Euskal Herria. Prólogo de Iñaki Gil de San Vicente del libro: ETA. La historia no se rinde

Por Iñaki Gil de San Vicente, 9 de abril de 2018

Presentamos el prólogo del libro ETA. La historia no se rinde del escritor vasco Josemari Lorenzo Espinosa

 Prólogo: la historia como lucha

1.- INTRODUCCION

2.-LA OBJETIVIDAD EN LA HISTORIA Y LOS TEXTOS AHORA ACCESIBLES

3.- LA NATURALEZA BURGUESA DE LA CASTA INTELECTUAL

4.- LAS LUCHAS DE LAS NACIONES Y LA INTERPRETACIÓN DEL PODER

5.- LA NEGACION RADICAL Y LA AFIRMACION REVOLUCIONARIA

6.- PUEBLO TRABAJADOR Y PEQUEÑA BURGUESIA

7.- HACIA LA ALTERNATIVA NECESARIA

 

  1. INTRODUCCION:

Es un tópico decir que un libro es necesario, pero en este caso es verdad: hay que leer el nuevo libro de Lorenzo Espinosa titulado ETA: La historia no se rinde, publicado por Boltxe Liburuak, ese colectivo pequeño pero inmenso en su tarea. Son seis las razones fundamentales que explican esa necesidad: una y muy importante, porque rescata del olvido interesado opiniones, acciones, realidades sepultadas por la «normalización». Dos, porque plantea y responde unas dudas centrales para saber por qué cambió de bando la casta político-intelectual. Tres, porque lo hace desde un método crítico que descubre la historia real, la ocultada. Cuatro, porque, como efecto de lo anterior vemos la profundidad y alcance de la filosofía de la praxis que desarrolló ETA. Cinco, porque a partir de ella redescubrimos el concepto de pueblo trabajador y su táctica de alianzas. Y seis, porque al editarlo Boltxe permite que se generalice un debate urgente sobre el futuro.

El peligro real que representaba para el poder capitalista lo que ya se define como V Biltzar largo, que luego aclararemos, radicaba en que con altibajos y escisiones iba creando un proyecto realmente comunista a pesar de sus lagunas y vacíos. A partir de un momento se llegó a hablar de la creación de un «marxismo nacional vasco», lo que requiere de muchos años, de mucha autocrítica e imaginación asentada en las lecciones de la lucha de clases. Todas las revoluciones victoriosas se han basado en que, mientras avanzaban, iban «nacionalizando», adaptando las lecciones esenciales universalmente válidas de la praxis comunista a los contextos particulares y sobre todo a las coyunturas singulares de y en sus pueblos, muy en especial si eran naciones oprimidas por Estados ocupantes. Todas ellas fueron –serán- luchas revolucionarias de liberación nacional que requirieron años y a la vez necesitaron generar su propia teoría. El V Biltzar se insertaba en esa dinámica objetiva a nivel mundial que no ha desaparecido porque responde a las contradicciones esenciales del modo de producción capitalista.

La formación de un marxismo vasco que se veía como necesidad imperiosa por algunos sectores según veremos más adelante, requería también el desarrollo de una independencia de pensamiento con respecto a la versión nacionalista española del socialismo y del marxismo que dominaba y domina  aplastantemente. Las dificultades de las primeras Asambleas de ETA para pensar un socialismo vasco indican la penosa travesía del desierto intelectual que debían realizar hasta comienzos de los ’60. Además, este proyecto atacaba al corazón material y simbólico de España como marco de acumulación de capital por lo que era objeto de una implacable persecución debido, muy en síntesis, a cinco razones:

Una, con su lucha plural y activa contra todas las injusticias y opresiones, pero sobre todo a favor de la (re)construcción de la lengua y cultura vasca, y con una fuerte incidencia de la mujer trabajadora, desarrollaba una racionalidad y un potencial heurístico inasimilable por la lógica burguesa. Dos, iba directamente contra la oligarquía vasca que era y es lo mismo que decir contra el capital español. Tres, era la punta de lanza del innegable ascenso de las luchas de liberación nacional de los pueblos oprimidos por el Estado español. Cuatro, representaba la alternativa revolucionaria al reformismo descarado del PC de España y encubierto de las izquierdas que terminarían aceptando la Monarquía. Y cinco,  en Europa representaba uno de los focos revolucionarios más peligrosos en aquellos años, si no el que más, lo que desnudaba la mentira oficial de la llamada «transición democrática».

En las extremas condiciones de clandestinidad al final de los ’50; con una herencia teórica muy pobre e influenciada por una caótica mezcla de catolicismo social, nacionalismo vasco demo-cristiano de derechas, ilusiones ideológicas nacionalistas pequeño burgués; toscas nociones de estalinismo y más tarde lecturas librescas de maoísmo, trotskismo, consejismo…; con detenciones continuadas, cárcel y exilio que imposibilitaban la necesaria estabilidad organizativa básica para efectivos cursillos de formación, etcétera, en condiciones así que duraron como mínimo hasta mediados de los ’70 y a pesar de todo se ello se sentaron las bases para que la izquierda abertzale desarrollara una impresionante fuerza de masas trabajadoras que también tenían su reflejo en las instituciones burguesas.

Había que acabar con esta fuerza política que desarrollaba un potencial emancipador que podría llegar a ser mortal para el Estado español. Descubrir y explicar cómo se desarrolló la parte esencial de este combate no tiene sólo un interés histórico abstracto, intelectualista, sino sobre todo un interés práctico, concreto, militante: la historia como arma de emancipación, como uno de los recursos teórico-políticos más efectivos para vencer a la violencia epistémica, definida así por Carlos Tupac:

« Por violencia epistémica hemos de entender el conjunto de mecanismos que permiten al poder crear una masa dócil, obediente y pasiva que además de cumplir mecánicamente lo que está mandado, también interprete su realidad según una epísteme que en realidad no la cuestiona sino que la legitima, y viene a decir los mismo que la “teoría del conocimiento” de Pross, elaborada bajo la presión de la violencia simbólica y física, y que la tesis del “dinero lingüístico” de F. Rossi-Landi, que consiste en el lenguaje elaborado bajo la presión de la clase propietaria del dinero, de las fuerzas productivas. Las tres insisten en el peso determinante de las violencias en el desarrollo del conocimiento humano, aunque la de F. Rossi-Landi da más en el clavo, a nuestro entender. Tanto Pross como F. Rossi-Landi tienen razón si entendemos la “teoría del conocimiento” y el “dinero lingüístico” en su sentido restrictivito y muy concreto en su alcance histórico, es decir, dentro del marco de un modo de producción o dentro de la economía mercantil desde sus orígenes hace muy pocos miles de años»[1].

Lorenzo Espinosa nos muestra cómo el arma de la historia vence a la violencia epistémica, y nos abre un universo de reflexiones críticas al más puro estilo del potenciar heurístico del pensamiento emancipado, insumiso, creativo.

[1] Carlos Tupac: Terrorismo y civilización. Boltxe Liburuak, Bilbo 2017, pp. 638-639.

 

 2  LA OBJETIVIDAD EN LA HISTORIA Y LOS TEXTOS AHORA ACCESIBLES

La primera razón es la más inmediata: sufrimos los golpes de la estrategia de la amnesia de masas, de la lobotomía de la conciencia nacional de clase de nuestro pueblo. Si exceptuamos muy contados títulos que rememoran las experiencias del pasado desde una visión revolucionaria, el grueso de las publicaciones están realizadas bien de manera descarada por los  «intelectuales orgánicos» del sistema dominante que Lorenzo destripa con agudeza, que fabrican una «historia por encargo» a sueldo del nacionalismo español, como es el caso del Instituto Valentín Foronda, por citar uno entre tantos; o bien, y en bastante menor escala pero con efectos cualitativamente más destructivos, por el reformismo que necesita arrinconar la historia en un txokito polvoriento de la memoria popular, limitándose a publicar de vez en cuando artículos sueltos previamente vaciados de cualquier contenido que pueda abrir un debate sobre los grandes logros de sesenta años de lucha.

En este primer sentido, el libro pone a disposición de lectoras y lectores un abanico de textos que no sólo reverdecen la memoria sino que, decisivamente, son hoy inaccesibles a la juventud trabajadora que busca puntos de comparación, de referencia y de guía. Solamente esta primera razón serviría por sí misma para editar y leer el libro.

Además, desde el inicio de su investigación Lorenzo Espinosa avanza un paso de gigante en uno de los debates eternos sobre la veracidad de la Historia como disciplina de emancipación humana: hablamos de la dialéctica entre la objetividad y la subjetividad. Lorenzo plantea sinceramente el llamado «problema de la subjetividad», asumiendo con franqueza que «no queda otro remedio que reconocerse en la subjetividad». Víctor Serge defendió lo mismo con estas palabras en Prólogo de una de las mejoras obras de historia de todos los tiempos publicada en enero de 1930:

«La pretendida imparcialidad de los historiadores no pasa de ser una leyenda, destinada a consolidar ciertas convicciones útiles. Bastarían para destruir esta leyenda, si ello fuese necesario, las obras que se han publicado acerca de la gran guerra. El historiador pertenece siempre “a su tiempo”, es decir, a su clase social, a su país, a su medio político. Sólo la no disimulada parcialidad del historiador proletario es hoy compatible con la mayor preocupación por la verdad. Porque únicamente la clase obrera obtendría toda serie de ventajas, en toda clase de circunstancias, del conocimiento de la verdad. No tiene nada que ocultar, en la historia por lo menos. Las mentiras sociales siempre han servido, y sirven todavía, para engañarla. Ella las refuta para vencer, y vence refutándolas. No han faltado, sin duda, algunos historiadores proletarios que han acomodado la historia a ciertas preocupaciones de actualidad política. Al hacerlo se han plegado a tradiciones que no son las suyas y han sacrificado los intereses superiores y permanentes de su clase a ciertos intereses parciales y pasajeros»[1]

Si respetando el método que estructura el párrafo y adecuamos alguno de sus términos a nuestro presente, por ejemplo si hablásemos de proletariado vasco, de historiadores oficiales que fueron ex militantes, etcétera, apreciamos su actualidad en la primera lectura, lo que nos preparará para comprender casi al instante la profundidad de la obra que recomendamos.

3- LA NATURALEZA BURGUESA DE LA CASTA INTELECTUAL

La segunda causa serviría también por sí misma, sin el apoyo de las restantes, para justificar su lectura.  Nadie mejor que el autor puede explicárnoslo. Lorenzo Espinosa hace estas preguntas:

«¿Por qué se han vuelto contra ETA, los arrepentidos, reciclados y conversos que tanto la admiraban y actuaban, o escribían, en su favor? Y también, ¿Por qué una «banda terrorista de asesinos» se ha mantenido tanto tiempo. Y durante cincuenta años ha tenido en vilo a todo un Estado, sus gobiernos, sus FOP y sus instrumentos represivos más modernos? Y sobre todo, ¿Por qué, en ese tiempo, ha tenido tanta atención y dedicación por parte de historiadores, políticos, sociólogos, periodistas y analistas de todo tipo? ¿Por qué se han escrito sobre ETA tantos libros, artículos, comentarios, editoriales…? Repitiendo prácticamente los mismos argumentos, los mismos ataques. ¿Por qué se han empleado tantos medios públicos y privados, se han financiado y editado tantas investigaciones, se ha subvencionado a tantos «cerebros» en venta?… ¿Por qué todo esto ?… Si solo era un problema de orden público, que tenía que ser resuelto por la policía.»

Lorenzo Espinosa va desgranando una a una estas y otras preguntas. Es claro que en muy pocos casos se trata de la involución ideológica hacia el reformismo y el colaboracionismo de algún o algunos ex militantes heroicos en su tiempo que han terminado siendo martillo de herejes, conversos fanáticos en la defensa del orden al que combatieron en su juventud; pero son los menos si los comparamos con la masa de «revolucionarios», «progresistas» y «demócratas de toda la vida» que se pasaron con armas y bagajes al bando del capital.

[1] Víctor Serge, El año I de la revolución rusa. Siglo XXI, Madrid 1972, p.

El autor hace bien en dedicar un capítulo entero -«La Santa Alianza»- a la práctica proestatal y antiabertzale del PNV, práctica decisiva en la lucha contra ETA que se libraba en los entresijos de la política de pactos más o menos silenciosos con las fuerzas estatalistas, sin los cuales se entiende el portazo del PNV en las reuniones de Txiberta de primavera de 1977, hasta que se hizo manifiestamente pública en la manifestación «por la paz» de octubre de 1978 en Bilbo, o «manifestación de la paloma». Todas las fuerzas del Estado se volcaron en aquél momento que enseñó el antagonismo entre la independencia socialista y el autonomismo burgués.

Ambas fuerzas convocaron sendas manifestaciones en Bilbo; la primera fue masacrada por la represión policial española y la segunda gozó de los parabienes y aplausos de la «paz democrática». Hay que señalar que fue la primera vez en la que manifiestamente la violencia estatal intentaba ocultarse bajo una paz abstracta simbolizada por una paloma: había irrumpido uno de los pilares de la guerra de contrainsurgencia que el imperialismo enseñaba rápidamente al Estado español y al PNV. La «paz» en abstracto era absolutizada al máximo y glorificada como la única meta posible enfrentada inicialmente al accionar de ETA pero gradualmente opuesta a todas y cada una de las formas de resistencia justa de la clase trabajadora, de las mujeres, de los sectores populares… La «paz» hueca, reaccionaria por eso mismo, ocultaba la tortura, la crisis galopante, la guerra cultural, el terrorismo machista, la introducción de la droga ilegal como arma de exterminio psicofísico… y anunciaba lo que sería el Plan ZEN, al que volveremos.

Si el PNV cerró la puerta de Txiberta sí abrió de par en par el portalón y los ventanucos del soborno, la cooptación e integración en el autonomismo de personas que habían colaborado o militado en ETA. El dinero, los sillones y un minúsculo pero efectivo poder, o sea, la compra e la fidelidad al amo, fue uno de los métodos más decisivos para integrar en  el nuevo sistema  de dominación que se estaba formando a ex militantes que habían combatido al viejo incluso arriesgando su vida. El proceso estaba  reforzado por una propaganda ideológica según la cual no existían apenas contradicciones entre el ideal peneuvista de una Euzkadi abstractamente democrática e independiente y el ideal utópico de los ex militantes abertzales: incluso el socialismo de éstos podía transformarse sin remordimientos en lo que se llama «justicia social» avanzada. Todo bien aderezado por un nacionalismo folclórico que intentaba disimular su peste burguesa, que buscaba legitimarse con una versión mentirosa de la «heroicidad» de la dirección del PNV en la invasión fascista internacional de 1936-37, silenciando la traición de Santoña y otras muchas verdades.

Pero en Euskal Herria el PNV no fue la única fuerza atractora de ex militantes. Dejando de lado muy reducidos grupúsculos, otra fuerza política fundamental fue el PSOE y a mucha distancia y algo más tarde, el PC de España que también terminó siendo engullido en buena medida por los sobornos del PSOE. De la misma forma en la que el PNV contaba con el apoyo político y económico de la democracia cristiana europea para crear su burocracia, también el PSOE tuvo el de la Internacional Socialista, y ambos el de los servicios secretos del imperialismo. De este modo, el PSOE, que prácticamente no era nada en la lucha antifranquista, pudo ofrecer un mensaje político avalado por la fama de la socialdemocracia y su keynesianismo de los Treinta Gloriosos en un contexto de dura crisis socioeconómica, y también ofreció puestos, sillones, sueldos y fotos en la prensa y minutos en televisión. De igual manera, creó su propia mitología antifranquista en 1936-39 y de resistencia posterior, pero silenciando su nacionalismo español, su interclasismo reformista y su anticomunismo furibundo. El Congreso de Suresnes de 1974, diseñado por los servicios del imperialismo,  sancionó oficialmente para el nuevo contexto la práctica capitalista y españolista del PSOE de siempre.

El Partido Comunista de España fue el peaje necesario para retroceder de la izquierda abertzale al centro-derecha nacionalista español del PSOE. De las tres fuerzas políticas, el PCE era con mucho la que más había luchado contra la dictadura, la más combativa; eso le granjeó en la llamada «transición» una legitimidad que atrajo a militantes abertzales que creían que el esfuerzo eurocomunista de adecuación a la realidad del dogmatismo heredado de la URSS serviría para avanzar de algún modo al socialismo en un marco de autonomía desarrollada con un contenido social más fuerte y dentro de una República española federal. Pero de la fe y la creencia a la realidad siempre hay un abismo.

En el Estado español y en las naciones oprimidas sucedió otro tanto. En un principio, hasta comienzos de 1977 aproximadamente con la Matanza de Atocha, amplios sectores seguían pensando en la posibilidad de un proceso revolucionario que hiciera fracasar los intentos de reforma monárquica abriendo una vía al socialismo. La Matanza de Atocha de enero de 1977 en la que el fascismo asesinó a cinco abogados fue uno de los puntos críticos en los que la orden de desmovilización, pasividad y aceptación de la Ley dada por el PCE y secundada por la inmensa mayoría del centro-izquierda español, quebró la conciencia de lucha de la izquierda estatal. En abril de 1977 el PCE legalizado aceptaba la monarquía y su esencia antidemocrática, y en octubre de ese año firmó los reaccionarios Pactos de la Moncloa con los que entregaba al capitalismo a la clase trabajadora, atada, amordazada y desunida. A la vez destrozaba  el sindicalismo combativo, purgaba su militancia crítica, criminalizaba a la izquierda revolucionaria y en especial a ETA. Luego, con el fervor del converso, fue pieza clave en la victoria del SÍ en el referéndum de la Constitución Monárquica de 1978, rechazada en la parte de Euskal Herria bajo dominación del nacionalismo estatal fortalecido por ese PC de España.

Pero estas y otras razones deben ser investigadas más a fondo porque, siendo ciertas, sólo reflejan la superficie del problema, la forma externa del poder del capital para imponerse y salir airoso en condiciones muy peligrosas para él. Veamos: el terror material y moral, objetivo y subjetivo, introyectado en la más profunda irracionalidad de las clases y naciones explotadas, de las mujeres trabajadoras, por las masacres fascistas y la alienación religiosa, fue debilitándose desde la segunda mitad de los años ’60. Sectores burgueses eran conscientes de ello y proponían tímidas reformas para modernizar la vetustez del régimen, pero fueron desplazados por la fracción más salvaje del franquismo precisamente cuando los reformismos varios habían empezado ya a claudicar en las negociones secretas a diversas bandas.

Como hemos dicho arriba, una fecha clave en este proceso es, además de otras, la orden de mansedumbre ante la Ley dada por el PCE en la Matanza de Atocha en enero de 1977, y que rompía el proceso ascendente de autoconfianza obrera y popular reforzado desde diciembre de 1973 con la «voladura» de Carrero Blanco por ETA. Ya antes de la muerte en la cama del dictador Franco, se generalizaba la impunidad del terror fascista contra los reformismos y las izquierdas, dentro de una estrategia adaptativa de la pedagogía del miedo a las necesidades del capital para asegurar su poder tras la inminente muerte en la cama del dictador Franco. De este modo, las nuevas tácticas de la pedagogía del miedo, la amenaza golpista –el «ruido de sables»-, las presiones del imperialismo y de la política exterior de la URSS, etc., más toda serie de promesas imposibles pero creíbles en base al principio teológico cristiano de «credo quia absurdum», explican en parte la derrota de las esperanzas humanas y más tarde, ya con el PSOE en el gobierno español, la caída de miles de ex militantes del Estado  en el abismo insoldable de «desencanto».

Durante un tiempo parecieron ser plausibles las promesas de profundas reformas futuras si se aceptaban entre 1975-1982 los duros efectos sociales de los Pactos de la Moncloa, la Monarquía, la recentralización estatalista impuesta con la LOAPA a raíz del Tejerazo de 1981, las leyes represivas, la victoria electoral del PSOE en 1982, etc. Especial eficacia destructiva tuvo el montaje del llamado Estado de las Autonomías desde 1979: miles de nuevos puestos de trabajo funcionarial fueron creados y ocupados mayoritariamente por miles de familiares y miembros de los nuevos partidos políticos, muchos de ellos ex militantes que se acomodaron en la nueva burocracia muy bien pagada con la excusa de resolver el «problema territorial español». La lacra estructural de la corrupción histórica que mina al capitalismo estatal desde su mismo origen, se vio multiplicada exponencialmente cuando ese funcionariado autonomista, los nuevos alcaldes y concejales, las nuevas empresas públicas, empezaron a meter la mano en las propiedades públicas, en los terrenos no urbanizables, etc. Muy significativamente, la cada vez más reducida militancia revolucionaria pasó a denominar como «marxistas-ladrillistas» a sus antiguos camaradas marxistas-leninistas ahora corrompidos por la burbuja del ladrillo, del cemento y del turismo.

La efectividad alienante del credo quia absurdum, creo porque es absurdo, se vio en el referéndum de Autonomía vascongado en octubre de 1979: fueron aplicados los más modernos sistemas de manipulación contrainsurgente desarrollados hasta ese momento por el imperialismo para destruir  toda evidencia racional, contra todo análisis lógico de las contradicciones sociales y contra toda síntesis incuestionable de esos análisis, que demostraban la falsedad del autonomismo. Por todos los medios se prometía que votando SÍ al Estatuto impuesto por la Monarquía se resolverían en poco tiempo la totalidad de los problemas históricos y presentes del tercio vascongado: desde la amnistía y la tortura, hasta la explotación social pasando por el analfabetismo funcional, la persecución de la lengua vasca y la violencia patriarcal: y triunfó el SÍ en donde sólo once meses antes había triunfado el NO a la Monarquía española.

