Indios, Gendarmes y Fronteras

Por Mariano Pacheco

(La luna con gatillo/Resumen Latinoamericano)

 

La historia ya nos resulta tan pero tan conocida que se torna una redundancia volver a contarla. Solo para recordarle a la ministra Patria Bullrich (la piba Luro de Pueyrredón) y para no abundar, recapitular brevemente:

El 1 de agosto Gendarmería Nacional ingresó a la comunidad Pu Lof en Resistencia (Chushamen, provincia de Chubut). Entraron sin orden judicial, reprimieron y, desde ese día -según declararon testigos- Santiago Maldonado permanece desaparecido. El joven había ido al lugar de visita y luego se quedó para solidarizarse con la comunidad agredida, que viene reclamando la libertad de Facundo Jones Huala, actualmente detenido en la cárcel de Esquel por una causa de extradición por la que ya había sido liberado.

Lejos de ponerse a la cabeza de la búsqueda de Maldonado, el Gobierno Nacional se dedicó a erigir toda una estrategia digna de la teoría de los dos demonios contra el pueblo mapuche: insistencia en vincular a Jones Huala con Resistencia Ancestral Mapuche (RAM), una organización a la que -dicen- le han secuestrado importantes armamentos: serruchos, martillos, alguna hoz y otras herramientas de trabajo;  allanamiento de la vivienda de familiares de Maldonado (colocando a las víctimas en sospechosos), entre otras importantes iniciativas para esclarecer la “desaparición forzada” del muchacho. Por supuesto, a modo de remate: cuando allanaron Gendarmería los vehículos estaban lavados y no encontraron nada sospechoso en las instalaciones.

Mientras tanto Santiago sigue desaparecido y el Estado argentino, jugando a las escondidas (incluso Maldonado ya figura entre las personas buscadas por Interpol). “De acuerdo con las normas del Comité de Naciones Unidas que supervisa el cumplimiento de la Convención contra las desapariciones forzadas, basta la sospecha para que se activen las obligaciones del Estado de investigar el caso, no como si se tratara de una Persona Extraviada (según comunicó el secretario de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural, Claudio Avruj) sino como un detenido-desaparecido”, escribió Horacio Verbitsky en una nota publicada el domingo pasado en el diario Página/12.

El rostro de Maldonado se ha transformado en símbolo que inunda las redes sociales, que estuvo presente en numerosas manifestaciones y permanece en muchas paredes de este país, con excepción de la ciudad de Buenos Aires, donde la gestión Cambiemos mandó a “blanquear” los muros donde se veía su rostro o consignas exigiendo su aparición.

De fondo, el proceso de recuperación de tierras iniciado en marzo de 2015 es lo que parece no perdonárseles. Desde entonces, parte de las tierras de la estancia Leleque, propiedad de Benetton, ha retornado a la comunidad mapuche. La multinacional es el mayor terrateniente de Argentina, con un millón de hectáreas bajo su poder.

 

La indiofobia: una constante de la historia nacional

Mientras seguimos esperando que Santiago aparezca, pasó un nuevo aniversario de la muerte de Don José de San Martín. El mismo general libertador que escribió a los miembros del Ejército de los Andes:

“La guerra se la tenemos de hacer del modo que podamos; si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos ha de faltar; cuando se acaben los vestuarios nos vestiremos con la bayetita que nos trabajen nuestras mujeres y si no, andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios: seamos libres y lo demás no importa nada…”

El mismo que, en su “Orden del 27 de julio de 1819”, arengó:

“Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano, hasta ver el país enteramente libre, o morir con ellas como hombres de coraje”.

