Africa:  La fiebre del cobalto en el Congo

Por Jérôme Duval, Resumen Latinoamericano, 30 agosto 2018

Para el pueblo congolés la historia se repite. En tiempo en los que los smartphones y los automóviles eléctricos marcan la pauta, las vastas reservas de cobalto situadas en el subsuelo de la República Democrática del Congo son objeto de codicia por parte de las grandes multinacionales. Empresas chinas y el gigante minero suizo Glencore se reparten un jugoso mercado.

 

El cobalto se extrae de forma manual en las minas y a menudo participan en el trabajo menores. Foto: AI y Afrewatch

Históricamente, las industrias extractivas de los países occidentales han tenido un papel central en el pillaje de las materias primas no agrícolas de los países del Sur. Según un informe de la Comisión Económica para África, “La mayor parte de los capitales privados extranjeros invertidos en África, entre 1830 y 1935, fueron destinados a la industria extractiva y buena parte de las inversiones públicas coloniales iban destinadas a este sector.”

Un siglo después, esta explotación continúa a un ritmo desenfrenado a pesar de su contribución al cambio climático y de las indiscutibles consecuencias negativas que la explotación minera ha tenido para el grueso de la población y su medio ambiente. De acuerdo con un informe de la WWF publicado en 2015, un tercio del patrimonio natural mundial se encuentra actualmente amenazado por la explotación petrolera, de gas o minera. Un sector que se encuentra controlado por gigantes industriales como Glencore – fundada por Marc Rich, un hombre de negocios con un pasado dudoso – y sus 107 filiales offshore.

UN BOOM DEL COBALTO ALIMENTADO POR LA ESPECULACIÓN

Junto al litio, el cobalto es parte importante de las baterías de litio-ión de los teléfonos móviles de última generación, los smartphones. Aproximadamente un cuarto de la producción mundial de cobalto es utilizada en este tipo de teléfonos. Esas mismas baterías deberían equipar nuestros vehículos eléctricos llamados también “vehículos limpios”, pues se supone que liberarán a la humanidad de los hidrocarburos y contribuirán a disminuir nuestras emisiones de gas de efecto invernadero.

La República Democrática del Congo, a pesar de ser uno de los Estados más pobres del planeta, está repleta de riquezas. No obstante, desde su colonización por parte del rey de los belgas Leopoldo II, esas riquezas (recursos hidráulicos, oro, diamante, cobre, coltan, uranio y cobalto) han sido explotadas sistemáticamente para el único beneficio de los intereses occidentales. Este país, que es el mayor productor de cobre de África, posee la mitad de las reservas de cobalto de todo el planeta y asegura mas del 50% de su producción, o sea, cerca de 66.000 toneladas de un total global aproximado de 123.000 toneladas en 2016. Los beneficios de esta producción se concentran mayoritariamente en las manos del gigante suizo Glencore (en las minas de Kamoto Copper Company y de Mutanda Mining) y de las firmas chinas China Molybdenum (TFM) y CDM. Para este año 2018, Glencore proyecta producir aproximadamente el 35% de la producción mundial de este metal precioso.

La producción mundial de cobalto está concentrada en dos países: la República Democrática del Congo, sumida en un profundo marasmo político, y China, que es el segundo productor mundial. Esto implica riesgos importantes para empresas multinacionales que dependen fuertemente del suministro de este recurso, tales como Apple, Samsung, Volkswagen o Tesla. De hecho, recientemente, Volswagen anunció su decisión de instalarse en Ruanda para construir una fábrica ensambladora, con el propósito de acercarse a los yacimientos de cobalto de la RDC.

FISCALIDAD REDUCIDA

Es de notar que el mismo Estado congoleño se beneficia muy poco de los ingresos del cobalto, pues según Albert Yuma, presidente de la Federación de Empresas del Congo (FEC) y de la empresa estatal (Gecamines) que explota el cobre y el cobalto en la RDC, solamente 88 millones de dólares (83 millones de euros) de un total de 2.600 millones de dólares de ingresos producidos por las compañías privadas en 2016, fueron a parar a las arcas de Gecamines. Incluso Martin Kwabelulu, ministro de minas de la RDC y cercano al presidente de la República Joseph Kabila, afirmó su deseo de aumentar la tasa de imposición fiscal y “en consecuencia, revisar el código minero ya obsoleto”.