Además de las razones ya expuestas que explican la relativa facilidad con la que se recompuso el orden, se realizó la «transición» y la casta político-intelectual giró ciento ochenta grados hacia la derecha, hay otras de entre las que debemos destacar el mito de la democracia como valor absoluto y la naturaleza de clase de la casta político-intelectual antifranquista. El fetiche de la democracia decía que la legalidad parlamentaria era el único trampolín imprescindible para avanzar al socialismo de manera automática. Los clásicos marxistas ya habían advertido de forma impecable al menos desde 1845 y sobre todo en 1848-50 que la burguesía democrática tácticamente aliada del proletariado se volverá con sus armas contra este para destruirlo como clase con conciencia política tan pronto como haya conquistado el poder, traicionando a su anterior aliado, la clase obrera, a la que odia y a la que quiere volver a esclavizar con nuevas cadenas para exprimirla a tope.

En la  estrategia revolucionaria  el uso táctico y puntual según las coyunturas del parlamento burgués tenía y tiene como objetivo acelerar las condiciones para acabar con ese fetiche parlamentarista, jamás para  reformarlo. Mientras que en los clásicos marxistas la democracia era vista como una peligrosa arma burguesa que el movimiento revolucionario podía utilizar tal vez y según sus necesidades transitorias contra el capital, empleándola con muchas precauciones y siempre bajo la dirección de la estrategia revolucionaria y de la prioritaria  lucha de clases ofensiva en la calle, por el lado contrario, en el reformista se mitificaba la democracia abstracta y una visión interclasista del Estado que creía que este instrumento básico del capital era como un guante sucio al que bastaba con dar la vuelta al revés  para usarlo de manera limpia.

Esta creencia ya presente en el socialismo utópico, reforzada por el lasalleanismo y demás corrientes reformistas posteriores se basaba en una visión mecanicista y gradualista de la historia. Elementos sustanciales de tal visión se mantuvieron activos  en la inicial socialdemocracia rusa, luego escindida en mencheviques y bolcheviques. La primera corriente no abandonó nunca esa concepción etapista, y en la segunda, la bolchevique, fue muy fuerte en la mayor parte de su dirección pero no en la pequeña corriente leninista desde abril de 1917 ni en el grupito alrededor de Trotsky. Tras avatares que no se pueden explicar ahora pero que tienen mucho que ver con la burocratización del partido, el etapismo mecanicista se impuso irreversiblemente como dogma en la década de los ’30, adquirió aura de verdad revelada en el XX Congreso del PCUS de 1956 y se rejuvenecería con la adoración fetichista de la democracia por el eurocomunismo dos décadas después.

Solo una muy reducida izquierda revolucionaria estatal rechazaba coherentemente el fetichismo democraticista, oponiéndose frontalmente a la maniobra de travestir el franquismo en Monarquía. Era proporcionalmente muy pequeña y su influencia social limitada. Además, el método del palo y la zanahoria, del miedo y de las promesas, presentaba a la democracia y a Europa como la tabla de salvación definitiva. Durante los años de plomo del franquismo, Europa y la democracia eran los horizontes de futuro. La oleada de luchas de finales de los ’60 –el mayo’68- reforzó este mito incluso en las izquierdas: los asaltos a las embajadas españolas y las grandes manifestaciones de protesta contra el consejo de guerra de Burgos en diciembre de 1970 parecieron demostrar que, en efecto, la democracia abstracta era la única alternativa. Conforme aumentaba la crueldad represiva del franquismo agónico, se reforzaba el fetiche de la democracia vacía de contenido. Semejante interacción de dinámicas explica que el neofranquismo disfrazado de centro-democrático triunfase en las primeras elecciones «democráticas» en junio de 1977,  que poco a poco el PSOE fuera atrayendo votos hasta ganar cinco años después, en 1982, y que, por fin, esa «democracia» venciera en el referéndum de 1986 sobre la entrada en la OTAN, siendo rechazado en Hego Euskal Herria.

Pues bien, la involución desde el progresismo hasta la sumisión colaboracionista de la casta intelectual y de sectores ex militantes fue una de las fuerzas fundamentales de la estabilización del poder del capital, del nacionalismo español y de la subsunción de España como Estado dependiente en la Europa que empezaba a formarse. La involución de la casta político-intelectual fue a la vez efecto y causa de la «salvación de España». La mayoría inmensa de sus miembros eran de origen burgués cuando no elitista, su pensamiento fue moldeado inicialmente por la dictadura del nacional-catolicismo español, y aunque luego algunos leyeron obras de izquierda su estructura mental ya estaba marcada por los ejes de la ideología progresista entonces dominante: la superioridad del trabajo intelectual masculino sobre el trabajo manual en general y femenino en concreto, el fetichismo de la democracia y del Estado neutral, la academia como foco de progreso, el neokantismo, el esnobismo impactante, el nacionalismo español… y la aceptación de la mentira del salario justo que facilita que el intelectual pueda «crear pensamiento».

La ideología de la casta político-intelectual española en estos años se entregó sin resistencias a las modas que fabricaba la novedosa industria cultural parisina desde finales de los ’60 desde el llamada «sociedad posindustrial» y la «muerte del proletariado» hasta todas las extravagancias post que renovaban los escaparates y el mercado ideológico de consumo de usar y tirar. Se estaba hundiendo rápidamente la sociedad burguesa de la segunda posguerra, la burocracia de la URSS ya no atraía a la clase trabajadora y menos a su juventud, los partidos comunistas oficiales ya no podían responder a los «nuevos filósofos» ni siquiera con las elucubraciones althusserianas, las luchas antiimperialistas y las luchas amadas dentro del imperialismo suponían un reto inasumible para la cómoda vida intelectual, la izquierda joven trotskista, maoísta, luxemburguista, autónoma… había nacido en la efervescencia universitaria y nunca logró un anclase raizal en la clase trabajadora ni en los sindicatos.

Conforme en 1973 el golpe fascista de Pinochet en Chile anunció lo que sería el neoliberalismo, en 1973 la crisis del petróleo agudizó la crisis de rentabilidad de finales de los ’60, en 1975  España propuso a EEUU invadir Portugal, en ese 1975 la alianza entre socialdemócratas y liberales en Alemania Federal impuso el monetarismo que era la forma suave de llamar al neoliberalismo, cuando se desbaratan intentos golpistas en la Italia de aquellos años, …, según se aceleraban estas y otras contradicciones, la casta político-intelectual adaptaba su ideología a las necesidades de sus bolsillos. El agotamiento del franquismo se precipitó en pocos meses: del triunfo del neofranquismo en 1977 y lo apurado de su victoria en 1979 al Tejerazo de 1981 en medio de la debacle del PC de España, ya amortizado por el capital. En 1982 el PSOE fue llevado al gobierno del Estado y se generalizó el desencanto entre lo que quedaba de militancia, pero la casta intelectual hizo gala de su agilidad camaleónica y buscó la rentable sombra del PSOE y de la industria cultural que ya irrumpía como sostén de la «democracia».

La izquierda abertzale en general y ETA en particular eran ya para entonces el símbolo a batir, sobre todo después de las elecciones europeas de 1987. Eran lo que en términos de la dialéctica materialista se denomina como el potencial emancipador inserto en la unidad y lucha de contrarios porque, a pesar de estar sometidas al Plan Zen, a las leyes antiterroristas, a la tortura y a una ratio policíaco-militar por habitante de las más altas del mundo, de la desertización industrial para romper la unidad de clase del pueblo trabajador, a pesar de todo era el enemigo a destruir. La intelectualidad española progresista se lanzó a la faena.

4- LAS LUCHAS DE LAS NACIONES Y LA INTERPRETACIÓN DEL PODER

Lorenzo Espinosa profundiza aún más que lo que nosotros lo hemos hecho aquí arriba sobre las causas del giro de la intelectualidad, y no duda en explicar los límites de una determinada manera de ejercer la sociología y otras disciplinas de las llamadas ciencias sociales:

«El problema que tienen, o tenemos, con los sociólogos y politólogos es que, en general no desconocen pero si ignoran o marginan la Historia, a su conveniencia. No es su materia. Y no tienen ningún compromiso profesional con ella. Por lo tanto, apenas les sirve como marco de referencia, en el corto plazo. Son relatores sincrónicos de unos hechos sobrevenidos, que en realidad proceden de los siglos anteriores. Cuando ni siquiera existía su especialidad. Su objetivo primario, por lo mismo, no es precisamente el estudio del origen y evolución de las cosas. Lo son, en cambio, otros factores de coyuntura. Como pueden ser las opiniones, las urnas, las encuestas, las entrevistas, los perfiles sociales, las estadísticas, etc.

«Los politólogos y los sociólogos, estudian el comportamiento, la opinión y la actitud política de lo que tienen a la vista. Miran al vacío, cuando se trata de averiguar el por qué histórico de un determinado tipo de opinión o actitud pública. Su manipulación, intoxicación y lo que tiene de propaganda mediática del poder. Y eso, es precisamente lo que desvela, o puede desvelar, la Historia. Lo que desenmascara el conocimiento de los hechos pasados, frente al cortoplacismo sociológico de coyuntura.

«Por tanto, una de las características comunes, en este tipo de estudios es que se resienten del escaso horizonte de sus fuentes y documentos. Trabajan con votos, encuestas, perfiles, entrevistas, análisis de conducta, opiniones, etc. Cuyo perfil fundamental es la proximidad. Y se convierten en investigadores del corto plazo, de la inmediatez. Lo que, por otro lado, les hace colaboradores objetivos de la ideología dominante y altavoces de la opinión publicada. Convirtiéndose en reflejo, en exclusiva, de la subjetividad manipulada de ciudadanos, generalmente seguidores del discurso oficial. Inoculado por la educación y los mass media.

«Un defecto vulgar en estos autores, en el caso de los conflictos vasco o catalán, es considerar y aceptar como punto de partida, por lo general sin ningún tipo de crítica o duda, que las reformas acordadas en la Transición no fueron impuestas, sino aceptadas «democráticamente» en las urnas.

La crítica de Lorenzo Espinosa que hemos reproducido afecta a la función y al contenido del saber académico como instrumento del poder: la lucha teórica en el sentido fuerte de la palabra contra la izquierda abertzale. Por sentido fuerte entendemos la esencia política de la teoría, y más en un contexto de opresión nacional. El libro que recomendamos demuestra página a página la naturaleza política de la teoría social, la imposibilidad de que exista una teoría social, la que fuere, que no tenga un sentido político. Pero los párrafos que acabamos de transcribir profundizan más en fábrica de ideología dominante que es la universidad, excepción hecha de muy pocas personas que trabajan en ella.

No hay política de dominación más efectiva que la de producir una «teoría» que no necesite de la historia para validarse. Sin permanente contraste con el veredicto de la práctica sostenida en el tiempo, es decir, con la crítica que hace la historia, cualquier conjunto de afirmaciones puede aparentar ser una teoría avalada por la realidad. El autor recurre a Prólogo de J. P. Sartre en el libro el Consejo de Guerra de Burgos para demostrar positivamente que el conocimiento de la historia es imprescindible para elaborar cualquier teoría social factible de ser llevada a la práctica y criticada por esta. Centrándose ya en la historia, casi al final de su libro sostiene que para entender el presente vasco y no sólo el de ETA, un historiador que se precie ha de empezar su investigación desde el siglo XIX «como mínimo». Indica además que también hay que  estudiar la violencia «entre los vascos», y más en general «la historia misma del nacionalismo».

Con esta contundente exigencia, Lorenzo Espinosa se sitúa con razón en el grupo de quienes pensamos que para entender la historia y las luchas de los pueblos debemos estudiar antes que nada las prácticas sociales, las movilizaciones, los conflictos y las guerras. Pierre Vilar lo dijo así:

«El análisis fenomenológico del “extranjero”, el psicoanálisis del “patriota”, tal vez no son inútiles para quien desea interrogar los textos, pero no pueden explicarnos por qué, en tal fecha o en tal lugar, la consciencia de grupo se desvanece o se exalta, se contenta con signos vagos de comunidad o exige por el contrario su soberanía, su afirmación política, a veces con las armas en la mano. La capacidad de acción colectiva es, para el historiador, el mejor “test”, el mejor “sociodrama”. Y su exigencia cronológica, la historia alcanza mejor que la sociología los criterios de origen, de formación»[1]

Es decir, ha de tenerse en cuenta la historia larga, los siglos que han marcado el presente, o si se quiere las continuidades espacial, social e histórico-temporal. En palabras de J. Chesneaux, la existencia o no de la «interioridad nacional en la historia» que se plasma en la «continuidad nacional» de «pueblos que en el transcurso de los siglos han pertenecido a conjuntos político-históricos más amplios, que se hacían y se deshacían al azar de las conquistas militares y de las mutaciones dinásticas»[2]. J. Chesneaux cita a la larga historia de Egipto como ejemplo de la interioridad nacional cambiante y adaptativa durante muchos siglos. Este ejemplo nos sirve para ilustrar otra cuestión profundamente tratada por Marx y Engels, como veremos, que es la de los efectos de las tradiciones etno-culturales en la historia.

El investigador A. Pershits demuestra la existencia de «tradiciones étnicas en el derecho de las sociedades clasistas» y «tradiciones étnicas en la moral de las sociedades de clases»[3], consistente, la primera, en el conjunto de medidas que los pueblos –con sus contradicciones internas– toman para impedir o controlar los derechos de los extranjeros que quieren establecerse en sus territorios; y la segunda, en el mayor arraigo y supervivencia histórica de las costumbres étnicas de los pueblos en la esfera específica de la moral. Ambas tradiciones, que tienen un ritmo evolutivo diferente, son muy importantes para comprender uno de los secretos de la interacción entre la lucha de clases y la lucha nacional, además, obviamente, de la emancipación de la mujer, como es el del control colectivo del excedente social acumulado por esos pueblos.

  1. Vilar al hablar de las «realidades humanas de larga duración», que disponen de una «estructura espacial de los grupos caracterizados por solidaridades muy antiguas de tipo etnográfico, lingüístico, tribal, etc. La estructura de distribución de los grupos étnicos es un tipo de realidad de larga duración (…) Observamos que la permanencia de una lengua, de un folclore, de “prácticas” de diversos tipos, que desempeñan un papel tan importante en las “etnias”, forman parte de las estructuras mentales de larga duración (…) El problema consiste en saber si, en las “desestructuraciones” y en las “reestructuraciones” de otro género, de un modo de producción a otro, tal o cual tipo de “estructura mental” refuerza o debilita la antigua estructura global, acelera o retrasa el paso a la nueva»[4].

La continuidad es a la vez la ruptura, la reconstrucción sobre bases nuevas si es que ha sido posible, y si no lo ha sido, si no se ha podido reconstruir ese pueblo entonces se precipita a su desaparición. Por ejemplo, entre el hundimiento de Roma y la estabilización de la Edad Media

[1] Pierre Vilar: «Historia y sociología ante el fenómeno “nación”. El hecho catalán. El hecho portugués. Argitaletxea Hiru, Hondarribia. 1999, pp. 36-37.

[2] Jean Chesneaux: ¿Hacemos tabla rasa del pasado? Siglo XXI, Barcelona 1984, p.  130.

[3] Abram Pershits: «Etnografía normativa: vías de la investigación». Ciencias Sociales de Academia de Ciencias de la URSS, 1983, nº 3, pp.  159 y ss.

[4] Pierre Vilar: Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Crítica, Barcelona  1980, pp.  71-72.

europea la etnogénesis era tan frecuente como la extinción de comunidades enteras. Ya en la época de Carlomagno Guillermo de Toulouse desconfiaba porque los vascos y gascones eran «salvajes como cabras montesas y no ofrecían lealtad a príncipe alguno»[1]. L. Musset habla de los «resurgimientos indígenas»[2] tras el hundimiento de los imperios y entre ellos cita al pueblo vasco tras la caída de Roma. Por su parte, R. Fédou habla del «despertar de las nacionalidades» alrededor del año 1000 en respuesta a las opresiones practicadas por el  imperialismo carolingio y deteniéndose en el caso de Aquitania cita las palabras de J. Dhondt: «…sus pueblos, víctimas de las rapiñas y atrocidades de los francos desde el siglo VI, acostumbrados a una relativa autonomía, dieron prueba en la era carolingia de “un sentimiento de comunidad, que se tradujo en un auténtico poder de resistencia a la dominación extranjera”»[3].

¿Cómo entender estos procesos complejos? Los rigurosos estudios de Marx al respecto nos dan una idea básica que sigue siendo válida pese a ser rechazada o ridiculizada por la academia por sus directas repercusiones políticas. Debemos empezar diciendo que Marx veía las comunidades humanas iniciales como colectivos integrados: «La misma comunidad se manifiesta como la primera gran fuerza productiva; tipos especiales de condiciones de producción (por ejemplo, la cría de animales, la agricultura, etc.) conducen a la evolución de un modo especial de producción, así como a la aparición de fuerzas productivas especiales, tanto objetivas como subjetivas, apareciendo las últimas como cualidades de los  individuos»[4].

En este punto debemos recurrir a la advertencia de Korsch: «Para el materialismo histórico de Marx importa entender también como “actividad objetiva” la realidad social dada y en desarrollo, y, según su aspecto subjetivo, como “actividad sensible humana, práctica”»[5]. Aclarado esto, sigamos con Marx:

«Una vez que los hombres se establecen, la modificación de esta comunidad primitiva dependerá, en cuanto a su forma, de diversas condiciones externas a ella, tales como las climáticas, geográficas, físicas, etc., así como de su constitución natural especial, es decir, su carácter tribal. La comunidad tribal, espontáneamente desarrollada, o, si se prefiere, la horda (lazos comunes de sangre, lenguaje, costumbres, etc.) es la primera condición previa para la apropiación de las primeras condiciones objetivas de vida»[6].

Vemos, pues, cómo desde un principio se plantea la «interioridad» de lo que podríamos definir como «factores subjetivos» como lenguaje, costumbres, etc., en la apropiación de las condiciones objetivas de vida. Todavía más, el lenguaje no es presentado como algo secundario  sino que es definido así: «El lenguaje mismo es tan producto de una comunidad como, en otro sentido, lo es la existencia de la comunidad misma. Es, por así decirlo, el ser comunal que habla por sí mismo»[7]. Marx continúa diciendo que los pueblos nómadas consideran las tierras de pastos como

«…su propiedad, si bien, en ningún caso fijan sus límites (…) la tribu considera una cierta región como territorio suyo, defendiéndolo por la fuerza frente a otras tribus, o bien trata de expulsar a otras tribus del territorio que reclama»[8]; y hablando sobre los «pueblos

[1] Harold Lamb: Carlomagno. Edhasa. Barcelona 2004, p. 126.

[2] Lucien Musset: Las invasiones. Nueva Clío. Barcelona 1982. Tomo I.

[3] René Fédou: El Estado en la Edad Media. EDAF Universitaria. 1977. P. 183.

[4] Marx: Formaciones económicas precapitalistas. Talleres Gráficos. Madrid 1967, p.  148.

[5] Karl Korsch: Karl Marx. Ariel. Barcelona 1975, p. 195.

[6] Marx: Formaciones económicas precapitalistas. Talleres Gráficos. Madrid 1967, p.  117.

[7] Marx: Formaciones económicas precapitalistas. Talleres Gráficos. Madrid 1967, p.  140.

[8] Marx: Formaciones económicas precapitalistas. Talleres Gráficos. Madrid 1967, p.  141.

colonizadores» afirma que «la guerra es, por tanto, una de las primeras ocupaciones de toda comunidad primitiva de este tipo, tanto para la conservación como para la adquisición de su propiedad»[1].

La burguesía rechaza horrorizada este rigor histórico confirmado por todas las investigaciones posteriores: la paz y la guerra son un continuo interactivo, en bucle, en el interior del proceso histórico. La burguesía rompe esta dialéctica y se reserva en exclusiva para sí misma el uso de la violencia, monopolizándola, exigiendo al pueblo expoliado que sea eterna y resignadamente pacifista. Sin embargo, Engels da la razón a Marx: «Para asegurar la paz internacional, es preciso primero eliminar todos los roces nacionales evitables, es preciso que cada pueblo sea independiente y señor de su casa»[2]. Estudiando las lecciones de las guerras napoleónicas, Engels dice: «…los inmensos recursos que extrae el país conquistado de la enérgica resistencia popular […] Entonces apareció, por fin, el reconocimiento oficial de esa guerra popular  […] a fin de prepararse para la lucha sagrada de la autodefensa, en la que todos los medios se justifican»[3].

En lo que concierne al papel de la violencia en la identidad de pueblos una vez que se ha asentado la propiedad privada de las fuerzas productivas, el materialismo histórico no descubre nada nuevo sino que se limita a destilar teóricamente la larguísima experiencia práctica. ¿Demuestran estas luchas defensivas de los pueblos, tan antiguas en la historia, la existencia de sentimientos nacionales precapitalistas? A. D. Smith sostiene que sí: utilizando el término «nacionalismo» con la lógica de Marx y Engels –también de Lenin- de conceptos amplios, incluyentes y flexibles,  afirma  que es la «resistencia colectiva a la dominación extranjera» lo que le permite demostrar que hititas, hurrios, persas, medos, fenicios, escitas, urartios, arameos, eramitas, kasitas, nubios, etc., eran pueblos con especificidad cultural y contigüidad territorial, y más aún, que la guerra de Adad-Nirari (911-891 a.C) contra los enemigos de Asiria era una guerra de «liberación nacional»[4]. A. D. Smith incluye la cultura y en territorio[5] en la identidad nacional precapitalista pero no podemos extendernos ahora en este brillante autor.

