Cultura. El evangelio ocular

Resumen Latinoamericano / 21 de septiembre de 2018 / Daniel Pizarro, Politika

“Ese dogma institucional enseña una serie de dogmas útiles al ser y a la permanencia de la máquina capitalista: respetar la patria, justificar la colaboración de clases, comulgar en el culto a la bandera, celebrar los valores de la democracia burguesa, legitimar el respeto del orden social.” Michel Onfray, en Consciencias refractarias, Paul Nizan y “el partido terrestre de los hombres”.

Con un poco de buena voluntad podría uno decir que la vida comienza a las cinco de la mañana. Lo que sea que comience a esa hora, lo hace a oscuras; falta mucho para que el sol se asome por detrás de las montañas y, diría yo, no está dispuesto a acoplarse a este pulso indefinible que exigiría un cronómetro, un metrónomo, un instrumento más fiel que los latidos del corazón para medir el flujo de la vida.

Y sin embargo, algo comienza con ayuda de una alarma del teléfono. Con acordes de rock metálico que desgarran el sueño. Algo comienza, digo yo, sin metrónomo, sin cronómetro para medir el pulso, y entonces la casa reproduce la organización de una fábrica con la estricta división de tareas entre Jesús y María para responder a las exigencias horarias.

Antes de las siete de la mañana sale Jesús con las dos niñas envueltas en chales hacia el paradero del bus. Su mujer parte directo al trabajo, que comienza a las ocho de la mañana. Sobre esto no hay discusión posible; el trabajo de María comienza a esa hora. En cambio el de Jesús parte a las nueve y sobre esto otro tampoco caben dos lecturas. Si Jesús sale con tiempo, pongamos antes de las siete, alcanza a dejar a las niñas en la casa de sus suegros, en otra comuna muy lejos de la suya. Ellos llevan a las niñas al jardín infantil y las cuidan por las tardes. Hay quienes no tienen la suerte de unos suegros como los suyos, piensa Jesús.

Su trabajo está en el centro de Santiago. Por lo tanto, diría yo, entre esos tres puntos –su casa en la villa, la de sus suegros en la otra villa y el trabajo en el centro– podría uno trazar un casi perfecto triángulo isósceles, una porción de torta que resulta más bien una enorme porción de ciudad, objeto de sus desplazamientos.

El trabajo de María se encuentra en el barrio alto, así que no hay ninguna posibilidad de que ella recoja a las niñas por la tarde. Cuando finaliza su jornada Jesús vuelve a la casa de sus suegros, donde ya están todos cansados, los abuelos de las nietas y las nietas de los abuelos. Las niñas, cansadas también de no poder estar con sus padres. Si el tráfico es benevolente Jesús vuelve a su casa pasadas las ocho, y eso que comenzó a las cinco de la mañana todavía no termina, y yo digo que no hay un instrumento para marcar su pulso.

Como en casa de Jesús no hay quien los ayude, vuelve a operar la división del trabajo; él se encierra a cocinar para el día siguiente, María se encarga de acostar a las niñas, que a esa hora están bastante mañosas. No sé exactamente a qué hora –no poseo instrumentos de medición, digo, salvo mis latidos–, pero no antes de las once o doce de la noche, se deslizan dentro de la cama con la esperanza de arrear un poco de vida hacia sus corazones, visto que Jesús ya no cree en Dios y no hay en la pared un crucifijo ante el cual persignarse y recibir bendiciones por otro día más entregado al Señor. Sin embargo, sus cuerpos reventados dicen otra cosa. Y no pocas veces sus trabajos les reservan una sorpresa que se anuncia por Whatsapp: preparar un informe de ventas o de gestión para el día siguiente. Ya están acostumbrados a dormirse con una lámpara de velador encendida; una noche la de Jesús, otra noche la de María.

A Jesús le rechinan los dientes mientras duerme. María le ruega que consulte a un dentista para que le receten un plano de relajación. En estos momentos es cuando se introduce la novedad en sus vidas, o acaso debería decir cuando se manifiesta lo oculto. Jesús se levanta al baño y al mirarse en el espejo se descubre una anomalía en el ojo izquierdo. Los párpados están rojos, inflamados. Cuando cierra el ojo derecho una nube le ensucia la visión. Es un punto ciego o “lenteja” en el centro del campo visual. Se dice entonces que el oftalmólogo es una prioridad más alta que el dentista y regresa a la cama para tratar de dormir bajo el ruido del tráfico y las motos que desgarran el aire como si fuera de papel, bajo la bulla de los vecinos en una de esas agonías llamadas carretes.