Este código minero que favorece excesivamente a los capitales extranjeros, fue adoptado en 2002 bajo el dictado del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. La tasa de imposición fiscal inscrita en este código es de solamente del 2% para el cobre y el cobalto. A manera de ejemplo, y según un informe publicado en 2015 por el mismo FMI, la tasa de imposición del cobre en Indonesia es del 4%, en Zambia del 6% y en Chile del 14%.

El boom de la explotación de cobre en la RDC que pasó de una producción de 450.000 toneladas a un millón de toneladas desde que finalizó la guerra en 2002, no benefició realmente ni al Estado – a excepción de algunos intermediarios bien ubicados – ni mucho menos al pueblo congoleño. Esta vez parecería que las autoridades de la RDC están interesadas en beneficiarse más activamente del alza y de la expansión del mercado del cobalto. Sin embargo, esto no implica garantías en cuanto a la transparencia y a una mejor redistribución de los ingresos provenientes de esta renta.

UN INTENSO LOBBY EN TORNO AL NUEVO CÓDIGO MINERO

El primer anuncio de reforma del código minero en 2016 generó fuertes reacciones. En enero de 2018, la Asamblea Nacional y el Senado congoleño adoptaron el nuevo código minero, el cual recibió luz verde por parte de Joseph Kabila. quien a pesar de que su mandato expiró en diciembre de 2016, se mantiene aún en el poder. Este nuevo código prevé un aumento de las regalías del 2% al 10% para aquellos minerales considerados estratégicos, como el cobalto. No obstante, según el ministro de minas, Martin Kabwelulu, los arreglos siempre son posibles en el reglamento que va anexo a la ley. Incluso si este nuevo código intenta un nuevo equilibrio en la repartición de las riquezas, no ataca la corrupción que ha gangrenado a todo el sector. Así el Instituto de Gobernanza de los Recursos Naturales (NRGI) nota que “una de las medidas contenidas en el proyecto del nuevo código minero prevé reservar un 10% de las acciones de las empresas operadoras en el sector privado congoleño, pero nada impide que estos sean miembros del gobierno, funcionarios públicos o personas cercanas al poder”, pudiendo acarrear nuevos conflictos de intereses. Finalmente, estas negociaciones parecen haber puesto frente a frente los dos grupos de predadores que se disputan el botín del Congo, extraído por decenas de miles de congoleños, en condiciones cercanas a la esclavitud.
EL TRABAJO INFANTIL Y LA ESCLAVITUD MODERNA EN LAS MINAS

De acuerdo con UNICEF, más de 40.000 niños de entre 3 y 7 años trabajan en las minas del sur del país. Un reportaje de Sky News, difundido en febrero de 2017, muestra como niños de poca edad trabajan bajo condiciones infrahumanas en las minas congoleñas de cobalto, al mismo tiempo que Amnistía Internacional denunciaba, en un informe publicado en noviembre de ese mismo año, las deplorables condiciones del trabajo infantil. Según Lauren Amistead “aproximadamente el 20% de la producción total de cobalto de la RDC se realiza a mano, los niños lo extraen usando herramientas rudimentarias y sin ningún tipo de protección”.

Entre 110 y 150 mil “excavadores” o mineros artesanales venden el mineral bruto en los puestos de compra – controlados en su mayoría por los chinos, como por ejemplo el “deposito de Apple” situado cerca de la ciudad minera de Kolwezi en el sureste del país – a un precio aproximado de 7.000 dólares la tonelada. Los compradores son los que fijan el precio siguiendo teóricamente el curso de la bolsa de Londres, mientras los “excavadores”, quienes por supuesto ignoran las derivas de esta bolsa, sobreviven con ingresos miserables.

En las minas industriales administradas por las multinacionales, las condiciones no son necesariamente mejores, pues según los resultados de una misión de investigación de la Federación Sindical Internacional Industrial realizada en las minas de cobre y de cobalto de Glencore, los empleados en la mina de Kolwezi describieron sus condiciones de trabajo como “de nada menos que esclavitud”. Al no disponer de lavaderos ni de duchas en sus lugares de trabajo, estos deben llevarse la ropa sucia a sus casas, exponiendo a sus familiares a las enfermedades provocadas por el polvo de los minerales. Uno de los trabajadores afirma: “Al volver del trabajo estamos tan sucios, que no podemos ni siquiera abrazar a nuestros hijos”. Por su lado, dos ONG defensoras de los derechos humanos: el Observatorio Africano de Recursos Naturales (AFREWATCH) junto a la Asociación para el desarrollo de las comunidades del lago Kando (ADCLK), ya han alertado a la opinión publica sobre la contaminación de las aguas y la destrucción de los campos como resultado del derrame de sustancias ácidas y toxicas provenientes de las tuberías de la empresa minera Mutanda Mining (MUM), controlada por Glencore, Durante la noche del 16 al 17 de abril de 2017, este liquido toxico se expandió por los campos agrícolas de los habitantes de la zona hasta llegar al rio Luakusha, que a su vez desemboca en el lago Kando.
¿QUIEN SE BENEFICIA CON LA EXPLOTACIÓN DEL SUBSUELO CONGOLEÑO?

