Chile. Los revolucionarios y las elecciones

Reinaldo Vives, El Irreverente / Resumen Latinoamericano / 16 de noviembre de 2017

Durante semanas, los miembros de la casta política que sirve a los dueños del país y sus grandes medios de comunicación han vivido en función de las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias. Se multiplican los llamados a votar y las encuestas manipuladas para arrastrar incautos a votar por el favorito de los grandes capitalistas.

La gran mayoría del pueblo, sin embargo, se ha mantenido al margen, en los últimos años, en este tipo de procesos. Organizaciones de la izquierda revolucionaria han llamado a no participar del denominado Circo electoral. En el discurso de todos los candidatos asoma la preocupación por la  abstención, que quita legitimidad a los resultados y  a las instituciones de la seudo democracia burguesa.

Incluso, algunos sectores que se identifican como de izquierda, se suman al coro de los llamados a votar, para «parar a la derecha» o «profundizar la democracia». El riesgo de confusiones que esta ingenuidad conlleva hace necesario analizar, una vez más, las razones de unos y otros, para decidir un camino que de verdad acumule fuerza social y política para el proyecto popular.

El sentido de la democracia

No está de más recordar, para comenzar, algunas cuestiones básicas. Las elecciones son sólo una de muchas herramientas de la acción política, conquistadas por los pueblos en heroicas y extensas luchas por la democratización plena de la sociedad. No son cosas inventadas ni «permitidas» por la burguesía ya que, si fuera por ella, aún tendríamos reyes y parlamentos elegidos entre los grandes nobles, cardenales y propietarios de tierras.

En la lucha por la democracia plena, en su sentido original, el de la participación en igualdad de condiciones de todos los miembros de una comunidad en la toma de decisiones que afectan a todos, las elecciones juegan un papel central. Así lo han comprendido los movimientos sociales de las últimas décadas, las organizaciones populares y de la izquierda más consecuente, quienes emplean las formas de discusión y participación más democráticas como una herramienta básica en la toma de decisiones.

El gran obstáculo

Maniobras que limitan la participación democrática, como los votos «ponderados» con que la Central Unitaria de Trabajadores, CUT, bloquea la participación igualitaria de todos los trabajadores en sus elecciones, están cada vez más desprestigiados. Pero lo que realmente impide la participación popular en política es la propia Constitución de la dictadura cívico-militar que consagra el neoliberalismo, sobre todo después de los tibios maquillajes que le han hecho los gobiernos post dictatoriales.

Una búsqueda simple en Internet muestra que aún está vigente el Artículo 23 de la Constitución pinochetista, que sanciona a dirigentes gremiales que participen en actividades «político-partidistas» u ocupen cargos directivos en partidos políticos. También, sigue vigente el Artículo 57 N° 7, que impide la elección como diputados o senadores a «Las personas que desempeñan un cargo directivo de naturaleza gremial o vecinal». Por supuesto, nada de esto impide que los sirvientes de confianza de los capitalistas salten de cargos parlamentarios a sillones en gremios patronales o directorios de empresas. La prohibición apunta claramente contra los representantes populares.

Legitimando la dominación

Aun así, organizaciones que afirman ser de izquierda dedican todos sus esfuerzos y recursos, durante meses, a participar en elecciones; y abandonan y descuidan la organización independiente del pueblo, frenando y obstaculizando la movilización directa por sus reales reivindicaciones. Con eso,  sólo logran mirar de cerca las oscuras maniobras y acuerdos de la casta política al servicio del capital, realizados en almuerzos familiares y lujosas oficinas donde nunca les permitirán entrar.

Peor aun, con su participación legitiman las desprestigiadas instituciones de la dominación burguesa, creando confusión y vanas esperanzas en los sectores menos politizados. Sacan a relucir lecturas surgidas en otros contextos para criticar el rechazo de los revolucionarios a esos vacíos rituales: Que «la participación en las elecciones parlamentarias y en la lucha desde la tribuna parlamentaria es obligatoria para el partido del proletariado revolucionario precisamente para educar a los sectores atrasados de su clase, precisamente para despertar e instruir a la masa aldeana inculta, oprimida e ignorante» (Lenin, «El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo»).