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Jesús trabaja en las trincheras del Estado, adonde caen las víctimas, los heridos, los desahuciados de la guerra social permanente. La idea no es ayudarlos, por supuesto, sino contener el malestar e impedir que se rebalse. Mantener la lepra a raya. No es cosa fácil, hay que decirlo, sobre todo para Jesús, que trabaja en el ámbito de la salud mental sin ser psicólogo de profesión. Pues al interior de su dependencia, o quizás por encima de ella, o quién sabe dónde, se determinó que no se requerían más psicólogos; con los que hay basta y sobra para contener la marea de las víctimas. Como resultado de esta definición, al final del día Jesús carga en promedio con unos tres casos de robo con violencia, una violación, un homicidio y un atropello mortal.

En el idioma de su institución, Jesús debe gestionar a las víctimas, lo que traducido a la realidad significa atender la mayor cantidad de casos por día –se han fijado estándares–, procesarlos administrativamente y generar informes por los cuales se evaluará su gestión. Por encima de sus trincheras se encuentran los especialistas en control de gestión o, mejor digamos, los encargados de medir su productividad y eficiencia para que a nadie se le ocurra que los recursos públicos están siendo despilfarrados. Los buenos resultados se cacarean en la prensa y, en una de ésas, el director de la institución emprende una carrera hacia el parlamento con el lustre de su gestión. En algún anillo de este intrincado proceso Jesús acaba redactando informes a la medianoche tendido sobre la cama, mientras María ronca a su lado, los buses roncan afuera y los vecinos esparcen su incuestionable buena onda por las ventanas.

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No tengo a mano un metrónomo ni nada que se le parezca, pero me atrevo a decir que si uno se desplaza con María hacia el barrio alto y observa con detención su trabajo descubre, quizás con sorpresa, que ella se dedica a lo mismo que su marido, pero en vez de atender víctimas de delitos violentos se pasa el día vendiendo créditos de consumo y toda clase de seguros: de vida, de accidentes personales, contra robos, fraudes electrónicos, incendios, terremotos, etc. Los desastres están a la vuelta de la esquina, ya se ve. María se encuentra comprometida, o atrapada si prefieren, en un proceso llamado sistemática comercial, un ritual cotidiano bajo el cual deben repetirse un conjunto de actividades para mantener tonificado el músculo de la venta, como dicen en su empresa, que por supuesto es un banco. Hacer llamadas telefónicas, revisar una y otra vez la cartera de clientes, gestionar las ofertas que le proporcionan con la metodología de los big data, como llaman al análisis de datos, la nueva panacea, dar cuenta de su gestión en reuniones diarias, semanales, quincenales, mensuales, programadas o sorpresivas –relámpago, se llaman estas últimas, y la verdad es que el nombre asusta como un trueno. Generar compromisos, levantar alertas, salvar brechas. Cumplir las metas comerciales, sobre todo. Llamar una y otra vez por teléfono, la verdadera gimnasia del nuevo milenio. Por encima de María, como sucede con Jesús, hay encargados de supervisar su gestión en busca de, puede adivinarse, mayor productividad y eficiencia.

Existe una buena razón para no enloquecer con la rutina de María, y es que sus ingresos variables, subordinados al cumplimiento de las metas, se complementan con los de su marido para formar el bolo, o bollo, de la subsistencia; y esto no es poco, diría yo. Ciertamente, diría que ambos excretan sus ingresos. A falta de un cronómetro me viene esa imagen a la mente. Cierto, ella es educadora de párvulos, adora a los niños, pero está visto que entre vender créditos y atender a la víctima de una violación no existe ninguna diferencia, no se requiere otra experiencia o conocimiento como no sea aplicar la sistemática comercial, que viene a ser, diría yo, más que la universalización de un método, una forma de entender el mundo bajo el cual el propio mundo es eclipsado, negado en el proceso de dominio racional y destrucción irracional, llamado también dinámica capitalista, un método bajo el cual se agrega mayor valor, según dicen, vendiendo créditos de consumo que educando a un niño pequeño, como queda en evidencia con los ingresos que se perciben por una y otra actividad.

