México. Cultura para el consumo (Opinión)

Por Gerardo Fernández Casanova, Resumen Latinoamericano, 18 de julio de 2018.-

Me sorprendió la cultura cívica que se expresó el pasado 1 de julio. Muchos dudábamos de su existencia convencidos de la enajenación dominante en el pueblo mexicano, incluida la juventud. La realidad de esa afortunada fecha lo desmintió rotundamente; los jóvenes fueron los principales protagonistas, no sólo de la expresión del hartazgo, sino de la construcción de una masa crítica de esperanza y de fe en otro y mejor futuro realizable.

El regocijo por la expresión arrolladora de la democracia electoral es un aliciente para actuar decididamente para convertirla en democracia social y económica. El triunfo sería efímero si no se corresponde con su concreción en bienestar, lo que implica otro nivel de la conciencia ciudadana; más complejo y delicado. El mejor gobierno del mundo estaría imposibilitado de cumplir la expectativa del bienestar por sí solo; requiere de una gran correspondencia en la cultura y la organización sociales, volcadas a la creación de las condiciones del “buen vivir”.

La cuarta transformación de la vida nacional pasa por la revolución de las conciencias. López Obrador ha postulado tal necesidad, incluso mediante la formulación de una especie de constitución moral, orientada a cambiar la cultura de la competencia por el tener para crear la de la solidaridad para el ser; pasar de la enajenación consumista a la racionalización del consumo socialmente afirmativo. La locura del consumismo -sustento de los afanes del libre comercio- ha llevado al mundo a la brutal destrucción de la naturaleza y, peor aún, a la destrucción de la liga social, económica y cultural, la que sucede cuando se toma la decisión de comprar motivada por factores diferentes al valor intrínseco de la mercancía y se opta por los de artificio, generados por la publicidad, la moda, por el falso prestigio de ser de importación; los atractivos de un envase o la simple comodidad de su empleo; factores estos que, además de engañar, con frecuencia esconden perjuicios en materia de salud individual y colectiva.

En su vertiente económica es importante que el salario de cada uno apoye al salario de los demás; siempre será más rico. Hay que recuperar el placer de mirar a los ojos entre quien compra y quien vende; el poder “regatear”; cerrar el trato con una sonrisa amable que puede convertirse o consolidarse como una amistad. Todo esto en contrario a lo que sucede en una enorme y hermosa sucursal de una gran cadena, donde mi interlocutor es un simple anaquel, en el que posiblemente me encuentre con una gran variedad de marcas y música de fondo, pero que, al comprarlas, sólo voy a engrosar las arcas de un gigante anónimo y lejano a mi posibilidad de intercambio.

El libre comercio aparentemente ofrece menores precios al consumidor, por lo menos mientras tenga un salario que le permita consumir. En el conjunto nacional puede preferirse la importación de mercancías más baratas, por lo menos mientras que se tengan los dólares para ello; pero si se importa más de lo que se exporta, como le sucede a México, el déficit se tiene que compensar con remesas de migrantes, con inversiones extranjeras (que no dejan de ser la venta de un tramo del país) o con deuda externa (un asfixiante dogal). Es preferible que no haya remesas de los migrantes porque nadie tenga necesidad de emigrar; es preferible que las inversiones sean del ahorro de mexicanos y, desde luego, es pernicioso recurrir al endeudamiento para poder seguir importando “barato”. Esta es la terrible realidad en que nos han sumido los brillantes tecnócratas que nos han gobernado y que los acabamos de mandar al carajo.

Fortalecer el mercado interno es aumentar la masa salarial, por aumento del empleo y por aumento de los salarios, agregada por los apoyos en efectivo para adultos mayores y becas a estudiantes. Pero quedaría cojo si esa masa salarial se pierde en la compra de artículos importados en vez de quedarse circulando en el país por la compra de artículos mexicanos. Mexicanos no sólo porque aquí se elaboren, como mera sustitución de importaciones, sino porque aquí los inventamos y aquí los desarrollamos, con los recursos que la naturaleza propia nos aporta y que son parte sustancial de nuestra cultura. Esta sería la base de una correcta política industrial, comercial y de mejora tecnológica, respaldada por un vigoroso impulso cultural. Es parte esencial de la revolución de las conciencias.

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