Eugenia Gutiérrez. Colectivo Radio Zapatista.

México, 8 de marzo de 2018.

¿Cómo describir el momento que viven hoy las luchas feministas a nivel mundial? ¿Cómo analizar sus alcances y sus límites? Enarbolando la bandera del feminismo, hoy se movilizan miles de personas para organizar debates, marchas, huelgas o celebraciones. Las protestas contra la violencia patriarcal permean hoy todos los ámbitos que determinan nuestro entorno. Las luchas feministas se despliegan en lo social, lo cultural, lo económico y lo político. En el marco de este 8 de marzo, día que concentra esfuerzos de reflexión y acción a nivel mundial, la violencia machista se discute en foros, artículos, libros, medios de comunicación y todo tipo de esfuerzos organizativos. Y, sin embargo, la violencia sexista no cesa. Por el contrario, los datos duros indican que crece y se consolida.

Para tratar de explicar o al menos entender esta contradicción, algunas teóricas y académicas están analizando con cuidado lo que consideran un aparente feminismo en boga, mientras desmenuzan con claridad muchos de sus riesgos. En un reciente artículo de la publicación independiente infolibre, la investigadora española Laura Nuño pone el dedo en la llaga al describir los riesgos que observa en este presunto “tiempo de feminismo”. Nuño advierte que “se está construyendo una suerte de feminismo sensato e inclusivo en oposición a un feminismo radical que denuncia la jerarquía sexual como factor histórico de discriminación, el androcentrismo como ficción de neutralidad y señala al orden patriarcal y neoliberal como origen de la opresión de las mujeres”. Es decir, una especie de “feminismo” a modo que, en oposición al feminismo radical, “no cuestiona estos órdenes, o cuestiona solo uno de ambos y asume como natural la mirada androcéntrica”. Este feminismo sensato “incluso cuestiona que el sexo sea una categoría determinante en la posición que ocupan las personas en la sociedad o que las mujeres sean el sujeto político del feminismo”. Desde su análisis, esto “puede implicar también una colonización y usurpación del objetivo histórico del feminismo para volverlo inocuo o desvirtuarlo hasta convertirlo en otra cosa”.

Como propuesta de emancipación colectiva, el feminismo ha enfrentado siempre la reacción violenta de mujeres y hombres que lo ven como amenaza para sus privilegios de todo tipo. En meses recientes, mujeres afectadas por el acoso sexual han sido atacadas desde muchos frentes por haberlo denunciado, y no sólo en el marco de la campaña #MeToo (“Yo También”) sino incluso en contextos socio-culturales donde esos ataques resultan de lo más graves. En redes sociales, universitarias mexicanas de la ENAH, la UAM, la UNAM y otros recintos donde se esperaría encontrar un mínimo de sensatez y empatía por las luchas de las mujeres, reciben una interminable retahíla de ofensas cuando denuncian violaciones, acosos e intentos de violación. La transparencia brutal de twitter, facebook y otros ciberespacios no deja lugar a dudas. La violencia sexual contra las mujeres crece cada día. Y ya sea porque “se lo buscaron” o porque “no son mujeres que luchan”, el objetivo primordial de normalizar esa violencia parece cada vez más sólido. Sin importar ideologías, existe una tendencia a separarnos, como si hubiera “mujeres que valen la pena”, ejemplares y cómodas, mujeres dignas de respeto, al tiempo que se inventa un prototipo de “mujeres descartables” que no merecen nada que no sea violencia. “Feminazis”, “femichairas”, “antihombres” nos dicen. Finalmente, en busca de un feminismo inofensivo se manifiesta impune una misoginia solidaria donde mujeres y hombres aterrorizados nos despedazan.

En este contexto tan difícil de entender, miles de mujeres acompañaron en estos meses los pasos María de Jesús Patricio Martínez y del Concejo Indígena de Gobierno a lo largo del territorio mexicano, paraíso de feminicidas. Mujeres de ojos tierra, de ojos luna. Mujeres de ojos canción. En general inexistentes para las sociedades globalizadas, su presencia abrumadora durante el recorrido de la vocera del CIG resultó un concierto refrescante de miradas que calan en lo más profundo porque provienen de ahí. Señoras y niñas o señoritas. Abuelas jóvenes, ancianas. Mujeres sin sus hijos, madres de hijas violentadas. Indígenas o blancas o mestizas. Niñas y niños de cuna rebozo, de cuna metate. Mujeres aliento reparador. Con la palabra en los ojos, a lo largo de cuatro meses sus ojos grito nos sacudieron. Y aunque sólo algunas relataron con palabras nuestra verdad como país, todas ellas develaron realidades convenientemente ocultas al monopolio de la comunicación.

Mujeres zapatistas en Palenque, Chiapas, octubre 2018. Foto: Heriberto Rodríguez, RZ.

El camino comenzó en comunidades zapatistas, donde las mujeres y los hombres ya se organizan desde hace décadas para trazar libremente ese “destino que nos han quitado y desgraciado” del que hablara Marichuy. Conscientes de la grandeza del lugar que habitamos, miles respondieron a la propuesta organizativa del CIG y se movilizaron para no definirse quietas. Con la voz en la mirada frente a las multitudes cómplices en hartazgo o como parte de ellas, sus ojos indignación nos alborotaron. Se les vio caminando, protestando, gritando, sonrientes, serias, enojadas, tristes, celebrando el gusto de trabajar con sus compañeros de lucha o de vida, bailando, fungiendo como concejalas o como testigas. También las vimos alimentando, resguardando, recabando firmas para la vocera del CIG, narrando a voces o en silencio verdades desatendidas por la mayoría. Algunas, como Eloísa Vega Castro, nos hicieron ver que el “vamos por todo” significaba darlo todo.

Intensificando al máximo el pleonasmo, miles de esas “mujeres que luchan” están reunidas ya en el Caracol zapatista de Morelia, zona Tzotz Choj, Chiapas, donde convivirán del 7 al 11 de marzo, convocadas por el zapatismo al “Primer Encuentro Internacional, político, artístico, deportivo y cultural de mujeres que luchan”. En él, la especificidad de género será, por unos días, pretexto para la fiesta y la convivencia, sin dejar de ser, como siempre, motivo para la reflexión organizativa. Según lo anunciado por las organizadoras, hay más de doscientas propuestas artísticas, políticas, culturales y deportivas registradas. Los eventos incluyen “las disciplinas de música, danza, teatro, circo, clown, poesía, cuenta cuentos, presentaciones de libros,  dibujo, fotografía, cine, futbol y volibol”. En tanto, los talleres y las pláticas abarcan una gama muy amplia de inquietudes nuestras, tanto festivas como dolorosas, pues hay danza, música, pintura, agroecología, resistencia creativa y descolonización de las caderas, al tiempo que se habla de feminicidio, violencia sexual, aborto, guerra y/o machismo.

El miedo al feminismo radical está presente no sólo en los sistemas económicos basados en la desigualdad y las opresiones laborales o de clase, sino en el corazón mismo de los movimientos que se autoproclaman emancipadores, incluidos el marxismo y las religiones. El tema de la causa feminista postergada en aras de una causa “más amplia e importante” ha sido trabajado exhaustivamente por teóricas como Simone de Beauvoir, Aleksandra Kollontai, Ana de Miguel o Heidi Hartmann, entre muchas otras. Todas ellas han insistido en la necesidad de discutir un feminismo que no acepte ser reducido ni subsumido ni aplazado. Desde la realidad cotidiana que viven sus comunidades, las mujeres que ya se organizan tras el recorrido del CIG, se preparan. Su fortaleza nos mira de frente y, sus miradas desafío, nos convocan.