Chile. Piñera: gobernar para los ricos

Resumen Latinoamericano / 11 de febrero de 2018 / Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo), El Clarín de Chile

En la literatura rusa, previa a la Revolución, se consignaba como éxito en la vida el lograr un cargo de funcionario en la administración zarista, por ejemplo, en Crimen y castigo,  novela de F. Dostoievski, el personaje más poderoso ejercía sus funciones en las filas del Estado. Con el advenimiento de la Concertación para la Democracia, en Chile ocurrió algo similar a la de la Rusia zarista: la meta culmen del novel político era conseguir un puesto en el gobierno que, en esa época, se cuoteaba entre los partidos del bloque en el poder.

Ser funcionario u operador político era un signo de poder en el partido. En el caso de los socialistas, estos cargos se distribuían por fracciones, por ejemplo, al comienzo de la transición a la democracia, la Megatendencia y luego, la Nueva Izquierda, presidida por Camilo Escalona; por su parte, los democratacristianos han conservado, desde 1965, la “vocación de Partido de funcionario”; para qué detenernos en el PPD y en el Partido Radical.

Otro tipo de personaje que caracterizó a los partidos de la fenecida Concertación fue surgimiento de los “operadores políticos”, especie de secretarios y jefes de gabinete que, junto con llevar el maletín a sus líderes, los imitaban hasta en los gestos, incluso, en los trajes italianos, y se hacían tan necesarios como los pequeños bichos que se adhieren a piel de los elefantes y de otros animales – en ese tiempo, a nadie se le ocurriría la genial idea de Bosco Parra, de que la Izquierda Cristiana no postulara a ningún cargo gubernativo durante la Unidad Popular -; en definitiva, cuando no hay ideas y muchos menos sueños de vigilia, el realismo prueba que lo mejor es el asalto al botín del Estado;  se impone el “pituto o muerte”, en consecuencia, partidos políticos que viven del Estado, una vez perdido el poder, no tienen más recurso que el camino de la agonía – el caso del PPD y la DC -.

Se dice que en la vida hay que tener un 1% de inspiración, un 2% de sudor y un 97% de suerte. Un político sin fortuna está condenado al fracaso, y qué duda cabe que Piñera es un tipo con mucha suerte y podrá gobernar con una economía recuperada y en plena expansión y, como si fuera poco, se beneficiará de las modernizaciones de la Presidente Michelle Bachelet. En Chile nos gusta premiar a los derrotados: ha sido el caso de los Presidentes José Manuel Balmaceda, Pedro Aguirre Cerda y Salvador Allende e, incluso, nuestro héroe máximo, Arturo Prat, quienes son los personajes más admirados por el pueblo.

Un político afortunado como Sebastián Piñera, con poder, dinero y éxitos pecuniarios, a pesar de sus esfuerzos, no ha logrado, hasta ahora, el amor de su pueblo: Es cierto que ganó en la segunda vuelta gracias al terror de los “fachos pobres”, que lograron auto- convencerse de que, de ganar Guillier, un hombre bastante moderado, el país se convertiría en una “Chilezuela”, consigna difundida por los pasquines de derecha, y el populacho gritaba, luego de conocerse el triunfo de su abanderado, “nos salvamos”.

Mandar para los ricos se ha convertido en el slogan de los gobiernos, presididos por empresarios de derecha – Macri, en Argentina, Temer, en Brasil, Trump en Estados Unidos y Piñera, en Chile – y tener contentos a los poderosos siempre ha sido mucho mejor negocio que favorecer a los pobres, y el máximo a que pueden llegar estos gobiernos de empresarios es una “derecha compasiva”, es decir, entregar a los marginados y a la clase emergente los beneficios del chorreo.

Como sabemos, el Presidente electo, que ya repartió su gabinete colocando, por ejemplo,  al siútico escritor Roberto Ampuero como Canciller, al jefe de los empresarios, Alfredo Moreno,  como ministro de Desarrollo Social, a Gerardo Varela, en el Ministerio de Educación, un crítico acérrimo contra el derecho a la gratuidad, demostrando que los ricos según ellos mismos pueden ser los mejores protectores de los más desvalidos. El gabinete se complementa con su primo, Andrés Chadwick, como ministro del Interior, y Cecilia Pérez, como vocera – según el inefable y humorista Carlos Larraín, probaba el sentido social del Presidente al nombrar una “morenita” en el gabinete” -.

Los partidos de Chile Vamos, esta vez, no se van a dejar dominar por el reyecito Piñera, quien durante el primer gobierno se dio el lujo de marginarlos, nombrando ministros a su amigotes empresarios,  gerentes y tecnócratas. Ahora viene el turno a los partidos de Chile Vamos en el reparto del resto de los cargos de subsecretarios, intendentes y gobernadores, seremis, directores de empresas del Estado, puestos que no son pocos, pero que no alcanzan a saciar el pantagruélico hambre de los dirigentes y militantes de los partidos de esa alianza. Ya empezamos a ser testigos de las disputas entre los partidos grandes respecto de los  chicos, por ejemplo, entre la UDI y Evópolis, entre Renovación Nacional y la UDI.

De todas maneras, la ambición de poder siempre lleva a la corrupción y, finalmente, al declive de gobiernos que han sido elegidos por una amplia mayoría: ocurrió antes con la Concertación, ocurrirá ahora con el gobierno de Sebastián Piñera.

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