EEUU. Paul Robeson: El artista negro más famoso del mundo condenado al olvido por sus ideas políticas

Resumen Latinoamericano / 23 de enero de 2018 / Resumen.cl

Hoy 23 de enero se cumplen 42 años de la muerte Paul Robeson, una figura olvidada cuya imagen últimamente se intenta rescatar. Hijo de esclavo, abogado, actor, escritor, activista por los derechos civiles de la comunidad afroamericana y declarado comunista -combinación inaceptable en Estados Unidos- vivió en la cima del mundo del entretenimiento y descendió hasta la soledad y el olvido por una persecución política que significó el fin de su carrera. El actor afroamericano más famoso del mundo, vio en el comunismo la única forma en que todos los seres humanos nos tratásemos como iguales. Estuvo en España durante la Guerra Civil, fue amigo de Emma Goldman, Albert Einstein y Eugene O’Neill, y fue referente para escritores como Pablo Neruda, James Joyce y Ernest Hemingway.

El nombre de Paul Robeson seguramente suena desconocido para la mayoría de la población en Estados Unidos y más aún fuera de sus fronteras, sin embargo, la situación durante la primera mitad del Siglo XX era diametralmente opuesta, pues era uno de los artistas más populares y reconocidos de todo el planeta. ¿Por qué fue entonces que se perdió su nombre?

Paul Robeson nació en Nueva Jersey en 1898, hijo de un pastor bautista que, siendo esclavo a los 15 se años, se escapó de sus amos en Carolina del Norte, quizás marcando con este hecho una rebelión en su hijo que terminaría por empujar a toda la comunidad afrodescendiente en su lucha por ser reconocidos como seres humanos. Estudió en la Universidad de Rutgers donde se tituló de abogado (siendo el tercer estudiante afroamericano en la historia de la Universidad). Como estudiante participó destacadamente en los clubes de básquetbol, rugby, béisbol y fútbol americano, además del grupo de teatro. Si hubiese sido un estudiante blanco, habría destacado nivel nacional como deportista, pues su talento le hizo famoso y gran parte de las universidades estadounidenses se negaron a participar en competiciones deportivas con Rutgers por tener un negro entre sus integrantes.

Poco duró su carrera como abogado tras graduarse, pues cuando una actuaria se negó a escribir el dictado de un negro, decidió salirse de aquel mundo y dedicarse a lo que había descubierto era su pasión: la actuación. En 1924 filma “En cuerpo y alma”, una película hecha sólo para cines de negros (considerada pionera del cine independiente) y que se transformó en todo un clásico. Su amigo, el dramaturgo y Premio Nobel de Literatura, Eugene O’Neill, le propuso el papel protagónico en “Todos los hijos de Dios tienen alas”, iniciando una seguidilla de éxitos gigantescos como “The Emperor Jones” (1925), “Black Boy”(1926), “Porgy and Bess” (1928) y por supuesto, la inolvidable versión de “Show Boat” de 1936, donde quedaría inmortalizado por su interpretación de la canción Old Man River. A estas alturas, su fama era mundial, una estrella del cine en todo el planeta, pero siempre cumpliendo su promesa de no aceptar papeles que representaran un estereotipo de un afroamericano (personajes comunes en la época, como en “Lo que el viento se llevó”). En el teatro brilló como Otelo de Shakespeare durante 13 años en el Shubert Theater de Nueva York, años en los que jamás pudo besar al personaje de Desdémona, porque la ley prohibía que un negro tocara a una mujer blanca, aunque fuese actuando en un teatro.

Su voz de bajo-barítono le permitió grabar discos con los que hizo giras por Estados Unidos y Europa. Nunca antes un afroamericano había llegado tan lejos en el mundo del arte. Estas giras permitieron que Robeson desarrollara un pensamiento político que le acompañaría por el resto de su vida.

Al recorrer el territorio de su país y salir del Estado de Nueva York, se topó con la segregación racial más feroz, durante las décadas del 20 y el 30 estaba en rigor la Ley Lynch que buscaba ahorcar a cualquier negro que haya tenido una relación con una mujer blanca. Participó en mitines políticos y marchas de la comunidad afroamericana que defendía sus derechos en la calle. También se sumó a los actos en solidaridad con los republicanos españoles, causa en la que se involucró, realizando conciertos para reunir fondos para los combatientes y finalmente, viajar a España para cantar y animar a las tropas de las brigadas internacionalistas estadounidenses que luchaban contra el fascismo. Allí en el frente, modificó la letra de la canción Old Man River que decía “Estoy cansado de vivir pero temo morir” por “Debemos mantener la lucha hasta la muerte”. En un mitin antifascista en 1936, Robeson dijo: “El artista debe tomar partido. Debe elegir luchar por la libertad o por la esclavitud. Yo he elegido. No tenía otra alternativa”, marcando una diferencia sustancial con la gran mayoría de los artistas, tanto los de entonces como los de ahora.