Desarrollando esta lógica F. Lara Peinado nos ofrece una descripción sintética tanto del estado de casi permanente  inseguridad política interna de los poderes sumerios, desde la sublevación de Sargón contra el rey legítimo Ur-Zababa, derrotándolo, como del estado de guerra casi permanente contra otros pueblos y también contra sus reiteradas sublevaciones por la opresión que sufrían, existiendo algunos especialmente fanáticos de su independencia y libertad como los misteriosos qutu: «un pueblo que no toleraba control alguno»[6]. Las luchas de las naciones precapitalistas, o grupos etno-nacionales por denominarlos de algún modo, para defender su libertad o para recuperarla no desaparecieron nunca del todo, y llegó un momento en el que jugaron un papel crucial. En otro texto diferente al antes citado, el mismo investigador afirma que: «Los movimientos de estos pueblos, unidos al malestar general de las ciudades sumerias, causado por las reformas acadias y por problemas religiosos que provocaron levantamientos

[1] Marx: Formaciones económicas precapitalistas. Talleres Gráficos. Madrid 1967, p.  141.

[2] Engels: El papel de la violencia en la historia. Obras Escogidas. Progreso. Moscú 1976. Tomo III, p. 397.

[3] Engels: «Los guerrilleros prusianos». Temas militares. Escuela Social. San Sebastián 1968, pp. 274-279.

[4] Anthony D. Smith: Las teorías del nacionalismo.  Península. Barcelona 1976, pp.  217 y ss.

[5] Anthony D. Smith: Las teorías del nacionalismo.  Península. Barcelona 1976, p. 228.

[6]  Federico Lara Peinado: «Mesopotamia». Historia de la Humanidad. Arlanza Ediciones. Madrid 2000. Tomo 3, p. 31.

independentistas (caso de Uruk con su IV dinastía) motivaron la definitiva caída del Imperio acadio»[1].

Aprendiendo de esta conflictividad, los poderes explotadores antiguos sabían perfectamente las conexiones entre identidad y defensa. Hablando sobre el imperio persa, N. Sekunda explica que:

«La mayoría de las naciones del imperio hacía tiempo que habían dejado de proporcionar instrucción militar a sus jóvenes, de acuerdo con la política persa. Tras la conquista de Lidia, por ejemplo, se anuló cualquier tipo de instrucción militar, y en muy poco tiempo los lidios perdieron todo espíritu de revuelta. Incluso en el caso de querer resistirse al imperio no hubieran sabido cómo hacerlo. Así pues, la mayoría de los mercenarios tendían a reclutarse de naciones que todavía permanecían “libres”. En la antigüedad esta palabra se podía usar casi como sinónimo de cualquier sociedad que proporcionara alguna forma de instrucción militar organizada a su juventud»[2].

Impedir que se sublevaran los pueblos invadidos y explotados fue siempre una preocupación de todos los imperialismos, como lo fue también movilizar sus recursos para aplastar definitivamente a las comunidades étnicas que se resistían tenazmente a ser ocupadas: Ph. Contamine narra cómo el 1 de noviembre de 673 el rey visigodo Wamba promulgó severos castigos contra quienes no habían contribuido al esfuerzo de guerra contra vascones y francos, castigos aplicables también a quienes se rebelaran dentro del reino[3]. Sigue explicando cómo desde el comienzo del siglo VIII las guerras permanentes entre musulmanes y cristianos en las «tierras de nadie» del norte de la península sirvieron para «modelar sus estructuras sociales»[4] a fin de defenderse de los invasores. Hacia el siglo XII las relaciones sociales existentes en las «montañas pirenaicas»[5], actual Catalunya, Aragón, Euskal Herria y Cantabria, facilitaron que fueran una de las tres zonas de Europa con más producción de mercenarios para la guerra, siendo las actuales Provenza y zonas de Flandes las otras dos.

 

Otros autores defienden la misma idea: «La guerra no es el origen de la nación, pero sí su catalizador»[6]. Sin extendernos en este particular, recordemos lo que dijo Maquiavelo: «Los suizos son muy libres porque disponen de armas propias», frase integrada en un largo análisis que no podemos citar aquí[7]. Por su parte R. Mousnier afirma que en los siglos XVI-XVII: «Las guerras irritaron el orgullo nacional»[8]. O «La identidad religiosa o nacional se forma también, o en todo caso se consolida, en el seno de un conflicto, de una oposición. El otro, y con un mayor motivo el adversario o el enemigo, crea la identidad»[9].

La interacción sinérgica de fuerzas contradictorias que influencian determinantemente en la actividad objetiva humana, no debe ser entendida nunca y en modo alguno con los dogmas del materialismo naturalista o «tecnológico»[10] a secas, y menos aún del tecnológico controlado y guiado por los intereses patriarcales, como muy bien denuncia R. Williams desarrollando una

[1] Federico Lara Peinado: La Civilización Sumeria. Historia 16. Madrid 1999, p. 78.

[2] Nick Sekunda: El ejército persa. 560-330 A.C. Ediciones del Prado. Madrid 1994, p. 23.

[3] Philippe Contamine: La guerra en la Edad Media. Nueva Clío. Barcelona 1984, p. 22.

[4] Philippe Contamine: La guerra en la Edad Media. Nueva Clío. Barcelona 1984, p. 70.

[5] Philippe Contamine: La guerra en la Edad Media. Nueva Clío. Barcelona 1984, p. 307.

[6] Hagen Schulze: Estado y nación en Europa. Crítica. Barcelona 1997, p.  99.

[7] Maquiavelo: El príncipe. Edit. Mexicanos Unidos. México 1979, pp. 105-117.

[8] Roland Mousnier: Los siglos XVI-XVII. En Destinolibro, nº 99, 1981, Vol. II, p. 485.

[9]  Jacques Le Goff: ¿Nación Europa en la Edad Media? Crítica. Barcelona 2003. P. 25.

[10] Francisco Herreros Vázquez: Hacia una reconstrucción del materialismo histórico. Istmo. Madrid 2005.  Págs.: 23-37.

crítica radical realizada desde el ágil uso de la dialéctica de las tendencias sociales opuestas en todo colectivo[1]. Al contrario, hay que huir de las explicaciones monocausales y estáticas, y estudiar la dinámica de las estructuras, sus principios, sus procesos y sus interacciones[2]; y simultáneamente hay que encontrar lo que identifica y une lo esencial en esas interacciones: «lo crucial es la forma en que se produce la plusvalía y se controla su uso, porque es la producción de una plusvalía la que permite a las sociedades crecer y cambiar»[3].

Para estudiar con rigor la forma en que se produce la plusvalía, es conveniente recordar en una primera aproximación cómo D. Ben Najun desarrolla en sus comentarios las tesis de Borojov, resumen así:

«Las condiciones de producción se dividen también en materiales y “espirituales”. Las materiales son “el territorio y todas las creaciones culturales y materiales del hombre”. De aquí se deduce que las condiciones materiales son en parte naturales, y en parte históricas “que se crearon durante el proceso productivo”, como los puertos, acueductos, ferrocarriles, etc. Dentro de las condiciones “espirituales” se incluyen: idioma, carácter, costumbres, usos, comprensión del mundo. La “compresión del mundo”, como condición de producción común, no tiene aquí el significado de una ideología particular –la cual necesariamente es expresión de una clase necesaria–, sino el de ese conjunto de sutiles matices de pensamiento y formas de expresión que forman parte de la cultura y de la idiosincrasia nacionales: “Entre los representantes del capital y del trabajo existe un fuerte vínculo técnico de lenguaje, y también una parte de similitud, en cierta medida, en la ideología; a pesar de que existe un antagonismo profundo entre la ideología del patrón y la ideología del obrero (Borojov)”»[4].

La contradicción antagónica entre los representantes del capital y el trabajo, entre la burguesía y el proletariado que es a lo que se refiere Lorenzo Espinosa al insistir en la necesidad de estudiar las violencias entre vascas y vascos, estructura el modo de producción capitalista y la totalidad de sus formaciones económico-sociales. De igual modo aunque con diferencias sustantivas, la contradicción entre señores y siervos, y amos y esclavos, estructuran a los modos de producción feudal y esclavista respectivamente; y en el interior de los tres y también con diferencias actúa la explotación de la fuerza de trabajo sexo-económica de la mujer[5]. Es llegado el momento, por tanto, de decir algo sobre el modo de producción:

«Un modo de producción es una estructura que expresa un tipo de realidad social total, puesto que engloba, en las relaciones a la vez cuantitativas y cualitativas, que se rigen todas en una interacción continua: 1) las reglas que presiden la obtención por el hombre de productos de la naturaleza y la distribución social de esos productos; 2) las reglas que presiden las relaciones de los hombres entre ellos, por medio de agrupaciones espontáneas o institucionalizadas; 3) las justificaciones intelectuales o míticas que dan de

[1] Rosalind Williams: «Las dimensiones políticas y feministas del determinismo tecnológico». En Historia y determinismo tecnológico. M. Roe Smith y L. Marx (eds.) Alianza Editorial Madrid 1996, pp.233-251.

[2] Pierre Vilar: El método histórico. Cuadernos Anagrama. Barcelona 1972, pp. 15-16.

[3] Susan Himmelweit: «Modo de producción». Diccionario del pensamiento marxista. T. Bottomore (dirt.) Tecnos. Madrid 1984, pp. 544-547.

[4] D. Ben Najun: La cuestión nacional en los escritos de Borojov. Ediciones Vascas. Donosita, p. 81.

[5] Kolitza: Marxismo y opresión de género. Respuesta a Jule Goikoetxea y Teresa Larruzea ( I, II y III) 29 de diciembre de 2017 www.borrokagaraia.wordpress.com

esas relaciones, con diversos grados de conciencia y de sistematización, los grupos que las organizan y se aprovechan de ellas, y que se imponen a los grupos subordinados»[1].

El paso de lo más abstracto del concepto de modo de producción a lo más concreto del concepto de formación económico-social, no puede darse con un salto en el vacío porque degeneraríamos en  el dogmatismo e idealismo. Aunque en la práctica diaria de nuestro pensamiento hacemos este salto con una naturalidad de la que no somos conscientes, en todo estudio teórico debemos emplear determinados instrumentos conceptuales que los faciliten ese tránsito de ida y vuelta permanente, en una espiral inacabable.  Gallissot utilizando  y apoyándose sobre el concepto de «modo de producción –referencia económica esencial y general», diferencia analíticamente cuatro conceptos que deben integrarse luego en la síntesis teórica superior y que nos permiten utilizar diferentes temporalidades y continuidades históricas: 1) la «formación económica», que proporciona la composición social de base; 2) la «formación socio-económica», que proporciona la evolución histórica de la base económica; 3) la «formación social», que introduce lo comunitario y lo nacional en lo socioeconómico, y 4) la «formación socio-política», que introduce las fuerzas políticas y sociales en lucha en el entero panorama descrito siempre móvil[2].

Cada una de estas formaciones tiene su propio «tiempo». La formación social, en la que Gallisot incluye lo nacional y comunitario y que conecta con la socio-económica, está también relacionada con la formación socio-política por razones obvias. Los tiempos de ambas formaciones dependen de muchos factores pero también pueden ser muy prolongados en la historia, sobre todo si tenemos en cuenta la importancia del complejo lingüístico-cultural en la larga pervivencia de los sentimientos colectivos. Sobre esta crucial cuestión P. Vilar ha destacado la interacción de prácticas como  «los modos del amor» y la gastronomía de los pueblos,  pero insistiendo en la lengua, ya que: «aparte de su valor caracterizador, puede aportar, al menos, tres niveles de continuidad: el temporal histórico, generalmente plurisecular; el espacial, que trasciende a veces compartimentaciones geográficas o políticas, y el social, por el que el curso social puede gozar de una cohesión etno-cultural por encima de las clases y frente a otras comunidades etno-lingüísticas»[3]. Fijémonos que dice que «al menos», o sea, que puede haber más de tres niveles de continuidad aportados por la lengua.

Sin duda, las formas de obtener placer sexual y afectivo, de cocinar, etc., nos introducen en la dialéctica entre la producción y la reproducción del proceso de obtención de plusvalía, o sea en la explotación de la fuerza de trabajo sexo-económica. En el neolítico, o sea con la propiedad privada y la guerra, la explotación ya era salvaje, obligándole a la mujer trabajadora a realizar las faenas más duras y peores para la salud[4], reservándose los hombres las mejores para ellos. Según nos detalla E. Reed:

 

«El infanticidio femenino se encuentra en el período de transición de la propiedad comunal a la propiedad privada. Bajo el antiguo sistema, la propiedad se había transmitido de madres a hijas, con la participación de los hermanos. Con el surgimiento del patriarcado y de la propiedad, esta línea de descendencia y de herencia materna y fraterna creó problemas; hasta que entraron en funcionamiento las leyes patriarcales y el poder del estado reforzó una línea de descendencia y de herencia permanente de padres a hijos. El patriarcado requería algo más que padres individuales que procuraran a sus “propios” hijos una línea continua de padres y de hijos por generaciones para asegurar tanto a la familia patriarcal como a la transmisión de la propiedad a través de la línea paterna. Por lo tanto,

[1] Pierre Vilar: Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Crítica. Barcelona 1980, p,  67.

[2] René Gallissot: «Contra el fetichismo». El concepto de “formación económico-social. PyP nº 39. México 1976, p. 177.

[3] Pierre Vilar: Historia, nación y nacionalismo. HIRU, 1998, pp. 49-50.

[4] Encarna Sanahuja Yll: La cotidianeidad en la prehistoria. Icaria. Barcelona 2007, pp. 117-118.

los hombres recurrieron incluso al asesinato de la hija para eliminar todo litigante materno (…) Los hombres, que siempre habían sido guerreros, tenían ahora las armas no sólo para apoderarse de la propiedad de otros hombres como botín, sino para dejar de lado a la herederas mujeres (…) Los términos “precio de boda” y “matrimonio por compra” se refieren a la práctica de intercambio de propiedades por una mujer en matrimonio»[1].

No debe extrañarnos, por tanto, el que en un documento tan decisivo como el Código de Hammurabi de alrededor del -1750, nada menos que 73 de las 282 leyes dictadas se centren en la regulación del matrimonio y de las prácticas sexuales; tampoco debe sorprendernos que con el incremento del poder patriarcal, en las leyes mesoasirias de aproximadamente el -1500 y el -1100, la proporción de leyes reguladoras de la vida completa de la mujer llegaran a ser algo más de la mitad del total»[2].

La transmisión de la propiedad mediante línea materna garantizaba de algún modo la propiedad comunal, por esto en lo básico sigue siendo cierta la tesis de Engels según la cual: «El derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo»[3]. Con el avance de la propiedad privada de la tierra y de la mujer, con la necesidad de más y más fuerza de trabajo llega al momento en el que el Deuteronomio (20,10-16) dice textualmente que los hebreos han de dar muerte a todos los adultos que han sobrevivido a la derrota, pero que hay que dejar con vida como esclavas a las mujeres e impúberes[4].

El Antiguo Testamento establece que la palabra de la mujer tiene valor sólo en la medida en que no es contradicha por su padre o marido, de ser así prevalecen las ideas masculinas. Una estimación crematística de mujeres y hombres establece 3 siclos para una recién nacida pero 5 para un recién nacido, 30 siclo para una mujer pero 50 siclos para un hombre. Según la costumbre romana, sólo los niños recibían nombres propios, mientras que las niñas sólo apellidos y un apodo[5]. Al poco, se crean las condiciones para que sean normales estas palabras atribuidas a Gengis-Kan: «El mayor placer es el de vencer al enemigo, expulsarle, sustraerle sus bienes, ver bañados en lágrimas a los seres que le son queridos, montar sus caballos, apretar en vuestros propios brazos a sus mujeres y sus hijas»[6].

Dos culturas tan diferentes como la puritana europea de la mitad del siglo XVII y la bantú africana de esa misma época trataban exactamente igual a las mujeres de pueblos bosquimanos y pigmeos. En efecto, mientras que los invasores europeos avanzaban desde el sur, desde las tierras de ciudad El Cabo, fundada en 1652, los bantúes avanzaban desde sus tierras del norte hacia las del sur, y en el medio se encontraban los pigmeos y bosquimanos, cogidos entre dos invasores sin escrúpulos pues «unos y otros daban muerte a los hombres y se quedaban con las mujeres»[7]. Todavía a los esclavistas europeos y a los bantúes no les interesaban los hombres, pero sí necesitaban ese especial «instrumento de producción» que es la mujer, por lo que la dejaban viva para explotarla mientras mataban a los hombres. Los pueblos bosquimanos y

[1] Evelyn Reed: La evolución de la mujer. Fontamara. Barcelona 1980, pp. 291-292.

[2] Pepe Rodríguez: Dios nació mujer. Ediciones B. Barcelona 1999.  Pág.: 298.

[3] Engels: El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado. Obras Escogidas, Progreso Moscú 1976, Tomo III, p.  246.

[4] Juan Vernet Ginés: Los Orígenes del Islam. Albor. Madrid 2005, p. 70.

[5] Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser: Historia de las mujeres. Crítica. Barcelona 1991 Tomo I. p. 43

[6] Emile Wanty: La Historia de la Humanidad a través de las guerras. Alfaguara. Madrid 1972. Tomo I. p.  69.

[7] Rafael Sánchez Mantero: «La civilización africana». El Siglo XIX. Historia de la Humanidad. Arlanza Ediciones. Madrid 2001. Tomo 25, p.  126

pigmeos sufrían una opresión nacional a manos de dos potencias imperialistas para quitarles sus tierras y esclavizar a sus mujeres, asesinando a sus hombres.

Que existe una continuidad esencial de fondo entre el patriarcado del neolítico y el capitalista queda demostrado por el hecho de que tanto entonces como ahora la mujer es un «instrumento de producción» según hemos visto rápidamente. En el neolítico en propiedad de los hombres de la clase dominante en formación y en el capitalismo, en propiedad del hombre burgués, como sostienen Marx y Engels[1]. Al ser un instrumento de producción que en el capitalismo posee cualidades nuevas, inexistentes en los modos de producción anteriores, la mujer trabajadora sea o no asalariada en la fábrica cumple una tarea decisiva en la producción y reproducción de la fuerza de trabajo y de la ganancia. H. Cleaver sostiene que es en el Libro II de El Capital en donde Marx resuelve el problema del tránsito de la fábrica industrial a la fábrica social, y por tanto el papel no sólo de la clase obrera industrial sino de toda la fuerza social de trabajo a escala mundial, las mujeres, el campesinado, las naciones y grupos étnicos oprimidos, etcétera en la reproducción ampliada del capital «como control social», y muy especialmente en sus crisis[2].

Estamos ahora en buenas condiciones para hacernos una idea de la dialéctica entre el desarrollo económico-político y la historia de las naciones y pueblos que lo sufrieron y sufren. Lo mejor es leer a Marx:

«La forma económica específica en que se arranca al productor directo el trabajo sobrante no retribuido determina la relación de señorío y servidumbre tal como brota directamente de la producción y repercute, a su vez, de un modo determinante sobre ella. Y esto sirve luego de base a toda la estructura de la comunidad económica, derivada a su vez de las relaciones de producción y con ello, al mismo tiempo, su forma política específica. La relación directa existente entre los propietarios de las condiciones de producción y los productores directos  –relación cuya forma corresponde siempre de un modo natural a una determinada fase de desarrollo del tipo de trabajo y, por tanto, a su capacidad productiva social–  es la que nos revela el secreto más recóndito,  la base oculta de toda construcción social y también, por consiguiente, de la forma política de la relación de soberanía y dependencia, en una palabra, de cada forma específica de Estado. Lo cual no impide que la misma base económica –las misma, en cuanto a sus condiciones fundamentales–  pueda mostrar en su modo de manifestarse infinitas variaciones y gradaciones debidas a distintas e innumerables circunstancias empíricas, condiciones naturales, factores étnicos, influencias históricas que actúan desde el exterior, etc., variaciones y gradaciones que sólo pueden comprenderse mediante el análisis de estas circunstancias empíricamente dadas»[3].

Por tanto, los análisis concretos de circunstancias empíricamente dadas deben tener en cuenta también los «factores étnicos» que perviven desde el pasado y que intervienen en el interior de los acontecimientos, así como las influencias exteriores, etc. En el plano teórico-general del materialismo histórico, Engels lo sintetiza así:

«Por relaciones económicas, en las que nosotros vemos la base determinante de la historia de la sociedad, entendemos el modo cómo los hombres de una determinada sociedad producen el sustento para su vida y cambian entre sí los productos (en la medida en que rige la división del trabajo). Por tanto, toda la técnica de la producción y del transporte va incluida aquí. Esta técnica determina también, según nuestro modo de ver, el régimen de

[1] Marx y Engels: Manifiesto del Partido Comunista. Obras Escogidas. Progreso. Moscú 1978, Tomo I, p. 126.

[2] Harry Cleaver: Una lectura política de El Capital. FCE. México 1985, pp. 157 y ss.

[3] Marx: El Capital. FCE. México 1973.Vol. III, p 733.

cambio, así como la distribución de los productos, y por tanto, después de la disolución de las sociedades gentilicias, la división en clases también, y por consiguiente, las relaciones de dominación y sojuzgamiento, y con ello, el Estado, la Política, el Derecho, etc. Además, entre las relaciones económicas se incluyen también la base geográfica sobre la que aquellas se desarrollan y los vestigios efectivamente legados por anteriores fases económicas de desarrollo que se han mantenido en pie, muchas veces sólo por la tradición y la vis inertiae, y también, naturalmente, el medio ambiente que rodea a toda forma de sociedad (…) Nosotros vemos en las condiciones económicas lo que condiciona en última instancia el desarrollo histórico. Pero la raza es, de suyo, una factor económico»[1].

El políglota y polivalente Engels tenía el apodo de El General por sus profundos conocimientos militares, cualidad que debieran cumplir todos los comunistas.  Estudiando con el método brevemente sintetizado arriba la historia de Argelia cuya resistencia desde 1830 en adelante impresionó tanto a tantos, escribió esto:

«Las tribus de árabes y cabilas, que estiman la independencia como un tesoro y para quienes el odio a la dominación extranjera está muy por encima de su propia vida, son aplastadas y reprimidas mediante feroces incursiones durante las cuales se queman y destruyen sus casas y enseres, se arruinan sus cosechas, y los infelices sobrevivientes son exterminados o sometidos a todos los horrores del libertinaje y la crueldad”[2].

