Venezuela. Producir el odio / Análisis

Resumen Latinoamericano / Lorena Freitez, CELAG / 23 de mayo de 2017

Después de 50 días de intensa movilización social y política en Venezuela por la disputa del poder ejecutivo, se observa la cristalización de un peligroso dispositivo de agitación social, asedio y descalificaciones morales activado por la derecha venezolana, que podría estar creando las condiciones para un “movimiento reaccionario de masas” que le abra las puertas a una cultura de odio e incluso una cultura política fascista en Venezuela.

La violencia en la política no aparece de forma espontánea ni tampoco se va sin dejar efectos: llega para romper con un orden de cosas y si está dispuesta a quedarse como forma de gobierno, instala un nuevo orden de relaciones más asimétrico y desigual como única vía para sostenerse. Por esto debe prestarse atención cuando una fuerza política que pretende dirigir una sociedad, renuncia a sus propias habilidades políticas y apuesta por la violencia como mecanismo para hacerse de una posición de dominio, porque más allá de conseguir sus objetivos o no, estará anidando las condiciones para horadar los tejidos sociales que armonizan a una sociedad imponiendo una contracultura de odio, donde se confunde la idea con la persona, la doctrina con la parcialidad y se niega la cooperación por la labor común, haciendo encallar los esfuerzos por lo público y la paz. Todo ello podría acabar con la política como el espacio que dirime y gestiona diferencias, y con la sociedad como el lugar de los comunes.

En 50 días continuos de movilizaciones por parte de la derecha venezolana para forzar la salida del Presidente Nicolás Maduro, se observa la construcción de un dispositivo que combina un amplio espectro de tácticas de presión política: 1) nutridas manifestaciones de calle de interpelación democrática (elecciones ya), 2) un intenso lobby diplomático internacional para vender “una crisis política y humanitaria sin precedentes”, 3) activación de grupos “de resistencia” de calle visiblemente dotados de equipos y logística para acciones violentas de choque, 4) activación de grupos paramilitares que operan en silencio para generar miedo, mediante atentados en vías públicas, secuestros a oscuras y asesinatos selectivos a jóvenes afectos a la misma oposición y a jóvenes y dirigentes afectos al chavismo, 5) asedio moral y amenazas físicas a funcionarios e hijos de funcionarios públicos (chavistas) en todo el mundo, 6) linchamientos a jóvenes sospechosos de “infiltrados chavistas” en las manifestaciones opositoras, y 7) una épica comunicacional que, anclándose en el mar de imprecisiones, rumores y pasiones que ofrecen las redes sociales, sortea el manejo de símbolos para darle sentido al odio en dos direcciones: heorización acciones y sujetos violentos como vanguardia de resistencia política y aniquilamiento de la condición de sujeto político del chavismo, sus símbolos, programa y representantes.

La agudización de la violencia en el performance de la derecha venezolana aparece como respuesta extrema al nulo cumplimiento de los objetivos políticos que se ofrecieron para sí como élite dirigente y, por suposición, para su base de apoyo: liberación de presos políticos, elecciones generales de inmediato, canal humanitario para medicinas y alimentos, y anulación de inhabilitaciones políticas para algunos de sus líderes por casos de irregularidades administrativas.

Esto no es nuevo para la derecha venezolana. A simple vista, tal como sucediera en el año 2000 durante el paro petrolero que buscó derrocar al presidente Hugo Chávez, lo más fácil sería decir que la violencia como método, su acción política pareciera responder al reflotamiento de un sustrato ideológico o esencia conservadora que vuelve a empuñar los principios de la supremacía moral, de clases y razas “superiores”, abrogándose para sí el derecho a ocupar el poder y a exterminar al adversario político. Sin embargo, este simple esquema de análisis ocultaría las relaciones orgánicas, muy pragmáticas, entre intereses económicos elitescos y el fascismo como herramienta para imponer regímenes brutalmente desiguales.

A propósito de las experiencias históricas de los años ‘30 y ‘40, se asoció fascismo con “totalitarismos duros” ejercidos desde el Estado, sin embargo, lo que la “nueva derecha” está enseñando en Venezuela y en Latinoamérica es que de la mano de la crisis económica, el fascismo se construye a nivel microscópico antes de convertirse en Poder de Estado, se expresa como posturas, hábitos, actitudes y máximas de comportamiento. Es por esto que la producción de prácticas de micro-fascismo político contra personas afectas y líderes de gobiernos de izquierda, apoyadas en los discursos de “antipopulismo”, “narco-estados corruptos” y “Estados asesinos”, así como con el recrudecimiento del fascismo social, signado por la “aporofobia”[1], xenofobia y discriminación, constituyen estrategias regresivas (extremas) de producción gradual de condiciones culturales (sentidos comunes) para que las mayorías se convenzan de aceptar (incluso considerándolos necesarios) el retorno de la derecha al poder, y el aniquilamiento no sólo de los líderes de la izquierda latinoamericana sino de la alternativa ideológica y política que estos representan.