Por otra parte, sus giras europeas contribuyeron también desde otro aspecto a su desarrollo político. Paul escribe en su biografía que fue en un viaje al Reino Unido en 1925 cuando tomó conciencia política. “En Inglaterra aprendí que el carácter esencial de una nación no está determinado por las clases altas propietarias, sino por el pueblo, y que los pueblos de todas las naciones son hermanos en la gran familia de la Humanidad”. En Europa conoció a dirigentes sociales, radicales revolucionarios y dirigentes de grupos anti-fascistas. Una gira le llevó a Moscú, capital de la Unión Soviética, en donde según sus propias palabras, fue cuando por primera vez fue tratado como un ser humano completo y donde la gente no tenía ningún prejuicio por su color de piel: sintió que en una sociedad no capitalista realmente los seres humanos serían tratados como iguales. Vio similitudes también entre los hijos de esclavos africanos sometidos en Estados Unidos con los siervos rusos que lograron derrocar al régimen zarista y luego, por extensión, de todas las clases oprimidas en el mundo.

Comprendió que siendo un referente debía aprovechar su figura para servir a la lucha de los trabajadores en el mundo: cantó blues contra la explotación y la esclavitud, canciones de presidiarios afroamericanos, de los maquis, partisanos, marchas rusas de los obreros y fragmentos de sus clásicos en Porgy and Bess, y por supuesto, la emblemática Old Man River. “El hombre que cantaba como la tierra” decía Pablo Neruda en su Oda a Paul Robeson en su Canto General, apoyó a movimientos sindicales y por los derechos civiles en EE.UU.

Su abierta postura comunista en el Estados Unidos de la posguerra le trajo un sinfín de problemas hasta el final de sus días. Perseguido por el macartismo, el FBI abrió un expediente con su causa y además tuvo que declarar en el “Comité de actividades anti-americanas” del Congreso, donde jamás negó su ideología. En estas sesiones un senador le preguntó algo así como que si tanto le gustaba el comunismo, por qué no se había quedado en la URSS, a lo que Robeson respondió: “Porque mi padre fue un esclavo, y mi gente murió para construir este país, y yo me voy a quedar aquí, y voy a ser parte de este país tanto como usted. Y ningún fascista me forzará a irme. ¿Está claro?”.

Lamentablemente, esta postura terminó con su carrera. El frenesí anti-comunista de los años 50 terminó alejándolo de manera irreversible de la gente. Tras su declaración en el Congreso, 80 de sus conciertos agendados fueron cancelados, sus presentaciones cada vez a un público más reducido eran atacadas e interrumpidas por el Ku Klux Klan, así como su casa y su familia.

La intención de aislar a Robeson en todo aspecto posible vivió un nuevo episodio cuando publicó su autobiografía “Acá estoy”, publicación que no recibió referencia alguna ni en el New York Times, ni en ninguna otra publicación importante, algo impensado para un artista de su categoría.

Sin contratos cinematográficos ni musicales, este precursor del cine afroamericano y uno de los artistas más grandes y reconocidos de la historia, terminó poco a poco cayendo en la pobreza y en el olvido, marginado de la industria del entretenimiento por sus ideas políticas: el ídolo se transformó en un paria con el que pocos querían relacionarse, situación que fue mermando su salud, hasta que el 23 de enero de 1976 falleció a los 77 años de edad en Filadelfia.

Pese al olvido por el que cayó durante décadas, en los últimos años ha habido un interés por rescatar su enorme legado cutural y artístico, así como también el político, buscando poner a Paul Robeson en el lugar del que nunca debió salir: como uno de artistas más grandes de la historia.

Oda a Paul Robeson – Pablo Neruda

Antes él aún no existía.
Pero su voz
estaba allí, esperando.

La luz se apartó de la sombra,
el día de la noche,
la tierra de las primeras aguas.

Y la voz de Paul Robeson
se apartó del silencio.

Las tinieblas querían
sustentarse. Y abajo
crecían las raíces.
Peleaban
por conocer la luz
las plantas ciegas,
el sol temblaba, el agua
era un boca muda,
los animales
iban transformándose:
lenta, lentamente
se adaptaban al viento
y a la lluvia.

La voz del hombre fuiste
desde entonces
y el canto de la tierra
que germina,
el río, el movimiento
de la naturaleza.