Imaginamos a qué se refería Engels al hablar de los horrores del libertinaje, y él mismo nos aporta casos de espeluznante crueldad francesa, todo lo cual no logra, empero, acabar con la resistencia argelina que, veintisiete años después, sólo ha perdido la estrecha franja costera y ciudades importantes: «Las tribus siguen luchando por su independencia, odian al régimen francés, y el feroz sistema de las incursiones se practica aún (…) las incesantes rebeliones prueban cuan precaria es la dominación francesa»[3]. Pero en esta desesperada guerra de resistencia, el pueblo insurrecto apenas tuvo el apoyo de las clases ricas ya que «Los musulmanes conservadores de África del norte apenas prestaron apoyo a la insurrección»[4].

La unidad entre la lucha de liberación y la lucha de clases también se dio en la heroica y larga resistencia del pueblo trabajador argelino a la ocupación francesa. La sangrienta guerra de 1954-62 que dio la independencia a Argelia no hubiera terminado en victoria sin la resistencia iniciada en 1830. De Vietnam debemos decir lo mismo, y también tenemos que destacar algo silenciado por la historiografía oficial como es la participación de las mujeres en la resistencia y en la lucha armada, desde la sublevación nacional contra los chinos en una etapa tan temprana como los años +40-43, dirigida por las hermanas Trung[5], hasta su participación en las guerras de liberación nacional y social del siglo XX. La tendencia de las clases dominantes vietnamitas tanto a privatizar en su beneficio las tierras comunales supervivientes de modos precapitalistas de producción, como a aliarse y hasta salir en defensa del ocupante, se mantuvo apenas sin excepciones durante estos largos siglos de resistencia soterrada o guerras abiertas. Ca Van Thinh dice que desde la invasión francesa de 1858:

«La monarquía vietnamita, más ansiosa de guardar sus privilegios que de salvaguardar la independencia nacional, habría de abandonar, trozo a trozo, su soberanía, para aceptar, en 1884, el protectorado francés. Esta traición de los feudales, la sintió amargamente el

[1] Engels a W. Borgius de 25 de enero de 1894. Obras Escogidas. Progreso. Moscú 1978, Tomo III., pp. 530-532.

[2] Engels: «Argelia». Sobre el colonialismo. PyP. Argentina 1973. Nº 37, p,  155.

[3] Engels: «Argelia». Sobre el colonialismo. PyP. Argentina 1973. Nº 37, p,  158.

[4] Peter Partner: El Dios de las batallas. Oberón Madrid 2004, p. 202.

[5] AA.VV: «Asia y África negra (siglos V al XV)». Historia Universal. Salvat. Madrid 2004. Tomo 12, p.  257.

pueblo vietnamita, para el que la realeza había constituido durante siglos el símbolo de la unidad y de la independencia nacional. Desde 1859, tras los primeros desbaratamientos del ejército real, la población de Nambo se levantó para contraatacar al invasor, haciendo suya la lucha por la independencia. La orden de la Corte de hacer la paz con los franceses no fue respetada; por todas partes se formaban cuerpos de voluntarios, organizaciones patrióticas para la constitución de guerrillas, que durarían una veintena de años»[1].

Es obvio que Lorenzo Espinosa tiene toda la razón cuando exige a los historiadores, sociólogos, politólogos… un mínimo de conocimiento de la historia, de la lucha de clases en los pueblos y de las reivindicaciones nacionales. Pero el potencial teórico de su planteamiento desborda la forma de esa exigencia para presentar un fondo en el que la historia, el pasado, es una fuerza activa en el presente: de aquí la importancia política actual y futura de estudiarla. En efecto, desde esta perspectiva, componentes de lo tradicional, de la vis inertiae se subsumen en el presente para construir el futuro. Uno de los marxistas que más ha profundizado en estas cuestiones, como es P. Vilar, no tiene ningún reparo en recurrir a la dialéctica de lo nuevo y de lo tradicional en lo nacional, con el siguiente ejemplo:

«La aparición, en un movimiento nacionalista, de una izquierda revolucionaria, es un hecho nuevo, notable, pero también tradicional. En definitiva, “Euskadi ta askatasuna” es pariente de “Visca la terra i mori el mal govern”. Hay momentos en que la lucha de clases y las luchas de grupos llegan a juntarse»[2].

[1] Ca Van Thinh: «La literatura patriótica en Nambo hacia 1860-170». Literatura y liberación nacional en Vietnam del Sur. AA.VV. Equipo Editorial, San Sebastián, 1968, p. 20.

[2] Pierre Vilar: Hidalgos, amotinados y guerrilleros. Crítica, Barcelona, 1999, p.  268.

5- LA NEGACION RADICAL Y LA AFIRMACION REVOLUCIONARIA

Lorenzo Espinosa se refiere varias veces a la Koordinadora Abertzale Socialista y a la Alternativa táctica de KAS. Pensamos nosotros que vuelve a tener razón porque, a nuestro entender, si la historia vasca no se rinde es precisamente al potencial heurístico que contenía la Alternativa KAS y que no pudo ser desarrollado por varias razones destacando de entre ellas el efecto retardatario de la represión, las discusiones internas y en especial su abandono y sustitución por la Alternativa Democrática en abril de 1995, momento en el que se inicia el lento abandono de la estrategia revolucionaria.

Antes de explicar qué se entiende por largo V Biltzar, es necesario poner en contexto la dinámica de las contradicciones que lo hicieron surgir ya que si nos limitamos a una descripción lineal y formalista, dominante en los zoquetes fundidos a molde sobre los cincuenta años de ETA, no entenderemos nada de nada.

En la década de los ’50 la lucha de clases en su forma sindical y en su forma política se activaba lentamente al calor de cambios profundos e imparables a pesar de las maniobras franquistas: las huelgas de 1956 mostraron esas transformaciones de modo que desde 1959 existía «un panorama en ebullición»[1]. Lo que entonces sucedió en Euskal Herria puede entenderse recordando las palabras de J. Gould y de P. Vilar. El primero explica que los científicos refutan las ideas más antiguas «a la luz de una visión diferente de la naturaleza de las cosas»[2]. P. Vilar, por su parte, sostiene básicamente lo mismo: « (…) una teoría científica es una visión global y provisional de la realidad, que se modifica, o mejor se enriquece cuando ha agotado sus efectos [1] Joserra Bustillo: «Represión franquista, luchas obreras y nuevos tiempos (1940-1990)», Nuestro mayo rojo. Txalaparta, Tafalla 2014, pp. 445-460.

[2] J. Gould: La falsa medida del hombre, Crítica, Barcelona 2007. p. 458.

por su avance práctico, y cuando choca, en la realidad, con un aspecto desconocido»[1]. En el caso vasco, como en cualquier otro realizado en un contexto de lucha popular clandestina contra un cruel dictadura, no hubo «científicos», al menos en el sentido oficial, de «ciencia normal», que refutaron los dogmas políticos existentes hasta entonces sino, en realidad, cientos de jóvenes militantes que estudiaban su contexto nacional y de clase con otra luz diferente a la que entonces dominaba en la oposición clandestina. Aquellos jóvenes comprendieron que habían topado con un aspecto desconocido para las fuerzas clandestinas, pero sí conocido para la juventud.

Es precisamente a estas cuestiones planteadas por las dos citas anteriores, a lo que responde de manera directa el Zutik! 44 de enero de 1967:

«Desde hace unos años se está produciendo en la juventud, una toma de conciencia más amplia y profunda.  Amplios  sectores de la sociedad, principalmente la juventud, van DESCUBRIENDO que el pueblo vasco está oprimido. Es más, se dan cuenta que las soluciones que se ofrecen, no son, en su casi totalidad, SOLUCIONES REALES Y EFECTIVAS, para el pueblo vasco. O sea, SABEN que el pueblo vasco está oprimido y RECONOCEN que ciertas soluciones o son inoperantes, o son objetivamente traidoras a la causa del pueblo vasco.

«Han descubierto que la Euzkadi oprimida “no marchaba” tras su liberación. Se abstuvieron de lloriqueos infantiles. Abandonaron la patriotería barata y cómoda.

«Se hurgó en los conceptos y en las realidades de nuestra nación. Se busca a Euzkadi con una lámpara y No se la encuentra, a simple vista. Euzkadi NO existe realmente. NO EXISTE en los medios tradicionales abertzales. Y es que otra generación estaba despertando. Una generación que no ha podido ser ASESINADA por la opresión del imperialismo hispano-francés.  Una generación que, al propio tiempo, intentaba escaparse de las redes de la opresión burguesa, una generación que renegaba de las formas de vida que el capitalismo-burgués le ofrecía»[2].

  1. Vilar y J. Gould escribieron las palabras citadas desconociendo el Zutik! Nº 44, pero dieron en el clavo porque centraron el debate sobre la praxis, sobre la teoría del conocimiento y en especial en la teoría del concepto como elemento clave para descubrir realidad de la nación vasca, y en síntesis, sobre la acción revolucionaria en aquellos puntos aparecidos en el Zutik! Nº 44: luz, sabiduría, descubrimiento de lo real en sus contradicciones y aspectos desconocidos hasta entonces, agotamiento del pensamiento y de las soluciones anteriores, etcétera. Ambos tratan sobre la crisis del pensar caducado, superado por la evolución de la realidad, incapaz de responder a los nuevos retos y necesidades aparecidas en lo real. La juventud independentista buceó desde la apariencia a la esencia para descubrir la realidad negada, ocultada, tergiversada, una realidad total a la que se enfrentarían totalmente. Para luchar contra la opresión primero hay que descubrir esta opresión absoluta, hay que conocer las «cadenas radicales» y romperlas radicalmente. Pero llegar a conocerlo así, a aprehenderlo praxísticamente exige del criterio de ciencia elaborado por el marxismo[3] tras poner a Hegel sobre sus pies.

[1]  P. Vilar: «Marxismo e historia en el desarrollo de las ciencias humanas», Crecimiento y desarrollo, Crítica. Barcelona 2001.  p. 305.

[2] Zutik! Nº 44, Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 7, p. 127.

[3] M. Lebowitz: «Siguiendo a Hegel: La ciencia de Marx» Marx Ahora, La Habana, No. 21, 2006, pp. 41-53.

Pero ¿qué es la realidad? La juventud no tenía acceso a muchos textos políticos, más bien a muy pocos, pero a aquella juventud no le hubiera sorprendido nada la definición de realidad dada por J. Rancière: «Lo real es algo de lo que no se puede escapar», y tampoco se hubiera sorprendido de estas otras palabras del filósofo marxista: «La fuerza política verdadera es una fuerza que tiene que crear, de algún modo, su propia temporalidad. La cual no es una temporalidad del Estado o de las elecciones, sino que significa, también, que tengan sus propias formas de discusión, información y formación»[1]. No les hubieran sorprendido porque sabía que no podían escaparse de la realidad vasca porque ella, la juventud, era la parte cualitativa de esa realidad, y porque sólo ella empezaba a crear su propia temporalidad, sus propios debates, rompiendo con el tiempo explotador y con su ideología, rompiendo a la vez con tiempo de la pasividad, que es un no-tiempo, sino la quietud en medio las opresiones.

Precisamente esto es lo que hicieron sectores cualitativos de la juventud. Hurgaron en los conceptos mediante la práctica radical. Superaron el método dogmatizado y muerto la mera reflexión intelectual y «descubrieron» la realidad como una totalidad cruda, oculta bajo el silencio, la mentira y el miedo; «descubrieron» que vivían nacionalmente oprimidos, que ya no servían las soluciones políticas entonces existentes, «reconocieron» y «supieron» que muchas de esas supuestas soluciones políticas a la opresión eran también traidoras a la lucha de liberación que querían iniciar. Penetraron en las contradicciones con la praxis y empezaron a sacarlas a la luz pública.

Cuando este Zutik! afirma que «se hurgó en los conceptos» debemos entender que fue un trabajo intelectual que, como veremos, partía del principio de la negación dialéctica, en el que prácticamente se estudió el grueso de las corrientes teórico-políticas mundiales del momento, incluidos textos de especialistas contrarrevolucionarios del imperialismo; F. Letamendia nos ha dejado una descripción adecuada de esta dinámica tanto en los «años del silencio»[2] del principio como después, hasta el V Biltzar. Un esfuerzo que fue superando la ignorancia social establecida por el imperialismo hispano-francés. Por ignorancia no debemos entender el simple desconocimiento de las causas de los procesos reales, sino algo más profundo y destructor: a saber: «La ignorancia  no es la ausencia pasiva de información sino una mezcla formada por datos, datos incompletos, datos acerca de cosas irrelevantes, expectativas irrealistas, conocimiento fragmentado, categorías rígidas así como dicotomías erróneas»[3]. En este sentido decisivo, aquella ETA fue una permanente lucha contra la ignorancia.

Fue esta juventud organizada en EKIN la que, sin apenas saberlo, practicó los rudimentos de la teoría marxista de la organización, acertando empíricamente por la propia objetividad de la opresión nacional. Leamos lo que se dice en un documento de 1968 en el que se narra el origen del origen de ETA:

«En 1952 un grupo de estudiantes de Guipuzcoa y Bizkaia se reúnen en Bilbao. Absolutamente solos sin ningún apoyo, sin ninguna ayuda, se plantean el problema vasco. (…) Y desde esta primera charla se exigen unos métodos de seguridad (incógnito, puntualidad, trabajo metódico, etc.) que hoy nos parece el ABC de la organización clandestina, pero que entonces eran radicalmente nuevos en los ambientes abertzales y no solamente en los juveniles.

Desde los primeros tiempos se comenzó a redactar un órgano interno “EKIN” (padre del KEMEN actual) para uso exclusivo de los militantes que se confeccionaba también a

[1] H. Bilbao e Ivanna Sota: «Jacques Rancière: “Lo real es algo de lo que no se puede escapar”».  23-12-2012 www.rebelion.org

[2]  F. Letamendia: Historia del nacionalismo vasco y de ETA. R&B, 1994, Tomo I, pp. 249-323

[3] R. Levins, «Cuando la ciencia nos falla»  Marx Ahora,  La Habana Cuba  N.º 11/2001 p. 138

máquina. Por eso al principio se nos conoció “como los de EKIN” y después simplemente como EKIN. Durante los primeros cuatro años, nuestra actividad fue totalmente cerrada, de pura formación, sin ninguna propaganda y menos aún, sin ninguna acción. Nuestra actividad se centraba en crear grupos y más grupos (abiertos y cerrados) con una doble misión: 1) formación intelectual de los miembros de la organización; 2) comienzo de la creación de las bases de un movimiento vasco verdaderamente clandestino»[1].

Podemos resumir en cinco puntos los rudimentos de la teoría de la organización que aparecen en el párrafo citado: el origen de clase de los primeros militantes, es decir, el debate sobre el «origen exterior de la conciencia revolucionaria»; la importancia de la clandestinidad; la importancia de un órgano central de lucha teórico-política; la importancia de la formación teórica y política; y la importancia del trabajo estratégicamente planificado. Iremos viendo cómo EKIN acertó de pleno en lo básico de la teoría marxista aunque lo hiciera en sus embriones, y cómo la evolución posterior de las formas tácticas organizativas desarrolló y adaptaron estos puntos a la realidad vasca cambiante. Sin duda este fue uno de los grandes logros del decisivo proceso histórico que aquí definimos como V Biltzar. Logro porque la base que recorre los cinco puntos no es otra que la teoría de la organización como instrumento decisivo para la existencia de la conciencia política teóricamente asentada.

Poco después en otro documento en el que se expone brevemente el por qué, el para qué y el cómo de la revolución vasca, y tras explicarse tres normas básicas de la práctica militante  –formación, disciplina y clandestinidad–  se argumentan cinco razones que demuestran la necesidad de la conciencia política, de la «politización» del militante: porque la no politización hace la «cabeza inmóvil y dura como las rocas»; porque la no politización crea «militantes-veletas” que se dejan llevar por cualquier idea; porque la no politización incapacita al militante para pasar buena información a la dirección; porque la no politización frena la iniciativa ya que impide la formación, y “la formación nos da objetividad en grandes dosis”; y porque “el militante no politizado es mucho más peligroso que el politizado en las caídas y en los interrogatorios”. En síntesis, concluye el texto: “LA RESPIRACIÓN ES AL HOMBRE  COMO LA POLITIZACIÓN ES AL MILITANTE” [2].

La politización en la vida cotidiana es parte de la desalienación y por tanto de la praxis. En otro texto posterior podemos leer una profundización de esta filosofía de la praxis:

«ETA pretende la liberación integral del hombre vasco, pero hoy en día, al hacerse parte de los trabajadores y servir a sus intereses, ETA sabe que esa liberación integral pasa por la lucha de clases y el triunfo de la revolución comunista. Sólo así la independencia nacional toma su verdadero carácter liberador»[3]

Sin profundizar ahora mucho en el enriquecimiento teórico del V Biltzar en lo que concierne a la teoría del partido, sí debemos detenernos en el Zutik! N. º 65 de 1975, en el que, de nuevo,  se confirma el marxismo profundo del V Biltzar en esta cuestión, o sea, integrar la teoría del partido dentro de la teoría de la revolución como práctica presente, como táctica cotidiana y no sólo como estrategia a largo plazo. Efectivamente, en este Zutik! se debate con la corriente p-m sobre cómo ha de ser la organización atendiendo, antes que nada, a la previa definición del proceso revolucionario en el contexto de la época. O sea, primero hay que definir el «frente antioligárquico» que ha de aglutinar a la mayor cantidad posible de fuerzas democráticas, progresistas y revolucionarias que se oponen a la dictadura de la oligarquía franquista, y después ha de caracterizarse la organización que debe impulsarlo, y no a la inversa. Es muy significativo que la primera condición del partido revolucionario ha de ser la de poseer una teoría asentada en el materialismo dialéctico[4].

Aquí, el V Biltzar vuelve a coincidir en lo determinante con la teoría marxista en su esencia pura, sintetizada así por L. Magri en su célebre y necesario texto: «Que el problema de la organización de un partido revolucionario –decía Marx—sólo puede abordarse a partir de una teoría de la revolución», y por tanto, ha de mantenerse siempre una permanente interacción entre la teoría y la práctica, «nunca pueden fijarse dogmáticamente» exigiendo siempre una reelaboración continua y un desarrollo permanente[5]. Pero el V Biltzar también es leninista, si por tal entendemos lo que explica Mandel acerca de que Lenin basa su teoría-base de la organización en tres teorías concretas: que el proceso revolucionario se reactivará temprano o tarde, y hay que prepararse para ello, para impulsarlo hasta el final; que la conciencia revolucionaria se desarrolla de forma discontinua y contradictoria y hay que mejorarla permanentemente; y que el marxismo fusiona el método científico de pensar con la práctica de la lucha de clases mediante la praxis paciente de la organización revolucionaria[6].

En este contexto, la juventud que era el sujeto consciente del V Biltzar como proceso, desarrolló otra cualidad inestimable e imprescindible que ahora podemos definir como el principio dialéctico de la negatividad absoluta, es decir, del potencial creativo de lo nuevo que existe en la crítica radical de lo viejo, de la opresión. El V Biltzar como proceso se sustentó en una filosofía de la praxis basada en términos como «negación de la negación», «negación total», «liberación integral», «concepto», «enajenación», «práctica», etcétera,  términos, formas de lenguaje y por tanto de pensar y revolucionar la realidad partiendo del «poder de la negatividad», que se expresa con estas palabras que entonces hubiera firmado cualquier militante de ETA:

«Queremos comenzar inmediatamente, tanto con las masas en movimiento como con la autodeterminación de la idea, para enfatizar que existe un proceso dialéctico único, tanto en el pensamiento como en la actividad; y este proceso dialéctico único es el método absoluto, es decir, el método dialéctico de la revolución, ya sea en el pensamiento como en el hecho, tras los cuales nosotros andamos»[7]

Una idea muy exacta de lo que en la práctica supone la negación total de una realidad opresora,  la encontramos en la respuesta a la pregunta sobre «¿Qué es el Nacionalismo Revolucionario?» que se recoge en el Apéndice primero de las Actas de la segunda sesión de la V Asamblea, dice así: «La Liberación Nacional del Pueblo Vasco es la liberación integral del Pueblo y del hombre vasco; es la negación total de una realidad actual opresora. Esa negación total sólo la puede efectuar el Pueblo Trabajador Vasco a través de su situación de clase explotada. Por eso, la lucha nacional del Pueblo Vasco es una afirmación socialista (Nacionalismo Revolucionario)»[8].

Profundizando en esta concepción dialéctica de la negación y de la afirmación es en el mismo Zutik! 44, en donde se explica que además de la explotación de clase también existe «la enajenación de una nacionalidad en otras dos dominantes», la enajenación del Pueblo Vasco en el español y francés, lo que determina que la lucha de liberación no es exclusivamente contra el franquismo sino también contra «cualquier imperialismo español post-franquista». Esta realidad enajenada hace que ninguna democracia burguesa pueda resolver la opresión nacional y social

[1] «Introducción», Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 7, p. 270.

[2] «Boletín Interno», Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 7, pp. 326-329.

[3] «El proletariado vasco y la lucha de liberación nacional». », Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 15, p, 139.

[4]Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 16, pp. 102-104.

[5] L. Magri: Problemas de la teoría marxista del partido, Anagrama, Barcelona 1975, p.21.

[6] E. Mandel: La teoría leninista de la organización, Era, 1974, pp. 7-8.

[7] Raya Dunayevskaya. «Hegel, Marx, Lenin, Fanon y la dialéctica de la liberación en la actualidad». El poder de la negatividad. Escritos sobre la dialéctica en Hegel y Marx. Editorial Biblos, Buenos Aires 2010, p. 237.

