Argentina.OPINIÓN. Cuadratura de lo Redondo II. PESCADO PODRIDO EN OLAVARRÍA

 

Por Carlos A. Villalba (*)

“Creo que, mi codiciada por muchos políticos,

llegada a las gentes, se debe a simplezas que exhiben

mis canciones mientras transportan emociones”

Carlos Indio Solari

Contenido en su camisa azul de tela rústica, el hombre superaba al músico convencido de que “Vivir, solo cuesta vida”, mientras el océano bailaba sus tangos fatales. El recital apenas llegaba a sus primeros veinte minutos cuando las luces del escenario se apagaron y La Colmena supo que todo sería diferente, de ahí en más y tal vez para siempre.

La real realidad no es una mesa de arena, ni la línea de una geometría sin dudas. Hubo muchos recitales simultáneos aquella noche. Tantos como los que tuvieron la posibilidad de relatarlos. “Joya”, para el pibe verdulero de Rafael Castillo. “Todo bien. Sin problemas”, según el vendedor de remeras que tranquilizaba a su viejo a las 9 y 39 del domingo a través de su telefonito. “Todo bien. Es más, bastante tranqui. No fue un bardo generalizado. Ni siquiera en el pogo de ji ji ji”, de acuerdo a la versión de la joven sindicalista que fue con su aún más joven hija que se probaba su primera pilcha de ricotera.

“Muy mal organizada la salida. Parecíamos encerrados. Ibamos de un lado para el otro sin poder salir. Igual la gente se la banco bastante bien. Pero no se puede jugar con fuego con más de 200 mil personas” analizaba otro mensaje, ya desde una combi rumbo a la Ciudad. “La salida fue algo espantoso. No teníamos por donde pasar. Parecía una trampa mortal. La gente bastante tranqui. Pero empezamos a sentir miedo, toda esa gente acorralada… un desastre”, coincidía otro seguidor de siempre.

Fueron muchos recitales, incluso para cada uno de los que allí estuvieron, como Juan Francisco Bulacio y Javier León, esos que volvieron a ponerle cuerpo a la muerte irrefutable. También a la inmundicia de las explicaciones con intención, con mala intención o poco cerebro, en una Argentina que analiza la realidad tras el prisma de un River-Boca permanente, en el que no se meten goles sino índices de pobreza, indigencia, desempleo, corrupción, entrega, soberanía. Un país que hace años se arrancó los velos y ahora, para muchos, cada cosa tiene su nombre y los poderosos invisibles quedaron al desnudo -como el Yabrán de Omar Cabezas-, con sus fortunas, las transferencias hacia sus cuentas de los dineros de todos y sus gerentes sentados en las mesas de los ministerios.

Sin memoria

El 11 de marzo pasado los medios ya se habían olvidado de que “Todo empezó con la presión de Daniel Angelici, operador del tandilero Mauricio Macri, que preside el país y prefiere la música de Tan Biónica para bailar hasta sobre el balcón de la Rosada. Angelici influyó sobre el flamante administrador del Hipódromo de Tandil para impedir el recital. Con diplomacia de paquidermo, el funcionario menor aseguró que “no volverá a pasar nunca más lo del recital del Indio”, justo cuando el cantante de 67 años considera que no tiene ´un futuro muy largo. Al menos arriba del escenario`, porque Mr. Parkinson le anda “pisando los talones”. (http://radiocadenanacional.com.ar/2016/12/11/vidal-y-angelici-contra-el-indio-solari-cuadratura-de-lo-redondo/)

El rechazo macrista a la fiesta ricotera en Tandil no pasó por el cuidado de los pastitos hípicos. El administrador del hipódromo cumplió las órdenes del entonces director del Instituto Provincial de Lotería y Casinos bonaerense, que hizo lo que le ordenaron su jefe Angelici y su amiga universitaria María Julia Vidal, bailando al compás del designio del presidente Mauricio Macri. La bronca contra un artista convertido en referente social y, aunque no le guste o le cueste aceptarlo, en ejemplo de un modelo autogestionado, antirrepresivo y exitoso terminó expulsando a la caravana ricotera de un lugar que le era propio, seguro y amigable: la ciudad del Calvario, el Parque Independencia… y los recitales del Indio.

Después de cuatro paradas en Tandil, el tren del pogo fue obligado a desviar su trayecto, para dirigirse, veinte años después de haber sido prohibido, hacia los pagos de cemento de Amalita, donde sucedió lo que sucedió, lo que siempre “pasa cuando uno pasa por arriba de las normas”, según el intento ramplón de estigmatizar del Presidente de los argentinos, cuando su agenda estatal de noticias multiplicaba cadáveres inexistentes.

Los medios también matan

En Olavarría hubo muertes: dos. Una sola alcanza para reflexionar acerca de falencias organizativas, responsabilidades y, muy especialmente, de las posibilidades físicas de contención de un fenómeno como el ricotero que, con el paso del tiempo, se desarrolla, se complejiza y crece con más fuerza que la hinchada de cualquiera de los equipos más seguidos del fútbol argentino. Y en una coyuntura en que el desencanto crece al ritmo de la pobreza y la desocupación que, en el sector juvenil, llegó al 19,4% durante el primer año de gobierno de la alianza PRO-UCR, el porcentaje más alto de Latinoamérica.

