Argentina: El derrotismo ilustrado

Por Marcelo Langieri / Resumen Latinoamericano /Grandes Alamedas, 23 septiembre 2018

Si no hubo frutos, valió la belleza de las flores.
Si no hubo flores, valió la intención de la semilla.

Henfil

 

La premisa básica para comprender la democracia realmente existente es entenderla más como producto del abrupto agotamiento de la dictadura, generado por la derrota de Malvinas, que de un proceso de acumulación popular que permitiera la reconstrucción de actores políticos portadores de un proyecto político con un efectivo protagonismo popular y la voluntad para reconstruir un país devastado material y moralmente por la dictadura. Y que ello se llevara adelante con principios que además de la libertad reivindicaran también la igualdad.

Aquella posibilidad de rehabilitación de la democracia resultaba ser una gran oportunidad. Se asistía al debilitamiento estratégico del partido militar como reaseguro de las clases dominantes para imponer los intereses de clase de las minorías oligárquicas. Se perdía entonces la oportunidad de poner en diálogo a la democracia renaciente con un nuevo orden que tomara las banderas de la revolución inconclusa que había sido derrotada. Es decir, con un proceso de transformación social que recuperara las mejores banderas de los movimientos populares del siglo XX, en una versión superadora y actualizada, y los llevara a la victoria. Dice el sociólogo portugués Boaventura de Souza Santos que uno de los desarrollos políticos más fatales de los últimos cien años ha sido la separación, e incluso la contradicción, entre revolución y democracia como dos paradigmas de transformación social. Y que hoy, a comienzos del siglo XXI, no disponemos de ninguno de ellos. La revolución no está en la agenda política y la democracia ha perdido todo el impulso progresivo que tenía. Así, la revalorización del pasado puesta en marcha con el proceso democrático se pareció más a una mala digestión del proceso vivido que de una crítica sobre una experiencia de lucha popular, que aunque estuviera llena de errores, se inscribía en la memoria de las grandes gestas transformadoras.

Dentro de este panorama una de las dimensiones del pasado que generó las mayores controversias y críticas fue la cuestión de la violencia. De manera especial esto sucedió en los ámbitos intelectuales y del activo político reconvertido al paradigma democrático.

Como el discurso “democrático” no ha distinguido los conceptos de lucha armada por un lado y de violencia por otro,  para desarmar ese artefacto discursivo resulta conveniente hacer esta diferenciación y señalar las distintas formas y características de la violencia política. Así, encontramos la violencia de masas en los movimientos insurreccionales como el Cordobazo, el Rosariazo o el 20 de diciembre. Salvando las distancias que existen entre ellos y que no viene al caso señalar. El otro ejemplo típico de la violencia de masas es el de la resistencia peronista, donde se pusieron decenas de miles de “caños” caseros y se realizaron miles de actos de sabotaje a la producción.

Todos los casos de violencia de masas mencionados estuvieron legitimados por la existencia de dictaduras y la consiguiente cancelación de las libertades democráticas.

Por otro lado aparece la lucha armada formulando una estrategia de guerra popular en una fase muy embrionaria que en ningún momento se constituyó en una amenaza militar que pudiera plantear un doble poder real. En realidad la importancia de la lucha armada surge de la capacidad de la guerrilla para vulnerar el blindaje político del gobierno. La lucha armada tiene en la política su dimensión principal. Las fuerzas armadas que aparecían como todo poderosas resultaban burladas en sus narices por una guerrilla incipiente. Los hechos armados desnudaban la debilidad política y la vulnerabilidad del gobierno, que tenía cada vez más dificultades para contener un proceso de alza de masas que se expresaba en un fuerte proceso de politización de la juventud y los trabajadores y que encontraban en el peronismo combativo la identidad mayoritaria para expresarse.

A la cancelación de las libertades democráticas –elecciones libres, libertad de expresión y de reunión y la prohibición de las actividades políticas-  se le sumaba la proscripción de la principal figura política de la Argentina. Estas condiciones legitimaron y potenciaron la lucha armada que estaba acompañada por un marco internacional y local de alza de la lucha de masas. Ello en un contexto que vislumbraba un salida anticapitalista a escala latinoamericana y tercermundista.

El proceso de alza de masas en su desarrollo desigual se cruzó con un fenómeno de transformación productivo y tecnológico liderado por el capitalismo financiero internacional que produjo profundas modificaciones y que sería el vehículo e instrumento principal de la derrota a gran escala de los movimientos populares en América Latina. Reducir la interpretación de la derrota popular de los años ‘70 al desarrollo de la estrategia de lucha armada subestima el alcance de la ofensiva del gran capital internacional, y estadounidense en particular, para disciplinar su patio trasero. Esta operación discursiva es eficaz para construir un anatema con las luchas revolucionarias y edificar un nuevo paradigma político en la figura de los políticos realistas, conciliadores, arrepentidos unos, integrados al  sistema todos.