[8] «V. Asamblea Nacional de ETA 2. Sesión (Actas)». Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 7, p. 90.

vasca, ya que seguirá existiendo una «necesidad específica y urgente de socialismo para nuestro pueblo»[1].

Igualmente,  en «El pueblo trabajador vasco, punto de partida de nuestra lucha» se hace una reflexión central para el tema decisivo que ahora mismo tratamos, el de la negación de la negación. Tras explicar que hay que romper los mitos y falsedades sobre el movimiento nacional vasco insistiendo en que el núcleo del problema y de la solución radica en la dialéctica entre liberación de clase y liberación nacional, se añade que: «Nuestra respuesta no podrá ser otra que la negación de esa negación; esto es, la afirmación de nuestra personalidad de trabajadores vascos: la práctica de la Revolución Socialista Vasca». Dicho esto, el texto prosigue desarrollando otro concepto insustituible, el de «conciencia nacional de clase»[2].

Sin poder hacer ahora un pormenorizado rastreo del empleo de la ley de la negación de la negación por ETA en estos años, sí debemos citar, al menos, uno de importancia clave para entender aquél momento y sobre todo para el actual. Nos referimos al empleo de la dialéctica de la negación de la negación[3] en el análisis crítico que el V Biltzar hace de la VI Asamblea no reconocida oficialmente  –escisión de ETA que se dividiría en dos sectores, uno de los cuales se haría trotskista–. La crítica viene a decir que, tras la escisión, el sector de «los milis» o continuadores de la V Asamblea y contrarios a la VI Asamblea, fue capaz de ir aumentando su fuerza e implantación de masas, hasta dar el salto cualitativo entre otras cosas con una acción armada decisiva, el arresto del cónsul alemán en Donostia, y después, y gracias a la negación de la negación, llegar a ser la organización revolucionaria decisiva en Euskal Herria.

Poco después en el mismo Hautsi se asume el principio fundamental del materialismo dialéctico según el cual «La verdad es siempre revolucionaria»[4] sobre el que luego volveremos porque su negación fue un claro síntoma de que ruptura interna. Ahora debemos decir que en junio de 1974, un año después de este Heutsi, el V Biltzar profundizó todavía más en la ley de la negación de la negación:

«En las condiciones actuales, lo que caracteriza la lucha revolucionaria en Euskadi es sobre todo, no el enemigo y su poder político, sino su contrario: esto es, nuestro pueblo definido a través de una alternativa concreta. Es decir, la contradicción viene determinada, viene caracterizada (y con ella, la estrategia) por la afirmación creciente del término nuevo, esto es, en nuestro caso, el Estado Socialista Vasco. Hoy ya no nos definimos de forma negativa (contra la Oligarquía española) sino positiva (por un Estado Socialista Vasco). La destrucción del régimen franquista, antes caracterizador de la contradicción y por ello determinante de su contenido y de la estrategia consiguiente, se subordina políticamente a la configuración de una alternativa para nuestro pueblo, alternativa que ETA materializa a través del Estado Socialista Vasco. Es decir: el contenido de la contradicción (y por ende, de la estrategia) ha pasado de ser fundamentalmente anti-franquista (es decir, definido a través del enemigo común y por ello necesitado de una estrategia única y centralizada) a caracterizarse por las alternativas a dar (en nuestro caso, independencia y por lo tanto diferenciada)»[5].

La primera negación era la lucha anti-franquista, la lucha contra la forma inmediata y pública de la dominación española, era una lucha negativa, que rechazaba una realidad pero que no presentaba un modelo alternativo, una estrategia de futuro. Una exposición lacónica y lapidaria de la primera parte de la ley de la negación de la negación, o sea de la negación inicial, nos la ofrece ETA en su análisis del papel del llamado «Juancarlismo» en el contexto social y político de 1975: «Nosotros no tememos el desorden porque únicamente destruyendo el actual orden oligárquico español podremos instaurar un orden popular vasco»[6]. Se trata del primer momento del principio dialéctico la «negatividad absoluta» que luego veremos. La segunda negación es ya esa estrategia positiva, de futuro, la del Estado Socialista Vasco. La dialéctica entre la primera negación y la segunda queda demostrada por el hecho de que: «La sociedad del futuro viene prefigurada por el contenido de las luchas actuales»[7], de manera que el presente ayuda a prefigurar el futuro, lo condiciona en cierta forma ya que el medio adelanta aspectos del fin buscado con ese medio. Durante este proceso de negación de la negación, de «saltos dialécticos» y de «cambios cualitativos»[8], es en donde adquiere sentido este párrafo:

«Un revolucionario no debe limitarse a explotar las contradicciones y las posibilidades que una situación concreta presente. Debe además de ello tratar conscientemente de crear fenómenos nuevos, debe conscientemente esforzarse por alterar y acelerar el contexto para precipitar situaciones revolucionarias»[9].

Muy significativamente, la negación de este principio fue uno de los detonantes del inicio de la escisión entre ETA y la corriente P M, una de cuyas sub corrientes derivaría más tarde al reformismo y hasta el colaboracionismo más escandaloso con la represión antivasca. Recordemos que el 13 de septiembre de 1974 un comando de ETA puso una bomba en la cafetería Rolando, de Madrid. Tras una áspera discusión interna, la dirección decidió negar su autoría y en un primer comunicado del 15 de septiembre la niega explícitamente, pero termina con un párrafo ambiguo que da pie a cualquier interpretación[10]; sin embargo, en un comunicado del día 17 de ese mes no da pie ya a ninguna ambigüedad calculada[11]. No es este el momento para extendernos en la siempre necesaria exposición de la teoría marxista de la violencia[12], en especial de sus apartados sobre el mal menor necesario, los fines y los medios, y la ética.

Como vemos, la lógica hegeliana y marxista, sin más precisiones ahora, de ascenso de la primera negación a la afirmación cualitativamente superior y nueva mediante la segunda negación, esta lógica, aparece aquí nítidamente expuesta: el V Biltzar rechaza esencialmente la totalidad opresora, la rechaza en su negatividad básica y objetiva, sin concesiones, y a la vez, sin perder un segundo, sino en la misma argumentación, afirma que el sujeto que puede superar la negación total es el Pueblo Trabajador Vasco: aquí tenemos la segunda negación o negación  de la negación expresada en el sujeto positivo que conscientemente se enfrenta la opresión, superándola. La nueva realidad histórica, es decir, la liberación integral de Euskal Herria, nacional y de clase  –todavía no se argumenta la liberación de sexo-género–, llegará como resultado de esa negación de la negación.

Sabemos que la dialéctica es incompatible con la ideología. No debe por tanto sorprendernos la insistencia que hace el V Biltzar como proceso sobre lo que es la ideología y que efectos negativos tiene. En el Informe Verde Revisado se lee esta definición de Ideología: « (Toda ideología es alienación. El fin del socialismo es precisamente la desaparición de todas las ideologías-alienaciones. Por tanto hablar de ideología socialista es una contradicción. No obstante, para una mejor comprensión utilizaremos el término “ideología” en lugar del correcto que sería “teoría revolucionaria”)»[13]. Poco tiempo más tarde se escriben unos «puntos sobre Teoría» aprobados en la 2ª. Sesión de la V Asamblea que llevan el título de «Ideología Oficial de Y» en el que podemos leer lo siguiente sobre las diferencias entre la ideología y la conciencia de clase:

«Entendemos por ideología del trabajador la aceptación del trabajador de su condición dentro de las estructuras burguesas. Aceptando los mitos de esta ideología, arrastrando las consecuentes alienaciones, el trabajador se mueve en la vía reformista sin aspirar a un cambio radical de las estructuras. Entendemos por conciencia de clase la toma de conciencia del trabajador de la opresión colectiva como clase, en la lucha contra las alienaciones producidas por la ideología burguesa, lo que conduce automáticamente a una actitud revolucionaria, es decir, al cambio total y completo de las estructuras burguesas económicas, políticas, sociales y culturales, en pro de la desalienación total del hombre»[14].

La ideología burguesa oculta, tergiversa e invierte la realidad, sus contradicciones. En este sentido, la lucha contra la ideología y contra la alienación, sin mayores precisiones ahora, debe centrarse en el desvelamiento de lo real, en sacar a la luz la dialéctica de la explotación y el carácter inhumano de la propiedad burguesa. Sin profundizar mucho, rápidamente encontramos documentos de ETA de aquella época en los que se avanza directamente en la lucha contra la ideología en cuanto tal y a favor de la toma de conciencia revolucionaria. Por ejemplo, en el conocido como «Zutik! de Caracas», de 1968, podemos leer dos ideas básicas para la desideologización: Una de ellas es el denominado «Diccionario para traducir prensa enemiga»[15] en el que se «traducen» expresiones como «separatismo vasco», «violencia vasca», «terrorismo hispano», «terrorismo vasco» y «atracos».

Dos constantes recorren a las traducciones a la realidad vasca: la defensa de los derechos humanos y democráticos, y la defensa del derecho a la resistencia, pero lo más importante desde la perspectiva de la concienciación es que a la propiedad burguesa y española se le enfrenta la propiedad popular y vasca. Y la otra constante es la contundente declaración de que «La verdad no es cómoda. La comodidad es el metro de la traición»[16], que es una forma indirecta de insistir en que la verdad es revolucionaria. Poco después, en el Zutik! N. º 81 se lee:

«La concienciación del pueblo es un proceso colectivo dado a través de prácticas parciales; y el intentar dicha concienciación a través únicamente de cursillos los fines de semana, es una idea digna de una socialdemocracia tan prudente, que es fácil ver debajo de esa prudencia un miedo insuperable y una autojustificación perfecta […] Y aquél que no quiere arriesgarse a nada es que nada quiere hacer por su pueblo y, por tanto, está apoyando al opresor. Nadie está al margen de la política; o se hace la política del oprimido, o se hace la política del opresor, aunque sea pasivamente […] hoy en día sólo es abertzale aquel que hace TODOS LOS DÍAS COSAS CONCRETAS por la liberación nacional»[17].

Esta y no otra es la teoría marxista de la toma de conciencia, de la desideologización y de la desalienación mediante la praxis revolucionaria como negación radical de lo existente en cuanto momento de la creación de lo nuevo. Pero este Zutik! añade una tesis que refuerza la teoría marxista porque plantea uno de los puntos críticos de toda desalienación: el de la legitimidad y legalidad del orden opresor frente a la legalidad del oprimido: «ÚLTIMA HORA: El jefe de la Brigada Político-Social “MELITÓN MANZANAS”, juzgado y sentenciado por la legalidad vasca, ha sido ejecutado»[18]. La referencia a la «legalidad vasca» antagónica con la franco-española abre un universo conceptual netamente comunista que nos remite al potencial libertario de la negación de la negación.

La superación de la ideología se realiza sólo cuando la conciencia crítica asume en la práctica que existe una legalidad liberadora irreconciliablemente opuesta a la legalidad opresora. Sólo así, con la conciencia de otra legalidad, la popular, la oprimida, se culmina el proceso de superación de la alienación y más concretamente del fetichismo. Se trata de un proceso práctico, diario, en el que las acciones cotidianas, concretas, se desarrollan confluyendo en una praxis unitaria que a su vez se expresa en múltiples formas diferentes.

Disponemos ya, por tanto, de una contextualización suficientemente precisa del momento en el que una juventud que asume la conciencia política revolucionaria como su misma respiración vital, decide organizarse clandestinamente para preparar una revolución que no sabe cuándo ni cómo va a estallar. Al margen de los cambios acaecidos en medio siglo, podemos extraer tres lecciones actuales de aquella juventud: la necesidad de la permanente formación teórico-política; la necesidad de saber que la burguesía tarde o temprano endurece la represión y por tanto hay que prepararse; y la necesidad de saber que la revolución se organiza día a día.

[1] Zutik! N.º 44, Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 7, pp. 124-125.

[2] Zutik! N.º 51. Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 7, p. 309.

[3] Heutsi N.º 3.  Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 16, p. 410.

[4] Heutsi N.º 3.  Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 16, p. 419.

[5] «La sociedad del futuro», Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 15, p. 421.

[6] «ETA frente al Juancarlismo», Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 16, p. 279.

[7] «La sociedad del futuro», Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 15, p. 420.

[8] «La sociedad del futuro», Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 15, p. 422.

[9] «Zutik Nº 64/ 1974-Maiatza-1». Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 15, p. 369.

[10]Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo 15, p. 485

[11]Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo 15, p. 489.

[12] Carlos Tupac: Terrorismo y civilización. Boltxe Liburuak, 2012, pp-30-106.

[13] «Para la V Asamblea (Informe verde revisado)» Documentos Y Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 7. p. 62.

[14] «Ideología Oficial de Y» Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 7. p. 99

[15] «Zutik! de Caracas», Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 8, p. 70.

[16] «Zutik! de Caracas», Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 8, p. 77.

[17] «Zutik! N. º 81», Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 8, pp. 89-91.

[18] «Zutik! N. º 81», Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 8, p. 97.

6- PUEBLO TRABAJADOR Y PEQUEÑA BURGUESIA

Para sustentar teóricamente la interpretación del V Biltzar como un largo proceso histórico que abarca varias asambleas con una identidad subyacente a pesar de sus muchas contradicciones internas, que estallan en varias escisiones y en los correspondientes enriquecimientos teórico-políticos y estratégicos, nos hemos basado además de en la obra general de  Lorenzo Espinosa, también en la crítica devastadora de la interpretación lineal de la historia[1] realizada por J. Fontana que nos ha servido como óptimo método para explicar por qué entendemos como V Biltzar no sólo la V Asamblea sino el proceso de enriquecimiento teórico y de concreción estratégica que llega a su culmen a finales de la década de 1970.

Además de esta demoledora crítica de la linealidad en la historia, nos hemos basado también en una larga serie de investigadores caracterizados por desentrañar la dialéctica entre las condiciones objetivas y las subjetivas no sólo en los ciclos cortos sino en los largos, a través del tiempo, de modo que el tiempo teórico-político y económico no tiene por qué coincidir con el tiempo cronológico oficial, tal como lo demuestra G. Arrighi[2] y su «siglo largo». En este sentido nos remitimos también a dos obras básicas para entender la dialéctica entre lengua, economía y política sin la cual no se entiende el largo V Biltzar: la de J. M. Sánchez Carrión con su concentrada píldora de ciencia revolucionaria de que «Es cierto que quien quiere poder necesita lengua […] Pero aparte de la lengua, el poder necesita también ciencia»[3]. Y cómo no, el método histórico de J. Azurmendi: «Así las cosas, cultura arriba o cultura abajo, resulta que estamos rehuyendo el problema: el problema es el Estado […] los Estados civilizadísimos son los que mejor están demostrando que el único modelo de Estado que conocen es el de cárcel de pueblos»[4]. Al margen de sus escisiones y rupturas, el largo V Biltzar tenía muy clara esta constante histórica.

A diferencia de las interpretaciones lineales de la historia, nosotros entendemos por V Biltzar el largo y decisivo período que, a grandes rasgos, comienza a tomar cuerpo en la III Asamblea de ETA de 1964, que no vamos a estudiar en detalle[5], y concluye en lo esencial a finales de 1978, tras el asesinato de Argala, sufriendo un golpe previo con el secuestro y asesinato de Pertur en 1976. Se ha hecho habitual hablar del V Biltzar no en el sentido restrictivo de la V Asamblea con sus dos partes en diciembre de 1966 y en marzo de 1967, sino en el sentido amplio, procesual, como un período de creatividad estratégica lleno de diferencias, oposiciones y contradicciones que terminaban en escisiones.

Sin embargo, tal diversidad no anula sino que refuerza el hecho de que, frente al exterior, es decir, frente al imperialismo franco-español y frente a la burguesía vasca, las contradicciones internas a ETA tendían a resolverse en la medida de lo posible para continuar la lucha por la independencia y el socialismo. Al igual que en la historia del movimiento  anarquista, socialista y comunista mundial existe fases especialmente creativas insertas entre períodos de poca o nula significación, incluso de retroceso al reformismo, en la historia de ETA sucede lo mismo. Decimos que el V Biltzar se inicia entonces porque según documentos de la propia ETA de verano de 1974, se lee que:

«Desde 1964, la estrategia revolucionaria de ETA está fundamentalmente en la aplicación de los principios generales de la Guerra Popular a las condiciones concretas de Euskadi. Esta fue la opción básica de nuestro tercer Biltzar Nagusi; a partir de entonces, todas las Asambleas que hemos celebrado se han cerrado con una reafirmación de tales Principios que, cuando fueron proclamados, sólo recibieron  por respuesta un escepticismo general (…) En la V Asamblea (1967) proclamamos de forma inequívoca nuestra decisión de ponernos del lado de los trabajadores en la lucha de clases que se daba en nuestro País (…) Somos pues patriotas revolucionarios, y defendemos los principios de la Guerra Popular. Estos tres pilares marcan nuestra estrategia y nuestro comportamiento ante cualquier contingencia. Desde tal perspectiva, hemos orientado los últimos años de lucha, y desde tal perspectiva orientaremos todo paso futuro (…) Existe el peligro de perder el rumbo y dejarnos arrastrar por alternativas que encubran bajo un manto pseudo-democrático nuevas servidumbres para Euskadi. Por eso ahora es la ocasión de tener más en cuenta que nunca las razones de nuestra lucha, el sentido y el fin de ésta. Olvidar qué somos y qué queremos es, en estos momentos de idas y venidas, de sondeos, de propuestas y contrapropuestas, el mejor y más sencillo modo de suicidarnos políticamente»[6].

Pensamos que entre la III y la V Asamblea se dio otro paso significativo en la elaboración de la estrategia del V Biltzar. Nos referimos a  la célebre Carta a los Intelectuales[7], terminada de elaborar en su segunda versión corregida en verano de 1965 durante la IV Asamblea, que ya adelantaba algunas de las cuestiones decisivas que se aprobarían en la siguiente Asamblea,  la V, que se celebró en dos partes, la primera en verano de 1966 y la segunda a comienzos de 1967. En realidad, el proceso que transcurre desde la III a la IV Asamblea permite que durante ésta[8] se den pasos muy importantes para el futuro de lo que será el sistema teórico-político del V Biltzar, tal como lo definimos aquí.

Ya para este momento, el prestigio y la influencia de ETA entre las fuerzas políticas que actuaban en la clandestinidad estaba sólidamente asentado, llegando a ser la primera fuerza en ese sentido. La propia organización era consciente de ello pues en un documento de 1968 afirma que: «las tiradas de ZUTIK representan diez veces más (y probablemente nos quedemos cortos) que el conjunto de todas las demás publicaciones clandestinas vascas»[9]. Por tanto,  el V Biltzar tal cual aquí es definido, se constituyó bien pronto en la fuerza política decisiva en todos los sentidos, decisiva en lo estratégico pero también en lo táctico, para el devenir de Euskal Herria.

Lógicamente, por pura dialéctica, la presencia externa del V Biltzar como proceso se sostenía en fuertes tensiones internas, en altibajos, parones, retrocesos y relanzamientos con fuerza renovada. Un ejemplo de ello lo tenemos en la carta a la Organización de la Mesa de Bélgica de mayo de 1973, en la que se expone cruda y sinceramente la existencia de varias líneas lo que redunda en un gran confusionismo político. La carta propone volver al:

«… espíritu de la Quinta Asamblea. En ésta, la opción de convertir a ETA en una organización de clase, decidida a ponerse del lado de los trabajadores en la lucha de clases existente en nuestro País, era clara, aunque tal opción no fuera clara en todos sus detalles. ETA estaba definida ya como partidaria de un socialismo que no fuera “socialista-humanista” no “social-demócrata” no “social-reformista”, sino socialista revolucionario, es decir, que considera a la lucha de clases como un motor de la historia y que nace de la violencia revolucionaria de los trabajadores con el proletariado en su cabeza. En este sentido la acción de posponer la determinación del carácter del socialismo de ETA a la celebración de una Asamblea era ideológicamente un paso atrás. Por el contrario es innegable que el aporte de Egi Batasuna en militantes ha sido muy importante para la continuidad de ETA y de la lucha patriótica vasca.

«Después de esta fusión, ETA publica un nuevo Zutik en el que aparecen claramente definidas unas opciones marxistas-leninistas. Desde entonces las publicaciones se han reducido a los Hautsi, pero tenemos la impresión que el confusionismo político dentro de ETA está muy lejos de haberse superado»[10].

Es este confusionismo interno el que se quiere resolver en la VI Asamblea oficialmente reconocida como tal en verano de 1973, en la que se argumenta a la luz de la experiencia transcurrida en los últimos años el porqué del fracaso de la escisión anterior conocida como los «escindidos de la VI» celebrada en 1970 y  que ya para entonces se había vuelto a escindir en otros dos grupos. En la oficialmente declarada VI Asamblea se hace una explícita aceptación de la V Asamblea:

«Hoy nos reafirmamos en los puntos y conclusiones de tal Asamblea; de esta manera, suscribimos la elaboración ideológica realizada entonces, su validez global; y, así mismo, nos reafirmamos sin ambages en la práctica desarrollada por ETA hasta ahora, constatando su total acierto (…) Las necesidades de la lucha exigen evidentemente continuar perfilando las pautas teóricas surgidas en la V Asamblea. A medida que avancemos nos enfrentaremos con problemas nuevos; y tales problemas exigen por lo tanto soluciones nuevas. ETA aspira a devenir vanguardia organizada de nuestra clase, de la clase trabajadora vasca, y, a través suyo, de todo nuestro pueblo»[11].