Hubo muertes, multiplicadas por la agencia oficial para elevarla a “por lo menos” siete, dos menores y cinco adultos. La sensación, a partir del impacto de los hechos, fue la de empujar la tragedia, transformarla en un río de sangre, como si un paro cardiorrespiratorio y una trombosis cardiopulmonar, ambas sin signos de aplastamiento, no alcanzasen para la tristeza, la crítica y, en particular, la autocrítica de todos los involucrados.

La agencia que, como todo medio de esa condición, sobre todo siendo estatal, sirve de apoyo a los medios de todo el país para orientar búsquedas, ediciones, agendas…, está recortada, achicada, limitada, como todas las estructuras del Estado, desfinanciadas para todo aquello que no tenga que ver con transferir recursos de los pobres a los ricos y de lo público a lo privado. Cuenta con una de las redacciones más formidables del país, por la calidad de sus trabajadores de prensa y por estar integrada por unos 500 periodistas; sin embargo, desde el jueves 9 de marzo, sus gerentes levantaron por tiempo indeterminado la totalidad de las coberturas periodísticas fuera de Capital Federal, con la excusa de que la Comisión Interna rechaza que los trabajadores no cobren las horas trabajadas en los viajes. El recital más grande ofrecido por un grupo musical argentino, fue el primer hecho que quedó sin cobertura. A la madrugada se dibujaron despachos, números y muertes. El “Periodismo de ajuste” que reina en Télam según la Comisión Gremial Interna de sus trabajadores, lo hizo sumando muertes de seres que estaban vivos.

La trampa

La salida sí, fue algo espantoso. No teníamos por dónde ir. Parecía una trampa mortal. La gente bastante tranqui. Pero empezamos a sentir miedo, toda esa gente acorralada…, un desastre. Por suerte encontramos la salida. Y todos los de seguridad estaban ahí. Les dijimos que vayan a guiar a la gente para salir; que iba a terminar mal. La gente se estaba desesperando. Como no nos daban pelota los increpamos diciéndoles que se iba a morir gente. Desesperante”. Otra vez la sindicalista ricotera, contribuyendo a la foto de los hechos.

Todos los relatos confluyen en dos puntos: a) no hubo descontrol generalizado, salvo el tradicional en espectáculos multitudinarios, más aún si son del Indio; b) la salida sí, fue un desastre, dentro de La Colmena y fuera de ella, es decir en las calles de la Olavarría de Ezequiel “Pilatos” Galli, que solo consiguió el ingenuo apoyo de sus colega de Morón, Ramiro “ExVidal” Tagliaferro, quien tuvo que peregrinar hasta la Rosada para tratar de desmentir su ninguneo a la presencia de Mauricio Macri en su ciudad para el “relanzamiento” del Plan Procrear, por preferir trasladarse hasta el pogo de Carlos Solari.

Sin embargo, y afortunadamente, la trampa no fue la de los tablones fenólicos multicapas, casi imposibles de romper, con que la organización cercó el predio. La verdadera encerrona fue la del grupo de medios que se dedicó durante horas a darle a la tragedia con dos muertos, el tratamiento de una catástrofe con decenas, centenares de cadáveres y heridos aplastados. Algo que no sucedió. Parte del pescado podrido que denunció el Indio.

Canales como TN abrieron listas de “desaparecidos”, un concepto resignificado de modo dramático a partir de la dictadura de Martínez de Hoz y Videla, igual que se hace después de un terremoto o un tsunami. Es obvio, inevitable, que desde que termina un espectáculo de esas características hasta que los padres de los asistentes se enteran de dónde están sus hijos pasan horas. Las mismas desesperadas madres que prestaban sus lamentos a los micrófonos del periodismo de militancia antirricotera, seguramente a las 12 del mediodía de cualquier domingo de los últimos cuatro, ocho, quince, fines de semana, tampoco sabían dónde reposaban los cuerpos de sus vástagos después del agite.

Y la caravana de declaradores. Artistas sin público, connotados antikirchneristas que no soportan a una figura que rechaza la baja de la inimputabilidad, adhiere a la movilización de los hambreados o que se animó a pronunciar la diabólica cifra “seis-siete-ocho” en el horario central del atril entonces destituyente del Grupo Clarín. Lo convirtieron en esa “rata kirchnerista” que no es -ni por roedor, ni por K-, por el solo hecho de oponerse a “los círculos dominantes, del color que sean”.

Y los funcionarios de María Eugenia Vidal que robaban cámara desde las tierras caleadas de los Fortabat, con la expectativa de destapar poco menos que una fosa común y alimentando a los carroñeros con cámara o micrófono. No encontraron nada, porque Olavarría no fue La Ciudad de la Furia… que hubiesen querido. Tal vez porque los fieles se cuidan unos a otros, como se los pide su líder.