Todos los hechos mencionados, de masas o de vanguardia, recogían una larga tradición de violencia popular que se legitimaba tanto en las profundas desigualdades existentes como en la deslegitimidad de fondo y de forma del régimen oligárquico. Así encontramos las luchas de la independencia, la de los anarquistas libertarios, las luchas antiimperialistas continentales, el Che Guevara como ícono de la revolución, la revolución cubana, la revolución boliviana, la revolución peruana, los movimientos guerrilleros e insurreccionales de toda América Latina.

Por otro lado estaba el fracaso del reformismo y del desarrollismo, que se sucedieron en los interregnos dictatoriales, para resolver los problemas de los pueblos. Es decir, son las derrotas y victorias que permiten comprender una época. Experiencias que requieren para su comprensión un espíritu crítico que permita encontrar los errores cometidos por el movimiento revolucionaria y a la vez rescatar la voluntad de transformación y de construcción de una sociedad con justicia social.

¿Cómo se valoran las experiencias realizadas, desde qué perspectiva se reconstruye el pasado. Cuál es la voluntad política desde la cual se realizan estas operaciones discursivas que ineludiblemente resultan ser acciones políticas? Conviene subrayar que estas luchas no son parte de una conspiración sino parte de la lucha política e ideológica.  Derribar el prestigio que otrora tenían las luchas del pasado era funcional a la construcción de un atajo para la edificación de una conciencia democrática a la época.

La idea de la desvalorización de la democracia, que fue el principal caballito de batalla utilizado, cabalga, valga la redundancia, sobre hechos de la realidad. El contexto revolucionario del tercer mundo, las victorias revolucionarias y las luchas antimperialistas eran ajenas a la idea de democracia, entendida en el sentido formal. Eso es absolutamente cierto, no eran la democracia la que señalaba los caminos de lucha. Para construir esta imagen ajena a los procesos de transformación influyeron los fracasos políticos y económicos de las experiencias desarrollistas, especialmente. La democracia era desdeñada más por su impotencia, complicidad y flaqueza que por su carácter burgués. El socialismo, que sintetizaba en sus distintas variantes las luchas populares, no descartaba etapas de transición y alianzas de clase, con la participación de sectores de la burguesía llamada nacional. No se rechazaba a la democracia por burguesa sino por su debilidad. Además, la consigna del imperialismo norteamericano en la época era democratizar América Latina, que consistía de derrocar a gobiernos populares elegidos mediante elecciones libres.

Las lecturas realizadas desde los valores del presente suelen olvidar el significado de los hechos del pasado. ¿Se pueden analizar los hechos de esta forma? Retomando el latiguillo de la subestimación de la democracia. Cabe preguntarse cómo estimar a una democracia que se fue devaluando frente a la sociedad y cuyos partidos tradicionales fueron cómplices o permisivos ante los golpes de Estado y claudicantes o impotentes frente al autoritarismo en sus distintas versiones. Frente a atropellos que pisoteaban las libertades y derechos la república y la separación de poderes brillaron por su ausencia.

Estas lecturas también necesitaban blindar la realidad de 1983 que defraudó en el terreno social una ilusión democrática que había cobrado gran fuerza. Dicho de otra forma, fue el establecimiento de la democracia de la derrota. Esto es, que “votaras lo que votaras, los mismos hacían lo mismo para obtener idéntico resultado” (Alejandro Horowicz).

La construcción social post dictadura del pasado tuvo a la democracia como el arquetipo político y a las luchas revolucionarias y a las organizaciones armadas como a un fantasma, o un demonio. Fue tal la intensidad de la ofensiva que hasta connotados intelectuales, que habían sido precursores y actores de la lucha armada en nuestro país, que inclusive habían sido parte de la columna argentina que se uniría a las filas del Che Guevara en Bolivia, fueron los abanderados en la descalificación de las experiencias de lucha. La reflexión, la crítica y la autocrítica resultan indispensables para la explicación  de la derrota del campo popular y de las estrategias formuladas. Crisis que se remonta al último gobierno de Perón y que se profundiza y consuma durante la dictadura. La responsabilización del golpe militar a las organizaciones revolucionarias forma parte de la construcción de los valores políticos en el presente, donde se entroniza una democracia débil en lo social, incapaz de controlar a los factores económicos de poder que han entrado en un espiral de descomposición cuyo costo social históricamente ha caído sobre el pueblo argentino.

A la responsabilización de la guerrilla y la izquierda insurreccional en el golpe militar se le suma la omisión de la responsabilidad de la clase política frente al mismo. Los radicales no tuvieron “soluciones” frente a la crisis en el año ’76 o la famosa “guerrilla fabril, según las famosas frases de Balbín, pero la intelectualidad democratizada subestimó estos acontecimientos. Tardíamente algunos destacados intelectuales reconocieron que el golpe militar era más una política de disciplinamiento de una clase obrera combativa y organizada que una política contra la “subversión”.  Más allá que efectivamente la utilizaron esta figura como excusa aprovechando la adhesión social existente que tuvieron en distintos sectores de la población.

