Chile. Piñera: La plutocracia de los acuerdos

Resumen Latinoamericano / 13 de marzo de 2018 / Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo), El Clarín de Chile

En toda plutocracia debe respetarse una norma fundamental: la propiedad, que es sagrada, es decir, de derecho divino. El Estado debe intervenir lo menos posible en la economía, y lo fundamental es la libertad de enriquecerse ilimitadamente.

Adolfo Thier, el principal asesino de los comuneros en París, decía  y con razón que “la democracia, la soberanía del pueblo y el sufragio universal podían garantizar, mejor que la monarquía, el poder de las clases poseedoras”, es decir,   a la “gente bien-pensante”, pues al fin y al cabo en las elecciones de época, después de la revolución de 1848, siempre habían ganado  los monárquicos, y el primer Presidente elegido por el predominio del campesinado fue Louis Napoleón, posteriormente emperador.

Durante la III República y gran parte de la  IV, muchas veces ganaba el llamado “bloque de izquierda”, bajo el liderazgo de los radicales. Para la burguesía el peligro principal era el impuesto a la renta, lo que equivalía a un atentado contra la propiedad sagrada; mientras la izquierda no lo incluyera en su programa, no había ningún temor.

La centro-izquierda francesa, para engañar al pueblo, sólo tenía que reemplazar al cura por el institutor y retirar los crucifijos de las salas de clase – el cura y el profesor cumplían las mismas funciones -, en caso del primero, convocándolos a soportar la pobreza con la promesa de la otra vida en que ellos reinarán, mientras que los ricos sufrirán las penas del infierno; en cambio, los institutores prometían una república en  libertad y fraternidad y, a lo mejor, la esperanza de la igualdad.

A veces el pueblo le jugaba malas pasadas a la “gente bien” y elegía gobiernos de izquierda que cumplieran la promesa de igualdad, tal como ocurrió en la Revolución Francesa en que se eliminó la división entre ciudadanos activos y pasivos, es decir, el sufragio censitario: los pasivos no tenían derecho a voto, en consecuencia, si se manifestaban la  guardia nacional de Lafayette los masacraba cuando juntaban firmas para revocar al rey

En la época contemporánea, en muy pocas ocasiones, la soberanía popular ha elegido gobiernos progresistas que se han propuesto la búsqueda de los ideales de la igualdad, (en el caso chileno, sólo Salvador  Allende fue fiel a su promesa, nada más representativo de la gente “de bien” que la frase de Henri Kissinger refiriéndose a la insensatez de los chilenos de haber elegido a Salvador Allende). Cuando el soberano se equivoca hay que volverlo al buen camino a punta de golpes de Estado, y hoy, como los milicos están clasificados como asesinos, usar a jueces y leyes y acusaciones parlamentarias.

La ventaja de la soberanía popular sobre el derecho divino es que en la primera el poder está legitimado por el pueblo, mientras que en las segunda, por la iglesia. La plutocracia no requiere políticas de los acuerdos: puede haber diferencias en distintos temas, antes entre liberales y conservadores, y hoy entre progresistas y reaccionarios. Si se respetan las normas reseñadas más arriba, no habrá motivo profundo de conflictos.

El Presidente Sebastián Piñera podría considerar el cambio de mando similar a una comida-aniversario de ex alumnos del Colegio Verbo Divino: sus invitados internacionales que concurrieron a la ceremonia de cambio de mando  son parecidos a él: lobistas, millonarios y especuladores – con la excepción de Evo Morales -: el de Perú, PPK, a punto de ser vacado por negociado con Odebrecht; Mauricio Macri, de Argentina, millonario, pillín y bailarín; Michel Temer, que debiera estar en la cárcel por corrupción.

Sebastián Piñera no necesita de la plutocracia de los acuerdos a pesar de tener minoría en el Congreso, pues la oposición sólo es capaz de ponerse de acuerdo en lo formal: elegir a los “socialistas” Carlos Montes,  en el Senado, y Maya Fernández, en la Cámara de Diputados. En cuanto al fondo ideológico, se ve cada día más dividida, incapaz de conducir a la ciudadanía.

Los dos primeros días de Piñera como primer mandatario se han convertido en la realización del sueño del pibe: inteligentemente, después del almuerzo, visita una de las sedes de Servicio Nacional de Menores, SENAME, actividad que le regala más popularidad, ¿quién puede discutir que los niños deben ser una prioridad en todas las instituciones y gobiernos? Cambiar el nombre de esa Institución por el de “Protección a  la Infancia” y dividir a los niños y adolescentes infractores de ley  de los niños vulnerables.

Desde el  balcón de La Moneda se dio el lujo de repetir lugares comunes y generalidades, como “las cinco propuestas de acuerdo”. No faltó, al final de estos 35 minutos de intervención, el “arriba los corazones” y “vendrán tiempos mejores”.

Uno de los  últimos errores de la Presidenta Michelle Bachelet fue el de no ejercer su poder para reformar Carabineros y pedir la renuncia de su director, Bruno Villalobos. Piñera, en su primer día de gobierno, ni tonto ni  tonto ni perezoso, y con un solo gesto, defenestró al general, con el consecuente baño de popularidad.

En su vulgaridad, Sebastián Piñera es muy parecido a sus electores que lo condujeron al poder; lo malo es que los pueblos cambian más rápido que el tiempo: pasan del amor al odio, como del verano al otoño y, lógicamente, caen las hojas y “el rey queda desnudo”, como en el cuento.

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