Venezuela. La soberanía comienza por las semillas

Resumen Latinoamericano*, 13 de diciembre de 2017.-

Uno de los retos más importantes de la Revolución Bolivariana es la construcción de un modelo de producción agrícola que garantice la seguridad y la soberanía alimentaria -hoy en día más que nunca bajo ataque– y que al mismo tiempo se posicione como alternativa al sistema destructivo y depredador capitalista del agronegocio. Se trata de un proceso ambicioso, pero que ya cuenta con una multiplicidad de experiencias que vienen trabajando en esa dirección, a lo largo y ancho del país. Al Estado toca garantizar unas políticas públicas permanentes que permitan multiplicar estas experiencias, fortalecerlas y ampliar su alcance.

Para una agricultura diversa y “Cero Divisas”

“La posibilidad de construir un modelo alimentario distinto, que sea diverso y soberano, parte de una agricultura ’Cero Divisas’. En Venezuela tenemos una alta dependencia de las importaciones de todos los elementos que constituyen la cadena de producción del agronegocio: desde la semilla, los insumos, las tecnologías. Es la cadena de producción industrializada, de los alimentos al centro del “bachaqueo”, el acaparamiento y la especulación, a pesar de que esas redes de procesamiento agroindustrial sean las que históricamente han tenido más beneficios y subsidios por parte del Estado. Hay que entender que el agronegocio en Venezuela se ha configurado desde la apropiación de la renta petrolera y el patrimonio público por parte de unas pocas familias, y si queremos construir otro modelo hay que transformar todos los elementos de la cadena, desde la semilla hasta el consumo” nos explica Ana Felicien, integrante de la campaña Venezuela Libre de Trangénicos y de la organización Semillas del Pueblo.

En dirección de ese cambio, han habido esfuerzos tanto de las instituciones como del pueblo organizado. Uno de los logros más importantes ha sido la Ley de Semillas (2015), fruto de tres años de un proceso de debate popular constituyente. En ella se promueve una visión agroecológica, valorizando la semilla indígena, afrodescendiente, campesina y local. Antitransgénica, antipatente y antiprivatizadora, la Ley de Semillas además respeta el mandato constitucional según el cual el genoma de los seres vivos no pueden ser privatizado en Venezuela y prohíbe la importación, la producción y la siembra de semillas transgénicas en el País.

Actualmente, cuenta Ana Felicien, “hay esfuerzos muy importantes por parte del pueblo organizado,en la producción y mejoramiento de variedades de semillas autóctonas, que puedan recuperar la diversidad de nuestro patrimonio genético y disminuir la dependencia de las importaciones: es el caso de la semilla de maíz, de papa y de algunos rubros de hortalizas también”.

Mejorar nuestra propia semilla, para mejorar la producción

“Para mejorar la producción de alimentos hay que empezar por la producción de semillas. Ya existe un apoyo en esa dirección por parte del Estado, pero tiene que ser más intenso y eficaz. Depender de las semillas importadas, además de limitar la producción es incompatible desde lo político” afirma el agricultor Pablo Characo, productor de maíz de la comunidad de Guanape (estado Anzoátegui) e integrante de una red nacional de productores de semillas.

“En la comunidad venimos trabajando la producción y el mejoramiento de las semillas – en particular de maíz – desde hace unos 10 años, teniendo logros muy positivos. Empezamos a producir nuestra propia semilla por múltiples razones, pero en primer lugar por necesidad: porque las semillas que conseguíamos en el mercado no eran de calidad, o llegaban cuando las épocas de lluvia ya habían pasado. También nos afectaba desde el punto de vista económico, ya que para la mayoría de nosotros es difícil comprar esas semillas importadas, debido a su costo. Pero el sólo hecho, además de que una semilla venga del exterior, al llegar al país pierde la garantía de que se pueda tener buen rendimiento: en eso influye el cambio de clima, junto con otros factores” explica Characo.

El proceso de mejoramiento de la semilla de maíz criollo autóctono (como ha sido llamado por sus productores) trajo muchas ventajas para la comunidad de Guanape. “Nos dimos cuenta que la semilla que nosotros producimos es mejor que la semilla que venden en el mercado. En primer lugar porque al no tener que comprarla, bajamos los costos de producción. Eso se ha convertido en ganancia para nosotros y hemos mejorado nuestra calidad de vida” , cuenta Pablo Characo.

“Pero además de lo económico, para el mejoramiento de las semillas hemos tomado en consideración muchos otros aspectos: las condiciones climáticas, lo social, lo político, lo cultural. Por ejemplo, ya que en Guanape la lluvias son escasas, la semilla que hemos mejorado está adaptada a este tipo de clima: no requiere una cantidad de agua tan intensa y es resistente a la sequía. En otro aspecto, nosotros además de dedicarnos a la agricultura, también criamos animales (ovejas, cerdos, vacas y gallinas) y esta semilla, siendo rica en proteínas y con un alto concentrado de almidón, nos sirve también para alimentar a nuestros rebaños. Hemos comprobado que a través de ese alimento, los animales aumentan en peso y en producción de leche. El mismo maíz que nace de esta semilla pesa más, siendo más ventajoso al momento de la venta”, relata.

“La semilla que hemos mejorado, además, no requiere de un paquete de agroquímicos para la producción, porque le hemos dado también un enfoque hacia la agroecología: utilizamos humus de lombriz y materia orgánica como fertilizantes, así como biocontroladores (unos productos agroecológicos) para el control de plagas. Sólo hemos utilizado, en pequeña escala, un producto agroquímico para el control de maleza: pero estamos buscando la forma de eliminar eso también, para producir alimentos totalmente sanos, mantener la calidad de nuestros suelos y preservar el medio ambiente. Porque sabemos que los agroquímicos que se utilizan para la agricultura contaminan los ríos y el agua y de consecuencia desmejoran también nuestra calidad de vida”, asegura Pablo Characo, acotando que esta semana estarán apoyando a otras comunidades en Guasdualito (estado Apure).

