Costa Rica. Creciente crispación social

Resumen Latinoamericano / 30 de septiembre de 2018 / Rafael Cuevas Molina

Como síntomas evidentes del deterioro de las bases del consenso y la concordia costarricenses están las largas filas en clínicas y hospitales del seguro social, la deserción escolar, el trabajo precario e informal… y la crispación de la vida social creada por la frustración y el enojo.

Costa Rica se ha preciado siempre de ser un país de paz, pero crecientemente desde hace algunos años hay signos evidentes que tal caracterización empieza a quedarle grande. No se trata solamente de la violencia asociada al narcotráfico, fenómeno presente en toda Centroamérica que deja una estela de muertes diarias sino, en términos más generales, de un ambiente de intolerancia y agresividad.

Siendo el carácter pacífico de sus habitantes uno de los mitos fundantes de su nacionalismo, los costarricenses ven con preocupación esta situación que algunos caracterizan como parte de una “pérdida de valores” y los más ven con desconcierto. Hasta no hace muchos años hubo quienes atribuyeron a “la naturaleza” tal característica, como la señora Laura Chinchilla, para entonces presidenta de la República, quien en discurso a la nación llegó a afirmar que se encontraba incrustada en los genes de los costarricenses.

Solo algunos científicos sociales se han preocupado por vincular esta situación con hechos y procesos económico sociales que, efectivamente, han estado en la base de estas formas de comportamiento colectivo alabados en el cancionero patriótico.

Según estos análisis, la prevaleciente concordia que vivió el país durante largos períodos durante su historia republicana ha estado sustentada en un pacto social de toma y daca, es decir, el Estado por un lado ofreciendo servicios y condiciones de vida dignos, y por otro lado la población devolviéndole legitimidad al Estado.

En la segunda mitad del siglo XX, montándose sobre una tradición de este tipo, a partir de la década de 1940 se pusieron las bases del Estado de Bienestar o Estado Social, que efectivamente permitió que en el país se viviera un clima de estabilidad que contrastó con su entorno centroamericano convulso, y que se reafirmó como “modo de ser” nacional.

Las bases materiales que estuvieron en la base de tal estado de concordia fueron creadas por políticas orientadas a ampliar la clase media expresadas, por ejemplo, en la transformación del aparato del Estado en gran empleador, proyectos de casas baratas, acceso a la educación, crédito para pequeños productores agrícolas y un sistema de seguro social que paulatinamente abarcó a la casi totalidad de la población.

Pero estas condiciones materiales sustentadoras  de la armonía comenzaron a ser erosionadas a partir de la década de 1980. En 1982 se inicia la ejecución de una serie de ajustes estructurales, conocidos en el país como los PAE (Programas de Ajuste Estructural) que inauguran la era del neoliberalismo en el país, que vino a desmontar desde entonces, paulatinamente, las bases del consenso y la legitimidad.

Costa Rica llegó así, 35 años después, en un estudio del Banco Mundial (Take on inequality -2016) realizado entre 101 países del mundo, a ser el noveno país más desigual de la lista. Como síntomas evidentes del deterioro de las bases del consenso y la concordia están las largas filas en clínicas y hospitales del seguro social, la deserción escolar, el trabajo precario e informal… y la crispación de la vida social creada por la frustración y el enojo.

Tal crispación ha alcanzado límites preocupantes en los últimos 20 días, ante el llamado a huelga que ha hecho el sindicalismo unido del sector público para oponerse a un plan fiscal presentado por el gobierno a la Asamblea Legislativa, que carga las tintas sobre la venida a menos clase media.

En complicidad con medios de comunicación escritos y televisivos, el gobierno de la República ha utilizado tácticas de desprestigio del movimiento sindical, que azuza el enfrentamiento que, a ratos y episódicamente, llega a tornarse violento.

Entendiendo esta situación como parte de una tendencia que ya ha tenido expresiones anteriores, una en las elecciones presidenciales y legislativas recién pasadas de febrero, y otra con manifestaciones colectivas de xenofobia en el centro de la capital en agosto, podría pensarse que Costa Rica está corriendo el riesgo de enfrentamientos colectivos violentos en un futuro inmediato.

Por dónde saltará la liebre nadie lo puede predecir, pero las condiciones parecen estarse dando para ello.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

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