Pero lo que la crítica omitió fue que si bien la guerrilla no tenía como bandera estratégica la democracia, la resistencia llevada adelante -tanto por el movimiento obrero, los organismos de derechos humanos y las propias organizaciones armadas- obligó a los militares a un proceso de desgaste que lo condujo al aislamiento y a la derrota, mientras que los más conspicuos integrantes de la clase política de hoy eran en buena medida los aliados y socios de los militares de ayer. En la etapa post-Malvinas la bandera de la democracia era un grito compartido en la lucha de calles y en todo el movimiento antidictatorial. La apropiación y vaciamiento de las banderas democráticas fue funcional a la instauración de una democracia blanda en lo económico y social. Democracia realmente existente que, es indispensable señalar, tuvo en los derechos humanos un hito de relevancia histórica a través el juicio a las Juntas Militares del Proceso. Más allá de las concesiones posteriores, leyes de obediencia debida y punto final mediante, el haber sentado a los responsables militares del Proceso en el banquillo de los acusados representó un salto cualitativo para la conciencia nacional. Nada volvería a ser igual en materia de derechos humanos y los intentos de retroceso, independientemente de donde vinieran, fueron rechazados con energía y decisión. Aquel Nunca Más, que simbolizaba el juicio a las Juntas y la condena a los responsables de la violación de los derechos humanos, quizás sea el único consenso existente en la sociedad argentina. Esta es una conquista social perdurable que no tiene ningún correlato en otras esferas de la realidad nacional. Lo que impera hoy es la ley del más fuerte: la anomia y la descomposición.

 

Sobre la construcción del pasado

Resultan notables y ejemplares los análisis que realiza Marx sobre ciertos acontecimientos que tuvieron un alto costo humano pero que significaron un salto en la conciencia de las clases oprimidas. La derrota era muchas veces la antesala de la victoria y la violencia la partera de la historia.

Decía Marx en la Lucha de Clases en Francia de 1848 a 1850 sobre la derrota de junio de 1848:

“… Ha sido, pues, la derrota de Junio la que ha creado todas las condiciones dentro de las cuales puede Francia tomar la iniciativa de la revolución europea. Sólo empapada en la sangre de los insurrectos de Junio ha podido la bandera tricolor transformarse en la bandera de la revolución europea, en la bandera roja. Y nosotros exclamamos: ¡La revolución ha muerto! ¡Viva la revolución!”

Esta lectura de los acontecimientos surge de una mirada ajena al derrotismo, lo cual permite elevarse por encima de un humanismo ramplón, para comprender el sentido de los hechos. Lo explica así: “A la Comisión del Luxemburgo, esta criatura de los obreros de París, corresponde el mérito de haber descubierto desde lo alto de una tribuna europea el secreto de la revolución del siglo XIX: la emancipación del proletariado.”

Otro ejemplo de análisis histórico que se eleva sobre las apariencias para explicar acontecimientos y personajes nos lo da el propio Marx en el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. En el prólogo de su obra señala que de todas las obras sobre el golpe se destacan las de Víctor Hugo y de Proudhon.

“Víctor Hugo se limita a una amarga e ingeniosa invectiva contra el editor responsable del golpe de Estado. En cuanto el acontecimiento mismo, parece, en su obra, un rayo que cayese de un cielo sereno. No ve en él más que un acto de fuerza de un solo individuo. No advierte que lo que hace es engrandecer a este individuo en vez de empequeñecerlo, al atribuirle un poder personal de iniciativa que no tenía paralelo en la historia universal. Por su parte, Proudhon intenta presentar el golpe de Estado como resultado de un desarrollo histórico anterior. Pero, entre las manos, la construcción histórica del golpe de Estado se le convierte en una apología histórica del héroe del golpe de Estado. Cae con ello en el defecto de nuestros pretendidos historiadores objetivos. Yo, por el contrario, demuestro cómo la lucha de clases creó en Francia las circunstancias y las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de héroe.”

Y si de personajes mediocres y grotescos se trata esta discusión recuerda las caracterizaciones realizadas sobre el gobierno nacional y el presidente.  Pocos meses atrás circulaban interpretaciones exitistas sobre la existencia de una nueva derecha y de un liderazgo de cuño empresarial que sin deslumbrar, no había semejantes temerarios en las filas intelectuales, el calor del poder despertaba entusiasmos.

Cómo se llega a construir una figura presidencial con una arcilla tan endeble sin haber recorrido un camino de blindaje de una democracia vaciada de contenidos sociales, sin una política de desarrollo que cimiente la construcción de una nación con valores igualitarios fundados en la justicia social. Cuál fue el camino que lo hizo posible y cuál el que lo derrumbará desde sus pies de barro.

La democracia, con sus limitaciones y en parte por ello, es hija de la derrota popular de los años ‘70. Derrota que sin embargo signó la suerte del proceso militar y los llevó a una derrota estratégica con un nivel superlativo de destrucción de su poder. Para vencer los militares tuvieron que quebrar la moral media de una sociedad con valores humanos que rechazaron la desaparición, el asesinato y la tortura.

La principal limitación de este proceso fue que si bien se trataba de un proceso militar y civil el costo del mismo se redujo exclusivamente al plano militar y los civiles no solo eludieron su responsabilidad en los crímenes y la destrucción nacional y social sino que hoy son parte del proyecto que ocupa la primera magistratura del país.

 

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