Chile. ¿Es negocio la delincuencia?

Resumen Latinoamericano / 15 de febrero de 2018 / Walter Garib, El Clarín de Chile

Desde luego que sí. La delincuencia, uno de los tantos flagelos impulsados por el sistema capitalista, funciona como empresa. Actúa para mantenernos aterrados, sin ganas de pensar en algo diferente. Atrapados, muertos de miedo y sin dormir, forzados a comprar seguridad. Nos hemos convertido en manada de timoratos, pegados a la pantalla de TV, a los celulares. En eternos beatos de las catedrales del Mall, donde uno cree adquirir objetos de utilidad para satisfacer carencias. En realidad, compramos deudas que jamás se extinguen, disfrazadas de baratijas, pagadas en un centenar de cuotas. Hoy, el chileno debe el 70% de su ingreso mensual. Quien no tiene una docena de tarjetas de crédito, dos celulares, es un pordiosero. Cifras que alegran al sistema impuesto por la dictadura económica.

La delincuencia opera en sintonía con el régimen político, ideado por quienes nos despojan a diario de la libertad. Libertad que anhelamos para crear, reconstruir el futuro, amar la cultura, pensar y tener sueños. Volver a pasear por los parques y sentarnos en los bancos de las plazas. Conversar en torno a un café. Hay una delincuencia acotada, que opera bajo la mirada complaciente de la policía y los organismos de seguridad. Si se llegara a desbordar, atentaría contra sus propios creadores. De no existir o de ser mínima su actividad, las compañías de seguro, los sistemas destinados a combatir el delito, sufrirían mermas de catástrofe. Fin del negocio. Incluso, la corrupción, aliada de la delincuencia, participa del modelo y lo auspicia, creando una atmósfera de inestabilidad social, de pandemia. Para combatir ambos flagelos, las autoridades auspician la compra de seguridad. Como vivimos acosados por asaltos en la calle o en el hogar, nos refugiamos en nuestras casas, protegidos por alarmas, botones de pánico, cámaras de seguridad, cuyo valor estruja las faltriqueras.

Si disponemos de automóviles, motos, bicicletas o el monopatín del hijo, debemos asegurarlos contra este flagelo social. Si tenemos cuenta corriente es preciso protegerla del estafador que envía correos maliciosos, para dejarnos en la inopia. No digo en pelotas. Todos desde hace tiempo, parecemos estar en esta situación de orfandad en el vestir. Y vuelta a solicitar un préstamo para cubrir el socavón o la desnudez.

De esta delincuencia, corrupción organizada a todo nivel, se cuelga la derecha engullidora y ofrece soluciones mágicas para combatirla. Al ganar la presidencia, ya instruyó a los empresarios ladrones y corruptos a ser prudentes en sus pillerías. No apresurarse. Como no todo puede ser desgracia, manicures y dentistas están de pláceme. La moda es afilarse garras y dientes. También ha aumentado la venta de esmeriles. ¿Acabará la delincuencia, la colusión y la corrupción? Ni soñarlo. El capitalismo las impulsa, junto a las estafas piramidales, los casinos, para mantener al pueblo dopado, lo cual le permite controlar el país. Seguirá remando hacia sus costas de privilegio, para beneficiarse. Claro que instruirá a su prensa adicta a crear una atmósfera de bienestar social, progreso material, espejismo, mientras la farándula se activará de la mano de la enajenación. Se ignora si los guardias de seguridad protegen a las empresas del robo que realiza el cliente, o protegen a éste del robo que realizan las empresas.

Ahora, alguien me podría sugerir después de esta cháchara plañidera: “Si no le gusta Chile, señor escribidor, no gima y váyase de aquí a protestar a otra parte”. Tanto me seduce este país donde nací, asolado por terremotos, incendios forestales financiados y auspiciados por las empresas del rubro, incluidos granujas, dictadores, esmog, que jamás he pensado en el destierro. Veo luces de esperanza al final del túnel y eso me mantiene vivo. Ni siquiera Pinochet logró enviarme al exilio. Aunque usted no lo crea, era amigote de Pinochet. Me refiero a Héctor Pinochet Ciudad, quien ahora habita el panteón de la inmortalidad. Autor de la novela breve “El hipódromo de Alicante”, obra maestra, donde se ha instalado la magia del absurdo, como en este país. Se la recomiendo.

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