Alemania. La extrema derecha será la oposición al gobierno de Merkel

Resumen Latinoamericano / 4 de marzo de 2018 / Miguel Urbán, Viento Sur

Después de más de cinco meses de bloqueo, el cuarto mandato de Merkel podrá ser una realidad gracias al SÍ de las bases del partido socialdemócrata alemán (SPD) a una reedición de la gran coalición con el bloque conservador de la canciller. Un 66% de los votantes socialistas se ha pronunciado a favor del acuerdo de gran coalición, un numero sensiblemente inferior al del 2013, cuando en la consulta previa a la formación del actual Gobierno en funciones fue aprobada por un 75,96% de los votos.

La Grosse Koalition entre el SPD y la CDU/CSU es un experimento replicado varias veces en los últimos años, pero con hondas raíces en la política alemana: la primera experiencia tuvo lugar allá por 1966. En las últimas décadas la fórmula ha contribuido de forma determinante a conformar ese Gran Centro neoliberal o Extremo Centro que tan funcional ha resultado para la gobernanza de las élites alemanas y europeas, empezando por el mismo Parlamento Europeo, en donde el propio dirigente del SPD, Martin Schulz, ya fue presidente gracias al apoyo de la gran coalición de Socialistas y Populares.

En las elecciones del septiembre del pasado año la gran coalición, formada por CDU/CSU y SPD pasó de representar casi el 70% de los votos a poco más del 50%. Una clara muestra de censura al gobierno y sus políticas neoliberales por parte del electorado alemán. A pesar de las promesas socialistas de no reeditar la gran coalición, Merkel seguirá al frente del gobierno, pero este será más frágil que antes de ayer y, sobre todo, tendrá en frente a un parlamento más diverso y beligerante, que cuenta con nuevos invitados.

Hoy la socialdemocracia europea vive inmersa en una crisis de identidad, de estrategia y de proyecto, exactamente lo mismo que le ocurre a la Unión Europea. Ambas practican una huida hacia adelante donde el mimetismo con los ideales y prácticas del neoliberalismo convive con una apelación permanente al pasado glorioso y los avances entonces obtenidos, intentando así que la nostalgia fordista legitime y oculte un horizonte sin mucho más proyecto propio que el de ser las muletas de las élites financieras globales como se ha vuelto a demostrar con la vergonzosa reedición de la Grosse Koalition.

Y la pelea por ocupar ese vacío electoral e ideológico y los espacios de legitimidad e institucionalidad en pleno proceso de redefinición que de él se derivan constituyen hoy una de las principales batallas políticas en toda Europa. Más allá de los éxitos propios, la progresiva derechización de la política europea y, más concretamente, el crecimiento del populismo xenófobo de derecha radical por toda Europa, son el resultado de la incapacidad por parte del resto de la izquierda de ocupar el vacío dejado por la descomposición de la socialdemocracia. Como decía Gramsci, la política, como la naturaleza, tiene miedo al vacío y las tierras de nadie y espacios vacantes no tardan en ser ocupados por nuevos actores.

En la crisis del extremo centro y su desplome electoral encontramos dos elementos clave de las pasadas elecciones alemanas. El primero es, sin duda, la emergencia electoral de los populistas xenófobos de Alternativa por Alemania (AfD en sus siglas en alemán) la primera vez que la ultraderecha accede al Bundestag desde la Segunda Guerra Mundial, siguiendo otro fenómeno igual de estructural y tendencial en Europa: la recomposición de las viejas y nuevas extremas derechas y derechas radicales. El segundo elemento es que la AfD consiguió la tercera posición. Pero, ¿cómo puede ser tan importante una tercera posición? Pues porque con la confirmación de que los dos partidos más votados conformarán la coalición gobernante, la tercera fuerza se configurará de facto como cabeza de la oposición. Y, siendo Alemania uno por no decir el principal teatro en donde se representa la obra europea de la Gran Coalición de partidos del Extremo Centro, quien encabece la oposición a este bloque en el país teutón será también una referencia para el resto del continente, un adelanto de lo que puede pasar en el parlamento europeo en el 2019, sino movemos ficha para remediarlo.

AfD ha evolucionado desde sus posiciones originales eurófobas (que no ha abandonado) hacia un nacional-populismo con claro matiz racista, xenófobo e islamófobo. En esa evolución, las reivindicaciones económicas en torno al euro que inspiraron su fundación fueron quedando en un segundo plano, centrando los esfuerzos en arremeter contra las políticas de asilo del gobierno de Merkel y, sobre todo, en combatir a su nuevo enemigo de cabecera: la presencia del islam en Alemania. De esta forma, AfD ha conseguido recoger, en el plano electoral, el testigo sembrado por la plataforma de extrema derecha Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (PEGIDA). Un movimiento islamófobo que lleva varios años convocando protestas contra la inmigración en diferentes ciudades, fundamentalmente del este de Alemania, precisamente donde AfD ha obtenido sus mejores resultados.

En un tiempo record, la extrema derecha alemana representada por AfD ha conseguido no solo conquistar un espacio político propio al margen de la CDU, sino también erigirse, ante una parte de la opinión pública, en la principal fuerza de oposición a Merkel. En plena resaca electoral, el candidato Alexander Gauland mandó un claro mensaje a Merkel: “Que se cuide este gobierno porque iremos a por él”. Después de cinco meses ya hay gobierno y la extrema derecha, gracias a la gran coalición, ostentará la jefatura de la oposición. Muchos no querían verlo venir, pero ya nadie puede negarlo: ya están aquí. Los monstruos del pasado recobran fuerza en nuestro presente.

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