América Latina y el Caribe. Juventud, dividido tesoro

Resumen Latinoamericano / 13 de julio de 2018 / Bárbara Ester y Taroa Zúñiga Silva, Celag

¿Qué juventud?

Las sociedades latinoamericanas tienen un perfil acentuadamente joven: en América Latina y el Caribe, la población juvenil suma alrededor de 109 millones de personas entre los 15 y 24 años, sobre una población total de 617 millones de habitantes –es decir el 17,66%- en los 22 países del subcontinente. Esta cifra conlleva una diversidad que es absurdo englobar bajo el artículo de “una” juventud latinoamericana. El concepto de  juventud  que manejamos en la sociedad occidental-moderna es una construcción socio-cultural nacida a mediados del siglo pasado, originalmente amarrada a esquemas de clasificación vinculados a las capacidades productivas de cada grupo social y, por tanto, sujeta a los vaivenes de correlación de fuerzas de la historia, siempre cambiante y dinámica. Ser joven no es un constructo monolítico, por el contrario, hay diversas formas de serlo. Y ser joven a comienzos del siglo XXI es cualitativamente distinto con respecto a décadas anteriores.

El vertiginoso ritmo de las nuevas tecnologías y el acceso a la información -la globalización 2.0-  generaron lo que algunos autores llaman “mutación cultural”, un cambio cultural profundo de la sociedad en todos sus niveles, que tiene una expresión clara en las nuevas “formas” de ser joven. Imposible unificar. En todo caso, podríamos hablar de juventudes condicionadas por hechos materiales: existiría una juventud urbana, una rural, de clase alta, pobre, marginalizada, de varones, de mujeres, estudiantil, de trabajadores, de desocupados, indígena, afrodescendiente, etc.

Juventudes de hoy vs. juventudes de ayer. Una lectura sobre la despolitización

El discurso construido sobre las nuevas juventudes ha de contextualizarse desde sus emisores: ex-jóvenes de la década de los ochenta, setenta, sesenta. ¿Desde dónde evalúan estas generaciones el deber ser de la juventud? Desde el conocimiento contextualizado en la propia vivencia. Asumiendo esto, podríamos exponenciar al espacio social la retahíla casera que, como eco, resuena y entreteje el vínculo entre generaciones: “yo a tu edad”.  Desde el “yo a tu edad” se puede percibir el cambio generacional de los roles de la juventud: yo a tu edad ya trabajaba, yo a tu edad ya tenía hijos, yo a tu edad ya vivía solo, etc. reclamos que se sostienen sobre los tiempos establecidos para la inserción al ciclo productivo capitalista y, especialmente, sobre el rol individual a cumplir. El creciente discurso sobre la despolitización o la apolitización de las nuevas juventudes nos interpela: ¿realmente no se hace política o se hace política de otras formas?

Durante el año 2006 una serie de manifestaciones callejeras que se iniciaron como expresión del malestar por la privatización de la educación en Chile, derivaron en lo que se conoce como “la revolución de los pingüinos”: dos paros nacionales a los que se sumaron, además de estudiantes y docentes, transportistas, partidos políticos, sindicatos laborales, etc. A doce años de las primeras manifestaciones, han regresado las tomas en colegios y universidades, esta vez agrupadas en torno a las demandas feministas a partir de las denuncias de acoso sexual en espacios educativos.

En Perú, fueron los jóvenes quienes se manifestaron masivamente contra la Ley de régimen laboral juvenil, más conocida como ¨Ley Pulpín¨ o ¨Ley del esclavo juvenil¨, en la que se proponía un régimen especial que beneficiaba a las grandes empresas que contraten a jóvenes de entre 18 y 24 años en su primer empleo. Convocados por colectivos y asociaciones civiles, las manifestaciones lograron su derogación a comienzos de 2016.

En Argentina, el movimiento de mujeres logró que se sancione, a nivel nacional, la ley de reparación de familiares de víctimas de feminicidio y media sanción de ley –aprobada en la Cámara baja, actualmente el proyecto está siendo tratado en el Senado- para el proyecto de interrupción voluntaria del embarazo. Mientras, en Colombia se manifiestan en contra de las fiestas taurinas y del maltrato animal.

En Brasil, el asesinato de Marielle Franco visibilizó y movilizó a los colectivos feministas, especialmente de mujeres afrodescendientes moradoras de las favelas. Sus denuncias sobre los avasallamientos y abusos de poder en la intervención federal en Río de Janeiro, le costaron la vida en circunstancias que aún no fueron esclarecidas. Sin embargo, continúa vigente y el movimiento juvenil negro al que adscribió ha logrado crear un anclaje académico y de producción cultural que denuncia el proyecto genocida de exterminio de cuerpos racializados.