Piezas encajadas

No hacía falta tanto, dos muertos alcanzan. Es idiota jugar al ping pong con una tragedia. Sería inteligente analizar causas; dejar que fiscales y jueces comprueben, desmientan o confirmen, parar la pelota que no se puede detener en pleno recital -como exigen los que se pasan la vida viéndola desde el balcón- con el riesgo de detonar una bomba que hubiese arrasado no solo el predio sino a la ciudad entera.

Desde el momento en que el Indio decidió la primera de las tres detenciones que tuvo su recital, empezaron a emerger los dos elementos que podrían explicar lo que no se puede explicar. Primero, el exceso que constituye “lo ricotero”, su convocatoria, su entrega al ritual, el sacrificio festivo del traslado, los sacudones del pogo más grande del mundo, la confianza en el oficiante de la “misa” que algunos pibes eligen hasta para ofrecerle casamiento a la novia mientras El Quía recordaba que “Dios no está en los detalles de hoy”, para sentenciar que “Siempre hay quilombito en un cielo de dos y nunca hay terreno sagrado, amor”. Por suerte, Luis Bruschtein se lo hizo saber a muchos desde su “Kilombito” de Página 12. (www.pagina12.com.ar/26438-kilombito)

https://www.youtube.com/watch?v=gHrpSDhOXzs

La idea de “exceso”, en este caso, alude a lo que se sale de los límites de lo normal, a la imposibilidad de meter en un “perímetro fijo” a la movilización confraternal de centenares de miles de personas de un rango etario que abarca medio siglo, sus sentimientos y su excitación.

Las autoridades -municipales, provinciales y nacionales- tienen que pagar por las responsabilidades en los hechos, que las hay y muchas. La empresa organizadora tendrá que sufrir las consecuencias de un espectáculo mal organizado dentro del predio, pero no por las puertas abiertas al entrar, que en realidad salvan vidas, sino por la falta de orientación a las bandas que buscaban la salida.

Sin embargo, salvo para la prensa canalla, nada se habrá dicho. El Indio Solari y su océano ya no entran en ese ni en ningún formato organizativo. Otros artistas, con otros seguidores pueden llegar a lograrlo, no este desfile de la vida, con sus desgracias, su falta de trabajo, sus consumos y excesos, sus amores, sus propuestas amatorias, sus insomnios y sus desmesuras… No entran.

Por encima de La Colmena

Si las autoridades, en lugar de pontificar desde el mensaje pastoril y la visión represiva pudiesen, como su función lo exige, analizar hechos y generar correcciones, se abriría un camino. El sábado 16 de abril de 2016 murieron cinco jóvenes de entre 21 y 30 años y hubo numerosos heridos en una fiesta electrónica en el predio porteño de Costa Salguero. Era la primera fecha del festival “Time Warp”; fue el colofón de una larga serie de “accidentes”, muchos de ellos evitables, y de los estragos que se producen en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con el incendio de Iron Mountain y sus 8 bomberos y 2 rescatistas muertos incluido.

Cada uno de esos hechos mostró la misma matriz de falta de control y de complicidades, ignoradas por las máximas autoridades de la Ciudad, encabezadas por Mauricio Macri primero, por Horacio Rodríguez Larreta después. El propio fiscal que atiende la causa, Federico Delgado, sostuvo que en aquella oportunidad el lugar de la tragedia constituyó un “espacio social excluido de la soberanía estatal y sustraído de cualquier tipo de control público”, una característica permanente del Gobierno local que perfectamente podría usarse de molde para analizar la gestión del intendente Galli.

En la Ciudad de Buenos Aires, y en medio de las denuncias y las proclamas de inocencia oficiales, los bloques opositores lograron transformar una propuesta de “cuidado a los asistentes” a eventos masivos de música electrónica que pretendía Rodríguez Larreta en una Ley de Regulación de Eventos Masivos, más amplia y que constituye un punto de partida. Hasta el momento la Provincia, dedicada a estimular el carnereo al derecho constitucional de huelga que sostienen los maestros, mira para otro lado.

Telón rápido

La Argentina del presente es un país que no se siente contenido, con un pueblo que se expresa de mil maneras, incluso contradictorias y sin referentes partidarios abarcativos. En ese mar movilizado detrás de tantísimas banderas, el ricotero es el grupo que crece cada vez que se siente convocado. Su líder, un Indio seguramente agobiado por el disparo que significaron los hechos de Olavarría para la experiencia que conduce, se siente situado en un lugar que lo “excede“ y sigue sin encontrar explicación al nivel de adhesión que genera, por lo que le resulta imposible “hacerse cargo del asunto”.

No es un problema organizativo, más allá de las responsabilidades de cada uno. Renglones atrás se dijo: el Indio Solari y su océano ya no entran en ningún formato organizativo formal. Tal vez se frustre el deseo de aquella muchacha que estrenó remera el 11 de marzo y rogaba al día siguiente que “el adiós no se alargue, que no te quedes con esto y que no sea el último” y se concrete la conclusión apesadumbrada de una vieja docente, también seguidora de los de Ricota: “mataron al Indio el fin de semana de Olavarría”.

* Sicólogo y periodista argentino, Investigador Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

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