Rescatar la diversidad y el conocimiento

Del otro lado del país, en unas comunidades campesinas del páramo andino, se viene trabajando el rescate de rubros autóctonos, como las papas nativas, la cuiba, la ruba, entre otros. “Nuestro objetivo ha sido rescatar tanto la diversidad de semillas de los rubros de origen andino, como también los sistemas de conocimiento asociados al manejo de esas semillas” nos explica Liccia Romero, profesora de la Universidad de los Andes (ULA) y de la Universidad Politécnica Territorial “Kleiber Ramírez”, además de ser parte de un pequeño equipo de investigación que desde hace dieciocho años trabaja junto a la comunidad merideña de Gavidia.

“La producción de la papa en el sistema comercial tiene una alta dependencia de la compra de semilla, que requiere se esté renovando periódicamente para superar la degeneración del tubérculo-semilla. Sin embargo, las comunidades campesinas parameñas manejan un sistema de conocimiento y un material que le permiten un refrescamiento en el largo plazo de esa semilla, y no tienen esa dependencia. Entonces tanto lo material – la semilla en su diversidad – como los conocimientos son un conjunto clave para repensar otro modelo productivo, que no dependa del esquema comercial, de la certificación de la semilla y de altos costos de producción. Es necesario el reconocimiento de esta opción por parte de las políticas públicas, las cuales siguen atadas a la certificación”, explica.

“Hay que reconocer a la semilla campesina en toda su diversidad y su potencial” , afirma Liccia Romero, “la diversidad de semillas que tienen estas comunidades posibilita múltiples productos y múltiples procesos por cosecha, incluyendo el almacenado a largo plazo (de ahí el nombre de “papa de año”), lo cual es fundamental para el tema de la soberanía y seguridad alimentaria. Además, se trata de tubérculos que permiten adoptar con mucha facilidad un modelo agroecológico y sustentable: no requieren el uso de agroquímicos ni para mantener la semilla, ni para que prospere un buen cultivo. Se trata de un material que ha sido seleccionado por su capacidad y resistencia, sea a enfermedades, plagas o a condiciones ambientales adversas. En este contexto de incertidumbre climática son muy apropiados.”

“Por el momento tenemos un proceso de ensemillamiento dentro del espacio comunitario de Gavidia. Empezamos con tres familias, y ahora ya son veinticinco las que ya tienen semillas y las están reproduciendo. Fuera del espacio de Gavidia, hay diecisiete agricultores más que han recibido esa semilla y la están multiplicando. Sin embargo, se trata de un universo muy pequeño, el grueso de las familias agricultoras siguen dependiendo de la semilla comercial, que requiere altos insumos químicos , fertilización en grandes cantidades, grandes cantidades de agua para riego: una agricultura bastante dispendiosa”, comentó Romero.

Para que estas experiencias puedan tener un mayor alcance, tienen que haber una política pública con programas específicos orientados en esta dirección, subraya Liccia Romero. El Estado debe reconocer la semilla campesina en toda su diversidad y potencial, estableciendo políticas de estímulo para esta opción de cultivo: “por ejemplo, organismos de financiamiento como FONDAS [1] pudieran abrir programas específicos para entregar esta semilla con procesos de financiamiento y transferencia de conocimiento”, sugiere. “Lo que requieren básicamente estos cultivos es buena fertilización orgánica, suelo bien aireado y un cierto manejo que puede ser fácilmente transmisible. Nuestro equipo suele organizar talleres para enseñar estas prácticas a otras familias agricultoras, quienes rápidamente la aprenden y la pueden practicar. Pero nuestro alcance es limitado porque somos un equipo pequeño.”

Una política pública orientada en esta dirección también debería fortalecer y acelerar los procesos de investigación, según Liccia Romero: “por ejemplo uno de los desafíos que tenemos actualmente es cómo bajar este tipo de papa para que se produzca a altitudes inferiores, ya que por el momento ha sido trabajada en Gavidia, que es un páramo de gran altitud”.

Estas políticas públicas deberían también impulsar un mercado de mayor amplitud para las variedades de papa nativa cuyo cultivo por ahora es sobretodo para el autoconsumo: “no se produce en mayores cantidad porque es de difícil comercialización, ya que la mayoría de la gente no la conoce y está acostumbrada a consumir la papa comercial. Sin embargo, los mismos productores de la papa comercial prefieren comprar la papa nativa para su consumo: más sabrosa y más sana. En muchísimos casos de hecho, no consumen la papa que producen porque saben la cantidades inmensas de agrotóxicos que utilizan” dice Liccia Romero. “Los otros tubérculos de origen andino, como la cuiba y la ruba son aún más marginados, pero tienen un potencial muy grande en cuanto a producción bajo un manejo agroecológico así como por la diversidad de productos procesados que se pueden tener. Son productos nuestros, que tributan a nuestra identidad andina y venezolana” , acotó.

 

Notas:

[1] Fondo para el Desarrollo Agrícola Socialista, ente público adscrito al Ministerio del Poder Popular para la Agricultura Productiva y Tierras. Activado en 2009 para beneficiar mediante la actividad productiva y crediticia del Estado venezolano a los pequeñas y medianas unidades de producción, para impulsar una mejor calidad de vida comunitaria.

 

*Fuente: AlbaTV

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