cambio y tasas de interés. Buenos Aires ha optado por el control del FMI y Ankara lo rechaza. Pero no habrá ninguna diferencia: los trabajadores y las trabajadoras en ambos países tendrán que pagar el precio de la crisis de sus economías.

Michael Roberts es un reconocido economista marxista británico, que ha trabajador 30 años en la City londinense como analista económico y publica el blog The Next Recession.

Fuente: https://thenextrecession.wordpress.com/2018/09/28/back-to-normality/

Traducción: G. Buster

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