Olvidan que el parlamento del que se habla era una conquista reciente de la lucha democrática del pueblo ruso, con poco más de diez años de existencia. También olvidan que ése pueblo venía saliendo del más atrasado feudalismo, sin experiencia de participación social, compuesto, en su gran mayoría por «masa aldeana inculta, oprimida e ignorante», como afirma el mismo autor en el texto citado.

Era una época en que había escasa escolaridad y pocas personas sabían leer los diarios que circulaban; ni radio ni televisión, ni mucho menos Internet y redes sociales. En esas condiciones era tal vez legítimo y necesario ocupar todas las tribunas que permitieran difundir el incipiente proyecto revolucionario.

Una historia de lucha

No es el caso del Chile actual. Nuestro pueblo tiene una larga y gloriosa historia de luchas en la que llegó a plantearse, como tareas concretas y urgentes, construir el Poder Popular y avanzar al Poder político y el socialismo. Nuestro pueblo está despierto, no necesitamos hacernos cómplices de parlamentarios corruptos para dirigirnos a él, organizarlo o movilizarlo.

El aplastamiento militar del proyecto revolucionario nos demostró con claridad que, como dijo Marx,  «El estado moderno no es sino un comité que administra los problemas comunes de la clase burguesa». La relación con ese Estado está regida por las leyes de la lucha de clases, que es siempre una guerra, a veces encubierta, otras abierta e implacable.

El Estado chileno actual, su gobierno y su parlamento, son resultado de un acuerdo espurio, surgido con el fin de interrumpir el creciente proceso de lucha antidictatorial. En su aplastante mayoría, son los herederos y continuadores del pinochetismo, y los traidores que se prestaron para limpiar y modernizar el modelo económico y político impuesto por las armas.

No es necesario explicar su ilegitimidad. Un Estado creado por la Constitución pinochetista, que en los últimos años ha desnudado las pruebas de su corrupción.  Del Caso Penta a las platas de SQM, repartidas por igual a concertacionistas y pinochetistas por el yerno del tirano, se muestra quién realmente elige y quien paga a los “servidores públicos”.

Trabajando, ¿para quién?

No son casos aislados, el envilecimiento de las instituciones, en especial del parlamento, el gobierno y los aparatos represivos, es un resultado directo del modelo político impuesto. En ausencia de un control realmente democrático, sometidos a legislaciones extranjeras por los Tratados de Libre Comercio con otros países, legisladores, gobernantes y uniformados quedan disponibles para los sobornos de los capitalistas o el descarado disfrute de su propia falta de escrúpulos.

Al mismo tiempo instala como única guía de la legislación el aumento de las ganancias de las empresas o la reducción del rol social del Estado. Propuestas que mejoren los ingresos o las condiciones de vida de los trabajadores difícilmente serán acogidas entre legisladores y gobernantes elegidos con dineros de las grandes empresas, usando mecanismos oscuros, boletas falsas y contratos inflados.

La elección del pueblo

La abstención del pueblo no es indolencia ni ignorancia. Es la lucidez que viene de la experiencia continua de ver los candidatos mintiendo y ofreciendo ilusiones durante las campañas, para servir después al mejor postor, olvidándose de los ciudadanos hasta la elección siguiente. Es la certeza que las inútiles elecciones no van a cambiar la esencia de este sistema.

Tampoco es resignación ni derrota, como lo demuestran las continuas movilizaciones, que poco a poco van aumentando la experiencia y la organización de las fuerzas populares. La abstención del pueblo es el rechazo mudo de un sistema despreciable, que no tiene reparación ni reforma posible.

La tarea de los revolucionarios es presentar una alternativa clara, que articule las diversas luchas del pueblo, dándoles un sentido solidario y un norte común; que retome el proyecto revolucionario interrumpido por las armas en 1973, adecuándolo a los cambios ocurridos en Chile y en el mundo. Un programa creado en el pueblo y por el pueblo, con control comunitario de su ejecución y de sus representantes. Una revolución socialista para nuestro tiempo y nuestra realidad.

Recordando en octubre al guerrillero heroico que cayera en Bolivia para indicar el camino a todo el continente, podemos reafirmar su llamado,

¡O revolución socialista, o caricatura de revolución!

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