Por supuesto, el discurso de la conquista fue mucho más allá y logró imponerse mucho más que las palabras pronunciadas por el “padre de la patria”. Incluso ese discurso no quedó en el lugar de la “antipatria”, sino que encontró sus fundamentos en otros íconos del panteón nacional, como Don Faustino Sarmiento y Julio Asesino Roca. Discurso hegemónico que encontró asimismo, en la “Campaña del desierto” (la “fase superior de la conquista española”, a decir de David Viñas) su momento fundamental e hizo de la indiofobia su estandarte, colocando a la cuestión indígena como “problema del indio”, situado entre dos polos muy claros: sometimiento o supresión. Polos que expresaron de modo cabal la teoría política que justificó la expropiación de sus tierras y que hoy retorna bajo el modo de la sospecha (¿quieren destruir el Estado nacional y fundar un Estado Mapuche en el sur del país?) y de la deslegitimación (además de anti-argentinos son violentos) que los coloca en la ilegalidad (hay que detenerlos porque son violentos).

La misma indiofobia que hoy también se ve expresada en los casos de Milagro Sala y Agustín Santillán, detenidos en Jujuy y en Formosa, respectivamente. La misma indiofobia que se expresa, por otra parte, contra los “negros choros” y los “pendejos merodeadores”, que si van a la cárcel tienen que agradecer y considerarse con suerte, porque en realidad la policía directamente los suele matar. Indiofobia que hace que incluso hoy muchos vean con malos ojos la desaparición de un joven artesano, “blanquito” aunque hippie-pata-sucia, pero que tal vez no dirían nada si la desaparición forzada se hubiese realizado contra un toba, un wichi o un mapuche (“nuestras bellas almas son racistas”, sentenció alguna vez Jean Paul Sartre).

Ya no es el Ejército Argentino el que avanza sobre las tierras indígenas en nombre del progreso, extendiendo los límites controlados por el Estado, pero sí es la Gendarmería Nacional, que avanza sobre las tierras indígenas y las tierras recuperadas por otros habitantes de estas tierras para extender el control del capital sobre la soberanía nacional, cada vez más lejos de la soberanía popular. Por otra parte, los Gendarmes avanzan sobre las fronteras sociales que se imponen cada día para segregar a los pobres de los ricos, la gente bien de los que amenazan la bondad.

“El colono, cuando quiere describir y encontrar la palabra justa, se refiere constantemente al bestiario”, escribía Frantz Fanon para describir la situación de violencia colonial en su emblemático libro Los condenados de la tierra. El mismo bestiario que en nuestras tierras se llamó a veces indios, a veces gaucho, a veces cabecita negra y que hoy es también, como decíamos, negro choro, pendejo merodeador o agitador violento. Siempre, más allá de los nombres, lo que se produce es un proceso de desrealización de la marca humana en los cuerpos de los Otros. “La animalización de los indios, masas hirvientes de instintos desencantados, es el mecanismo de deshumanización por el cual la matanza se desrealiza”, nos recuerda Fermín Rodríguez en su libro Un desierto para la nación, en donde también afirma: “no hay allí violencia contra una forma de vida, porque esa vida ya estaba negada al momento en que el enemigo se representa como una fiera sedienta de sangre, fuera del límite de lo humano”.

Ya pudimos ver qué sucede cuando esa posición logra expresarse como terrorismo ejercido desde el Estado. Hace décadas atrás sus fundamentos tuvieron que brotar a punta de fusil desde los cuarteles de esas mismas fuerzas armadas que, más cerca de Roca que de San Martín, refundaron la patria sobre pilas de cadáveres que ni siquiera hoy se han podido encontrar.

Lo más triste, lo más preocupante, es que como la historia nunca se repite hoy no podemos esperar ver los tanques para alarmarnos. La explotación y la dominación es en la actualidad mucho más sutil, lo que no significa que no sea violenta, incluso extremadamente violenta cuando hace falta. Pero las más de las veces circula imperceptible, sin que nos demos cuenta, siendo elegida incluso, muchas veces, al menos por partes de importantes de nuestra sociedad.

Tal vez allí radique lo siniestro. En que probablemente la gestión Cambiemos sea la “etapa superior” del Proceso de Reorganización Nacional. Una reestructuración reaccionaria del país elegida por el voto popular.

 

Escuchá acá el programa completo sobre el conflicto mapuche

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