Unión Europea: El círculo vicioso del “Consenso de Bruselas”

G. Bunster, Sin Permiso / Resumen Latinoamericano / 26 de marzo de 2017

El 60º aniversario de los Tratados de Roma, origen mítico de la actual Unión Europea, no ha sido precisamente una fiesta. El proyecto neoliberal de construcción europeo se encuentra en un callejón sin salida. El “consenso de Bruselas” se ha convertido en una suma de conflictos como consecuencia de la gestión de la Gran Recesión, que enfrenta a los países acreedores del “centro” con los deudores de la “periferia”, a los Estados miembros originarios de la UE15 con los de Europa central y oriental de la UE13, a la eurozona con los que mantienen unas monedas vigiladas por la Comisión y el BCE. Y los resultados de estos conflictos se cuentan en fracasos: la crisis griega, Brexit, el ascenso electoral del euro-escepticismo de derechas, el marasmo político de la Comisión, el derrumbe moral y operativo de la política emigratoria y de asilo común…

Crisis y restauración del “Consenso de Bruselas”

La necesidad de una reformulación estratégica del proyecto europeo, en medio de las incertidumbres de la nueva era Trump, está detrás de la elaboración del Libro Blanco sobre el Futuro de Europa por la Comisión. Pero el resultado, el catálogo de seis opciones instrumentales posibles, no oculta la resignada aceptación del propio status quo: una Europa dividida en círculos concéntricos, con una jerarquía impuesta de intereses en permanente negociación conflictiva; una oligárquica “Europa a varias velocidades”, que va dejando detrás suya el distanciamiento y el empobrecimiento progresivo de territorios y sectores sociales cada vez más numerosos.

En una de las pocas frases desinteresadas que se le recuerdan, el entonces presidente de la Comisión Manuel Barroso, advirtió en abril de 2013 que la falta de apoyo político y social exigían el fin de unas políticas de austeridad que “habían llegado a su límite”. Pero no hubo reorientación del “Consenso de Bruselas”. Ante el desafío del primer gobierno de Syriza, la Troika se cebó con saña en el tercer memorándum griego; apretó las tuercas a un Portugal sin recuperación económica en quince años; permitió la defraudación fiscal y el dumping empresarial en Irlanda exigiendo como contrapartida el derrumbe de los salarios; y consintió los incumplimientos de los compromisos fiscales de Rajoy a cambio de su sumisión política y su reforma laboral.

La incoherencia en la aplicación de los criterios del “Consenso de Bruselas” ha sido posible en estos tres últimos años gracias al margen de maniobra abierto por las políticas monetarias de flexibilización cuantitativa del BCE. La compra mensual de 60.000 millones de euros de bonos y activos financieros en los mercados secundarios ha permitido la estabilidad del mercado de la deuda soberana, garantizando a los acreedores finales no solo el valor de sus activos ante la especulación y la depreciación, sino una liquidez que ha permitido alargar el ciclo de especulación y beneficios financieros en medio de una deflación de costes generalizada. Más que con la débil recuperación económica, la política de flexibilización cuantitativa será incompatible con la escalada progresiva anunciada de los tipos de interés por la Fed como respuesta las “Trumpeconomics”.

Así, el peligro inmediato es que la temporal incoherencia del “Consenso de Bruselas” vuelva a hacerse ferozmente coherente. Este es el significado último del ordoliberalismo de caricatura de Dijsselbloem. Quizás no todo fueron “copas y mujeres”, pero las causas de la Gran Recesión en Europa, según Schäuble, se remontan a un flujo de créditos baratos en el nuevo euro del “centro” a la “periferia”, que financiaron un aumento de salarios y demanda de consumo no apoyada en crecimientos paralelos de la productividad, lo que provocó inflación y enormes déficits exteriores, hasta que la deuda exterior acumulada no pudo ya ser garantizada ni respaldad por los bancos del “centro” europeo, haciendo estallar la burbuja inmobiliaria en países como Irlanda o España. Y la respuesta es la “devaluación interna” de las economías para asegurar el pago de la deuda soberana, en una doble transferencia de los ingresos por trabajo a las rentas del capital y de los países deudores a los acreedores.

Desplazamiento del equilibrio institucional comunitario

El “Consenso de Bruselas” ha tenido también importantes consecuencias jurídico-políticas, en la medida que ha trasladado la hegemonía de Alemania en el Consejo Europeo al conjunto de las instituciones comunitarias, alterando el equilibrio de poder del Tratado de Lisboa.

La Comisión ha perdido su relativa autonomía y capacidad de iniciativa, se ha quedado sin la palanca interventora del menguante presupuesto europeo y se ha convertido en un aparato reglamentario, opaco y tecnocrático, que regula e inspecciona las políticas de austeridad. El Tribunal de Justicia Europeo ha hecho el mismo recorrido de adaptación a la interpretación neoliberal, en especial en su jurisdicción antisindical. Y el Parlamento Europeo, a pesar de la ampliación de su capacidad de co-decisión, en especial en relación con el presupuesto de la Comisión, no deja de ser una mera cámara de ratificación del Consejo Europeo a través de la triple alianza de conservadores, socialdemócratas y liberales, que constituye la correa de transmisión del “Consenso de Bruselas”.