Los mecanismos del odio político

Para que el odio “antipopulista” sea eficaz como política, debe encontrar un terreno fértil y unos mecanismos para desarrollarse. La estrategia de aniquilamiento del adversario político, comienza con una guerra de orden moral que se aplica por distintas vías. En esta coyuntura política en Venezuela, se abrió aplicando el lawfare[2] -el uso instrumental de artilugios jurídicos que tienen como objeto la persecución política, destrucción de imagen pública e inhabilitación de un adversario político- ya aplicado en Brasil, Argentina y Peru[3]. Tareck El Asami, el vicepresidente de la República, sería el escogido como blanco del Departamento del Tesoro de Estados Unidos para inculparlo – sin pruebas públicas fehacientes- de vinculaciones con el narcotráfico, con la intención de instalar la idea del Estado venezolano como un “narco-estado” y “estado corrupto”.

Sobre la base de estas aseveraciones se levanta un plan de asedio hacia funcionarios públicos y familiares de funcionarios dentro y fuera de Venezuela. Desde las primera semana de mayo, surge un google maps donde están ubicados todos los nombres, teléfonos y direcciones de funcionarios públicos y familiares de altos dirigentes del chavismo en el extranjero, así como el calendario de actividades políticas de chavistas en el exterior: Robolucionarios en el exterior. Desde entonces, se han suscitado más de 10 episodios de persecuciones y asedio moral o “escraches” a embajadores, cónsules, ex-ministros, hijos de altas autoridades públicas en España, Australia, Suiza, entre otros[4] que se han hecho virales en redes sociales. En Venezuela, incluso llegaron a golpear a un hombre (de oposición política a Maduro) en un centro comercial de Caracas por confundirlo con un diputado chavista[5]. Su argumento: “son cómplices de un gobierno corrupto y asesino”. Lo más sorprendente, es el gradiente de odio que le agregaría César Miguel Rondón -influyente periodista- a estas acciones: “¿cómo se siente ser vituperado en todo el planeta? ¿Que no haya sitio dónde esconderte, avión dónde volar ¿Que ya no tengas paz jamás? –(@cmrondon) 12 de mayo de 2017”. Paralelamente, en la última semana de abril y la primera de mayo, se golpea el principal símbolo del Chavismo: en localidades del cuatro estados del país, se derriban y queman cuatro (4) estatuas del Presidente Hugo Chávez.

Un gobierno asesino: significar la violencia del lado del adversario y victimizarse.

La construcción del argumento del “estado represivo” y “asesino” se construye a través de la activación de “grupos de resistencia” o grupos de choque en las movilizaciones de calle de la oposición (jóvenes con máscaras anti-gas, escudos con cruces de La Inquisición, bombas molotov, sopletes y gasolina, resorteras para lanzar piedras y el novísimo “puputov” -bombas hechas de excremento humano-), que intentan pasar al centro de Caracas, donde se concentran todas las instituciones del poder público, y se enfrentan a los cuerpos de seguridad del Estado quienes les bloquean a través de gas lacrimógeno y agua, dadas las agresiones al patrimonio y a personas que grupos de oposición otrora han realizado en esta zona de la ciudad. La intención: fabricar las fotos de la represión del gobierno de Nicolás Maduro hacia “los muchachos”, sujetos victimizados y, al mismo tiempo, heroizados como símbolos de la resistencia política a un “régimen represivo y violento”.

Durante las manifestaciones, al 19 de mayo se contabilizaron 55 personas fallecidas: 14 han fallecido durante saqueos, 8 por accidentes de tránsito provocados por barricadas, 6 por disparos de cuerpos de seguridad ante lo cual existen 23 efectivos detenidos o solicitados, 3 por bandas criminales, 15 transitaban cerca de la manifestación pero no participaban, 3 han sido efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana, 8 están investigándose hasta el momento[6].

Vale destacar que desde este tipo de acciones en Caracas, se complementan con otras acciones al interior del país: promoción de saqueos a establecimientos comerciales en zonas “controladas” por los “grupos de resistencia” a cuyos dueños amenazan con atacar si mantienen abiertos sus negocios, al tiempo que imponen barricadas o líneas de obstáculos para bloquear vías y cobrar peaje para permitir la circulación, con la intención de generar la sensación de control territorial de parte de grupos paraestatales.