Al igual que el petróleo de Nigeria, en el Congo la materia prima es extraída por las grandes multinacionales para luego ser exportadas a lugares en donde se efectúa su transformación y por lo tanto, se genera allí la plusvalía. El economista y activista Florent Musha asevera que “la RDC no exporta productos acabados y listos para ser utilizados por Apple, Samsung u otro gran utilizador de baterías en el mundo. La RDC exporta un producto minero para ser procesado”. Del procesamiento del cobalto se beneficia principalmente China, que es la principal comercializadora de cobalto refinado en el mundo. Así, 80% de la producción de la RDC sale rumbo a China desde los puertos de Dar es Salaam o desde Ciudad del Cabo en Sudáfrica. Al llegar a China una decena de refinerías se encargan de la transformación final del mineral. Alexis Muhima, del Observatorio de la sociedad civil por los minerales de Paz, situado en Goma, al este de la RDC, se queja de que “la explotación de recursos naturales no beneficia para nada a la población congoleña, sino solo a un puñado de personas”. Como lo explica el analista económico Al Kitenge, “uno se percata que la mayoría de los operadores internacionales son sociedades offshore en las que ni siquiera se sabe quienes son sus verdaderos accionistas. Desafortunadamente, esto permite que algunos operadores políticos sean a su vez actores económicos. Esto representa, desde luego, un conflicto de intereses absolutamente inaceptable que nos ha llevado a la lamentable situación en la que nos encontramos actualmente”.

EL MONOPOLIO DE LAS GANANCIAS

En el marco de la celebración de la 30ª Cumbre de la Unión Africana, celebrada en Addis-Abeba, el comisario de comercio y de industria Albert Muchanga, asevera que “África pierde anualmente 80.000 millones de dólares en flujos financieros ilícitos, de los cuales un 70% proviene de las industrias extractivas, y particularmente de los recursos minerales. Estas pérdidas son el resultado de una variada gama de métodos contables particularmente creativos practicados por las corporaciones multinacionales”. Tales métodos, que incluyen la evasión fiscal y la sobrefacturación, son usuales a la hora de repatriar las ganancias. La multinacional Glencore, regularmente involucrada en casos de contaminación ambiental y ampliamente citada en los “Paradise Papers”, emplea 115.000 personas en 50 países alrededor del mundo, en cifras de 2016, y registró en 2017 un aumento de sus ganancias netas del 319% para colocarse en 5.780 millones de dólares. “Nuestros resultados de 2017 son los más altos de nuestra historia” indica, satisfecho, Ivan Glasenberg, para quien esos resultados no están nada mal, ya que recibió una remuneración estable de 1,5 millones de dólares en 2012, sin contar los 242,4 millones de dólares de dividendos basados en su parte de 8,40% de derechos de voto de la empresa.

Fuente: elsaltodiario.com/

Congo, el país de la herida eterna

  • Las minas de coltán, el preciado mineral que nutre la tecnología de todo el mundo, son escenario de todo tipo de abuso
Congo, el país de la herida eternaVista parcial de la mina a cielo abierto de coltán en Numbi, en el este de la República Democrática de Congo (Xavier Aldekoa)

La Vanguardia viaja al este de República Democrática de Congo a la raíz de un conflicto que amenaza con estallar de nuevo. El próximo diciembre, el país celebra elecciones para despedir a Joseph Kabila, quien se ha resistido a dejar el poder que ostenta desde 2001. En medio de un estado de represión, corrupción y violencia, Congo ha entrado en combustión. En esta serie de reportajes, los abusos en una mina de coltán, mineral que nutre la tecnología de occidente, la inocencia perdida en una atestada cárcel de menores de Goma o los horrores cometidos por niños soldado muestran algunas de las consecuencias de una guerra sin fin. Pero frente a la desesperanza y el silencio, algunos congoleses han dado un paso al frente: la bondad del doctor Mukwege, que cura gratis a mujeres violadas o el valor de reporteras o ciberactivistas hacen frente a una injusticia enquistada en la conciencia internacional en pleno siglo XXI. Congo, la eterna herida olvidada de África, busca cambiar su futuro.