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Pero bueno. Digo que en la vida de María y Jesús se introdujo la novedad o tal vez se manifestó lo oculto. Es muy raro que un ojo comience a hablar. Anómalo, por donde se lo mire. Muy raro que un ojo cuente su historia, o la historia. Pero sucede, se los juro. La historia del ojo izquierdo o según el ojo izquierdo.

Vean que en esta etapa de la novedad Jesús hubo de visitar un oftalmólogo. La inflamación de los párpados se llama blefaritis. La afectación de la mácula tiene un nombre aún más extraño: coroidopatía serosa central, y entre sus síntomas está el oscurecimiento de la visión o esa lenteja en medio del ojo descrita por Jesús al médico.

Yo digo que los ojos hablan. En determinadas circunstancias la lengua se les suelta y no hay cómo detenerla. La locuacidad de un ojo es algo anómalo, ya se dijo, pero cuando se desata no hay vuelta atrás. El médico prescribió a Jesús descanso, una licencia por estrés de dos semanas sujeta a un control para evaluar su extensión por otras dos semanas más, o sea, a la lujuria de un mes. Pero está escrito que Jesús no se atrevió a tomarla por miedo al despido, visto que no era psicólogo de profesión y dejaba que las víctimas se acercaran a él para mayor gloria de la productividad y la eficiencia.

A esta altura, se comprende, el ojo había empezado a hablar. Quizás sea su pulso, el pulso ocular, el verdadero ritmo de esta historia con final conocido. Yo propongo que lo sigamos, ya no nos queda otra. El ojo habla. ¿Y qué dice, por el amor de Dios? Habla a su manera, como ojo que es. La lenteja en el centro ha empezado a expandirse, o a germinar, si prefieren; cada día está un poco más oscuro. Jesús intenta mirar a las víctimas por el rabillo del ojo, donde todavía existe un anillo de visión, cada vez más delgado eso sí. El esfuerzo lo agota y le causa estrabismo, inflama aún más los párpados y le deforma el rostro; pero debe atender a las víctimas. En las trincheras del Estado, ya se dijo.

Por culpa de la lenteja esas víctimas se han convertido en seres sin rostro. Jesús sólo oye voces. Para que entiendan lo que está sucediendo, háganse a la idea de que el otro ojo solidariza con su compañero y presenta su propia lenteja, y como uno tiene el hábito de mirar de frente y enfocar en el centro del campo visual, digamos que en la visión bloqueada de Jesús va apareciendo sólo lo accesorio o aquello que uno podría definir como el contexto o la periferia de los hechos; el problema es que se trata de un contexto sin texto, sin hecho central, una realidad sin ningún sentido. La mente de Jesús comienza a extraviarse.

María lo percibe. Las niñitas lo perciben. Papá anda raro. ¿Papá se volvió loco, mamá?, preguntan las niñas. El miedo podría ser el pulso de esta historia conocida por todos. Pero nos falta un instrumento de medición, vuelvo a repetir. Pues a nadie le importan los latidos del corazón.

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Con un daño severo e irreversible en la retina, por no decir prácticamente ciego, Jesús encuentra un día, digamos, la Salvación. Su mujer lo salva. Se ha abierto un concurso para reclutar vendedores telefónicos en el banco de María. O ejecutivos de venta, si prefieren. Jesús no lo piensa dos veces y arranca de las trincheras del Estado, abandona a las víctimas y con ayuda de María consigue un puesto como vendedor de créditos y seguros. Desde entonces Jesús practica a diario la sistemática comercial. En el banco lo llaman El ciego y dicen con desprecio que obtuvo su empleo gracias a un cupo inclusivo. Con otro poco de buena voluntad podría uno decir que su vida sigue partiendo a las cinco de la mañana, sólo que ahora el triángulo isósceles se ha deformado, es completamente irregular; pero es un triángulo, al fin y al cabo, y eso es lo único que importa, digo yo. Un inmenso trozo de ciudad, objeto de sus desplazamientos bajo una luz penumbrosa, unos ojos dañados para siempre, buenos para hablar, y qué sé yo qué más… Ésta es la verdadera historia de Jesús, los hechos tal y como sucedieron, la Buena Nueva, pongamos, para que todos la conozcan, la aprendan de memoria y sigan repitiéndola por los siglos de los siglos, y no pienso decir amén.

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