El argumento de la violencia con cara chavista bebe del caldo de cultivo de su previo desprestigio moral, para hacer síntesis en la deshumanización del adversario: si es chavista puede ser insultado, humillado, quemado y hasta puede morir. El odio comienza a mostrar su peor cara: los “grupos de resistencia” o intimidación que activó la derecha venezolana no sólo incendian camiones de PDVSA y de la telefónica nacional (CANTV), bloquean vías, roban armas a los funcionarios de los cuerpos de seguridad del Estado, y escenifican y toman fotografías de un policía al que pretenden degollar. También linchan “infiltrados chavistas” dentro de sus propias manifestaciones, golpeándoles, apuñaleándoles e incluso quemándoles vivos[7]. Asimismo, la derecha hace uso de grupos paramilitares que operan asesinatos selectivos para infundir mensajes de miedo, tal como sucedió con el caso de Pedro Josué Carrillo en el estado Lara, a quién el 16 de mayo secuestraron en las inmediaciones de su lugar de residencia: identificándole como chavista lo obligaron a montar en una camioneta y el día 18 de mayo su cuerpo apareció quemado y con dos disparos en la cabeza[8].

Subjetividades reaccionarias y responsabilidades

Lejos de hacer análisis aéreos, habría que dejar sentado que cuando se es dirigente y se aspira a llegar al poder del Estado, se debe ser responsable de lo que se auspicia. En el día 50 de las manifestaciones de la derecha en Venezuela, el dirigente Enrique Capriles Radonsky, en su alocución de cierre de la marcha convocada para ese día, coronó la estrategia de derecha de asedio moral contra el chavismo. Insultó – con la más grave ofensa que se puede propinar a un venezolano- al Presidente de la República, Nicolás Maduro, como el “coño e’ madre” de Miraflores. Esta frase coreada por las masas que le asistían, retrató la génesis de un “movimiento reaccionario de masas” donde se incuban subjetividades fascistas que no sólo toleran, sino que suscriben el aniquilamiento físico y moral de los adversarios políticos. Un movimiento de estas características al desarrollarse, propagarse e institucionalizarse no sólo es un fatídico instrumento de exterminio humano sino que resulta un poderoso instrumento-político-cultural del capital para liquidar las fuerzas sociales y políticas de izquierda.

Resulta sorpresivo que Capriles Radonsky, luego de haber invertido casi una década en la construcción de un estrategia política anclada en el discurso de la reconciliación nacional y la interlocución con sectores populares afectos al chavismo, con esta intervención se reubique como vanguardia de la violencia política, como la más peligrosa táctica de polarización social. No sólo porque está echando por la borda la trayectoria de sus esfuerzos políticos, sino porque automáticamente se convierte en agente de una propuesta política de exterminio y odio en Venezuela.

Bajo estas condiciones, lo que la oposición venezolana hace es transformar de un soplo la opción de “El Cambio” por la oferta de un gobierno de exterminio y bajo estas condiciones el juego político en Venezuela seguirá trancado. Veremos cómo reaccionará el país cuando desde ya las fuerzas progresistas han convocado a una gran movilización política de calle para rechazar la opción de odio que se instala en la derecha venezolana.

 

[1] “alusión al rechazo, miedo y desprecio hacia el pobre, al desamparado, ese amplio segmento social que queda fuera del contrato tácito entre individuo y sociedad, en el que hay que dar para recibir. Ellos no dan, ergo, no merecen[1]. Y, en consecuencia, hay que anular a sus líderes y derribar o impedir gobiernos que los incluyan”: http://www.celag.org/los-profetas-del-odi/

[2] http://www.celag.org/lawfare-la-judicializacion-de-la-politica-en-america-latina/

[3] http://www.celag.org/los-profetas-del-odi/

[4] http://informe21.com/politica/el-escrache-otra-forma-de-protesta-contra-el-chavismo-en-el-mundo-videos

[5] http://www.reporte1.com/opositores-agredieron-a-comerciante-del-ccct-al-confundirlo-con-un-chavista-video/

[6] http://albaciudad.org/2017/lista-fallecidos-protestas-venezuela-abril-2017/

[7] https://actualidad.rt.com/actualidad/238996-opositores-prender-fuego-hombre-venezuela

[8] https://goo.gl/OAM4ed

You must be logged in to post a comment Login