– No hay otra opción, señor. No hay otra.

Las nubes chispean gotas finas, la bruma tiñe de gris las montañas y sólo se percibe la silueta de quienes ascienden la colina. Se oye el chapoteo de pasos en el barro. Son las seis de la mañana, sopla una brisa suave y la escena rememora trincheras de una época pasada. Pero aquí las bayonetas no cortan el aire ni huele a pólvora húmeda, de los hombros sólo sobresalen picos y palas. Las dos únicas armas de fuego son las de dos guardias que siguen al grupo con un kalashnikov al cuello. Después de atravesar un riachuelo y remontar el lecho chocolateado de un río seco, se alcanza un prado verde con un tajo seco en la mitad: la mina de coltán de Numbi. Encaramados al agujero, decenas de hombres picotean la pared terrosa. Bienfait Byabuze, de 25 años, apoya su bota derecha en el perfil metálico de su pala, clavada en la tierra. Antes de iniciar su jornada laboral –durará hasta que se ponga el sol, 13 euros a la semana–, habla de sus dos hijos y de que pronto quizás ahorre suficiente para enviarlos a la escuela. “Espero que dios ayude”. Bienfait se encoge de hombros cuando le pregunto si sabe para qué sirve el coltán que busca día tras día –un conector en dispositivos electrónicos que permite reducir el tamaño de las baterías y aumentar su eficiencia–, dice que le da igual y se repite.

Los trabajadores cobran 13 euros a la semana por duras y largas jornadas de trabajo Los trabajadores cobran 13 euros a la semana por duras y largas jornadas de trabajo (Xavier Aldekoa)

– No hay otra opción, señor. No hay otra.

No hay otra que trabajar como un esclavo, se entiende. Que ver morir sepultados a compañeros y huir aterrorizado si un grupo rebelde ataca la mina, se entiende. Que morir pobre por el maldito coltán, se entiende. No hay otra opción.

La guerra en República Democrática del Congo es una herida sin cicatrizar. Desde el fin de la II Guerra Mundial, ningún conflicto ha sido más mortífero, y sólo entre los años de las dos guerras declaradas, entre 1998 y 2003, murieron entre uno y cinco millones de personas —disculpen la imprecisión, pero nadie se detuvo a contar los cadáveres—; por dar perspectiva: en siete años de contienda en Siria ha muerto medio millón de civiles. Pero la guerra dormida de Congo amenaza de nuevo con hacer estallar por los aires el corazón de África. El país, envuelto en un estado de violencia y desgobierno en el este desde hace 15 años, celebra en diciembre unas elecciones angustiosas. Aunque el mandato de Joseph Kabila, en el poder desde hace 17 años, debía acabar en 2016, el presidente se aferró al cargo hasta el pasado 8 de agosto cuando anunció que no se presentará a los comicios y propuso como candidato a su delfín, el ex viceprimer ministro y encargado de Interior, Emmanuel Ramazani Shadary. Kabila abrió la puerta a un escenario inédito en la historia del país: una transición pacífica en una nación donde el poder siempre ha sido tomado con sangre. Pocos creen que ocurra el milagro. Durante meses, las fuerzas de seguridad han reprimido y asesinado a manifestantes que pedían la salida de Kabila. Yves Makwambala conoce bien el castigo por alzar la voz. Miembro de los movimientos ciberactivistas Filimbi y Lucha, pasó 17 meses encarcelado por criticar al gobierno. Makwambala deja enfriarse un café sobre la mesa en su exilio belga mientras explica por qué, pese al riesgo, no piensa rendirse ahora. “Nuestra lucha es contra el sistema, no contra Kabila, aunque él forme parte. Cuando pagamos impuestos y no hay electricidad en las calles o reina la inseguridad … ¿dónde va nuestro dinero?. Si Kabila sale del poder y nada cambia ¿de qué sirve?”.

Cada extracción del preciado material es un motivo de alegría para los mineros Cada extracción del preciado material es un motivo de alegría para los mineros (Xavier Aldekoa)

El sistema del que habla Makwambala está decidido a defender sus privilegios. Hace dos semanas, negaron la entrada al país al popular opositor Moïse Katumbi para evitar que pudiera presentar su candidatura. El poder en Congo es coto privado: una investigación de la organización Congo Research Group desveló que la familia Kabila tiene la propiedad o participaciones en más de 80 empresas, además de 100 permisos de extracción de oro y diamantes o más de 70.000 hectáreas de tierras.

