El viernes 22 de septiembre llegamos desde diferentes puntos a El Bolsón convocados por Fipca para participar de la Marcha por la soberanía al Lago Escondido. El amigo de Macri, Joe Lewis, se resiste a cumplir con la ley que lo obliga a habilitar el libre acceso al lago.
El plan original era entrar sin obstáculos y quedarse varios días en la zona para construir el vado. A último momento tuvimos que modificarlo. El punto de encuentro original era El Foyel, a pocos metros de donde se abre el camino hacia el Lago Escondido, sobre el km 1960 de la ruta 40. Pero el vecino que iba a ofrecernos su terreno para acampar sufrió amenazas por parte de algunos habitantes, incluso fue golpeado por un referente de Cambiemos. En una conversación previa, este hombre le dijo a su esposa: “tu jefa está buscando un muertito, quieren que haya otro Santiago Maldonado.”
Aterrados por la posibilidad de que le prendieran fuego la casa, el matrimonio hizo la denuncia. A partir de ahí comenzó a intervenir la justicia. Se acordó una reunión con la jueza de El Bolsón, Mirtha Fontenla, representantes de Lewis y Fipca a las 7.30 de la mañana del sábado.
La negociación duró 6 horas, por lo que la marcha se tuvo que posponer para el domingo. Las condiciones que se fijaron para poder hacerla fueron: una custodia policial acompañando la caravana de vehículos hasta el río Foyel. Solo 30 de los 70 participantes podrían cruzar y seguir custodiados por policías y representantes de la empresa Hidden Lake hasta llegar a la cabecera del lago.
A las 6 de la mañana del 24 los vehículos formaron frente al ingreso al camino franqueado de un estricto control policial y un cartel que decía “pobladores de Foyel. No al camino público”.
Después de verificar la identidad de cada uno de los ocupantes de los vehículos, corroborando con una lista entregada por Fipca, avanzamos unos 12 km hasta el río.
El padre Paco y miembros de una comunidad Mapuche hicieron una ceremonia ecuménica en la orilla. Luego se organizó el cruce por grupos. Los primeros en vadear fueron los trabajadores de Uocra, que fijaron un cabo uniendo los 110 metros de una orilla a la otra. En grupos de 8 nos íbamos turnando para usar los waders y cruzar con cuidado. En ese punto la profundidad máxima sería de unos 60 o 70 cm.
Del otro lado nos esperaban más policías, algunos de ellos de la patrulla de montaña. También estaban los puesteros de Lewis a caballo. Se los podía ver con armas debajo de los ponchos. Así nos siguieron todo el camino, detrás del vehículo que llevaba a los representantes de Lewis. Un fotógrafo de la policía, encapuchado, nos tomaba fotos desde los costados. Policía adelante, atrás y en el medio de los 33 caminantes.
Uno de esos policías tenía apellido Mapuche. A pesar de que se lo habían prohibido, se la pasó contando anécdotas. En las 3 horas de caminata se generaron varias situaciones de diálogo con ellos. Algunos admitieron estar a favor de la causa del camino público. También nos develaron algunos detalles con respecto a las expectativas que tenían los pobladores sobre nuestra presencia, a quienes se los asustó diciendo que íbamos a romper todo. Lo que vieron fue todo lo contrario: gente pacífica reclamando un derecho soberano en armonía con la naturaleza.
Llegar al Lago Escondido fue mucho más que negociar un permiso, pasar por una suerte de control migratorio, con policías, cámaras y listas. Fue tomar conciencia de que hay una frontera invisible en nuestro país. La que administran los multimillonarios para impedir que accedamos a las costas de nuestros ríos y lagos, violando la mismísima ley, comprando vecinos y fuerzas de seguridad, colonizando voluntades.
Me preocupa también esa otra soberanía, la de los cuerpos y las subjetividades. El domingo 24 de septiembre de 2017 llegamos a la costa de un lago patagónico como si hubiéramos atravesado la franja de Gaza.
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