En esta VI Asamblea oficialmente reconocida, se elabora un documento sobre el porqué de un Estado Socialista Vasco en el podemos leer:

«Afirmamos entonces que nuestra realización total e integral, como trabajadores vascos solamente será posible cuando se nos devuelvan íntegramente los mecanismos de apropiación lógico-simbólicos que se nos ha arrebatado, cuando contrarrestemos los efectos de la opresión recuperando totalmente la manera de ver e interpretar la realidad vasca (euskaldun), desde una óptica indudablemente comunista […] nuestro deber internacionalista será unirnos en pie de igualdad con todos los pueblos y proletarios del mundo –comenzando por los más próximos- para proseguir la edificación de la sociedad mundial sin clases. Como revolucionarios comunistas que somos, luchamos contra toda opresión: luchamos pues contra la opresión nacional. Y, por ello mismo, estamos por la Independencia de Euskadi, por un Estado Socialista Vasco»[12]

Por no extendernos, a finales de 1976 en el Zutik! N. º 67 se lee:

«Desde el V Biltzar, ETA se había propuesto convertirse en una organización vanguardia revolucionaria de la clase obrera y del Pueblo Trabajador Vasco. El camino hasta hoy ha estado plagado de contradicciones y de saltos a derecha e izquierda. Negarlo sería negar toda la historia de nuestras escisiones, negar que la lucha de clases exista y entre de lleno en ETA. […] Pero a pesar de ello, hoy podemos decir que ETA se está afirmando como una organización proletaria: ya hoy no podemos ser tratados como “una expresión pequeño-burguesa”, “unos activistas minoritarios”, etc., etc.… Hoy, con más o menos aciertos, ETA dirige todo el combate hacia el triunfo de la Revolución Socialista, hacia el triunfo del Poder Popular que acabe con la opresión nacional y la explotación capitalista»[13].

Cuando al comienzo de este texto nos extendíamos en la explicación del método dialéctico y en la importancia de los conceptos flexibles, incluyentes y abiertos, conceptos que permiten y exigen establecer relaciones con otras realidades cercanas para integrarlas en teorías más amplias y abarcadoras, teníamos puesta la mirada en varios problemas que iríamos intentando resolver posteriormente. Ahora nos encontramos con uno de ellos, y de los fundamentales, el de las perspectivas que se abren o que se cierran si se usan determinados conceptos, como el de pueblo trabajador, o si dejan de usarse.

Antes de seguir y a modo de preparar un debate más sistemático sobre este concepto, únicamente diremos que ha sido y es utilizado permanentemente en la izquierda revolucionaria mundial preocupada por integrar estratégica y tácticamente a cuantos más sectores sociales componen la fuerza de trabajo globalmente explotable. Era tan común su uso como herramienta epistemológica a finales del siglo XIX que incluso un joven Lenin, que apenas había leído lo esencial de la lógica dialéctica y de la naturaleza flexible y abierta del concepto y que estaba muy influenciado por el mecanicismo de la socialdemocracia porque aún no había estudiado con radicalidad a Hegel,  lo emplea reiteradamente en el artículo cortito de 1900 denunciando la invasión de China por Rusia:

«La única voz ausente, entre tanto júbilo, es la de los obreros conscientes, representantes de vanguardia del multitudinario pueblo trabajador. Mientras tanto, es precisamente el pueblo trabajador el que soporta todo el peso de las nuevas campañas victoriosas: le quitan trabajadores para enviarlos al otro confín del mundo, le imponen tributos extraordinarios para cubrir los millones gastados»[14].

Más adelante Lenin se pregunta: « ¿Qué provecho reportan a la clase obrera rusa y a todo el pueblo trabajador las conquistas en China? Miles de familias arruinadas, a las cuales se les quitó los trabajadores para enviarlos a la guerra; un enorme incremento de las deudas y gastos del Estado; la elevación de los impuestos; el reforzamiento del poder de los capitalistas, explotadores de los obreros; el empeoramiento de la situación de los obreros; una creciente extinción del campesinado; hambre en Siberia: eso es lo que promete traer y ya trae la guerra con China»[15].

En el contexto de 1900, la lección que extrae Lenin no admite duda: «Por eso incumbe a todos los obreros conscientes el deber de alzarse con todas sus fuerzas contra quienes atizan el odio a otras naciones y desvían la atención del pueblo trabajador de sus verdaderos enemigos […] Para sacudirse el nuevo yugo que la guerra impone al pueblo trabajador, sólo hay un medio: la convocatoria de representantes del pueblo, que pongan fin al despotismo del Gobierno y lo obliguen a considerar no únicamente los intereses de la camarilla de la Corte»[16].

Como vemos, el concepto de «pueblo trabajador» tiene una función epistemológica clave: para Lenin, como para los marxistas que dominan la dialéctica, es un concepto flexible, «móvil» porque «lo real se presenta como moviente, múltiple, diverso y contradictorio»[17], lo que le permite integrar en el movimiento subjetivo del pensamiento el movimiento objetivo de la realidad. La fuerza social de trabajo globalmente explotable por el capital como relación social de explotación, es una objetividad con diversos niveles de diferencia, oposición y contradicción en su interior siempre en devenir, y el concepto de pueblo trabajador explica esa realidad.

Lenin también emplea simultáneamente los conceptos de «pueblo», «nación», «masas populares», «masas trabajadoras», etcétera, precisamente como engarces con la realidad contradictoria dentro del potencial heurístico del concepto «pueblo trabajador». Pensamos que uno de los secretos de la victoria de la revolución bolchevique en 1917 fue la flexibilidad mental de las y los revolucionarios para superar autocríticamente sus errores de sectarismo gracias, entre otras cosas, a la dialéctica inherente al concepto de «pueblo trabajador», sobre todo en momentos críticos, decisivos, en los que se avecina la derrota definitiva como en  enero de 1918 cuando todo indicaba que la contrarrevolución ahogaría en sangre la esperanza comunista. Fue entonces cuando se hizo el llamado al acto supremo de la resistencia a ultranza mediante  el pequeño documento: «Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado»[18].

Aclarado esto, y volviendo a Euskal Herria, Pertur, en 1973 cuando todavía no se había producido la ruptura, defendiendo la necesidad de un «Estado socialista vasco», responde así a la pregunta de sobre quiénes son los aliados de la «clase trabajadora vasca»: «La contradicción principal de nuestra lucha revolucionaria es la que enfrenta a las clases populares vascas  -con el proletariado industrial al frente- con las burguesías monopolistas española  y francesa; existen unos lazos objetivos de unión, unos intereses de clase comunes –no idénticos- que determinan el carácter popular y no meramente proletario de la revolución pendiente en Euskadi. En nuestro caso, tal afinidad de intereses revolucionarios se ve potenciada por la existencia de una opresión nacional común a la clase obrera y al resto de las clases populares, de las capas sociales revolucionarias: Arrantzales, nekazaris, trabajadores administrativos, pequeños propietarios, comerciantes e industriales, estudiantes, intelectuales y otros asalariados»[19].

Más tarde, en  diciembre de 1974 Pertur habla de pueblo trabajador[20]. No vamos a extendernos en otros escritos en los que expone la misma tesis incluso enriqueciéndolas al explicar cómo la clase obrera ha de fortalecer sus relaciones con el restos de clases trabajadoras, masas populares, con el pueblo en general, etc. Sí vamos a citar el párrafo que aparece en la Ponencia Otsagabia de verano de 1976:

«Haciendo un breve análisis de las clases que se enfrentan en el proceso revolucionario vasco, vemos que por un lado está la oligarquía centralista española, clase actualmente dominante y por otro el conjunto de las clases trabajadoras y populares de Euskadi, lo que comúnmente venimos denominando pueblo trabajador vasco. Es evidente que no está hecho un estudio científico de la composición de clases y grupos sociales del PTV y que para esa labor de dirección política es necesario efectuarlo, pero podemos afirmar aquí que el conjunto de lo que denominamos PTV y que incluye la pequeña burguesía, tiene unos intereses objetivamente revolucionarios. Ahora bien, y dado que el PTV es un conglomerado en el que se encuentran tanto clases con todas las características que las configuran como tales  -la clase obrera- como sectores o grupos sociales con características diferenciales pero que no constituyen una clase en sentido estricto –no se puede hablar, por ejemplo, de la existencia de una clase campesina en Euskadi; ni siquiera el conjunto de quienes se dedican al trabajo de la tierra ofrecen unas características homogéneas a lo largo y ancho de las cuatro provincias de Euskadi Sur- la única clase que puede llevar la dirección revolucionaria del conjunto del PTV es la clase obrera»[21].

En Hautsi nº 6 de septiembre de 1975 realizó la siguiente descripción teórico-política del concepto de pueblo trabajador que consideramos totalmente válida entonces y ahora:

«Como en Diciembre de 1970, la clase obrera vasca ha vuelto a poner de relieve que no es neutral frente a la opresión nacional de que es objeto (…) Ahora bien: destacar el papel de la clase obrera no puede hacernos olvidar la aportación del resto de nuestro pueblo. De hecho. Aunque hayan sido obreros los que han estado a la cabeza de las luchas, en éstas ha participado todo el Pueblo Trabajador Vasco: Arrantzales, como los que en Lekeitio y Ondarroa se negaron a faenar sufriendo por ello una represión despiadada; nekazaris, como los que en Azpeitia y en Bizkaia boicotearon los mercados y la entrega de la leche; pequeños propietarios, como los que cerraron sus bares, comercios y talleres en decenas de pueblos de Euskadi; profesionales, como los médicos de Donosti que se enfrentaron a las fuerzas represivas en la Residencia y en el Hospital; sacerdotes, mujeres y estudiantes»[22].

El texto continúa insistiendo en que la unidad del pueblo ha sido decisiva, pero que lo será más para lograr integrar a la pequeña burguesía en el proceso revolucionario. Como hemos visto a lo largo de estas páginas, la cuestión de la pequeña burguesía, su papel y sus dudas e indecisiones, recorre todas las reflexiones teóricas marxistas, también en la Euskal Herria de entonces y de ahora. ETA era muy consciente de esta problemática, y en el Zutik! N.º 67 de noviembre de 1976, escribe que:

«La pequeña burguesía vasca sufre frente al control del proceso productivo, la marginación propia de esta capa en las sociedades capitalistas industrializadas. Padeciendo todas las depresiones del sistema, se encuentra en franca oposición con la oligarquía y en muchos casos, en una postura crítica –aunque también a menudo inconsecuente- frente al sistema capitalista. En su mayoría autóctona es, es poseedora de una firme conciencia nacional. Ambos condicionantes, la señalan objetivamente como un posible –aunque siempre vacilante- aliado estratégico del sector patriótico de la clase obrera, en orden a la consecución de una Democracia Popular Vasca. Que ésta posibilidad se convierta en una realidad irreversible, depende en buena medida, de la capacidad que demuestre la vanguardia política de dicho sector obrero, para atraerla a su camino”[23].

En 1976 J. Apalategi  publicó una muy rigurosa investigación sobre la estructura clasista vasca[24], en la que destacaba la tesis de que «el concepto de clase trabajadora es más amplio que el de proletariado puesto que éste está comprendido en aquél. Y vamos a utilizar el  concepto de clase trabajadora, pues aunque el proletariado es por su número y por sus condiciones objetivas el elemento más importante para la lucha revolucionaria, el apoyo que las demás clases trabajadoras, explotadas ellas también, pueden aportar a esta lucha es absolutamente indispensable»[25].

Al margen de las variaciones cuantitativas habidas en las clases trabajadoras y en su núcleo, el proletariado, siguen siendo totalmente válido lo expuesto en la cita. El autor en el que ahora nos basamos sostiene que la V Asamblea realizó el «primer análisis de clases sociales»[26] en la historia de ETA, análisis en el que la dialéctica entre la lucha de liberación nacional y la lucha de clases se expresaba mediante el concepto de pueblo trabajador vasco. En 1985 J. Apalategi publicó un estudio en el que demostraba que a partir de la V Asamblea[27]  se iniciaba un proceso ascendente sostenido, al menos hasta esa fecha, mientras que el resto de fuerzas políticas, mayoritariamente surgidas de escisiones de ETA, empezaban la tendencia al declive.

  1. Letamendía, por su parte, ofrece esta definición de pueblo trabajador:

«ETA   –dice la Ideología Oficial–  es un “Movimiento Nacional Vasco de Liberación Nacional”  (la auto-definición como “movimiento” es tradicional; es en cambio novedoso el caracterizarse como “movimiento socialista”). El nacionalismo de ETA es un “nacionalismo revolucionario”. En la definición de éste aparece por primera vez un concepto que ha de tener una larga vigencia, el de “Pueblo Trabajador Vasco”, que intenta realizar la síntesis entre pueblo vasco (que desearía la liberación nacional) y clase trabajadora vasca (que desearía la liberación social). Se dice de él que “es la negación total de una realidad actual opresora. Esta negación total puede sólo ser realizada por el pueblo trabajador vasco a través de su situación de clase explotada»[28].

  1. Núñez Aristrain dijo que el V Biltzar creó el concepto de pueblo trabajador vasco «para designar al sujeto revolucionario»[29]. Pero desde hace unos años este concepto fundamental casi ha desaparecido de los documentos y de la orientación cotidiana del abertzalismo. Ni L. Bruni[30] ni I. Casanova[31] le prestan la atención necesaria. Por su parte, J. L. Unzueta reduce todo lo relacionado con la importancia de la definición del sujeto revolucionario, el pueblo trabajador vasco, realizada en el V Biltzar a pobre y vulgar forma de hace frente a un «dato incómodo», el de los emigrantes sosteniendo la tesis de que con este V Bilztar se impone la supeditación de la lucha de clases a la lucha nacional, y sobre todo: «alumbrar un nuevo nacionalismo, alternativo política y organizativamente, no ideológicamente, al encarnando por los seguidores del inventor del término “Euzkadi”» [32], es decir, que el V Biltzar no rompió ideológicamente con Sabino Arana y con el PNV.
  2. Ibarra Güell no tiene para nada en cuenta el nuevo horizonte abierto con la teorización del concepto de pueblo trabajador, horizonte estratégico de largo recorrido en el que se irán engarzando, no sin graves problemas en varios momentos que llegan a provocar escisiones, las diferentes áreas específicas en las que la militancia abertzale trabaja dentro de una perspectiva unitaria de liberación nacional de clase. En las páginas dedicadas a la V Asamblea, y parcialmente también a la IV, no es que no esté en modo alguno presente la problemática de la definición del sujeto revolucionario que ha de liderar la lucha por el independentismo socialista, sino que su estudio de la estrategia de ETA se reduce exclusivamente a la caracterización de la lucha armada; es más, la única que aparece escrito el concepto es en un párrafo de un documento de ETA citado[33].

Nosotros pensamos que ese concepto expresa lacónicamente, el doble punto crítico de la liberación humana: por un lado, dilucidar quién es el sujeto que se libera; y por otro lado, dilucidar cómo se construye la subjetividad emancipadora del sujeto que se emancipa. La dialéctica entre el sujeto y su subjetividad es, así, la otra parte de la dialéctica entre lo objetivo y sus contradicciones, de manera que el V Biltzar puso el dedo en la llaga. Lo comprenderemos mejor al analizar su insistencia en la problemática de la alienación y de las formas de desalienación, y en su permanente llamamiento a la práctica como criterio de verdad, como criterio de verificación de toda teoría, siguiendo el más puro método leninista, sobre todo, para lo que ahora nos interesa, en la interpenetración entre lo subjetivo y lo objetivo[34].

  1. Bullain reconoce la importancia del concepto de pueblo trabajador para la izquierda abertzale casi desde el inicio de su libro, pero lo reduce a una «categoría ontológica»[35] con lo que destroza cualquier esperanza de encontrar algo enriquecedor en las páginas que siguen. En 1729, Wolff definió en su libro Ontología a este concepto como la metafísica general, cuyos principios básicos son los leibnizianos de la no contradicción y de la razón suficiente[36], determinando así toda la evolución posterior de las filosofías ontológicas como esencialmente idealistas a pesar de que Hegel lograse demostrar la conexión entre su interpretación dialéctica de la ontología, la lógica y la teoría del conocimiento[37]. La ontología llevada a su extremo, el ontologismo, deriva en un «sistema especulativo»[38] cualquiera, como se demuestra viendo la evolución de la filosofía burguesa europea en su corriente cosmológica y ontológica[39].

Hemos considerado necesario insistir un poco en el concepto burgués de ontología porque muestra uno de los insondables vacíos del libro de I. Bullain: incomunicar y aislar el nivel de la definición de lo real del nivel de estudio y transformación de lo real, de modo que la  lucha por la independencia y el socialismo, esencialmente unida a la definición del sujeto colectivo, es reducida casi a una aberración histórica sólo explicable por factores que rozan o  caen en la «patología social» expresada en «colectivos de ira», en «populismo vengativo»[40].

Por el contrario, si recurrimos a la noción marxista de unidad entre lo ontológico y lo epistemológico comprendemos que el conocimiento de la evolución de las contradicciones, las tendencias que se abren al calor de la ley de la negación de la negación y del salto de la cantidad a la cualidad, etc., exigen de la intervención humana consciente para guiar su destino por un mundo «complejo, multilateral y contradictorio»[41]. Más aún, desde la visión marxista, la unión entre lo ontológico y lo epistemológico conlleva la presencia de lo axiológico, de los valores éticos y el deber moral[42]. Aunque más adelante volveremos a esta cuestión central, ahora debíamos anunciar lo básico para mostrar que la definición del sujeto revolucionario vasco por el V Biltzar supera conceptualmente a la ideología burguesa en sí.

Inseparable del debate sobre el pueblo trabajador es el de la fiabilidad política de la pequeña burguesía. La teoría marxista al respecto es concluyente por su desconfianza absoluta hacia fracción de clase de la burguesía, aunque reconozca que hay que aliarse tácticamente con ella, así que no la resumimos. ETA la definía así:

«3) Burguesía media: Talleres tipo Guipuzcoa (entre dos y doscientos obreros). De tendencia conservadora, reformistas, liberales, demo-cristianos, anti-comunistas. Por la debilidad de su fuerza económica, están ligados a la gran burguesía, siendo de hecho sus criados más fieles, tanto en el aspecto social como en el nacional.

4) Pequeña burguesía: pequeños comerciantes, y tenderos, intermediarios. Trabajan por sus propios medios y apenas si tienen empleados (de 12 a ninguno). Aunque son propietarios de sus modos de producción se advierte en ciertos una tendencia a la proletarización de sus condiciones de trabajo (inseguridad del porvenir, pagan el pato de cualquier crisis económica, no viven demasiado holgadamente, larga jornada de trabajo…). Por su situación general vacilan entre el proletariado y la burguesía propiamente dicha: vacilante, falta de coraje político, sin embargo siempre han sido susceptibles de adoptar posiciones extremas, pudiendo salir de su seno tanto revolucionarios como fascistas»[43].

Aquí el análisis de ETA sobre la pequeña burguesía se mueve en el nivel esencial y básico del modo de producción capitalista, en la esfera de lo genético-estructural, de lo que recorre el interior de la pequeña burguesía en el capitalismo en sí. Pero inmediatamente después, ETA pasa al análisis concreto, a la esfera de lo histórico-genético, de la realidad específica de Euskal Herria como formación económico-social propia, diferenciada cualitativamente de las circundantes a ella por su evolución histórica, por su cultura e identidad, por su propia lucha de clases; y consecuentemente, ETA pasa a analizar el componente político de la pequeña y mediana burguesía vasca:

«En general, la pequeña y mediana burguesía cuando hay opresión nacional son nacionalistas. ETA ha surgido precisamente de estas dos capas de la burguesía en su mayoría, y sigue en parte viviendo en este mismo ambiente.

Se ha producido en ellos una mayor radicalización en el plano nacional, gracias a las primeras acciones de ETA, a un reblandecimiento del régimen español, y a la pérdida de un miedo que hasta hace muy poco parecía insuperable»[44].

Realizada ya la V Asamblea, ETA mantiene inalterado este criterio pero añade una idea, más bien una advertencia cara al futuro, que ahora cobra su plena actualidad: «Existe el peligro, no obstante, de que la burguesía nacional o elementos reformistas tomen demasiada fuerza, castrando la revolución. Para evitar ese peligro real, no tenemos otra salida sino la de dar una fuerte conciencia al Pueblo Trabajador Vasco, mostrándole claramente los fines y el sentido de la lucha»[45]. Una década más tarde, en el Zutik! N. º 67 de Noviembre de 1976,  ETA  profundiza en esta advertencia al admitir, en primer lugar, que la pequeña burguesía choca con la oligarquía «aunque también a menudo inconsecuente»; y en segundo lugar define a la pequeña burguesía «como un posible –aunque siempre vacilante- aliado estratégico del sector patriótico de la clase obrera, en orden a la consecución de una Democracia Popular Vasca. Que esta posibilidad se convierta en una realidad irreversible, depende en buena medida, de la capacidad que demuestre la vanguardia política de dicho sector obrero para atraerla a su camino»[46]. Con más detalle:

«ETA es consciente de que para la construcción de un ESTADO VASCO SOCIALISTA, es imprescindible contar con un Estado Vasco Independiente, guiado por el proletariado en una Democracia POPULAR que de la bases necesarias para la construcción del Socialismo Vasco, posibilitando esto la consecución de la revolución proletaria.

«Como hemos dicho, esta Democracia POPULAR es un MEDIO para llegar a la toma del poder por el proletariado. En esta primera fase que podemos llamar de REVOLUCION POPULAR constituimos un frente con la pequeña burguesía abertzale para derrotar a nuestro enemigo común que es el aparato de OCUPACION y EEXPLOTACIÓN impuesto a Euskadi por las oligarquías francesa y española.

«ETA considera que la pequeña burguesía puede apoyar esta primera fase de la revolución, puesto que está también oprimida NACIONAL y SOCIALMENTE por las oligarquías. Cuando decimos Socialmente distinguimos entre la opresión social ejercida por estas sobre la pequeña burguesía y la ejercida sobre el proletariado, pero sabemos que la pequeña burguesía no puede subsistir como clase por la tendencia inevitable capitalista a monopolizarse, no quedándole otro remedio que el hacer causa común con el proletariado.