Desató la cascada
su inagotable trueno
sobre tu corazón, como si un río
cayera en una piedra
y la piedra contara
con la boca
de todos los callados,
hasta que todo y todos
en tu voz
levantaron
hacia la luz su sangre,
y tierra y cielo, fuego y sombra
y agua,
subieron con tu canto.

Pero
más tarde el inundo
se oscureció de nuevo.
Terror, guerra y dolores
apagaron la llama verde,
el fuego de la rosa
y sobre las ciudades
cayó polvo terrible,
ceniza de los asesinados.
Iban hacia los hornos
con un número
en la frente
y sin cabellos,
los hombres, las mujeres,
los ancianos, los niños
recogidos
en Polonia, en Ucrania,
en Amsterdam, en Praga.
Otra vez
fueron tristes
las ciudades
y el silencio
fue grande, duro,
como piedra de tumba
sobre un corazón vivo,
como una mano muerta
sobre la voz de un niño.

Entonces
tú, Paul Robeson,
cantaste.

Otra vez
se oyó sobre la tierra
la poderosa voz
del agua sobre el ruego,
la solemne, pausada, ronca,
pura voz de la tierra
recordándonos
que aún éramos hombres,
que compartíamos
el duelo y la esperanza.
Tu voz
nos separó del crimen,
una vez más apartó
la luz de las tinieblas.

Luego en Hiroshima
cayó todo el silencio,
todo.
Nada quedó:
ni un pájaro equivocado en
una ventana fallecida,
ni una madre
con un niño que llora,
ni el eco de una usina,
ni la voz
de un violín agonizante.
Nada.
Del cielo
cayó todo el silencio
de la muerte.

Y entonces
otra vez,
padre, hermano,
voz del hombre
en su resurrección sonora,
en su profundidad,
en su esperanza,
Paul, cantaste.

Otra vez
tu corazón de río
fue más alto,
más ancho
que el silencio.

Yo sería mezquino
sí te coronara
rey de la voz
del negro,
sólo grande en tu raza,
entre tu bella grey
de música y marfil,
que sólo para oscuros niños
encadenados por los amos
crueles, cantas.

No, Paul Robeson,
tú, junto a Lincoln
cantabas, cubriendo
el cielo con tu voz sagrada,
no sólo para negros,
para los pobres negros,
sino para los pobres blancos,
Para los pobres indios,
para todos los pueblos.

Tú Paul Robeson,
no te quedaste mudo
cuando a Pedro o a Juan
le pusieron los muebles
en la calle, en la lluvia,
o cuando
los milenarios sacrificadores
quemaron el doble corazón
de los que ardieron
como cuando
en mi patria
el trigo crece en tierra de
volcán nunca dejaste
tu canción: caía
el hombre y tú
lo levantabas,
eras a veces
un subterráneo río,
algo que apenas
sostenía la luz
en las tinieblas,
la última espada
del honor que moría,
el postrer rayo herido,
el trueno inextinguible.
El pan del hombre,
honor,
lucha,
esperanza,
tú lo defiendes,
Paul Robeson.
La luz del hombre,
hijo del sol,
del nuestro,
sol del suburbio
americano
y de las nieves
rojas de los Andes:
tú proteges nuestra luz.

Canta, camarada,
canta, hermano de la tierra,
canta, buen padre del fuego,
canta para todos nosotros,
los que viven pescando,
clavando clavos con
viejos martillos,
hilando crueles
hilos de seda,
machacando la pulpa
del papel, imprimiendo,
para todos aquellos
que apenas
pueden cerrar los ojos
en la cárcel,
despertados
a medianoche,
apenas seres humanos
entre dos torturas,
para los que combaten
con el cobre
en la desnuda
soledad andina,
a cuatro mil
metros de altura.

Canta, amigo mío,
no dejas de cantar:
tú derrotaste el silencio
de los ríos
que no tenían voz
porque llevaban
sangre,
tu voz habla por ellos,
canta, tu voz reúne
a muchos hombres
que no se conocían.
Ahora lejos,
en los magnéticos Urales
y en la perdida
nieve patagónica,
tú, cantando,
atraviesas sombra,
distancia,
olores de mar y matorrales,
y el oído
del joven fogonero,
del cazador errante,
del vaquero
que se quedó de pronto solo
con su guitarra,
te escuchan.

Y en su prisión perdida,
En Venezuela,
Jesús Faría,
el noble, el luminoso,
oyó el trueno sereno
de tu canto.

Porque tú cantas
saben que existe el mar
y que el mar canta.

Saben que es libre el mar,
ancho y florido,
y así es tu voz, hermano.

Es nuestro el sol. La tierra
será nuestra.
Torre del mar, tú seguirás
cantando. 

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