La única institución con un margen de autonomía estatutario es el Banco Central Europeo. Su “independencia” la garantiza una red de poder paralela al del Consejo Europeo que se extiende hasta los mercados financieros de los Estados miembros a través de los consejos de administración de los Bancos centrales nacionales. Uno de los dos pilares centrales del “Consenso de Bruselas”, tiene la capacidad de determinar, si no la orientación de la política económica, sí los ritmos de aplicación de las políticas de austeridad a través de la política monetaria del euro.

¿Cómo sorprenderse, frente a este mecanismo tecnocrático y opaco de gobernanza, que los ciudadanos europeos consideren en un 54% que su voz no tiene el menor peso, con la excepción de germánicos y nórdicos, que si creen en un 57% que es tenida en cuenta? ¿O que el 44% sea “muy pesimista” sobre el futuro de la UE, cuando el 56% considera que la situación de su economía nacional es francamente mala? Pero la moneda única sigue contando con un apoyo mayoritario (58%), especialmente en la zona euro (70%), así como la aspiración de un modelo social de mercado con fuerte protección social (82%), que es un eco del mítico pacto social fundador de la UE. (Eurobarómetro 2016). La aspiración de “más Europa” frente a la crisis económica solo ha recibido de la gobernanza tecno-burocrática comunitaria “más austeridad”, hasta el punto de hacerse indistinguibles en la “periferia” de la UE15 y la UE13.

La urgencia de una alternativa de izquierda europea

A pesar de la erosión continua de legitimidad y de eficacia en la satisfacción de las necesidades de sus ciudadanos, el 60º aniversario de los Tratados de Roma confrontan a la UE con una serie de retos que obligarán inevitablemente a la redefinición del proyecto neoliberal de construcción europea. Y a su crítica por parte de la izquierda. El más importante de ellos: la negociación del Brexit con el Reino Unido. Pero, asimismo, la definición del papel geopolítico de la Unión Europea frente a los EE UU de Trump  y la Rusia de Putin (según el Eurobarómetro, la UE esta en clara desventaja en el nuevo concierto internacional). Pero la respuesta de la Comisión y el Consejo europeos, enfatizando la defensa y la seguridad común como medio de reforzar la identidad de la UE no deja de ser una excusa frente a la subordinación a la OTAN, a la que no tiene alternativa frente a Rusia, o una justificación de la Europa fortaleza ante la crisis humanitaria de la emigración de estos años.

La izquierda europea se encuentra perdida en medio de la crisis del “Consenso de Bruselas” de la UE, como han puesto de relieve el revoltijo de manifestaciones y actos que ha organizado este 25 de marzo en Roma. Fue incapaz de dar una salida política unitaria al rechazo del proyecto de pseudo-constitución europea antes del estallido de la Gran Recesión. Y todavía no se ha recuperado de la derrota estratégica que ha supuesto la quiebra política de Syriza y la lógica de los memorándums vigilados por la Troika. La social-democracia, que gobierna o participa en coaliciones de gobierno en 15 de los 27 estados miembros de la UE, sigue firmemente anclada en el “Consenso de Bruselas” y desangrándose elección tras elección, como hemos visto en los Países Bajos y ocurrirá probablemente en Francia.

Frente a la amenaza de la aplicación plena del programa ordoliberal, con la Unión Fiscal, sectores importantes de la izquierda social se refugian en la ilusión de una recuperación de la soberanía nacional como eje de las luchas de resistencia. Pero en la mayor parte de la UE ese espacio político ha sido ocupado por la derecha populista, cuando no por la extrema derecha. Y hasta el momento, la  única formula para dar una salida política a las luchas de resistencia sigue siendo un proyecto de unidad de izquierdas capaz de cuestionar y negociar las políticas de austeridad, como en el caso del gobierno del PS portugués, apoyado parlamentariamente por el Bloco de Esquerda y el Partido Comunista, a pesar de todas sus limitaciones. Y, a nivel programático, la propuesta inmediata de un New Deal Europeo articulada por DIEM25.

La crisis del proyecto neoliberal de construcción europea no tiene respuesta a sus propias contradicciones. Lejos de confluir, las fracturas que agrietan la cohesión del “centro” y la “periferia” de la eurozona y que distancian a la UE15 de la UE13, se  han convertido en estructurales. Sin un proyecto europeo alternativo, las izquierdas no serán capaces de articular políticamente las luchas de resistencia que se irán generalizando en el próximo período contra las políticas de austeridad. Y corremos el riesgo de nuevas derrotas como Grecia.

Miembro del comité de redacción de Sin Permiso.

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