«Son precisamente el proletariado y sus vanguardias las que no deben permitir que la pequeña burguesía se haga con la dirección de la lucha de LIBERACION NACIONAL porque abortaría así el proceso revolucionario, convirtiendo la revolución proletaria en un reformismo pequeño burgués»[47].

ETA pensaba que la vía parlamentarista española estaría viciada desde su misma legalidad, que el PNV nunca se atrevería a tratar al poder español «de igual a igual», y que, en el último extremo, terminaría  posicionándose en contra del pueblo, porque «para el PNV lo primero es el orden» ya que su enemigo principal es la revolución socialista en Euskal Herria[48]. Pero la precisión que realmente importa viene después: «Papel de la burguesía “nacional” o “no oligárquica”. La burguesía nacional posee por su carácter, vocación de capa dirigente del proceso producto. En cuanto que desea desplazar a la oligarquía, puede muchas veces, aprobar y ver con simpatía las luchas de las capas populares; pero, en cuanto que pretende sustituir a aquella  –aunque de modo más mixtificado–  en su labor hegemónica, aceptarla como aliado estratégico equivaldría a dejar que el enemigo cubra la retaguardia, ya que una vez alcanzados  –o en vías de alcanzar–  sus objetivos, no dudaría en aniquilarnos»[49].

La profundidad de esta concepción estratégica hacia la revolución socialista, y de su método teórico, no se queda en el espacio intermedio de los primeros años del V Biltzar, sino que determina toda su historia. Un ejemplo lo tenemos en que en 1973 ETA entra en abierta y pública confrontación política y ética con el PNV a raíz de la propaganda que éste realiza entre la juventud vasca. Se trata, como veremos ahora mismo, de una cuestión decisiva, que afecta a la definición de la esencia no sólo del proyecto independentista sino también del concepto de identidad nacional vasca. Por su importancia, vamos a transcribir el párrafo entero:

«En las publicaciones del P.N.V., concretamente en la revista “Gudari”, órgano de E.G.I., juventud del Partido (¿juventud?), se habla de nuestros presos como si pertenecieran a su militancia. Igualmente de nuestros muertos, como si hubiesen muerto heroicamente en aras al lema J.E.L. (Jaungoikoa eta Lege-Zaharra). Aplauden nuestras acciones, dejando de esa forma entrever que tenemos un punto en común: “el abertzalismo”. De esta forma confunden al pueblo y crean graves conflictos mezclando en la mente de algunos a sectores del pueblo pertenecientes a la pequeña burguesía, de fondo aranista y sin ningún interés de clase coincidente con los del obrero, con socialistas vascos radicalizados. Sin embargo, no hablan en sus publicaciones de los secuestros que por defender al P.T.V. (Pueblo Trabajador Vasco), nos vemos obligados a llevar a cabo, ni los ataques que hacemos y haremos a la burguesía de la nación que sea vasca o española, que nos explota. Concretamente en el asunto Zabala, se criticó nuestra acción, “Zabala es un vasco”. Estamos de acuerdo y además podemos añadir que habla correctamente el euskera y que procede del “baserri”, pero igualmente cierto es que como tantos otros vascos pertenecientes a la burguesía, roba la plusvalía a sus trabajadores y explota a éstos su fuerza de trabajo al mínimo precio. ¿Se le puede justificar el ser explotador a Zabala por ser vasco? ¿No es cierto que otros capitalistas vascos, mediante estas críticas traten de justificar sus métodos amparándose en su vasquismo o en su navarrismo? ¿No es cierto que dirigentes y cotizantes del P.N.V. son capitalistas? ¿Nos importa algo a nosotros el que Zabala perfectamente pudiera cotizar económicamente a movimientos burgueses y chovinistas? Sí, nos importa que ocurra eso para que el P.T.V. vea claro y aniquile a esos contra-revolucionarios. Los dirigentes y colaboradores de la derecha vasca son unos explotadores y “vende-obreros”, capitalistas paternalistas»[50].

La lucha de clases socialista dentro de la identidad nacional trabajadora contra la identidad nacional burguesa dentro de la lucha de clases capitalista. Esta problemática lo abarca todo. También en la cultura y en la educación euskaldun. La insistencia en la lucha cultural caracteriza a ETA desde sus inicios y siempre propone una cultura popular anticapitalista e internacionalista, o como se sostiene en el Hautsi de agosto de 1972: «cultura popular, socialista en su contenido y vasca en su forma»[51]. La reconstrucción del euskara también se hace desde una perspectiva socialista: en el Hautsi N. º 2, hay un capítulo titulado «La lucha ideológica en el seno de las ikastolas» en el que a pesar de emplear el término de «ideología», como hemos visto, sin embargo se hace un muy sofisticado análisis teórico de las diferentes posturas. La flexibilidad conceptual aparece desarrolla con significativo acierto al saber deslindar el verdadero contenido ideológico, de inversión alienada y de falsa conciencia, del modelo burgués de las ikastolas  –usar el euskalki de la zona, tener «ambiente vasco», educar en la religión cristiana, ser «apolítica» y «democrática»–, confrontándolo con la teoría pedagógica de las «ikastolas socialistas»[52].

Fijémonos en las características con que el texto de ETA señala el contenido ideológico de las ikastolas dirigidas por la «burguesía nacional vasca», representada en este caso por el PNV y el sindicato ELA: El primero, el empleo del dialecto local de la lengua vasca, suponía en aquél momento un claro estancamiento, incluso retroceso, en el avance que se estaba dando hacia la decisiva unificación y modernización de la lengua vasca, impulso dirigido por un amplio sector euskaltzale en el que los círculos intelectuales influenciados por ETA tuvieron un papel decisivo; en realidad, lo que se estaba librando era una pelea estratégica por el futuro del complejo lingüístico-cultural de Euskal Herria, y por ello mismo, por la identidad concreta de la nación vasca.

El segundo, el «ambiente vasco» dependía de qué sentido y significado se diera al «ambiente»: ¿esencialista y tradicional como los euskalkis frente a moderno y progresista como el Euskara batua? El tercero, la educación católica, responde a la pregunta anterior y confirma la esencia ideológica, alienada, de la pedagogía burguesa criticada por ETA. El cuarto, el apoliticismo, lo dice todo porque no se puede ase apolítico bajo una dictadura como la franquista. Y el quinto, el democrático, entra en abierta contradicción con lo anterior a no ser que por democracia se entendiera sólo una palabra hueca que ocultaba el colaboracionismo pasivo o activo con la dictadura.

Más adelante, una de las ramas de ETA profundiza todavía más en 1975 en las relaciones entre lengua y revolución: «La unidad cultural entraña un potente factor de integración social, de solidaridad nacional y de unión política. Es por ello que todos los Estados hacen de la unidad idiomática uno de sus objetivos. Más aún cuando esos Estados albergan en su seno a naciones sometidas»[53]. Y luego plantea una reflexión seguida de una exigencia estratégica. La reflexión surge de esta frase:

«…considerar a los euskaldunes (altísimo porcentaje en el Frente Militar de la Organización) junto con los inmigrantes de nuestra lucha como los más firmes motores de la revolución socialista vasca. Es por esto que nuestra organización ha de establecer una línea clara y contribuir poderosamente a la toma del poder por el pueblo en armas:

«Si social y políticamente un Partido Vasco no se diferencia radicalmente de los partidos obreros de otros países, el hecho de que este partido haya de ser vasco le obliga a tener presente que en consecuencia de los descubrimientos modernos en cuanto a la dependencia de la forma de pensar con respecto al idioma, un socialismo vasco deberá de ser euskaldun y derivado de su mentalidad euskaldun. ETA, organización al servicio de la clase obrera debe encarnar estos principios. Dada además la diferencia tan marcada que ofrecen las estructuras lingüísticas vascas frente a las neolatinas o indoeuropeas en general se deriva la importancia primordial del vascuence en todo socialismo vasco. Un socialismo vasco deberá por ende, poner como condición, sine qua non, euskaldunidad de sus dirigentes y la progresiva euskaldunización de todo el ambiente. Deberá por tanto combatir la desnacionalización y luchar por la íntegra restitución de la cultura vasca. Finalmente podríamos hacer nuestras las siguientes palabras de Fidel Castro y Oswaldo Dorticos en la II Declaración  de la Habana: “el deber de todo revolucionario es hacer la revolución”»[54]

Es muy significativo que este texto de 1975 reivindique obras de Txillardegi de hacía casi una década, siendo Txillardegi uno de los más sólidos defensores del culturalismo político. Aquí vemos una de las fuerzas raizales del V Biltzar como proceso largo: por debajo de las escisiones traumáticas y de las ásperas discusiones pervive una continuidad elemental de lucha contra el imperialismo en cualquiera de sus formas, siendo la lingüístico-cultural una básica presente desde el principio en lo esencial aunque variante coyunturalmente en algunas de sus expresiones. Y de hecho, estas constantes del V Biltzar como proceso son inconciliables con el nacionalismo franco-español y con la burguesía vasca.

El bisturí de Lorenzo Espinosa nos descubre las entrañas del españolismo llamado «de izquierda», incluso «marxista». Ahora mismo vuelve el desesperado dogmatismo de nacionalistas españoles autodefinidos «comunistas» y «marxistas-leninistas» que sostienen que es reaccionario «balcanizar España» mediante la defensa el derecho de autodeterminación de los pueblos desde posturas de “izquierdas” y “revolucionarias”[55]; que pretenden, mediante Stalin, demostrar que España sí es una nación en el sentido pleno de la palabra, mientras que no lo son ni Catalunya ni Euskal Herria[56], lo que les permitiría argumentar la necesidad de una «República Unitaria, Unicameral, Centralista, Presidencialista, Socialista e Internacionalista»[57].

ETA lo denunció en hace mucho años. Ya en lo que podemos definir  como primer documento representativo del V Biltzar de ETA, Para la V Asamblea (Informe verde revisado), encontramos indicadores muy significativos, de entre los que ahora queremos referirnos a uno decisivo a nuestro entender: la directa referencia a la dialéctica materialista como punto de separación absoluta entre la contrarrevolución y las fuerzas progresistas y revolucionarias. En concreto, el documento de ETA critica a los socialistas y comunistas españoles que desconozcan o nieguen que, en Euskal Herria, la lucha de clases y la lucha de liberación nacional sea un todo inseparable:

«14.- Por eso partidos españolistas como el socialista y el comunista nunca hayan sido progresistas y revolucionarios. No han sabido juzgar desde un punto de vista dialéctico la realidad vasca.

15.-  Quien en la situación concreta de la lucha de clases del pueblo de Euzkadi contra la burguesía hispana o hispanizante no sepa comprender que está lucha revolucionaria es en el caso vasco una lucha nacional, está demostrando, no ya sólo una falta de preparación y desconocimiento de la dialéctica materialista, sino que objetivamente es un contrarrevolucionario»[58].

Los errores de principio de la “izquierda” estatal son sintetizados de esta forma en el Zutik! 51 de marzo de 1969:

«El chovinismo de la “izquierda” españolista combatió el movimiento nacionalista vasco cometiendo un error de análisis al identificar la lucha del pueblo vasco por su liberación nacional con la lucha por las reivindicaciones reformistas y pequeño-burguesas a las que le arrastraba su burguesía. No quisieron enterarse del contenido popular y revolucionario que tenía la lucha de liberación con su dirección burguesa en un momento histórico dado, en lugar de intentar dar un contenido de clase al movimiento nacionalista. En vez de combatir la dirección burguesa y el lastre burgués del movimiento haciéndole cambiar prefirió combatir globalmente la reivindicación nacional vasca. Su acción era imperialista española sobre Euzkadi y por tanto anti-socialista.

«La ignorancia y el oportunismo de toda la “izquierda” españolista ante la realidad nacional vasca les hizo identificar “lo burgués” con “lo vasco” y el socialismo y el progreso con la negación de la cultura nacional vasca. Partiendo de estos supuestos y apoyándonos según la coyuntura del momento en el hecho real de la emigración –en la que según tal postura se revelan las esencias más puras de “lo obrero”- se ha llegado a una concepción irreal de la clase trabajadora de Euskadi, pasando por alto su  situación de dependencia nacional, ha conducido a afirmaciones como la que “el planteamiento nacional divide a los trabajadores”.

«Un izquierdismo estrecho y antivasco

«Para comprender estas posturas hemos de tener antes cuenta que es un hecho que las oligarquías en todos los lugares y en todas las épocas han controlado con éxito amplias capas del pueblo trabajador, porque como ya dijo alguien: “la ideología de las capas populares suele ser la ideología de la clase dominante”; pero si esto es en cierto modo lógico que ocurra entre las masas desconcienciadas, lo que ya no parece tan lógico es que fuerzas políticas que dicen representar a los trabajadores adopten ante el hecho de la emigración y por tanto ante la clase obrera vasca y de la realidad nacional vasca una postura que impide la integración de los inmigrados en la dinámica nacional de su pueblo, de nuestro pueblo, Euskadi.

«Adoptar estas posiciones (tradicionales del chovinismo de la izquierda españolista) así como pretender convencernos en nombre del socialismo de que el hecho de la inmigración anula el derecho de autodeterminación del PTB, es decir, anula la lucha de liberación nacional vasca, o pretender que el derecho de autodeterminación bajo una perspectiva de clase consiste en “unirse hoy para construir un Estado español obrero, mañana veremos si el pueblo vasco quiere la libertad nacional o no”, no es ninguna expresión de conciencia de clase sino una vulgar españolada.

«Para resumir estos dos apartados, si la consecuencia de la línea política impuesta por la burguesía vasca fue frenar el movimiento nacional vasco encorsionándolo (¿encorsetándolo?) en una ideología y unas formas de lucha inofensivas, el efecto de la línea política impuesta por la izquierda españolista fue impedir la unidad del proletariado vasco encerrándole en unos estrechos esquemas izquierdistas (de los que ahora, cuando la dimensión de clase ha entrado en el movimiento de liberación nacional vasco, no sabe salir)»[59].

Y más adelante:

«La izquierda españolista afirma que el Estado es un factor de unión de todos los trabajadores y que el Frente Nacional Vasco les desune: nuestro mayor enemigo no sería el instrumento político del capital monopolista (en nuestro caso el Estado español) sino la colaboración práctica de todos los vascos dispuestos a golpear al sistema. El Frente Nacional Vasco sería, según ellos, una maniobra de los “burgueses” y no una necesidad de las clases populares de un pueblo en situación de dependencia nacional

«La izquierda españolista dice que la realidad nacional divide a los trabajadores: ignoran que lo que divide a los trabajadores es la opresión nacional y a los que luchamos por la liberación de Euskadi nos llaman separatistas. A esto hemos de contestar que el Imperialismo es la forma suprema y más inhumana de separatismo si bien el centro del imperialismo mundial son los EEUU a algunos despistados izquierdistas hay que recordarles que el imperialismo no es sólo cosa de los americanos, sino que nos expliquen qué nombre tienen en término político la imposición de un aparato político extranjero en otra nación.

«Esta izquierda españolista no tiene nada de socialista y lo tiene todo de españolista: sus posturas ideológicas y su falta total de práctica revolucionaria en todas sus variantes, hacen imposible la unidad del PTV en su LUCHA POR UNA DEMOCRACIA SOCIALISTA en una Euskadi libre al pasar por alto la situación de dependencia nacional en la que se desenvuelve el pueblo trabajador vasco, es decir, al pasar por alto las bases reales de existencia de los trabajadores vascos»[60]

El Informe Verde y el Informe Verde Revisado están escritos entre finales de 1966 y comienzos de 1967. Debemos contextualizar estas palabras porque sólo así comprenderemos su acierto y su actualidad. Sin extendernos ahora en la crítica de ETA al reformismo estatalista, sí queremos recordar que ETA criticó a los PC occidentales de que asumían como propia la «idiosincrasia nacional» creada por los Estados de las burguesías correspondientes, denunciando también que estos PCs que asumen la identidad nacional de sus burguesías estatales sin embargo rechazan las identidades nacionales de los pueblos que sus Estados oprimen[61]. Poco después, en abril d 1973 ETA advirtió que el PC de España aceptaría las propuestas del llamado «Pacto por la Libertad» que, entre otros efectos, reforzaría la opresión de las naciones vasca, gallega, catalana, por el imperialismo español, siguiendo un plan supervisado internacionalmente por EEUU y la URSS[62].

En marzo de 1975 ETA militar le informa a ETA p-m sobre la evolución del PC de Euskadi que se ha separado formalmente del PC de España en una «maniobra oportunista» para no quedar marginado por el aumento de la conciencia nacional vasca. También valora la evolución del Movimiento Comunista de España al que acusa del mismo oportunismo del PC de Euskadi con  respecto al aumento de la conciencia nacional vasca: «Han llegado incluso a la conclusión de que es preciso fortalecer y extender las ikastolas. Después de todo esto incluso el camaleón siente envidia de la capacidad de adaptación de algunas especies políticas»[63].

En abril de 1976 en Hautsi Nº12 se sometió a análisis pormenorizado la propuesta del PC de España de separar orgánicamente Vascongadas de Nafarroa, presentada en la revista “El Comunista” de enero de 1976. El artículo se pregunta sobre quién sale ganando con la propuesta del PC de España de romper la nación vasca, y responde que beneficia «sobre todo a nuestro enemigo de clase, la oligarquía, que ve cada día con mayor recelo los altísimos niveles de lucha que está alcanzando el Pueblo Trabajador Vasco y que daría todo el oro del mundo por evitar que nuestro combate cuaje en unas conquistas nacionales y de clase que significarían un peligroso precedente para el resto del Estado»[64]. Y en el Zutik! N. º 68 de Julio de 1977 se criticó dura pero objetivamente el comportamiento del sindicato Comisiones Obreras y a los «partidos obreros reformistas españoles» por sus claudicaciones y por apoyar al imperialismo español contra la clase trabajadora vasca y contra los pueblos oprimidos por el Estado[65].

Muy significativa fue, y sigue siendo, la crítica concreta que ETA hizo en este Zutik! al ya extinto Movimiento Comunista de España, uno de cuyos orígenes fundamentales provenía precisamente de la primera escisión en la V Asamblea. ETA criticó el posicionamiento de MCE a raíz del arresto y muerte del empresario Ibarra por un comando de la Organización Político-Militar:

«Más curioso es el caso de M. C. E., que se dice revolucionario. Nosotros conocemos dos posibles opciones revolucionarias, la popular y la obrera. Pero ambas tienen como objetivo común acabar con la oligarquía. Lo que no llegamos a entender es a qué revolución se refiere M. C. E. si no tiene a la oligarquía por enemigo. O es que se trata de hacer una revolución socialista con el visto bueno de aquella. Ya es hora de que determinados partidos dejen de decirse revolucionarios, porque este término viene muy ancho a su estrategia, no sólo tan reformista como los del P. C. E. sino incoherente como él»[66].

[1] J. Fontana: La historia de los hombres, Crítica, Barcelona  2001, pp. 353-367.

[2] G. Arrighi: El largo siglo XX, Akal, Madrid,  1999, p. 13 y ss.

[3] J. M. Sánchez Carrión: Lengua y Pueblo. Elkar, Estella 1980, pp. 117-118.

[4] J. Azurmendi: Los españoles y los euskaldunes. Argitaletxe Hiru, Hondarribia 1995, p. 517.

[5] Alaitz Aizpurua: Marxismo eta nazio arazoa. ETAren Hastapenetan Hausnart, 2.znbk. 2012 abendua, pp128-139

[6]Documentos Y  Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 15, pp.407-408.

[7]Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 3, p 501-510.

[8] J. M. Garmendia: Historia de ETA, Haramburu, 1979, 2 Vol., pp. 164-165.

[9] «Introducción» Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 7. p. 269.

[10] «Sobre el porvenir inmediato de ETA», Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 16, p. 421.

[11] Hautsi N.º 4 , Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 16. p. 428.

[12] «Por qué estamos por un Estado Socialista Vasco». Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 15. pp. 108-109.

[13] Zutik! 67, Documentos Y,  Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 16, pp. 187-188.

[14] Lenin: La guerra con China, Obras Completas. Progreso Moscú, 1981, Tomo 4, p. 397.

[15] Lenin: La guerra con China, Obras Completas. Progreso Moscú, 1981, Tomo 4, p. 400.

[16] Lenin: La guerra con China, Obras Completas. Progreso Moscú, 1981, Tomo 4, p. 402.

[17] Henri Lefebvre: Lógica formal. Lógica dialéctica. Siglo XXI, Madrid 1972, p. 196.

[18] Lenin: Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado. Obras Completas. Progreso Moscú, 1981, Tomo 35, pp. 231-233.

[19] Pertur: «Por qué estamos por un Estado socialista vasco», Pertur, A. Amigo, Hordago, Donostia 1978, p. 167.

[20] Pertur: «Manifiesto de ETA p-m», Pertur, A. Amigo, Hordago, Donostia 1978, p. 210.

[21] Pertur: «Ponencia Otsagabia», Pertur, A. Amigo, Hordago, Donostia 1978, p. 259.

[22] Hautsi Nº 6, Documentos Y,.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo 16, p. 475.

[23] Zutik!  Nº  67, Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo 16, p. 207.

[24] J. Apalategi: Los vascos de la nación al estado, Elkar, 1979, pp. 53-118.

[25] J. Apalategi: Los vascos de la nación al estado, Elkar, 1979. p. 103.

[26] J. Apalategi: Los vascos de la nación al estado, Elkar,  1979 pp.209-210.

[27] J. Apalategi: «Liberación nacional y socialismo-comunismo  como problemática de síntesis teórica desde la Vª Asamblea de E.T.A. hasta nuestros días», Los vascos, de la autonomía a la nación, Txertoa, 1985, pp. 281-310.

