A propósito de la muerte del historiador marxista Josep Fontana

Resumen Latinoamericano / 30 de agosto de 2018 / Víctor Artavia, Izquierda

Con él se pierde a uno de los principales exponentes de la historiografía marxista de las últimas décadas, quien desde su labor en la academia y como afamado investigador, resistió al vendaval posmoderno y el escepticismo político predominante en los círculos intelectuales desde los años noventa.

“…hemos perdido muchas batallas e incluso alguna guerra. No ha de sorprender que muchos hayan creído que el triunfo era imposible y hayan abandonado el combate, sin darse cuenta de que, incluso habiendo perdido, se ha conseguido cambiar muchas cosas que ya no volverán a ser como eran en el pasado”.

Josep Fontana. La historia de los hombres: el siglo XX

En la mañana del martes 28 de agosto nos enteramos del fallecimiento de Joseph Fontana. Con él se pierde a uno de los principales exponentes de la historiografía marxista de las últimas décadas, quien desde su labor en la academia y como afamado investigador, resistió al vendaval posmoderno y el escepticismo político predominante en los círculos intelectuales desde los años noventa.

A contramano de esta tendencia, Fontana insistió en comprender el mundo capitalista como uno desigual, donde hay explotadores y explotados, opresores y oprimidos, motivo por el cual era vigente (y necesario) apostar por su transformación. Esto dotó a su obra de una gran vitalidad, sobre todo cuando abordó temas universales donde tomó partido por los de abajo, sin que esto implicase caer en un discurso panfletario.

Escribimos esta breve reflexión sobre su concepción de la historia, la cual nos parece valioso rescatar en medio del actual proceso de recomienzo de las luchas de explotados y oprimidos. Esperamos que también sirvan de insumo para introducir su obra a nuevos lectores y lectoras.

 

Combates por una historia comprometida

A inicios del siglo, Fontana escribió La historia de los hombres: el siglo XX, un pequeño texto de balance sobre las corrientes historiográficas del siglo anterior donde plasmó sus perspectivas sobre el quehacer del historiador/historiadora.

Esta obra, a pesar de su corta extensión, tiene un enorme valor al realizar una interpretación de la historia como un campo de batalla política, que debía enfrentarse con las interpretaciones del pasado en función de los poderosos, cuyo objetivo es legitimar las inequidades del presente: “no es lícito que nos desentendamos del problema de los usos de la historia en nombre de una imposible neutralidad –académica o postmoderna- que, por otra parte, no impedirá que «los poderes» sigan haciendo un uso adoctrinador de ella. En las circunstancias confusas y difíciles del presente, a los historiadores nos corresponde combatir, armados de razones, los prejuicios basados en lecturas malsanas del pasado, a la vez que la profecías paralizadoras de la globalización”.

Así, para Fontana la investigación histórica no era desinteresada, sino que era una herramienta para la transformación del mundo. Marx, en su tesis XI sobre Feuerbach, señaló que “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. En un sentido similar se expresó Fontana sobre el trabajo de las y los historiadores, para quienes la “Teoría y método no son los objetivos de nuestro oficio, sino tan sólo las herramientas que empleamos en el intento de comprender mejor el mundo en que vivimos y de ayudar a otros a entenderlo, con el fin de que entre todos hagamos algo para mejorarlo”.

Junto con esto, abogó por una historia no lineal y desde abajo que diera voz a los sectores explotados y oprimidos, posicionándose en contra del discurso dominante del “tiempo de la resignación política y de fatiga” donde no había espacio para la transformación social: “Una historia no lineal nos permitiría recuperar muchas cosas que hemos dejado olvidadas por el camino de la mitología del progreso: el peso real de las aportaciones culturales de los pueblos no europeos, el papel de la mujer, la racionalidad de proyectos de futuro alternativos que no triunfaron, la política de los subalternos, la importancia de la cultura de las clases populares”.

Por otra parte, fue crítico de la historiografía marxista dogmática, de esa que funciona con esquemas de bolsillo. Acusó al estalinismo de instaurar una “filosofía de historia”, bajo la cual el desarrollo histórico estaba encuadrado en un esquema único y lineal, donde “el historiador había de limitarse a rellenar e ilustrar con hechos”: “En la Unión Soviética, y en los países que seguían su modelo, se consolidó la separación entre una teoría esclerótica y una práctica de investigación que, pesa a revestirse con citas de Marx, era puramente positivista. Un escolasticismo que producía catecismo con los que se intentaba convencer a los fieles… donde la visión de la historia se reducía a simplificaciones elementales”.

Entre el Imperio y la rebelión

En 2011 Fontana publicó Por el bien del imperio, una voluminosa obra de mil páginas donde realiza una interpretación política de la historia mundial desde 1945 hasta el estallido de la crisis capitalista en 2008 y las rebeliones populares desde 2011.

Es una investigación de gran valor documental, con un abordaje crítico de la guerra fría y la globalización. Pero su principal aporte es que recupera la noción de imperialismo, dejando en claro que la construcción del mundo capitalista está regida por los criterios de potencias que explotan y oprimen al resto de la humanidad.

También destaca un aspecto fundamental de la actualidad: el “mundo que ha creado el capitalismo realmente existente” dista mucho de ser el “fin de la historia”, pues está produciendo “unas nuevas contestaciones, incipientes y poco organizadas por el momento, que representan una inesperada amenaza al poder de la «jerarquía global existente»”.

Fontana destaca en particular el papel de las nuevas generaciones en las rebeliones populares, quienes constituyen un elemento dinámico de la lucha de clases: “Los jóvenes vuelven a ser la parte fundamental de estos nuevos ejércitos de protesta, pero su móvil es ahora mucho más directo y personal: en un mundo de desigualdad creciente, dominado por el paro y la pobreza, piden el derecho a un trabajo digno y a una vida justa…Como los trabajadores de 1848, los jóvenes de esta nueva revuelta tienen muy poco que perder y un mundo que ganar. El futuro está en sus manos”.

Coincidimos con Fontana en esto, y no dudamos que las nuevas generaciones van a luchar por librar al mundo de todo tipo de explotación y opresión. Ya comenzamos a ver síntomas de eso el pasado 8 de agosto, cuando cientos de miles de mujeres en Argentina tomaron las calles por el derecho al aborto, y otras miles más se movilizaron por todo el mundo en solidaridad con su lucha, dejando en claro que tiene un mundo por ganar y el futuro está en su manos.

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Por todo lo anterior reivindicamos el valor de la obra de Josep Fontana, aunque podamos diferir en algunas de sus conclusiones históricas o posiciones políticas. Su obra, en particular sus textos de historia universal, merecen ser estudiados con atención por las nuevas generaciones militantes, en la perspectiva de rescatar la memoria histórica tan necesaria para las luchas venideras.

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