Todas estas movilizaciones comparten un factor común: las juventudes manifiestan el descontento y demandan soluciones, pero no necesariamente desde los espacios tradicionales de la política. El elemento coagulante –mayoritario- no es la afiliación a un partido político o la manifestación electoral. Leer estas nuevas formas como un proceso de despolitización o apolitización parece sesgado. No se trata de una nueva juventud que no encaja en la política, sino en viejas formas de hacer política cuyos marcos no son lo suficientemente amplios para el volumen de la novedad: política 2.0 y nuevos movimientos sociales.

De tomar colegios a hacer yoga en casa. Entre la politización colectiva y la “politización” individual

Estas nuevas formas de agrupación política manifiestan un accionar colectivo ante malestares determinados. Reclaman una acción concreta en términos de política de Estado, que remueve las bases de la estructura social. Es la manifestación social de nuevas formas de hacer política.

Las juventudes surgen de su propio contexto, al fragor de una nueva subjetividad global reproducida gracias a la masividad de internet y los nuevos consumos culturales (como series, Netflix y otras plataformas claves para la reproducción de la industria cultural hegemónica). Asimismo, la influencia de las filosofías orientales aporta un nuevo tipo de acción, ya no centrífuga sino centrípeta. La búsqueda de la espiritualidad no es con la comunidad, sino interna e individual. La influencia de estas cosmovisiones como el taoísmo, el confucionismo, el budismo y el New Age permean la cultura mediante prácticas concretas sobre uno mismo: meditación, relajación, comida saludable, recreación y esparcimiento. Este conjunto de prácticas, discursos y consumos contribuyen a un nuevo sentido común de la vida donde la política no es la excepción. Manifestaciones en otro momento contraculturales se simplifican y traducen en modas militantes: vegetarianismo, veganismo, ecologismo, etc. son algunos de los discursos que permean con facilidad en la construcción de la juventud.

La participación juvenil no escapa a la ideología neoliberal con su alabanza a la gestión empresarial tecnocrática, al consenso sobre el libre mercado, la democracia liberal y el multiculturalismo. Para quienes crecieron en el horizonte de la pospolítica, los límites son difusos. La lucha entre gobiernos pretorianos, autoritarios y la juventud no se disolvió, pero sí mutó sus formas. De la lucha descarnada se pasó a lo que Silvina María Romano e Ibán Díaz Parra denominan ¨antipolítica blanda¨, es decir, un cambio en el modo de operar del Estado hacia la juventud, que muda de receta pero no de objetivo. El fin dejó de ser la eliminación física del adversario para focalizarse en el vaciamiento de las instituciones políticas, enfatizando los aspectos policiales y judiciales. Sin embargo, el objetivo permanece inalterable: la despolitización de la economía. En este marco destacan la “oenegización”, la espectacularización y la judicialización de la política.

El compromiso resiste pero bajo nuevas modalidades, ¨más light¨, en un contexto cultural dominante: globalización neoliberal, individualismo, ética del “sálvese quien pueda”, fin de las ideologías, pragmatismo y anglicismo.

Hablamos de una juventud comprometida en actividades de voluntariado social, ayudando a sus congéneres en servicios que, si bien no son autodenominados ¨caridad¨, no están muy lejos de ello. Valores que son fácilmente descubiertos en sondeos y utilizados por las derechas para atraer al electorado joven sin proponer ningún cambio estructural en los problemas claves de la juventud: educación, empleo formal o natalidad.

Por último, estas subjetividades -si bien se encuentran localizadas especialmente en las mega ciudades, es decir en el universo urbano- tienen un intercambio internacional constante, con lo que desarrollan un pensamiento liberal, cosmopolita e individual, cuya simpatía se encuentra más en el centro y la moderación, y las correctas formas.

Nuevas juventudes, nuevos mecanismos de exclusión: ¿jóvenes pobres o pobres jóvenes?

El momento de la inserción laboral se presenta como una suerte de rito de iniciación fundamental para sostener el sistema capitalista. Es el punto exacto en el que el individuo pasa a formar parte útil en el ciclo de producción y consumo. Se vuelve, entonces, un punto fundamental para la captación de nuevos ¨ciudadanos¨ y electores: es notable como cada vez más los programas neoliberales incluyen políticas de empleo joven híper flexibilizando las condiciones laborales para este sector de la sociedad, desde programas de primer empleo o pasantías para estudiantes con salarios irrisorios. Al mismo tiempo, la oferta laboral desde el sector privado apunta a la individualización permanente del espacio productivo: ofertas de trabajo ¨desde la comodidad del hogar¨ y los ¨claros beneficios¨ del freelance y part time. Así, se incluye rápidamente en el sistema a quienes han accedido al privilegio de la capacitación laboral y, al mismo tiempo, se difumina la agrupación gremial.