[28] F. Letamendia: Historia del nacionalismo vasco y de E.T.A, R&B, 1994, Tomo I E.T.A en el franquismo, p. 311.

[29] L. Núñez Aristrain: La razón vasca. Txalaparta, 1995, p. 64.

[30] L. Bruni: E.T.A. Historia política de una lucha armada, Txalaparta, 1987, pp.84-87.

[31] I. Casanova, ETA 1958-2008, Medio siglo de historia, Txalaparte, 2007, p. 92.

[32] J. L. Unzueta: «La Vª Asamblea de ETA», Saioak, Año IV, 1980, pp. 50-52.

[33] P. Ibarra Güell: La evolución estratégica de ETA (1963-1987), Kriselu, 1987, pp. 67-83.

[34] G. Kursánov: Veritas. Progreso. 1977, pp. 103-120.

[35]  I. Bullain: Revolucionarismo Patriótico. Tecnos Madrid,  2011, p. 30.

[36]  Garzanti (coord): Enciclopedia de la Filosofía, Edic. B, 1992. pp. 718-719.

[37]  Rosental-Iudin: Diccionario de filosofía, Akal Madrid 1978, p. 346.

[38]  K. F. Leidecker: Diccionario de filosofía, Grijalbo,Madrid 1968,  p. 279.

[39]  M. Garrido: «El canto de cisne de la gran filosofía europea», El legado filosófico y científico del siglo XX, Cátedra, Madrid 2005, pp. 63-66.

[40]  I. Bullain: Revolucionarismo Patriótico. Tecnos Madrid,  2011, p. 115.

[41]  M. A. Dynnik (coord): Historia de la filosofía, Grijalbo, 1967. Tomo III, pp. 205-206.

[42]  W. Ash: Marxismo y moral, Edic. ERA, México 1969, pp. 92-118.

[43]  «Para la V Asamblea (Informe verde revisado)» Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo 7. p. 57

[44]  «Para la V Asamblea (Informe verde revisado)» Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo 7. p. 58

[45] «V. Asamblea Nacional de ETA, 2 Sesión (Actas)» Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo 7. p. 92

[46] «Zutik! Nº 67» Documentos Y. OPS., cit., Tomo 16. p. 207.

[47] «Puntos mínimos ideológicos de ETA», Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 15, p. 117.

[48] «Zutik! Nº  68. Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo 16. pp.255-256.

[49]  «Zutik! Nº 67» Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo 16. p. 207.

[50] Hautsi N.º 3.  Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo 16, p. 399. .

[51] Hautsi agosto de 1972, Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo 16, p. 328.

[52]  «Suplemento especial al N. º 2», Hautsi N. º 2. Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo  16, pp. 374-378.

[53] «Vascuence y revolución vasca», Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo 17, p, 456.

[54] «Vascuence y revolución vasca», Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo 17, p, 460.

[55] Santiago Armesilla: El marxismo y la cuestión nacional española. El Viejo Topo. Barcelona, 2017, p. 245.

[56] Santiago Armesilla: El marxismo y la cuestión nacional española. El Viejo Topo. Barcelona, 2017, pp. 202-218.

[57] Santiago Armesilla: El marxismo y la cuestión nacional española. El Viejo Topo. Barcelona, 2017, p. 324.

[58] «Para la V Asamblea (Informe verde revisado)» Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981. Tomo 7. p. 63

[59] Zutik! N.º 51. Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo 7, pp. 306-307.

[60] Zutik! Nº 51». Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981. Tomo 7, pp. 317-318.

[61] «Algunos aspectos teóricos sobre la conciencia de clase nacional en el proletariado». Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981. Tomo 15, pp, 410-411.

[62]  Hautsi N. º  3, Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo 16. p. 398.

[63] «Informe político de ETA», Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo 17. p. 311.

[64] Hautsi Nº 12, Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo 17, p. 22.

[65]  Zutik! 68, Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo 16. pp. 251-252.

[66]  Zutik! 68, Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo 16. p. 263.

7- HACIA LA ALTERNATIVA NECESARIA

La sexta razón que aconseja estudiar el libro consiste en que, gracias a su publicación por Boltxe, hacemos dos cosas: Una, romper un sibilino y oscuro sistema de censura indirecta que practica la progresía normalizada al negarse a editarlo en los medios de que dispone y a la vez ayudamos a un colectivo militante que sigue fiel al principio de que la cultura, en este caso la teoría y la historia, es un valor de uso revolucionario por lo que no debe buscarse un beneficio económico con ella. Y dos, porque el libro es un trampolín que nos sitúa al borde del salto poniéndonos en el aprieto de tener que saltar hacia una praxis crítica actualizada o retroceder hacia la comodidad egoísta del silencio pasivo.

Lorenzo Espinosa tiene la habilidad de presentarnos tanto la amplitud cuantitativa de la casta intelectual como la pequeñez cualitativa de su argumentación contra ETA. Su libro rezuma una tesis central sobre el giro de muchos y la tarea de justificar la explotación de otros: la cuestión del Estado y por ello la cuestión del derecho a la rebelión. Ambos se sintetizan en el debate sobre el monopolio de la violencia, y a la vez, obligatoriamente, en el debate sobre la cultura como arma de liberación, es decir, en la disyuntiva de la praxis, o del trampolín para volver a lo dicho arriba. En efecto. Lorenzo no hace más que actualizar con otras palabras la apisonadora teórica con la que ETA aplastó en 1973 las posturas oportunistas y liquidacionistas que crecían en la política estatal y vasca de cara a prepararse para el período anterior y posterior a la muerte de Franco:

«Oportunismo llamamos a una forma de comportamiento político, que se manifiesta en el cambio constante de actitud ante problemas concretos con vistas a conseguir unos beneficios inmediatos.

Liquidacionistas son aquellos que ante la dificultad de resolver un aspecto real de un problema determinado, recurren a negar, a liquidar, su existencia. El liquidacionismo está directamente ligado al oportunismo y parte de una visión subjetiva de la realidad. La realidad con todos sus problemas existe como objeto (objetivamente) y desde el momento que las observamos y son interpretadas son vistas también de una forma subjetiva. De esta diferenciación entre realidad objetiva y visión subjetiva que en una comprensión bien ordenada del conocimiento son diferencias complementarias, nacen muchos errores, sobre todo si la visión subjetiva nos dificulta el conocimiento objetivo de la realidad: si las imágenes de nuestro cerebro, “el sol que se pone”, que impide conocer la realidad de “una tierra que rota”. Si de estos sueños, visión subjetiva de la realidad, seguimos haciendo sueños llegamos a construir una visión de la realidad que no es la existente: esto es utopismo, lo que no existe realmente en ningún sitio. Este utopismo y el subjetivismo son defectos de la comprensión, de los cuales pocas veces el individuo, condicionado, es responsable, no constituyen faltas de ética, sino errores. El oportunismo que parte de un subjetivismo y presenta posibilidades utópicas, es además de una forma de comprensión un comportamiento social y como tal relacionado a una ética. El oportunismo es una actitud falta de ética individual, es un comportamiento con intención de engañar»[1].

Tanto oportunistas como liquidacionistas se enfrentaban al problema real, objetivo, es decir, del que no podían escaparse, de la existencia del Estado, de su violencia y de su cultura opresora. Ante la brutalidad salvaje de lo cotidiano sólo tenían tres opciones: combatirlo hasta vencerlo como hacía el independentismo socialista, la izquierda revolucionaria y el sector consciente del pueblo trabajador; desentenderse y esperar a que desapareciese la realidad por sí misma, como hacía una parte de la oposición; intentar negociar reformas que contentasen al Estado, suavizasen la represión y abrieran algunos cauces de democracia controlada, como hacía el grueso de la oposición.

La izquierda independentista era muy consciente de que la lucha contra el Estado español y contra la burguesía vasca era, por ello mismo, la lucha contra el capitalismo, o sea, que el problema no desaparecería con la muerte del dictador[2] y con las previsibles reformas que intentarían apuntalar la explotación capitalista y la opresión nacional: se trataba de un combate de muy larga duración. Por eso era imprescindible que la militancia tuviese teórica y éticamente claro la razón de su compromiso diario, tuviese una perspectiva histórica. En 1972 se escribió lo que sigue:

«Contra la sociedad burguesa basada en la explotación del hombre por el hombre y de una nación por otra, los intereses de los trabajadores llevan hacia una sociedad de asociación y de ayuda mutua de igualdad y de fraternidad. Esta es una sociedad comunista: que cada cual aporte a la sociedad aquello que pueda dar mediante su trabajo, y reciba de la sociedad lo que necesite para su desarrollo y su vida como persona humana, libre y feliz. La sociedad comunista es, en parte, un deseo de ese futuro de fraternidad, donde las clases sociales y la propiedad privada de los medios de producción no existan, donde el estado al servicio de una casta opresora desaparezca, y donde el gobierno de los hombres por los hombres deje paso al gobierno de los hombres sobre las cosas, y la política no exista, siendo la economía el instrumento para regir la buena marcha de la sociedad.

«Pero una opción comunista no es sólo un deseo para el futuro. Hoy en día, los trabajadores están creando los gérmenes de esa futura sociedad: en Euskadi, los vasco-parlantes que se reúnen y trabajan por hacer del vascuence, el idioma útil en la familia, en la cultura y en la producción, están prefigurando una sociedad libre donde el vascuence sea el idioma vehicular; los trabajadores que crean guarderías para sus hijos, que se ayudan en la enfermedad y en el paro que practican la democracia más real a la hora de tomar decisiones de índole diversa, están prefigurando la sociedad de ayuda mutua y de libertad; los vascos y los emigrantes que se unen para luchar contra el enemigo común, para dar respuestas juntos y sus problemas diarios  comunes, y que se respeten en sus particularidades nacionales, ayudándose para conseguir ambos la libertad, están prefigurando la futura fraternidad y convivencia de todos los pueblos.

«Hay, pues, una práctica diaria de esa opción comunista que consiste en desarrollar nuestra propia cultura dentro de la libertad y de la fraternidad. Pero hay algo más: la existencia del poder de las clases dominantes. La opción comunista obliga también a la práctica diaria de la lucha de clases, en las fábricas, en las ciudades y los campos, en la lucha ideológica y en la lucha armada»[3].

La praxis comunista y la cultura de la fraternidad y de la ayuda mutua forman una unidad en la acción diaria. La izquierda independentista veía la necesidad perentoria de formar teóricamente a su militancia en esta concepción histórica porque conocía el poder de absorción y alienación que estaba desarrollando el capitalismo que superaba con creces al de una década antes a pesar de la crisis socioeconómica que se agudizaría desde 1973; porque veía que cientos y miles de jóvenes militantes que se arriesgaban creando movimientos populares, sindicales, culturales, euskaltzales, etcétera, necesitaban formarse críticamente.

Una vez más, el potencial teórico del V Biltzar como proceso aparecía claramente según se agudizaban las contradicciones capitalistas y aumentaban los debates internos. Aunque surgieran corrientes diferenciadas que terminarían en escisiones, en el fondo existía el denominador común de la necesidad de una teoría revolucionaria surgida en y para la lucha de liberación nacional de clase en Euskal Herria, no una copia dogmática de teorías exteriores y menos aún impuesta por izquierdas no vascas. Por ejemplo, de la defensa genérica del comunismo a la explicación más concreta de lo que debería ser un «marxismo nacional vasco» de verano de 1976:

«La única razón que tenemos para orientar la construcción de un Partido Unificado, se encuentra en la Teorización de la historia del Socialismo Abertzale y la posibilidad práctica de poder elevar a Cuerpo Teórico, un Marxismo Nacional vasco capaz de estructurar y dar cohesión revolucionaria, en una misma organicidad, a lo que en cualquier otra situación europea o de país industrializado hace décadas que se presenta como dividido: el Socialismo y el Comunismo»[4].

En el debate entre ETA p-m y ETA militar para la preparación de la VII Asamblea en septiembre de 1976, la parte «mili» aporta su opinión sobre cómo debería ser «el partido a construir»:

«Respecto a éste tema ya dimos nuestra opinión en el Zutik 65. Nuestra opción es crear a partir de KAS un frente popular independentista cuya constitución concreta sería a discutir, pero desde luego estructurada hasta nivel de base.

«Dotarle de una alternativa táctica asimilable por la mayoría del pueblo y que nos permita agrupar en torno a él un número de fuerzas suficientes como para obligar a la oligarquía a quedar definitivamente aislada y enfrentada al pueblo […] Y cuando decimos frente popular queremos decir conjunto de fuerzas políticas populares y no un partido amplio; porque consideramos que un partido interclasista, heterogéneo y sin definición ideológica no puede llevar una política coherente ni dirigir un pueblo a su liberación»[5].

Más adelante el documento de ETA militar reproduce algunos párrafos del Zutik 65 sobre cómo debe ser el «partido de la clase obrera», de entre los que destacamos estos por su importancia para la cuestión que ahora tratamos:

«a) Dotarse de una teoría científica de conocimiento dialéctico que le permita responder como un solo hombre a todos los problemas tanto tácticos como estratégicos, que se le plantee. Sin una teoría, y un método de desarrollarla, homogéneos la acción del partido será como las aguas de mil fuentes que se pierden por las laderas de los montes, en direcciones divergentes, en vez de unirse en el valle formando un invencible torrente.

«b) Ha de ser un partido revolucionario. Un partido que sepa aplicar la táctica adecuada a cada momento sin perder su orientación estratégica. Es decir, que sepa mantenerse unido al pueblo sin sacrificar sus objetivos estratégico»[6].

Como se aprecia, la dialéctica entre la táctica adecuada en cada coyuntura y los objetivos estratégicos se sostiene en la permanente formación teórica y filosófica -«teoría científica de conocimiento dialéctico»- de la militancia. La autocrítica por la baja formación de la militancia  incluso en sus responsabilidades de dirección sucesivas, es una constante que recorre a  todas las ramas del V Biltzar como proceso histórico complejo, como vuelve a leerse en el Kemen Nº 9 que tiene la virtud de extenderla a la crítica del «aparativismo»  que «consiste en la “supervaloración” por parte del militante de la importancia del aparato en el que desarrolla su actividad y la consiguiente falta de visión del conjunto de la organización»[7].

Ofuscarse en la parte y olvidarse del todo es uno de los defectos más demoledores del método no dialéctico que, en este caso, empieza en la vida organizativa pero abarca al conjunto de la totalidad social. Además de otras dinámicas insertas en el capitalismo que impiden la concienciación, refuerzan la ideología burguesa, fortalecen el miedo irracional a la libertad y al pensamiento racional y crítico, además del efectos destructor del fetichismo, aparte de todo esto la tendencia aparatista o burocrática como la denominamos hoy en día primero relega y pospone la formación teórica y luego la liquida en su sentido dialéctico para dejar sólo una mera actualización de las prioridades tácticas del momento. A la vez tienden a reforzarse las utopías reformistas disfrazadas inicialmente de «realismo» y «objetividad».

Tanta dificultad hizo mella. Por ejemplo, la Alternativa Táctica de KAS arrastraba varias lagunas internas heredadas de las condiciones en la que fue elaborada. Pero su mayor limitación consistía en que no estaba inserta en una Alternativa Estratégica si por tal entendemos la dialéctica entre un «programa mínimo» y un «programa máximo». El Manifiesto Comunista es desde 1848 el ejemplo paradigmático de este método que tan valioso se ha demostrado en la práctica desde que en 1850 se redactó la Circular del Comité Central a la Liga Comunista que era el «programa de transición» que enlaza las luchas tácticas mínimas con los objetivos estratégicos máximos precisamente en los momentos decisivos del avance de una fase en la lucha a la otra, avance que podía paralizarse y mutarse en derrota catastrófica sino se intensificaba. Las lecciones históricas sobre la dialéctica de la lucha son concluyentes en lo positivo y en lo negativo. La teoría de la «actualidad de la revolución» surge de estas lecciones y no tiene nada que ver con el presentismo cegato de la lógica formal sino con la dialéctica de la historia.

Pensamos que  la decisión de la minoría del ETA p-m de ofrecer una tregua al Gobierno de UCD en 1977, que en realidad resultó ser el comienzo de la integración en la lógica burguesa, se basaba en parte y además de otras razones que hemos intentado exponer, también en el vacío analítico causado por este corte entre la Alternativa táctica y la estratégica de KAS, y en la ausencia de un programa de transición entre ambas. De la misma forma en que el aparativismo supedita el todo a la parte, impide ver el movimiento de las contradicciones en su totalidad porque se ofusca en tal o cual porción vista en su aislamiento estático, también la opción por la tregua y a la larga por la reforma muestra la misma incapacidad para comprender las contradicciones antagónicas entre el pueblo trabajador y la burguesía.

La respuesta de otra parte de ETA p-m no se hizo esperar. Su reflexión sobre la «paz» abstracta estaba integrada en una visión estratégica ausente en el sector que quería negociar cuanto antes con la burguesía:

«Tanto hablar en panfletos y comunicados de que el Pueblo quiere la Paz, es llegado el momento de determinar qué es la Paz, si la nacida de las metralletas fascistas, si la “conquistada” bajo la dominación burguesa o si la única Paz Libertadora emanada y dirigida por la clase obrera. Tal es la tarea a desempeñar por los revolucionarios reconociendo que las condiciones de desarrollo de la lucha para alcanzar el objetivo final, han variado. Saber adoptar unos tácticos y estratégicos encaminados a educar, servir y organizar al proletariado y las clases populares es la única dirección capaz de hacerle romper sus cadenas explotadoras. Somos conscientes del largo proceso que ello conlleva pero no cometamos el profundo error de dejarnos arrastrar por una teoría de frases hueras repletas de contenido reformista. Nuestro primer escalón será obligar al Gobierno Suárez a concertar un compromiso democrático para con nuestro Pueblo en base al programa de Alternativa de la Izquierda Abertzale, conquistándolo y defendiéndolo si es preciso (como va a ser) con la violencia armada revolucionaria»[8].

Si a la debilidad del sector de ETA p-m que buscaba la negociación con el Estado le unimos la capacidad de sectores de la burguesía para negociar concesiones formales con el reformismo abertzale de entonces creando la apariencia de que son cambios sustanciales que anulan la efectividad de los métodos anteriores de lucha, podemos comprender el por qué y el cómo del  debilitamiento de la conciencia revolucionaria. Semejante deriva suele implicar el paulatino abandono de la militancia de base, que no está de acuerdo pero que, desengañada cada vez más desde 1978 cuando EIA  ETA p-m aceptaron el Estatuto vascongado, se da cuenta de la imposibilidad de evitar desde dentro el avance del reformismo. Esto fue lo que se sucedió a EIA de modo que la burocracia pudo dirigir el giro de Euskadiko Ezkerra al reformismo definitivamente desde comienzos de 1982 cuando Euskadiko Ezkerra integró en su seno a amplios sectores del PC de Euskadi.

El eurocomunismo pudría así definitivamente una parte del independentismo socialista que, tras escisiones internas sucesivas, concluiría su vida apoyando la represión desde 1988 y luego entrando los restos en el PSOE en 1993. Una de las excusa de la minoría de EE para cambiar de bando fue  la implosión del bloque «socialista» en 1989-91 y el consiguiente triunfalismo imperialista, interpretada desde esa sopa ecléctica y boba cocinada con restos adulterados de Gramsci, con trozos de un Althusser mezclado en un caldero de pacifismo democraticista, unido al efecto desmovilizador de las modas intelectuales que negaban la pertinencia del marxismo.

Como es sabido, mucha militancia de ETA p-m, de EIA y EE se fue reintegrando a otras organizaciones, movimientos y partidos del V Biltzar como proceso según su colectivo giraba de forma imparable hacia la lógica burguesa. Algo similar había ocurrido con ritmos propios en las escisiones anteriores en la medida en la que los grupos escindidos rompían los lazos praxísticos que les habían unido a la corriente política que se estaba formando alrededor de los principios del V Biltzar en proceso.  Durante la década de los ’80 y hasta la mitad de los ’90 el independentismo socialista nucleado entonces por KAS había logrado mal que bien, con tensiones algunas de ellas graves, desarrollar la praxis de emancipación en medio de las contradicciones crecientes del capitalismo. Incluso pudo destilar teóricamente parte de las lecciones aprendidas en una lucha de liberación nacional de clase sorprendente en el corazón del imperialismo europeo. ¿Qué sucedió después? Algunas de las respuestas a esta pregunta tan necesarias requerirán un volumen al menos tan extenso como este que este que tienes entre tus manos.

Como adelanto, una de las bases de ese texto deberá ser a la fuerza este necesario estudio de Lorenzo Espinosa en el que se explica lo esencial de las dinámicas de represión, absorción y cooptación que desarrolla el capitalismo para asegurar su dominación.

IÑAKI  GIL DE SAN VICENTE

EUSKAL  HERRIA  6 de abril de 2018

https://www.boltxe.eus/eta-la-historia-no-se-rinde-prologo-la-historia-como-lucha/

[1]  «El oportunismo científico», Hautsi N. º 3, Abril 1973, Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo Tomo 16. pp. 409-410.

[2] «ETA frente al Juancarlismo». Documentos Y.  Hordago. Lur, Donostia, 1981Tomo Tomo 16. pp. 275-282.

[3] «El proletariado vasco y la lucha de liberación nacional». », Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 15, p, 139.

[4] «Sobre socialismo abertzale, marxismo nacional vasco e introducción al partido político» Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 18, p. 153.

[5] «Opción estructural de la organización político-militar. Nuestra  opción estructural. Experiencias», Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 18, p. 74.

[6] «Opción estructural de la organización político-militar. Nuestra  opción estructural. Experiencias», Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 18, p. 75.

[7] Kemen Nº 9, Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 18, p. 310.

 

[8] Kemen Nº 13, Documentos Y, Hordago. Lur, Donostia, 1981, Tomo 18, p. 457.

 

 

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