Pueblos originarios y liberación nacional (aprendiendo en Bolivia).

Por Gonzalo Abella, Resumen Latinoamericano, 9 julio 2017

La revolución socialista en los países como el nuestro requiere una etapa previa de liberación nacional.

Liberarnos del sometimiento, frenar la entrega y el saqueo, recuperar la dignidad de la Patria, tender la mano solidaria a los pueblos del mundo; esas son las condiciones previas para que se pueda avanzar después hacia la etapa socialista.

Lo primero es lo primero. La amplitud de estas tareas de liberación nacional nos sugieren desde ya la posibilidad de una amplia alianza social con sectores patrióticos y anti imperialistas. La UP-AP  es la forja de la herramienta política para esa primera etapa.-

Por esa posibilidad de amplitud sin renunciar a la profundidad programática, debemos estar atentos a los mensajes políticos y sociales que surgen desde otras cosmovisiones y otras posturas filosóficas.

El lenguaje humano es una herramienta maravillosa pero de doble filo: puede utilizarse para esclarecer, para emancipar,  o para confundir y enredar. A veces se utiliza el discurso en la defensa de una minoría discriminada, o de una religiosidad nativa menospreciada, para hacer de esta injusticia el eje supremo de toda injusticia, y proclamar que su superación es la clave para la salvación del planeta. En este último caso se oscurece intencionalmente la necesidad de las grandes tareas anticapitalistas. El Banco Mundial puede aplaudir y hasta financiar  estas reivindicaciones parciales, en tanto no cuestionen los verdaderos resortes del Poder.

Ya hemos aprendido que en nombre de Dios se pueden justificar dictaduras, llamar  a la resignación, o bien convocar  a las luchas populares por una sociedad socialmente solidaria y ambientalmente sustentable. No miremos solo la paja en ojo ajeno; también existen partidos llamados  socialistas y comunistas que sirven al neoliberalismo.

Actualmente se está revalorizando el pensamiento de los pueblos originarios. Esta reivindicación parece una postura homogénea, pero tiene en su interior contradicciones antagónicas.

Por un lado hay quienes intentan contraponer el pensamiento de los pueblos originarios al pensamiento occidental en su conjunto, incluyendo en éste al marxismo leninismo.  Todo lo occidental es reaccionario, afirman; sólo el pensamiento originario es el marco teórico adecuado para el buen vivir.

Esta corriente es reaccionaria. En el “pensamiento occidental” estos  ideólogos  juntan las teorías conservadoras esclavistas, feudales y capitalistas con aquellas que buscaron sistematizar la experiencia  de la lucha milenaria de los pueblos de Occidente para devolverla, organizada,  al servicio de esa misma causa popular. En el otro lado, en el “pensamiento originario” mezclan los aportes filosóficos, científicos, sociales y ambientales de antiguas civilizaciones con las prácticas de terrorismo de estado que también existieron en la América precolombina o Abyayala y su justificación teológica. En ambos casos velan la lucha de clases y trazan un laberinto para que no se avance en las tareas de liberación nacional y no se comprenda la necesidad de la toma del poder.

Un caso diametralmente opuesto es el cuerpo doctrinario del gobierno boliviano. En el lenguaje y con los códigos de los pueblos originarios, el Estado Plurinacional de Bolivia cumple firmemente con las tareas de la liberación nacional, enfrentándose por ello al imperialismo y sus lacayos chilenos. Consecuente con el mandato ancestral, vuelven  a levantarse allí las banderas de defensa de la naturaleza y del patrimonio común, de la única forma que pueden defenderse: señalando claramente a sus verdugos, impulsando el internacionalismo.

La etapa de la liberación nacional exige la expresión “nacional”, liberada, de las lenguas originarias. Cada pueblo sigue el rumbo, hacia la estrella común que nos convoca, andando su propio camino. Pero a su vez va comprendiendo la necesidad de su confluencia con todas las lenguas del mundo, agrupándonos todos, como dice nuestro himno,  en  la lucha final, hacia la “pública felicidad”, que soñaba Artigas.

 

 

Foto de archivo

 

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