Mientras tanto, sus propuestas para la juventud pobre se vuelven cada vez más punitivas. La idea de prevención del delito augura prevenir que los jóvenes delincan, sin embargo obvian las causas económicas y sociales que lo originan. Lo que al sistema le preocupa es la incomodidad, la fealdad que va de la mano de lo marginal: ser un pandillero, ser un asocial, no entrar en los circuitos de la buena integración, no consumir. Este pensamiento es una sumatoria de valores discriminatorios: el color de piel, portar tatuajes y utilizar determinada indumentaria tiene un estigma, intensificado según el espacio que se transita. No tiene el mismo efecto sobre los cuerpos represivos un joven portador de determinada estética transitando una zona de clase media o alta que una zona popular. ¿Por qué tanta policía de “gatillo fácil” ensañada con cierta juventud? ¿Qué es lo que se busca prevenir, entonces, cuando se hace “prevención” con los jóvenes?

Las causas de las conductas delincuenciales no se tocan; la prevención, en esa lógica, se convierte en un mecanismo aséptico que apunta a los síntomas, a lo visible, lo superficial. En Perú, el congresista Edwin Donayre impulsa un controversial proyecto popularizado como ´toque de queda´ para que los adolescentes menores de 17 años no puedan salir a las calles a partir de las diez de la noche, alegando “proteger” a los jóvenes. De esta manera, se busca cosméticamente esconder el problema o actuar sobre sus consecuencias más obvias.

Los “ni ni” (ni estudia ni trabaja) son satanizados y, desde autoritarios criterios adulto-céntricos, son identificados con la violencia, con el consumo de droga, con el alcoholismo y la vagancia. Si años atrás la policía podía detener a un joven por sospechoso de subversivo, hoy día puede hacerlo por joven portador de un fenotipo y una estética determinada. En Argentina, con el retorno conservador volvieron a proliferar los proyectos de baja de edad de imputabilidad, mientras que Santiago Maldonado, Rafael Nahuel, y muchos jóvenes engrosaban la lista de los homicidios a manos de las fuerzas de seguridad, celebrados por el presidente como una nueva doctrina de seguridad.

En definitiva, la juventud latinoamericana, que ha sido considerada como un ¨dividendo demográfico¨, oscila entre el individualismo más extremo y los nuevos movimientos sociales. En el primer caso, signada por un estilo de vida global que, sin romper con la hegemonía cultural, busca una salvación individual. En el segundo, ensayando nuevas formas de incidir en las decisiones políticas, fomentando el desarrollo y la innovación, con un estilo sui generis.

Los límites entre ambos son difusos. Una prueba de ello ha sido la utilización de la estética de ¨El cuento de la criada¨ la serie producida nada menos que por Netflix en el marco del inicio de las exposiciones sobre el proyecto de legalización del aborto en el plenario de la Cámara de Senadores.

El colectivo Periodistas Argentinas vistió trajes que remiten a los personajes de la ficción distópica  basada en el libro de Margaret Atwood, el cual transcurre en una sociedad basada en forzar a las mujeres de menor rango a gestar niños para las familias más acomodadas (y que hace dos años se convirtió en hit mundial de la mano de una serie de televisión). El cuento de Atwood se convirtió en un ícono para el movimiento feminista y traspasó la ficción cuando la propia escritora increpó -en dos oportunidades- a la presidenta de Senado, Gabriela Michetti, quien abiertamente manifestó una postura contraria no sólo al proyecto de Ley, sino también a la reglamentación actual que contempla tres causales.

La iniciativa de asociación a la iconografía registra otros antecedentes: ya hubo manifestaciones similares (derechos de las mujeres, entre ellos ley de aborto libre, seguro y gratuito) en otras latitudes. Fue símbolo en la marcha de junio del año pasado en Washington DC contra Donald Trump; en septiembre del mismo año en una marcha por la legalización del aborto en Irlanda; y este año en Madrid el 8 de marzo (Día Internacional de la Mujer). El timing coincidió en pocos días con el lanzamiento del último capítulo de la segunda temporada. La noticia se volvió viral. Muchos creen que el libro escrito en 1985 opera como un nuevo estilo de resistencia al patriarcado, pero también como una base para criticar el rebrote del pentecostalismo en la región. ¿Nuevas formas de resistencias desde la globalización?

You must be logged in to post a comment Login