En el bar del hotel Orchids Safari Club de Bukavu, la periodista de investigación y directora del diario Le Souverain, Solange Lusiku Nsimir, diagnosticaba hace unos meses un futuro oscuro. “Hay mucho nerviosismo en la frontera y han encontrado tumbas en el cementerio llenas de armas enterradas. La lucha por el poder en Congo puede desencadenar otra guerra terrible”.

Historia trágicaEntre 1998 y el 2003, el conflicto del Congo se cobró la vida de entre 1 y 5 millones de personas

Para desentrañar cuándo Congo empezó a desmoronarse podríamos recordar la codicia depredadora en época precolonial de los reyes de Kongo, partícipes en la trata esclavista junto a árabes y europeos, podríamos apuntar a la rapacidad despiadada del rey belga Leopoldo II en su cortijo congolés o señalar la Guerra Fría cuando EE.UU. colocó al tirano Mobutu en el poder como tapón antisoviético. Podríamos no ir tan atrás: la guerra abierta de finales de los 90 empezó tras el genocidio en la vecina Ruanda y desencadenó la caída del Zaire de Mobutu ante tropas rebeldes lideradas por Laurent-Désirée Kabila, el antiguo guerrillero amigo del Che, a quien apoyaban soldados ugandeses y ruandeses. Podríamos rememorar el horror de después, cuando Kabila rompió con sus aliados y el país se hundió en una guerra mundial africana en la que participaron Zimbabwe, Angola, Namibia, Chad o Libia. Podríamos describir como, ya con Joseph Kabila en el poder tras el asesinato de su padre en 2001, el este del país quedó a merced del robo de grupos armados, políticos corruptos y multinacionales sin escrúpulos. La muerte en Congo, ayer y hoy, yace siempre sobre un mismo lecho dorado: uno de los subsuelos más ricos del mundo, atiborrado de oro, coltán, cobalto, estaño, cobre o diamantes. El caos y la violencia son la forma de perpetuar un sistema erigido para el pillaje. Según un informe de la oenegé Global Witness, uno de cada cinco dólares de los beneficios mineros del país se pierde por la corrupción o la mala administración. La violencia también es rentable: de las 1.088 minas artesanales en el este, en un 54% había presencia de grupos armados.

El mineral que extraen, el coltán, sirve para reducir el tamaño de las baterías y aumentar su eficiencia en los dispositivos electrónicos El mineral que extraen, el coltán, sirve para reducir el tamaño de las baterías y aumentar su eficiencia en los dispositivos electrónicos (Xavier Aldekoa)

Sadiki Salomon forma parte sin saberlo de ese engranaje de abuso. Es el último eslabón. Tiene quince años y desde hace dos trabaja en la mina de oro de Gokombe-Rubaya, en el territorio de Masisi. Viste una camiseta de tirantes con dibujos de billete de dólar y nunca se quita unas botas de caucho negras. No es por gusto: no tiene nada más. Sadiki es una pieza codiciada porque por su estatura puede colarse por túneles estrechos, no tiene miedo —o juicio— para meterse por agujeros mortales y cobra la mitad.

Sadiki sirve además de alivio para la conciencia de Occidente. Primero Estados Unidos y después la Unión Europea establecieron regulaciones para exigir a las empresas tecnológicas o de joyería que tracen el origen de los minerales que utilizan —de Congo salen hacia Asia y allí se perdía la pista de su procedencia— y asegurarse que son extraídos de minas sin la presencia de grupos armados o de trabajo infantil. Sadiki, y su silencio, permite crear la ilusión de que así ocurre: oficialmente la mina de Gokombe es una mina verde, limpia de violencia y sin niños-mineros. Hasta que nadie mira. “Por la noche —explica— somos unos 20 niños en cada agujero. Excavamos, ponemos las piedras en sacos y dos hombres los suben con cuerdas. Si vas lento, te pegan con un látigo”. Cuando se produce un derrumbe y quedan niños atrapados, los dueños de la mina amenazan a los supervivientes para que no digan nada y abandonan a los demás allí abajo porque si piden ayuda u organizan un rescate se descubre la trampa. “Si dices algo, te matan”. Sadiki dice que regresa a la mina porque quiere ir a la escuela. Si le pagan y no le roban al salir, dice, gana 1’5 euros al día. Intenta ahorrar. Hace ocho años que no va al colegio.

Aunque las minas tienen prohibido que trabajen los niños, los envían por la noche Aunque las minas tienen prohibido que trabajen los niños, los envían por la noche (Xavier Aldekoa)
fuente: La Vanguardia

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